domingo, 2 de noviembre de 2008

NUESTROS PARIENTES RICOS

En estos tiempos que corren, y con la crisis que nos afecta a todos, es muy agradable tener parientes ricos generosos, de esos que te pueden echar una mano.

Con una sola llamada de teléfono, si la petición entra bien, se pueden resolver los problemas durante un tiempo o, incluso, definitivamente.

Esta semana celebrabamos una gran fiesta en la Iglesia. «Alegrémonos en el Señor al celebrar este día de fiesta en honor de todos los Santos» (Antífona de entrada).

Sí, alegrémonos porque tenemos unos parientes ricos en el Cielo a los que podemos acudir para pedirles ayuda.

Son «una muchedumbre inmensa que nadie puede contar, de toda nación, raza, pueblos y lenguas» (Ap 7,2-4.9-14: Primera lectura de la Misa).

En cierto modo, podemos decir que es una de las fiestas más bonitas del año. Multitudes y multitudes de personas, todas cumpliendo la voluntad de Dios, sin pensárselo dos veces.

No son conocidos de nadie, pero sí del Señor: oficinistas, catedráticos, albañiles, comerciantes, limpiadores del ayuntamiento, secretarias, futbolistas, amas de casa, etc.

Todos son imagen del servicio a Dios y del trabajo escondido. Se dejaron llevar por Él. Tuvieron que luchar como nosotros por hacer las cosas bien.

Y no son personas ajenas a nosotros. Pertenecen a la misma familia que es la Iglesia. Todos somos hijos de un mismo Padre (cfr. Jn 3,1-3: Segunda lectura).

Los Santos son parte de la Iglesia triunfante. Están ya en la presencia del Señor, es el grupo que está en su presencia (cfr. Sal 23: Salmo responsorial).

Nosotros somos pobres en comparación con ellos, por eso les pedimos cosas. Ellos están llenos de méritos delante de Dios. Por eso están en el Cielo.

Y pueden aliviar nuestras penas (Cfr. Mt 11,28: Aleluya de la Misa). «En ellos encontramos ejemplo y ayuda para nuestra debilidad» (Prefacio de la Misa).

El otro día fui a casa de un enfermo para llevarle la comunión. Me acompañaba un chico de la residencia que reza, hace oración. Íbamos rezando el rosario. Me acompañó hasta el final.

Atendí al enfermo y, al volver, este chico estaba un poco impresionado de haber ido por la calle con Jesús Sacramentado. En un momento me dijo:
–Ha sido algo increíble. ¿Sabe lo que me salía por dentro? pues, pedir por la gente con la que nos cruzábamos. Eso no me ha pasado a mí en la vida.

Los que están en el Cielo están siempre con Dios y rezan por nosotros para que lleguemos a la meta. Por eso, es muy bueno que pidamos ahora:

–Señor, por la intercesión de los santos, ¡sálvanos!

Dios les tiene mucho cariño por todas las cosas buenas que han hecho, y por todo el dolor que han sufrido por amor a El.

Son los amigos más íntimos de Dios. Muchos se han pasado toda la vida tratando de alegrarle. Otros han muerto de manera dolorosa.

Por eso, están en una posición muy buena para pedir con eficacia al Señor. Y nos consiguen las gracias que necesitamos.
Nos prestan ayuda, no solo por el ejemplo que nos dan con sus vidas. También porque sus oraciones tienen más valor que las nuestras. Son más fuertes ante Dios.

El Señor ha querido, incluso, que algunos nos lo dijeran claramente antes de irse al Cielo, como Santo Domingo: –No lloréis, os seré más útil después de mi muerte y os ayudaré más eficazmente que durante mi vida.

O Teresa de Lisieux: –Pasaré mi cielo haciendo el bien sobre la tierra (CEC, n. 956). También San Josemaría repetía al final de su vida: –Desde el Cielo os ayudaré más.

–Señor ya que has querido que exista una fiesta para celebrar los méritos de todos los Santos, concédenos por su intercesión tu misericordia y tu perdón (cfr. Oración colecta).

Aunque nosotros no les vemos, ellos sí nos ven. Ven lo que estamos haciendo y se interesan por nuestras cosas. En la Epístola a los Hebreos se les compara a los espectadores que asisten a una carrera.

En un mes desagradable por el tiempo frío y húmedo, los santos están felices en el Cielo, abrigados y sin las luchas terrenas que tú y yo tenemos.

Nos miran desde arriba y nos ven caminar entre el barro y la oscuridad, y también caer de vez en cuando en alguna zanja. Nos comprenden porque también ellos han pasado por lo mismo. Entienden nuestras luchas.

Por eso, si alguna vez te encuentras desanimado en la lucha por los fracasos o meteduras de pata, o, incluso por el clima, piensa en todos los Santos como si se asomaran a los balcones, para gritar:

–¡Venga, corre, no te pares! ¡Lucha y llegarás! ¡Vale la pena!

–Intenta sacar sentido sobrenatural a todo. Cuando reces o trabajes, hacedlo bien. Convierte tu vida, cada momento, en un diálogo con el Señor.

Si les pedimos ayuda, sentiremos en la lucha interior y en el trabajo la alegría y la fuerza de no estar solos (cfr. Camino, n. 545)

La más rica en meritos y la que más nos ayuda es la Santísima Virgen. Es la Madre de todos los Santos y de todos nosotros.

Nuestra Madre celebra por todo lo alto esta fiesta. A la vez no nos quita ojo para ayudarnos y animarnos en nuestro camino hacia el Cielo.

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