sábado, 5 de abril de 2008

VIDA OCULTA DE JESUCRISTO

Vida oculta de nuestro Señor: treinta años en el hogar de Nazaret, resumidos en el Evangelio con una sencilla frase:

Y bajó con ellos, y vino a Nazaret, y les estaba sujeto. Y su madre guardaba todas estas cosas en su corazón. Y Jesús crecía en sabiduría, en edad y en gracia delante de Dios y de los hombres. (Lc 2, 51-52).

Y se acabó. Con este sencillo párrafo resume el Espíritu Santo una años que están llenos de luz para nosotros.

Envía tu luz, Señor, para que veamos tu ejemplo en estos años escondidos de Nazaret.

Las gentes le conocían como «faber» (el carpintero), «fabri filius» (el hijo del carpintero).

Santifica el trabajo y la vida de familia. Éste es el ejemplo maravilloso que nosotros tenemos que seguir.

Con la imaginación entramos en el taller de José, que luego sería de Jesús, y en el hogar de Nazaret. Entramos sin miedo porque a esa familia pertencemos.

Y entramos para aprender, de Jesús, María y José, a santificarnos en las tareas diarias.

Vemos en Nazaret un trabajo bien realizado. Acabado hasta el final, sin lugar para la chapuza. Vemos una carpintería ordenada y limpia.

Seguramente la Virgen se ocuparía de darle un buen repaso después de la jornada de trabajo.

Vemos cada herramienta en su sitio, sin una mota de polvo o de serrín.

Vemos un ambiente de trabajo empapado de servicio: buscando siempre el bien de los demás y no la propia afirmación. Aunque había motivos para presumir de la perfección del trabajo.

Vemos, también, una familia unida, en la que cada uno está pendiente de los demás. Amor y ayuda. Espíritu de servicio.

En Nazaret no hay salidas de tonos o espacios para el propio desarrollo como persona. No hay walck–man con cascos donde sólo pueda escuchar la música un individuo y nadie más...

No lo había porque no existía, pero tampoco había la actitud individualista que aparece detrás de los walck–man.

La escuela de Nazaret es la escuela de las cosas pequeñas. Por eso se entiende muy bien que, años después dijera el Señor:

«Quien es fiel en lo poco también es fiel en lo mucho; y quien es injusto en lo poco también es injusto en lo mucho» (Lc 16, 10).

Señor, queremos tener en mucho lo pequeño. Pero no quedarnos enganchados en pequeñeces.

Estamos continuamente viendo personas empequeñecidas. Que vuelan bajo, aves de corral: personas que no levantan la vista, la tienen pegada a la tierra.

En la mili se utilizaba una palabra que reflejaba muy bien esa actitud: arrastrao. Pernota arrastrao. Llevar una vida arrastrá.

Vemos gente empequeñecida, amilanada, cabizbaja: catetos que no piensan nada más que en su pequeña parcela.

Como aquel que le llevaron a ver las cataratas del Niágara y cuando le preguntaron qué le habían parecido, contestó: «No están mal... pero en mi pueblo hay un hombre que tiene un pavo real con una pata de palo»

Gente con animo encogido que no se atreven a cosas grandes, que se conforman con poco.

Cuando lo que nos pide el Señor es lo contrario: la paradoja del espíritu cristiano, que consiste en convertir en grande lo pequeño.

Para no dejar siempre mal a los militares, te leo una noticia reciente del ejército español que recoge la siguiente anécdota:

Corría 1937, en ple­na Guerra Civil. 200 guardias civiles sublevados estaban sitia­dos en el Santuario de la Virgen de la Cabeza, en Jaén, junto a 1.200 personas.

Aguantaron 256 días el asedio de los republicanos gracias a las palomas que les conectaban con el Gobierno Militar de Córdoba y suministraban información sobre cómo hacerles llegar alimentos.

La [paloma número] 46.415 fue herida de bala y cayó. Arras­trándose llegó a su destino, entre­gó el mensaje y murió.

La noticia es que
El avance de las tecnologías provoca el cierre del último palomar militar de España, después de siglo y medio de romántica historia.

Se ve que ya no tiene importancia algo tan pequeño como una paloma... porque tiene más importancia algo más pequeño todavía: un microchip.

Pero, en la vida, queda bastante claro que las cosas pequeñas tienen una importancia vital.

Convertir en grande lo pequeño: se podría decir que uno de los rasgos capitales del espíritu del Opus Dei es éste. Convertir lo de cada día en cosa trascendente.
Pero no por una especie de juego de magia artificial. Más bien por la importancia objetiva que tienen delante de Dios los detalles más pequeños.

Por la sencilla razón de que el amor dilata las pupilas, y Dios es amor.

No sé si será una imagen demasiado apropiada, pero podemos imaginarnos a Dios como un pupila totalmente dilatada.

No como un ojo escrutador, tipo la torre Mordor, que vigila constantemente a su alrededor.

Es una pupila atenta a cada detalle porque un alma enamorada está en lo pequeño.

Para muchas personas lo heroico es lo extraordinario, el contraste entre lo grande y lo pequeño.

Y no se dan cuenta de que ese heroísmo es sencillamente imposible si no somos capaces de dar importancia a lo menudo.

Si lo pequeño no se convierte en importante por amor, entonces se nos empequeñece el corazón. Tener un corazón magnánimo implica amor a lo pequeño:

Considerad que uno de los rasgos capitales del espíritu de nuestro Padre era precisamente ese maravilloso engarce, en un corazón tan grande, en un alma que voló tan alto, con el amor a lo pequeño (D. Alvaro, Cartas de familia (2), n. 41).

La unidad de vida consiste en llenar de grandeza –de amor a Dios y a las almas– todo lo pequeño que llena nuestra vida diaria: Hijos míos, no hay cosas de poca importancia, decía San Josemaría.

Quien persevera en poner esfuerzo de fidelidad en lo poco de cada día, sentirá que el Padre le empuja a tener el alma grande (D. Alvaro, Cartas de familia (2), n. 41).

Esfuerzo para que no se nos escape el amor a Dios y a las almas por las rendijas de la negligencia en algo que parece pequeño.

Para eso necesitamos tener una intensa vida de oración. Y notaremos cómo el Señor nos está hablando constantemente en mil pequeños detalles de cada día.

Y ¿cómo los vamos a despreciar si estás Tú detrás?

Le encontraremos en el trabajo: en el heroísmo de aprovechar los minutos, de hacer rendir el tiempo.

Le encontraremos en el trato con los demás: "sonreír siempre, pasando por alto –también con elegancia humana– las cosas que molestan, que fastidian".

Amar mucho a Dios en lo pequeño. La vida interior se edifica mediante la lucha perseverante en los pequeños propósitos diarios.

Así alcanzaremos la santidad que nos pide el Señor. Como José, como María, como Jesús en el hogar de Nazaret.

Te leía al principio de la meditación el resumen que hace el Evangelio de la vida oculta del Señor.

Y bajó con ellos, y vino a Nazaret, y les estaba sujeto. Y su madre guardaba todas estas cosas en su corazón. Y Jesús crecía en sabiduría, en edad y en gracia delante de Dios y de los hombres. (Lc 2, 51-52).

El secreto para valorar todo este tiempo escondido nos lo da el ejemplo de María.

Madre, queremos aprender de ti a guardar en nuestro corazón todos los detalles en los que Jesús nos habla a diario.

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