domingo, 30 de noviembre de 2008

AMOR DE DIOS


Dentro de pocas semanas volveremos a celebrar la primera manifestación del amor de Dios a los hombres.

Dios hecho hombre, Dios encarnado en una naturaleza humana, en un recién nacido.

Es la gran novedad de la fe cristiana: Un Dios que resulta cercanísimo, que se hace uno de nosotros.

Yo creo que, si nos preguntaran por una persona de nuestro tiempo que se ha distinguido por su amor a los demás, casi todos estaríamos de acuerdo en señalar a la Madre Teresa de Calcuta.

La explicación es sencilla: se entiende muy bien que es una gran muestra de amor hacerse pobre con los pobres, enfermo con los enfermos.

Consuela mucha que cuando estamos necesitados de algo, encontremos a una persona que nos comprenda.

Pues Dios hace eso con nosotros: se ha hecho hombre con los hombres para salvar a todos los hombres.

Más: se ha hecho pecador con los pecadores, para salvarnos a los pecadores.

Y lo hizo gratis: ésta es la garantía de calidad de su amor.

Dios no tenía porqué hacer lo que hizo. No tenía porqué padecer frío en la noche de Belén,

ni sufrir tanto en la Cruz, ni ser objeto de burlas, de insultos...

Experimentó la indiferencia del corazón humano desde su Nacimiento.

Ni siquiera tuvo lugar donde nacer que podría esperar cualquier persona.

Y todo eso, y mucho más, por ti y por mí.

Siempre se ha dicho que el amor es atrevido, que hace locuras y lleva a término acciones que escapan a la razón.

Por eso, muchas veces, los pequeños humanitos que poblamos la tierra no terminamos de entender al Señor.

Precisamente porque es Amor.

Al leer la historia Sagrada, la historia de la Salvación, parece como si Dios no supiera vivir sin el hombre.

Esta lógica divina es incomprensible a los ojos humanos.

–¿Por qué, Señor, nos quieres tanto?

Pues no tiene explicación. Pero es que, en las cosas del amor, lo menos apropiado es preguntar por qué.

Ocurre más o menos algo parecido con los equipos de fútbol:

–¿Tú por qué eres del Madrid?

–Porque en mi familia todos son del Madrid y por seguir la tradición.


–¿Y tú, por qué eres del Barça?

–Porque en mi familia son todos del Madrid y para llevar la contraria.

Y luego resulta que un jugador que es el ídolo, se cambia de equipo y pasa a ser lo peor de lo peor.

Realmente no tiene ninguna lógica.

Dios se ha enamorado de sus criaturas.

No somos capaces de darnos cuenta de lo que esto supone.

-Señor, que me dé cuenta un poquito de cómo me quieres.

Y que ese poquito me sirva para corresponder con más generosidad.

Él no se cansa de amarnos, entre otras cosas, porque nunca da marcha atrás.

Los dones de Dios son irrevocables (Rom 11,29).

Dios nos ama con un corazón apasionado. Y con un corazón que perdona y olvida las ofensas.

Por eso, reestableció los lazos entre la tierra y el Cielo, para que los hombres volviéramos a Él.

Así rezamos en la Plegaria Eucarística IV:

Y cuando por desobediencia perdió tu amistad no lo abandonaste al poder de la muerte,
sino que compadecido, tendiste la mano a todos para que te encuentre el que te busca.

Nosotros tuvimos la culpa de todo, pero parece que a Dios eso le da igual.

Si Tú, Señor, llevas la cuenta de nuestros delitos, quien podrá resistir. (Salmo nº 130,3)

Es que el Amor puede con todo, lo aguanta todo.

Yo querría que, en este rato de oración disfrutemos del Amor de Dios por cada uno de nosotros.
Y volvamos a descubrir que es un Amor incondicional.

Podría sucedernos que olvidáramos a Dios, no un momento del día, sino muchos días de nuestra vida.

Podría suceder que rechazáramos la gracia de Dios y le diéramos totalmente la espalda..., cosa que nunca deseamos.

Y pedimos ahora al Señor que no nos suceda eso a ninguno de los que estamos aquí.

Pues aún así, podríamos estar seguros de que Dios no frunciría el cejo de su mirada.

Esto es un misterio porque a Dios sí le duelen nuestras ofensas, nuestros desplantes, nuestra falta de generosidad.

Tiene un Corazón infinitamente grande, Dios es Amor y todo lo que suene a desamor le duele.

Pero es que por encima de todos nuestros errores está su amor incondicional.

Mis delicias son estar con los hijos de los hombres.

Y por eso, superando toda lógica se hace hombre.

-Tú, Señor, que no necesitas de nadie, te lo pasas en grande con nosotros.

Dios es Amor infinito.

Cuando San Pablo, en su epístola a los Corintios, compone el Himno a la caridad, lo hace movido por el Espíritu Santo.

Y no hace más que describir cómo nos quiere Dios a cada uno de nosotros.

La caridad es paciente, la caridad soporta todo, no se irrita, no se inquieta...

Todo lo aguanta, todo lo espera...

De lo contrario, ¿cómo íbamos a volver a la casa del Padre después de cometer una ofensa contra Él?

El corazón de Padre puede más que todos los pecados juntos.

Podemos rezar con el salmista:

El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres (Salmo 125).

Dios siempre se vuelca con nosotros de una manera desmedida.

Y saber esto nos colma de gozo y de paz. A la vez que de cierta vergüenza por lo poco que hacemos.

Y un aldabonazo en el alma para que reaccionemos a ese amor.

El Amor apasionado es la base de la virtud sobrenatural de la Caridad.

Y así es el amor de Dios: un Amor apasionado por cada uno de nosotros.

Ante este derroche de amor divino, ¿qué podemos hacer para corresponder mejor cada día?

Si Dios nos ama apasionadamente ¿cómo no vamos a quererle nosotros con pasión?

La caridad sin pasión amorosa, ni es efectiva ni activa. Sencillamente no es posible para los hombres.

Los Ángeles sí que aman así, espiritualmente, pero los hombres necesitamos la pasión.

Por eso Dios nos ha llamado cerca de Sí: porque nos ha concedido un gran capacidad para querer.

Quizá vivimos con el corazón encogido, con cierto miedo a poner el corazón en Dios y en las cosas de Dios.

Con temor a que el corazón se apasione y se desboque con Nuestro Señor.

Pues te voy a dar un consejo: no lo frenes. Ama a Cristo sin miedo.

-Señor, que perdamos el miedo a decirte que te amamos, que nos vamos contigo al fin del mundo.

Dejemos que el corazón se desmelene con el Señor y dirijamos actos de amor que nos pondrían rojos si los dijéramos en voz alta.

Esos son los mejores.

¿Si no, cómo vamos a corresponder al amor apasionado de Dios?

Sin miedos ni temores. Con un corazón bien enamorado.

Bien sabemos que amar así a Dios se traduce en amar así al prójimo.

Nos entregamos a Dios por medio de un amor apasionado al mundo y al prójimo.

Por eso entre los hombres, no es posible la caridad que no sea cariño.

Así debe ser nuestro amor a Dios: a través del cariño a los demás. Es a ellos a quienes podemos demostrar cuánto queremos a Dios.

Los santos tienen en común que han sido enamorados de Dios.

Y sin ninguna incompatibilidad, personas volcadas en su amor al prójimo.

Acudamos a Nuestra Señora, la Madre del Amor Hermoso, para que nos enseñe a poner el corazón en Dios, y por Él, en los demás.

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