¿En nuestra lucha por ser santos estamos solos? Puede ser que para determinados asuntos, en algunos momentos no contemos con nadie: la vida es rica en circunstancias.
Pero no sería verdad que estamos solos. La fe nos enseña que estamos unidos, que hay personas, quizá sin conocerlas nosotros, que nos están ayudando.
Se nos dice de los primeros cristianos que «Perseveraban asiduamente en la doctrina de los Apóstoles y en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones» (Hch 2, 42).
Perseveraban en la común unión, en la comunión. Igual que nosotros. La certeza de sentirse ayudados por otras personas la han experimentado los cristianos de todas las épocas.
Y la comunión, desde el principio, se manifestaba en la oración y en la fracción del pan: en la Eucaristía.
–Señor que ahora mismo ayude al que más lo necesite. Señor, te pido por los estén pasándolo mal, que sientan mi apoyo.
Es imposible que estemos solos, aunque poca gente conozca muestra lucha en esta tierra, en realidad hay un enjambre de espectadores que nos contemplan, que nos animan.
Se podría decir que deberíamos salir cada mañana al terreno de juego con la sensación de que jugamos en casa: la mayoría del público está a favor.
Ahora mismo hay gente en el cielo, que está intercediendo por cada uno de los que estamos aquí. Hay almas en el purgatorio que también rezan por nosotros y esperan nuestro apoyo. Y, finalmente, hay mucha gente en la tierra que pide por nosotros, quizá sin conocernos: sabemos que esto es un dogma.
No puede haber error en esto, no es fruto de nuestra imaginación. Es real que se da una comunicación entre las personas, y entre los bienes: comunión entre las cosas santas y entre las personas santas.
Por eso nos sentimos fuertes. Y, a la vez, con esa fortaleza que no es nuestra, podemos ayudar a otros: podemos ayudar mucho a la fidelidad de nuestros hermanos, aunque no los veamos, por medio de la comunión de los santos.
–Señor que yo sea instrumento de unidad, de cohesión.
Decir comunión de los santos es lo mismo que decir Iglesia, que es la unión de todos los llamados por Cristo.
El Señor nos ha llamado, pero no aisladamente: estamos aquí porque tenemos la misma vocación: el Señor nos ha convocado.
Precisamente la palabra "Iglesia" ["ekklèsia", del griego "ek-kalein" - "llamar fuera"] significa "convocación".
Es el término frecuentemente utilizado en el texto griego del Antiguo Testamento para designar la asamblea del pueblo elegido en la presencia de Dios. Todos en la Iglesia estamos convocados.
Ya los primeros cristianos se reconocen herederos de aquella asamblea. En ella, Dios "convoca" a su Pueblo desde todos los confines de la tierra.
Después de haber confesado "la Santa Iglesia católica", el Símbolo de los Apóstoles añade "la comunión de los santos".
Este artículo es, en cierto modo, una explicitación del anterior: "¿Qué es la Iglesia, sino la asamblea de todos los santos?" (Nicetas, symb. 10).
"Como todos los creyentes forman un solo cuerpo, el bien de los unos se comunica a los otros... Es, pues, necesario creer que existe una comunión de bienes en la Iglesia”. (Santo Tomás, symb.10).
Todos los cristianos de todos los tiempos estamos comunicados. Sucede que con nuestras oraciones, con nuestras obras, estamos ayudando ya al santo más grande que nacerá en el siglo XXI.
Como todos los cristianos formamos un solo cuerpo, el bien de los unos se comunica a otros. Y ante todo se nos comunica las cosas buenas de nuestro Señor, que es la Cabeza de este Cuerpo misterioso. Existe un flujo, una corriente, un ir y venir de gracias.
En especial es la sangre de nuestro Señor la que fluye, y que nos llega por los Sacramentos. Dice Santo Tomás: «el bien de Cristo es comunicado a todos los miembros y esta comunicación se hace por los sacramentos de la Iglesia».
Cuando se celebra el principal de los Sacramentos, la Eucaristía, se realiza más perfectamente esta comunión. Dice el Catecismo Romano que «El nombre de comunión puede aplicarse a cada uno de [los Sacramentos] porque cada uno de ellos nos une a Dios... Pero este nombre es más propio de la Eucaristía que de cualquier otro, porque ella es la que lleva esta comunión a su culminación” (Catech. R. 1, 10, 24)».
Unidos por la misma vocación nos van llegando continuamente las cosas buenas de nuestros hermanos.
—Señor, que formemos todos un solo corazón y una sola alma (Act 4,32).
"Cuando por necesidad se está aislado, se nota perfectamente la ayuda de los hermanos. Al considerar que ahora todo he de soportarlo «solo», muchas veces pienso que, si no fuese por esa «compañía que nos hacemos desde lejos» –¡la bendita Comunión de los Santos!–, no podría conservar este optimismo, que me llena" (Surco n. 56).
San Josemaría identifica esa «compañía que nos hacemos desde lejos» con la Comunión de los Santos, que nos hace conservar el optimismo.
–Señor, le decimos ahora, que nosotros sintamos siempre esta compañía.
En el n. 472. de Surco San Josemaría también describe una anécdota:
Comunión de los Santos: bien la experimentó aquel joven ingeniero cuando afirmaba: "Padre, tal día, a tal hora, estaba usted pidiendo por mí".
Esta es y será la primera ayuda fundamental que hemos de prestar a las almas: la oración.
Como se ve este punto de Surco tiene su historia, según nos cuenta Salvador Bernal en su libro sobre D. Álvaro del Portillo:
Un día de aquel año, en la recién instalada Residencia de Jenner -por tanto, no antes de la segunda quincena de julio-, el Señor hizo saber a don Josemaría Escrivá que un hijo suyo atravesaba una situación humana difícil: externa, no interior. Aunque se encontraba con los demás en una tertulia familiar, se interrumpió para pedir que rezaran con mucha fuerza una oración mariana -el Acordaos, de San Bernardo- por aquel que en aquellos momentos lo necesitaba de modo especial.
Desde entonces el Acordaos es una oración que dirigimos a nuestra Madre por los más necesitados: en una manifestación mariana de la Comunión de los Santos.
Y terminamos:
–Acordáos, oh piadosísima Virgen María, que jamás se ha oído decir —lo decimos a modo de chantaje— que ninguno de los que han acudido a Ti hayan sido abandonados.
Pero no sería verdad que estamos solos. La fe nos enseña que estamos unidos, que hay personas, quizá sin conocerlas nosotros, que nos están ayudando.
Se nos dice de los primeros cristianos que «Perseveraban asiduamente en la doctrina de los Apóstoles y en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones» (Hch 2, 42).
Perseveraban en la común unión, en la comunión. Igual que nosotros. La certeza de sentirse ayudados por otras personas la han experimentado los cristianos de todas las épocas.
Y la comunión, desde el principio, se manifestaba en la oración y en la fracción del pan: en la Eucaristía.
–Señor que ahora mismo ayude al que más lo necesite. Señor, te pido por los estén pasándolo mal, que sientan mi apoyo.
Es imposible que estemos solos, aunque poca gente conozca muestra lucha en esta tierra, en realidad hay un enjambre de espectadores que nos contemplan, que nos animan.
Se podría decir que deberíamos salir cada mañana al terreno de juego con la sensación de que jugamos en casa: la mayoría del público está a favor.
Ahora mismo hay gente en el cielo, que está intercediendo por cada uno de los que estamos aquí. Hay almas en el purgatorio que también rezan por nosotros y esperan nuestro apoyo. Y, finalmente, hay mucha gente en la tierra que pide por nosotros, quizá sin conocernos: sabemos que esto es un dogma.
No puede haber error en esto, no es fruto de nuestra imaginación. Es real que se da una comunicación entre las personas, y entre los bienes: comunión entre las cosas santas y entre las personas santas.
Por eso nos sentimos fuertes. Y, a la vez, con esa fortaleza que no es nuestra, podemos ayudar a otros: podemos ayudar mucho a la fidelidad de nuestros hermanos, aunque no los veamos, por medio de la comunión de los santos.
–Señor que yo sea instrumento de unidad, de cohesión.
Decir comunión de los santos es lo mismo que decir Iglesia, que es la unión de todos los llamados por Cristo.
El Señor nos ha llamado, pero no aisladamente: estamos aquí porque tenemos la misma vocación: el Señor nos ha convocado.
Precisamente la palabra "Iglesia" ["ekklèsia", del griego "ek-kalein" - "llamar fuera"] significa "convocación".
Es el término frecuentemente utilizado en el texto griego del Antiguo Testamento para designar la asamblea del pueblo elegido en la presencia de Dios. Todos en la Iglesia estamos convocados.
Ya los primeros cristianos se reconocen herederos de aquella asamblea. En ella, Dios "convoca" a su Pueblo desde todos los confines de la tierra.
Después de haber confesado "la Santa Iglesia católica", el Símbolo de los Apóstoles añade "la comunión de los santos".
Este artículo es, en cierto modo, una explicitación del anterior: "¿Qué es la Iglesia, sino la asamblea de todos los santos?" (Nicetas, symb. 10).
"Como todos los creyentes forman un solo cuerpo, el bien de los unos se comunica a los otros... Es, pues, necesario creer que existe una comunión de bienes en la Iglesia”. (Santo Tomás, symb.10).
Todos los cristianos de todos los tiempos estamos comunicados. Sucede que con nuestras oraciones, con nuestras obras, estamos ayudando ya al santo más grande que nacerá en el siglo XXI.
Como todos los cristianos formamos un solo cuerpo, el bien de los unos se comunica a otros. Y ante todo se nos comunica las cosas buenas de nuestro Señor, que es la Cabeza de este Cuerpo misterioso. Existe un flujo, una corriente, un ir y venir de gracias.
En especial es la sangre de nuestro Señor la que fluye, y que nos llega por los Sacramentos. Dice Santo Tomás: «el bien de Cristo es comunicado a todos los miembros y esta comunicación se hace por los sacramentos de la Iglesia».
Cuando se celebra el principal de los Sacramentos, la Eucaristía, se realiza más perfectamente esta comunión. Dice el Catecismo Romano que «El nombre de comunión puede aplicarse a cada uno de [los Sacramentos] porque cada uno de ellos nos une a Dios... Pero este nombre es más propio de la Eucaristía que de cualquier otro, porque ella es la que lleva esta comunión a su culminación” (Catech. R. 1, 10, 24)».
Unidos por la misma vocación nos van llegando continuamente las cosas buenas de nuestros hermanos.
—Señor, que formemos todos un solo corazón y una sola alma (Act 4,32).
"Cuando por necesidad se está aislado, se nota perfectamente la ayuda de los hermanos. Al considerar que ahora todo he de soportarlo «solo», muchas veces pienso que, si no fuese por esa «compañía que nos hacemos desde lejos» –¡la bendita Comunión de los Santos!–, no podría conservar este optimismo, que me llena" (Surco n. 56).
San Josemaría identifica esa «compañía que nos hacemos desde lejos» con la Comunión de los Santos, que nos hace conservar el optimismo.
–Señor, le decimos ahora, que nosotros sintamos siempre esta compañía.
En el n. 472. de Surco San Josemaría también describe una anécdota:
Comunión de los Santos: bien la experimentó aquel joven ingeniero cuando afirmaba: "Padre, tal día, a tal hora, estaba usted pidiendo por mí".
Esta es y será la primera ayuda fundamental que hemos de prestar a las almas: la oración.
Como se ve este punto de Surco tiene su historia, según nos cuenta Salvador Bernal en su libro sobre D. Álvaro del Portillo:
Un día de aquel año, en la recién instalada Residencia de Jenner -por tanto, no antes de la segunda quincena de julio-, el Señor hizo saber a don Josemaría Escrivá que un hijo suyo atravesaba una situación humana difícil: externa, no interior. Aunque se encontraba con los demás en una tertulia familiar, se interrumpió para pedir que rezaran con mucha fuerza una oración mariana -el Acordaos, de San Bernardo- por aquel que en aquellos momentos lo necesitaba de modo especial.
Desde entonces el Acordaos es una oración que dirigimos a nuestra Madre por los más necesitados: en una manifestación mariana de la Comunión de los Santos.
Y terminamos:
–Acordáos, oh piadosísima Virgen María, que jamás se ha oído decir —lo decimos a modo de chantaje— que ninguno de los que han acudido a Ti hayan sido abandonados.
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