martes, 1 de abril de 2008

CENTRAL NUCLEAR

Permanece con nosotros, Mane nobiscum, le dijeron aquellos dos al Señor. Lo mismo le decimos ahora a Jesús:

–Queremos que estés siempre con nosotros.

Y Él dirá: –estoy siempre contigo, he querido humillarme.

Mucho más: encerrarme para estar contigo.

–Permanece con nosotros, Señor. Especialmente en estos días, en que estamos reunidos este puñado de sacerdotes.

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El Señor en la Eucaristía es el motor de la Iglesia, es como esas centrales nucleares que tienen un potencial de energía enorme.

Y a veces, si hay un escape, pueden organizar lluvias radioactivas, y contaminar, produciendo enfermedades, que se notan a la vuelta de los años.

El Señor en la Eucaristía es así, pero al revés:

en vez de daños produce bienes, en vez de contaminar, purifica el ambiente con esa lluvia radioactiva de la gracia.

Cuando nosotros tocamos al Señor, algo se nos pega. Aunque sea por poco tiempo.

Y en vez de alteraciones en el organismo se producen, sí, alteraciones, pero para mejor.

–¡Qué bueno eres, Señor! Que te has rebajado tanto por nuestro amor:

más no te puedes entregar: te das a Ti mismo.

Por eso, una persona que, ante la Eucaristía no reacciona con hechos, es que espiritualmente está muy baja: habría que medirle la radioactividad.

Y observaríamos que tiene pocas partículas de fe en su organismo.

O puede pasar que no tenga amor: que su amor esté en los mínimos.

Hemos de ayudar a esas personas a que contraigan nuestra misma enfermedad, una dolencia que sana.

Porque es una dolencia de Amor que, como dijo el poeta: sólo se cura con la presencia y la figura.

–Señor, queremos que te quieran las almas, y hemos conseguido todavía poco:

el termómetro de la asistencia a Misa está todavía muy por debajo de la media de una persona sana.

–Ayúdanos, Jesús, a hablar de ti, a quemar con tu fuego.

–Tú no quieres coaccionar de ninguna forma. Tampoco nosotros.

Tan sólo queremos que te prefieran a ti antes que a sus cosas.

–Si Te quisieran, vendrían...

–Porque si no vienen con libertad, ¿cómo te van a querer?

–Ayúdanos, Señor, no a hablar mucho y bien, sino a arrastrar.

Aunque seamos gente de pocos recursos de oratoria: es lo mismo; San Pablo tampoco fue un Demóstenes.

Y algunas cosas que escribía eran un poco «difíciles de entender», como nos dice San Pedro (2 Pet 3,16).
Pero convencía el Espíritu Santo que él llevaba:

y se convirtieron miles de personas, por su predicación: porque no era cosa humana, era cosa de Dios.

–Señor, haz que nuestra palabra sea nueva, porque provenga de ti.
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En agosto de 1985 hubo en Nairobi el Congreso Eucarístico internacional, y allí estaba la Madre Teresa de Calcuta, que intervino en una de las reuniones. Contó la siguiente anécdota:

«hasta el año 1973 teníamos Adoración al Santísimo después del retiro, una vez a la semana.

Ese año hubo una petición unánime de las monjas: ¡queremos tener adoración todos los días!

Yo hice el papel del diablo y les dije: ¿cómo vamos a tener Adoración diaria con tanto trabajo como tenemos?

Pero insistieron, y a mí me agradó mucho que lo hicieran.

Así fue como comenzamos a tener adoración diaria, y os puedo asegurar con sinceridad que

desde entonces he comprobado cómo en nuestra comunidad

hay un amor más íntimo hacia Jesús, más comprensión entre todas,

un amor con más compasión hacia los pobres...

...y hemos duplicado el número de vocaciones."

Esta es la realidad: tendremos más vocaciones cuando estemos más pegados a Jesús en la Eucaristía.

–"El que está unido a mí, ése dará mucho fruto".

–Señor, nosotros, no es por el fruto, es que te queremos, y buscamos estar junto a ti,

y que otras personas también estén pegadas al sagrario.

–Queremos ser como el viril de la custodia, la parte que te toca.

Ahora estamos en nuestra oración personal.

Y queremos que nos digas, a cada uno, lo que tiene que hacer, para mejorar en el trato contigo en la Eucaristía.
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Muchas veces hemos meditado la Pasión del Señor. Aquellas horas llenas de acontecimientos muy duros, en la que Satanás consiguió que los hombres mataran a Dios, Dios hecho hombre.

Meditando esos momentos nos quedamos tristes por tantas traiciones nuestras.

Sin embargo para los cristianos es una Semana grande, una Semana Santa.

El Apóstol San Juan, tan joven a sus 90 años escribió:

«como hubiera amado a los suyos –a nosotros– que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo».

Es la despedida del Señor:

Jesús, «sabiendo que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre».

La despedida del Señor que se realiza en el marco de la Pascua judía. Todo está lleno de una enorme significación.

Se recordaba en la Pascua la liberación del pueblo elegido.

Cuando en Egipto cada familia hebrea mató un cordero, sin ningún defecto, y con la sangre dejó una señal en la puerta.

Porque un Ángel pasaría matando a los primogénitos de las casas que no tuvieran esa señal

Gracias a la sangre del cordero se salvarían del exterminio.

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«Éste es el Cordero de Dios, –dijo Juan de Jesús– el que quita el pecado del mundo».

Con su sangre nos iba a liberar de la esclavitud del pecado.

Según dicen algunos estudiosos, Jesús murió precisamente el día de la Pascua, viernes 15 de Nisán. Aunque los saduceos la celebraban el sábado.

La víspera, 14 de Nisán, tenían que comer, además del cordero, lechugas y panes sin fermentar, de pie, como quien va de viaje.

Y efectivamente, el Señor se iba, de este mundo al Padre.

«Pensamos justamente –dice el Papa– que amar hasta el fin significa hasta la muerte, hasta el último aliento.

Sin embargo, la Última Cena nos muestra que, para Jesús, “hasta el fin” significa más allá del último aliento, más allá de la muerte».

Amar «hasta el fin», significa, pues, para Cristo, amar mediante la muerte, y más allá de las barreras de la muerte:
¡amar hasta los extremos de la Eucaristía!

Jesús nos ama «hasta el fin» porque se ha quedado en la Eucaristía:

–Jesús, gracias por haberte hecho hombre, con un corazón humano.

Gracias por haber querido llevar mis pecados.

–Y gracias, Señor, por haberte humillado tanto, por haberte quedado en un trozo de pan.

Dios ya está presente en todos los sitios, pero quiso estar con su presencia física humana cerca de nosotros.

Cuánto nos ayuda saber que Dios está presente de esa forma, que está físicamente como hombre, gracias a su presencia sacramental.
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¡Jesús se ha quedado aquí en el sagrario! Instituyó la Eucaristía para que nosotros pudiéramos comerle.

Y luego dicen que el verbo comer no es poético.

Quiere llegar a unirse con nosotros, y ya no hay otra forma: más que cuando una madre tiene a su hijo dentro.

Siempre se le pueden pedir cosas al Señor pero especialmente cuando estamos junto a Él en la Eucaristía.

El Señor, cuando comulgamos y le pedimos cosas, nos las concede:

esos diez minutos, decía Teresa de Jesús, son tiempos para negociar, hacer negocios con el Señor. Esto es la Comunión.

Nos amó hasta el fin, hasta el extremo.

Y es que en el Amor hay que exagerar. No se puede ir diciendo «hasta aquí».

Jesús va a humillarse y a morir cosido a un madero.

¿Pero su amor puede llegar a más? Sí, va a hacerse como una cosa.
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Cuando se lo contaba a unos niños de educación infantil, uno de ellos, Ignacio, se empezó a reír: «comer a Dios, comer a Dios». Le parecía absurdo...

Y como era un niño, no le importaba manifestar lo que pensaba.

A otros niños, un sacerdote un poco intelectual les preguntaba:

–¿Vosotros, cómo veis a Jesús en la Eucaristía?

Aquello les dejó desconcertados, no sabían cómo responder, hasta que una niña, con gran sencillez, levantó la mano y dijo:

–Yo lo veo redondito.

¿No es de admirar que Dios se haya rebajado tanto hasta aparecer como una cosa y que le podamos comer?

Un amigo mío nació en un pueblo precioso del norte de África (Nador). Cuando él vivía allí era territorio español.

Me contaba que allí convivían chicos cristianos y musulmanes:

tenían la misma nacionalidad, la misma lengua y aficiones parecidas:

todos disfrutaban con los éxitos de Real Madrid.

Estudiaban en el mismo aula, y sólo se dividían para las clases de religión.

Pero los chicos musulmanes y católicos no hablaban de ese tema, parecía que la religión era un tema tabú, que no era tocado por ellos.

Por eso la extrañeza de mi amigo fue mayúscula cuando un adolescente musulmán de su misma clase empezó una conversación sobre el cristianismo.

El chico se llamaba Aberkade.

Le dijo: –Nosotros también creemos en Jesucristo. Para nosotros es un profeta.

Entonces Luis que así se llama mi amigo se vio en la obligación de responderle:

–... Es mucho más que un profeta: es Dios que se ha hecho hombre.

–¿Como puede ser hombre? Le respondió Aberkade. Dios es Dios.

–Es que se ha hecho hombre para salvarnos, le dijo Luis, y nos ha enseñado.

–Y vosotros ¿cómo dais culto a Dios? Preguntó el chico musulmán.

–El acto más importante es la Misa.

–Explícame, dijo Aberkade.

–Es que es algo muy misterioso, le dijo el chico cristiano.

–No importa, algo entenderé.

Entonces Luis empezó la explicación:

–El sacerdote toma un pan...(prescindió del vino para simplificar)... El sacerdote toma un pan; dice unas palabras... y en el pan se pone Jesucristo.

El chico musulmán no entendía mucho:

–¿Qué está Jesucristo? ¿El pan es realmente Jesucristo?

–No, le respondió Luis, se pone en el pan. Está dentro.

La verdad es que no eran unas explicaciones muy teológicas.

–¿Y esto cada cuanto ocurre?¿Cada cincuenta años?

–Todos los días.

–¿Cómo eso puede ocurrir todos los días? ¿Nada más irán las personas muy santas?

–No, dijo Luis, puede asistir el que quiera.

–¿Cómo puede asistir todo el mundo?

–Pues así es nuestra fe.

–¿Tu crees eso? Le dijo el chico musulmán.

–Si, claro.

–Entonces tú debes ser el hombre más feliz del mundo... ¿tú vas todos los días?

–No, sólo es obligatorio los domingos.

–Tú no eres suficientemente bueno, no vas todos los días.

–Pero no te estoy diciendo que sólo es obligatorio los domingos.

Y entonces con aire de desprecio Aberkade le dijo al chico católico:

–¡Vete mentiroso!... O eso no es verdad, o tú no crees nada...

Y continuó diciendo Aberkade:

–Si eso fuera cierto, yo estaría todo los días desde las cinco de la mañana, esperando, para ver a Dios con mis ojos.

Mi amigo Luis de allí se fue muy nervioso, casi llorando... y empezó a ir a recibir al Señor casi todos los días. Y hoy es sacerdote.

Terminamos nuestra meditación diciéndole a la Virgen:
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–Madre de Dios y Madre nuestra: agranda mi corazón.

Porque yo no sólo veo a Dios, todos los días lo llevo en mi interior como Tú:

yo quisiera recibirlo con tu pureza, humildad y devoción. Con el espíritu y fervor de los santos

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