Qué maravilla tener al Señor tan cerca de nosotros, dando sentido a nuestra vida. ¡Jesús en el sagrario es el motor de la Iglesia, y de todo el mundo!
La Iglesia vive de la Eucaristía, y cada uno de nosotros tenemos que vivir de la Eucaristía.
Aquí parece que no tiene ningún poder, ni siquiera la vida: y sin embargo es el creador de la vida.
Como han hecho todos los santos para seguir al Señor hay que tener cintura, cambiar los esquemas, no aferrarse a lo que ya venimos haciendo.
Y ahora el Señor quiere que entendamos que somos Cristo que pasa para muchas personas.
Esta es la misión para la que el Señor nos ha puesto en esta tierra: salvar almas y santificarlas.
Jesús significa: Dios que salva. El nombre del Señor lo identifica con su misión: el Salvador.
Aquí lo tenemos en el sagrario, y nos suplica calladamente que le ayudemos.
Para eso nos ha dado la vocación, aunque personalmente seamos peores que los demás. Estamos para orientar en el camino a Dios.
La Iglesia con alguna frecuencia nos trae a nuestra consideración la figura del Bautista, que preparó la llegada de nuestro Señor.
Por aquel tiempo se presentó en el desierto de Judea, predicando –nos dice San Mateo 3, 1-12–: «Convertios, porque está cerca el reino de los cielos»
El mensaje es bastante fácil, es el siguiente:
Si queremos vocaciones, conversiones.
Si queremos conversiones, confesiones.
Luego: si queremos vocaciones, confesiones.
Y esto se consigue con las conversaciones.
Decía Napoleón, ese gran estratega: –hay muchos, y muy buenos generales en Europa, pero ven demasiadas cosas. Yo veo un punto importante y me lanzó sobre él, como si no hubiera otra cosa. Lo demás ya caerá.
Y por el contrario la dispersión de las fuerzas es lo más nefasto. Por eso en las batallas sólo puede haber una consigna que debe repetirse machaconamente.
Pues lo que el Señor quiere transmitirnos es que si queremos vocaciones, confesiones.
Esto es lo mismo que decir si queremos vocaciones diarias, confesiones diarias.
Estamos en la presencia de Dios y podemos preguntarnos:
¿por qué motivo no puede hacer apostolado una persona mayor o una persona enferma?
No será que no hacen apostolado de la confesión las personas mayores, porque no se siente animadas por nosotros.
Seguía diciendo el Bautista a la gente que se le acercaba: –Dad el fruto que pide la conversión. Y no os hagáis ilusiones, pensando: “Abrahán es nuestro Padre”
Las vocaciones, el fruto que dice el Señor que nos ha destinado, no se consigue de la noche a la mañana: lo nuestro no es esperar al maná extraordinario, llovido del Cielo, sino que nos santificamos con el trabajo apostólico ordinario.
Si queremos vocaciones, conversiones:
Es necesaria una conversión de la sociedad y de las personas, empezando por nosotros: es necesaria una conversión para recuperar la esperanza.
Pues aquí estamos nosotros. En la carta Ecclesia in Europa, dice la entradilla:
SOBRE JESUCRISTO VIVO EN SU IGLESIA Y FUENTE DE ESPERANZA PARA EUROPA
Juan Pablo II hablaba mucho esperanza, igual que el Papa Benedicto.
No pueden desanimarnos las dificultades: son un reto. Como para un montañero una cumbre.
Que sería de Teresa de Jesús sin su época, de San Josemaría sin las dificultades que tuvo. Eso desde Abrahán: –tendrás un hijo: Sara se rió.
La esperanza es la virtud que más necesita este continente viejo y cansado.
El cambio de ritmo en la labor apostólica nos puede parecer imposible. Y lo es para personas pesimistas...
Pero para eso está el Señor en el sagrario, para llenarnos de optimismo. Dios lo puede todo, puede quizá que tengamos que rezar más.
La situación actual puede llevarnos a la desesperanza: no podemos nada. Por eso hemos de reaccionar con fe en el Señor, no en nuestras fuerzas.
Aunque seamos poca cosa - san Josemaría se veía como un borrico- somos de Cristo, mejor dicho somos el mismo Cristo. Por eso debemos portarnos como él.
Una de las tentaciones permanentes y a veces más sutiles en la vida espiritual es la de basarla en nuestros propios esfuerzos y no en la misericordia de Dios, que es gratuita.
Te damos gracias Dios nuestro, porque nosotros somos mejores que los demás, somos el paladín de la ortodoxia, hacemos oración dos veces al día, no tomamos azúcar en el café...:
Así no puede ser nuestra oración.
Porque nuestra fuerza es la misericordia de Dios. No buscamos vocaciones para nuestra honra corporativa, sino que...
Deo omnis gloria, para Dios toda la gloria.
Aunque no somos mejores que los demás el Señor ha querido que en este Milenio que comienza nosotros, junto con otros cristianos, actuemos de médicos.
Si queremos conversiones, confesiones:
Hemos de contar con la gracia de Dios para la conversión nuestra y la de los demás
Más alegría hay por un pecador que se convierte que por 99 santos.
También le sucede a los médicos: no es lo mismo bajarle la fiebre a un griposo que sacar adelante a un infartado.
Medios humanos y medios sobrenaturales: pero eso no quiere decir que sean al 50%. La oración tiene que ser lo más abundante, porque eso es lo que convierte a las almas.
Porque los grandes evangelizadores han sido los santos.
Y Junto a los medios sobrenaturales, los medios humanos.
Si queremos confesiones, conversaciones:
esa es la base humana de la labor de apostolado, y es lo que hicieron los primeros cristianos.
Napoleón, que como decíamos antes, era un genio militar pero ganaba las batallas con una guerra convencional.
Se topó en España con una guerra de desgaste, la guerra de guerrillas.
Con un país que se levanta no se puede. El heroísmo de un pueblo inventó la guerra de guerrillas.
Esto contrasta con la decadencia de Roma: unos ciudadanos aburguesados que contrataban a otros para que luchasen.
Pues podíamos decir: ahora es el momento del apostolado personal, por la corporación en Occidente no surgen las vocaciones.
La guerra convencional de los ejércitos ha cambiado. Ahora 3 personas con varios cortaúñas ponen en jaque a la mayor potencia en el mismísimo Pentágono.
Un experto del CESID nos hablaba de la nueva guerra de redes compuesta por células que son autónomas.
En el terreno del apostolado, parece que el Señor quiere que haya un mínimo de estructura y mucha espontaneidad personal.
Por eso el espíritu de los primeros cristianos es muy adecuado para nuestro tiempo. Porque hay que vivir bien las cosas, porque sino la estructura acaba ahogando la iniciativa personal.
Esto es guerra de guerrilla.
El peligro es el excesivo peso de las cosas que conlleva la organización. Peligro que existe en este continente donde la Iglesia lleva tantos siglos, y hay tantas estructuras consolidadas.
Y entonces –podríamos preguntarnos– ¿quién habla de Dios? Porque parece que no da tiempo. Entonces esto se parecería a la leyenda del parto de los montes: una Gran Montaña que parió a un pequeño ratón.
No nos engañemos, los árboles crecen por las raíces, los hombres por los amigos. Los que tienen discípulos pero no amigos difícilmente podrán contar con una base humana sólida para el apostolado.
Sin la base humana no puede darse lo sobrenatural. Y un hombre sin amigos es un hombre pobre, por muy alto que haya llegado.
A veces pasa que decimos mis amigos. Y lo que son es sólo simples conocidos o conocidas.
Si nos fijamos, el Señor hizo la Iglesia con amigos de verdad: eligió a sus amigos. Igual nos toca a nosotros: porque los amigos se eligen.
Pero hay que tener paciencia. Después de tres años de trato pocos apóstoles fueron fieles en el momento duro de la Cruz. A pesar de haber sido formados directamente por nuestro Señor.
Aquellos hombres aunque eran amigos del Señor todavía no estaban preparados. Más tarde darían la vida por Jesucristo.
En la cruz sólo fue fiel un apóstol que se fue allí con María. Y además estaban las amigas de la Virgen.
La Iglesia vive de la Eucaristía, y cada uno de nosotros tenemos que vivir de la Eucaristía.
Aquí parece que no tiene ningún poder, ni siquiera la vida: y sin embargo es el creador de la vida.
Como han hecho todos los santos para seguir al Señor hay que tener cintura, cambiar los esquemas, no aferrarse a lo que ya venimos haciendo.
Y ahora el Señor quiere que entendamos que somos Cristo que pasa para muchas personas.
Esta es la misión para la que el Señor nos ha puesto en esta tierra: salvar almas y santificarlas.
Jesús significa: Dios que salva. El nombre del Señor lo identifica con su misión: el Salvador.
Aquí lo tenemos en el sagrario, y nos suplica calladamente que le ayudemos.
Para eso nos ha dado la vocación, aunque personalmente seamos peores que los demás. Estamos para orientar en el camino a Dios.
La Iglesia con alguna frecuencia nos trae a nuestra consideración la figura del Bautista, que preparó la llegada de nuestro Señor.
Por aquel tiempo se presentó en el desierto de Judea, predicando –nos dice San Mateo 3, 1-12–: «Convertios, porque está cerca el reino de los cielos»
El mensaje es bastante fácil, es el siguiente:
Si queremos vocaciones, conversiones.
Si queremos conversiones, confesiones.
Luego: si queremos vocaciones, confesiones.
Y esto se consigue con las conversaciones.
Decía Napoleón, ese gran estratega: –hay muchos, y muy buenos generales en Europa, pero ven demasiadas cosas. Yo veo un punto importante y me lanzó sobre él, como si no hubiera otra cosa. Lo demás ya caerá.
Y por el contrario la dispersión de las fuerzas es lo más nefasto. Por eso en las batallas sólo puede haber una consigna que debe repetirse machaconamente.
Pues lo que el Señor quiere transmitirnos es que si queremos vocaciones, confesiones.
Esto es lo mismo que decir si queremos vocaciones diarias, confesiones diarias.
Estamos en la presencia de Dios y podemos preguntarnos:
¿por qué motivo no puede hacer apostolado una persona mayor o una persona enferma?
No será que no hacen apostolado de la confesión las personas mayores, porque no se siente animadas por nosotros.
Seguía diciendo el Bautista a la gente que se le acercaba: –Dad el fruto que pide la conversión. Y no os hagáis ilusiones, pensando: “Abrahán es nuestro Padre”
Las vocaciones, el fruto que dice el Señor que nos ha destinado, no se consigue de la noche a la mañana: lo nuestro no es esperar al maná extraordinario, llovido del Cielo, sino que nos santificamos con el trabajo apostólico ordinario.
Si queremos vocaciones, conversiones:
Es necesaria una conversión de la sociedad y de las personas, empezando por nosotros: es necesaria una conversión para recuperar la esperanza.
Pues aquí estamos nosotros. En la carta Ecclesia in Europa, dice la entradilla:
SOBRE JESUCRISTO VIVO EN SU IGLESIA Y FUENTE DE ESPERANZA PARA EUROPA
Juan Pablo II hablaba mucho esperanza, igual que el Papa Benedicto.
No pueden desanimarnos las dificultades: son un reto. Como para un montañero una cumbre.
Que sería de Teresa de Jesús sin su época, de San Josemaría sin las dificultades que tuvo. Eso desde Abrahán: –tendrás un hijo: Sara se rió.
La esperanza es la virtud que más necesita este continente viejo y cansado.
El cambio de ritmo en la labor apostólica nos puede parecer imposible. Y lo es para personas pesimistas...
Pero para eso está el Señor en el sagrario, para llenarnos de optimismo. Dios lo puede todo, puede quizá que tengamos que rezar más.
La situación actual puede llevarnos a la desesperanza: no podemos nada. Por eso hemos de reaccionar con fe en el Señor, no en nuestras fuerzas.
Aunque seamos poca cosa - san Josemaría se veía como un borrico- somos de Cristo, mejor dicho somos el mismo Cristo. Por eso debemos portarnos como él.
Una de las tentaciones permanentes y a veces más sutiles en la vida espiritual es la de basarla en nuestros propios esfuerzos y no en la misericordia de Dios, que es gratuita.
Te damos gracias Dios nuestro, porque nosotros somos mejores que los demás, somos el paladín de la ortodoxia, hacemos oración dos veces al día, no tomamos azúcar en el café...:
Así no puede ser nuestra oración.
Porque nuestra fuerza es la misericordia de Dios. No buscamos vocaciones para nuestra honra corporativa, sino que...
Deo omnis gloria, para Dios toda la gloria.
Aunque no somos mejores que los demás el Señor ha querido que en este Milenio que comienza nosotros, junto con otros cristianos, actuemos de médicos.
Si queremos conversiones, confesiones:
Hemos de contar con la gracia de Dios para la conversión nuestra y la de los demás
Más alegría hay por un pecador que se convierte que por 99 santos.
También le sucede a los médicos: no es lo mismo bajarle la fiebre a un griposo que sacar adelante a un infartado.
Medios humanos y medios sobrenaturales: pero eso no quiere decir que sean al 50%. La oración tiene que ser lo más abundante, porque eso es lo que convierte a las almas.
Porque los grandes evangelizadores han sido los santos.
Y Junto a los medios sobrenaturales, los medios humanos.
Si queremos confesiones, conversaciones:
esa es la base humana de la labor de apostolado, y es lo que hicieron los primeros cristianos.
Napoleón, que como decíamos antes, era un genio militar pero ganaba las batallas con una guerra convencional.
Se topó en España con una guerra de desgaste, la guerra de guerrillas.
Con un país que se levanta no se puede. El heroísmo de un pueblo inventó la guerra de guerrillas.
Esto contrasta con la decadencia de Roma: unos ciudadanos aburguesados que contrataban a otros para que luchasen.
Pues podíamos decir: ahora es el momento del apostolado personal, por la corporación en Occidente no surgen las vocaciones.
La guerra convencional de los ejércitos ha cambiado. Ahora 3 personas con varios cortaúñas ponen en jaque a la mayor potencia en el mismísimo Pentágono.
Un experto del CESID nos hablaba de la nueva guerra de redes compuesta por células que son autónomas.
En el terreno del apostolado, parece que el Señor quiere que haya un mínimo de estructura y mucha espontaneidad personal.
Por eso el espíritu de los primeros cristianos es muy adecuado para nuestro tiempo. Porque hay que vivir bien las cosas, porque sino la estructura acaba ahogando la iniciativa personal.
Esto es guerra de guerrilla.
El peligro es el excesivo peso de las cosas que conlleva la organización. Peligro que existe en este continente donde la Iglesia lleva tantos siglos, y hay tantas estructuras consolidadas.
Y entonces –podríamos preguntarnos– ¿quién habla de Dios? Porque parece que no da tiempo. Entonces esto se parecería a la leyenda del parto de los montes: una Gran Montaña que parió a un pequeño ratón.
No nos engañemos, los árboles crecen por las raíces, los hombres por los amigos. Los que tienen discípulos pero no amigos difícilmente podrán contar con una base humana sólida para el apostolado.
Sin la base humana no puede darse lo sobrenatural. Y un hombre sin amigos es un hombre pobre, por muy alto que haya llegado.
A veces pasa que decimos mis amigos. Y lo que son es sólo simples conocidos o conocidas.
Si nos fijamos, el Señor hizo la Iglesia con amigos de verdad: eligió a sus amigos. Igual nos toca a nosotros: porque los amigos se eligen.
Pero hay que tener paciencia. Después de tres años de trato pocos apóstoles fueron fieles en el momento duro de la Cruz. A pesar de haber sido formados directamente por nuestro Señor.
Aquellos hombres aunque eran amigos del Señor todavía no estaban preparados. Más tarde darían la vida por Jesucristo.
En la cruz sólo fue fiel un apóstol que se fue allí con María. Y además estaban las amigas de la Virgen.
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