El milagro de la Transfiguración llena de felicidad a los tres Apóstoles, que acompañaron a Jesús. Tanto, que hace exclamar a San Pedro: Señor, ¡qué bien se está aquí! (Mt 17, 4). También en nuestra vida hay temporadas de este tipo: son los «momentos tabor».
Los mismos que estuvieron en el monte de la transfiguración estarán con el Señor cuando su rostro estuvo en el huerto de los Olivos, pero esta vez el rostro del Señor se veía «transfigurado por el dolor».
En nuestra vida se darán igualmente esos momentos, en los que acompañamos al Señor en su Pasión, y le consolamos con nuestra amistad.
Más tarde los Apóstoles aprenderían la lección: lo importante es acompañar siempre al Señor. Y lo difícil es hacerlo cuando hay dificultades.
Por eso, para que no nos vengamos abajo en los momentos duros, a veces nuestro Dios nos regala situaciones dulces.
Cuando estamos con Él, somos felices, tanto si nos encontramos en medio de los mayores consuelos del mundo, como si estamos en la cama de un hospital entre grandes dolores.
Un ejemplo de esto lo encontramos en la enfermedad que pasó la primera mujer de la Obra, María Ignacia García Escobar antes de morir. Estaba enferma de tuberculosis y sufrió mucho.
De ella San Josemaría escribió cuatro meses antes de su muerte: Día de San Isidro — 15 V 1933: Ayer administré el Santísimo Viático a mi h. María García. Es vocación de expiación. Enferma de tuberculosis fue admitida en la O., con el beneplácito del Señor. Hermosa alma. (…) Ama la Voluntad de Dios esa hermana nuestra: ve en la enfermedad, larga, penosa y múltiple (no tiene nada sano) la bendición y las predilecciones de Jesús y, aunque afirma en su humildad que merece castigo, el terrible dolor que en todo su organismo siente, sobre todo por las adherencias del vientre, no es un castigo, es una misericordia (A. Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei, Tomo I, p. 440).
Estar con el Señor. Buscarle. Esa es la receta para todo: –Tú rostro buscaré, Señor, no me ocultes tu rostro (Sal 26).
Ese es el truco para convertir lo malo en bueno, el dolor en alegría. Algo que para muchos es imposible y absurdo.
Hay un mártir vietnamita que escribió una carta desde la prisión donde estaba. Cuenta con toda naturalidad, cómo se puede ser feliz en una situación desesperada. Te la leo:
«Esta cárcel es un verdadero infierno: a los crueles suplicios de toda clase, como son grillos, cadenas de hierro y ataduras, hay que añadir el odio, las venganzas, las calumnias (…), peleas (…) angustias y tristezas. »Pero Dios (…) está siempre conmigo y me libra de las tribulaciones y las convierte en dulzuras (…). »En medio de este tormento que aterrorizaría a cualquiera, por la gracia de Dios estoy lleno de gozo y alegría, porque no estoy solo, sino que Cristo está conmigo».
–Señor, contigo al fin del mundo, le podemos decir ahora.
Una vez, a una persona le preguntaron a dónde le gustaría ir en vacaciones. Respondió: –mira, lo importante no es dónde vayas, sino con quién vayas.
Si se va con el Señor, da igual dónde vayamos. Porque, aunque tengamos dificultades, somos felices siempre.
–Señor que podamos decir lo que te han dicho durante siglos: Si escalo el cielo, allí estás tú; si me acuesto en el abismo, allí te encuentro (Sal 139).
Darnos cuenta de que el Señor está aquí cerca ahora, a unos metros, nos llena de alegría, nos gusta.
Lo curioso es que, algo tan sencillo y eficaz como estar cerca del Señor, mucha gente no lo sabe. Y es una pena porque se lo están perdiendo.
Cuentan que en una ocasión, Cristóbal Colón fue invitado a un banquete. Se le había asignado, como era lógico, un puesto de honor.
Uno de los invitados le tenía mucha envidia por el temilla del descubrimiento de América. Por eso, en cuanto tuvo ocasión le dijo en voz alta: Si usted no hubiera descubierto América ¿acaso no habría otros hombres en España que lo hubieran hecho?
Colón, para contestar esa pregunta le propuso un juego ingenioso. Se levantó, tomo un huevo de gallina fresco e invitó a todos los presentes a que intentaran ponerlo de pie por uno de sus extremos.
A muchos les pareció absurdo. Casi todos lo intentaron y ninguno lo consiguió. Al final, se acercó el famoso descubridor, tomó el huevo, lo golpeó ligeramente contra la superficie de la mesa hasta que se hundió un poco la cáscara de uno de los extremos, y lo puso en posición vertical sin problemas.
El envidioso exclamó: claro, así cualquiera. Y Colón contestó: Sí, cualquiera. Pero “cualquiera” al que se le hubiera ocurrido hacerlo. Y terminó diciendo: Una vez que descubrí América, cualquiera puede ir, pero alguien tuvo antes que tener la idea. Y alguien tuvo después que decidirse a llevarla a la práctica.
Este hecho os lo cuento para hacer ver que existen soluciones sencillas y eficaces que alguien las ha pensado y las ha hecho con éxito. La oración es una de esas soluciones, algo que no es complicado y funciona.
Vamos con el Señor cuando lo tratamos como a un amigo. Por eso, para ir siempre con el Señor hay que hacer oración, hablar con Él.
Nos dice San Lucas que subió el Señor con los Apóstoles al Tabor «para orar» (Lc 9, 28). Y en el huerto los Apóstoles tendría que haber estado orando, pero se durmieron, y por eso no fueron capaces después de acompañar a Jesús en el otro monte, el del Calvario.
Nosotros empezamos a ser amigos de Dios cuando comenzamos a tener un tiempo en nuestro día para Él.
Llegará un momento en que seamos inseparables, y las cosas duras dejaran de serlo si vamos con Él. Y al revés, le diremos: –qué me importa Granada si me faltas Tú.
Así vivió María, buscando en todo estar cerca de Jesús. Y se entretendría, recogida en oración, imaginándoselo. Eso es lo que más alegría le da.
I. Fornés
Los mismos que estuvieron en el monte de la transfiguración estarán con el Señor cuando su rostro estuvo en el huerto de los Olivos, pero esta vez el rostro del Señor se veía «transfigurado por el dolor».
En nuestra vida se darán igualmente esos momentos, en los que acompañamos al Señor en su Pasión, y le consolamos con nuestra amistad.
Más tarde los Apóstoles aprenderían la lección: lo importante es acompañar siempre al Señor. Y lo difícil es hacerlo cuando hay dificultades.
Por eso, para que no nos vengamos abajo en los momentos duros, a veces nuestro Dios nos regala situaciones dulces.
Cuando estamos con Él, somos felices, tanto si nos encontramos en medio de los mayores consuelos del mundo, como si estamos en la cama de un hospital entre grandes dolores.
Un ejemplo de esto lo encontramos en la enfermedad que pasó la primera mujer de la Obra, María Ignacia García Escobar antes de morir. Estaba enferma de tuberculosis y sufrió mucho.
De ella San Josemaría escribió cuatro meses antes de su muerte: Día de San Isidro — 15 V 1933: Ayer administré el Santísimo Viático a mi h. María García. Es vocación de expiación. Enferma de tuberculosis fue admitida en la O., con el beneplácito del Señor. Hermosa alma. (…) Ama la Voluntad de Dios esa hermana nuestra: ve en la enfermedad, larga, penosa y múltiple (no tiene nada sano) la bendición y las predilecciones de Jesús y, aunque afirma en su humildad que merece castigo, el terrible dolor que en todo su organismo siente, sobre todo por las adherencias del vientre, no es un castigo, es una misericordia (A. Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei, Tomo I, p. 440).
Estar con el Señor. Buscarle. Esa es la receta para todo: –Tú rostro buscaré, Señor, no me ocultes tu rostro (Sal 26).
Ese es el truco para convertir lo malo en bueno, el dolor en alegría. Algo que para muchos es imposible y absurdo.
Hay un mártir vietnamita que escribió una carta desde la prisión donde estaba. Cuenta con toda naturalidad, cómo se puede ser feliz en una situación desesperada. Te la leo:
«Esta cárcel es un verdadero infierno: a los crueles suplicios de toda clase, como son grillos, cadenas de hierro y ataduras, hay que añadir el odio, las venganzas, las calumnias (…), peleas (…) angustias y tristezas. »Pero Dios (…) está siempre conmigo y me libra de las tribulaciones y las convierte en dulzuras (…). »En medio de este tormento que aterrorizaría a cualquiera, por la gracia de Dios estoy lleno de gozo y alegría, porque no estoy solo, sino que Cristo está conmigo».
–Señor, contigo al fin del mundo, le podemos decir ahora.
Una vez, a una persona le preguntaron a dónde le gustaría ir en vacaciones. Respondió: –mira, lo importante no es dónde vayas, sino con quién vayas.
Si se va con el Señor, da igual dónde vayamos. Porque, aunque tengamos dificultades, somos felices siempre.
–Señor que podamos decir lo que te han dicho durante siglos: Si escalo el cielo, allí estás tú; si me acuesto en el abismo, allí te encuentro (Sal 139).
Darnos cuenta de que el Señor está aquí cerca ahora, a unos metros, nos llena de alegría, nos gusta.
Lo curioso es que, algo tan sencillo y eficaz como estar cerca del Señor, mucha gente no lo sabe. Y es una pena porque se lo están perdiendo.
Cuentan que en una ocasión, Cristóbal Colón fue invitado a un banquete. Se le había asignado, como era lógico, un puesto de honor.
Uno de los invitados le tenía mucha envidia por el temilla del descubrimiento de América. Por eso, en cuanto tuvo ocasión le dijo en voz alta: Si usted no hubiera descubierto América ¿acaso no habría otros hombres en España que lo hubieran hecho?
Colón, para contestar esa pregunta le propuso un juego ingenioso. Se levantó, tomo un huevo de gallina fresco e invitó a todos los presentes a que intentaran ponerlo de pie por uno de sus extremos.
A muchos les pareció absurdo. Casi todos lo intentaron y ninguno lo consiguió. Al final, se acercó el famoso descubridor, tomó el huevo, lo golpeó ligeramente contra la superficie de la mesa hasta que se hundió un poco la cáscara de uno de los extremos, y lo puso en posición vertical sin problemas.
El envidioso exclamó: claro, así cualquiera. Y Colón contestó: Sí, cualquiera. Pero “cualquiera” al que se le hubiera ocurrido hacerlo. Y terminó diciendo: Una vez que descubrí América, cualquiera puede ir, pero alguien tuvo antes que tener la idea. Y alguien tuvo después que decidirse a llevarla a la práctica.
Este hecho os lo cuento para hacer ver que existen soluciones sencillas y eficaces que alguien las ha pensado y las ha hecho con éxito. La oración es una de esas soluciones, algo que no es complicado y funciona.
Vamos con el Señor cuando lo tratamos como a un amigo. Por eso, para ir siempre con el Señor hay que hacer oración, hablar con Él.
Nos dice San Lucas que subió el Señor con los Apóstoles al Tabor «para orar» (Lc 9, 28). Y en el huerto los Apóstoles tendría que haber estado orando, pero se durmieron, y por eso no fueron capaces después de acompañar a Jesús en el otro monte, el del Calvario.
Nosotros empezamos a ser amigos de Dios cuando comenzamos a tener un tiempo en nuestro día para Él.
Llegará un momento en que seamos inseparables, y las cosas duras dejaran de serlo si vamos con Él. Y al revés, le diremos: –qué me importa Granada si me faltas Tú.
Así vivió María, buscando en todo estar cerca de Jesús. Y se entretendría, recogida en oración, imaginándoselo. Eso es lo que más alegría le da.
I. Fornés
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