domingo, 8 de febrero de 2009

LOS GUANTES DEL REY

Jesús vino a servir, y lo hizo de una manera muy concreta.

Sirvió a los demás haciendo que, los que se le acercaban a él, fueran mejores. Y lo hizo, no con enfados y caras largas, sino con simpatía, con serenidad y con su servicio.

Así actuó con los apóstoles. Era paciente con ellos a pesar de su ignorancia y rudeza. A pesar incluso de sus infidelidades.

LOS MÉDICOS SON PARA LOS ENFERMOS

¿Y con los pecadores? Jesús, a los que le ofendían los trataba muy bien. Se hacía amigo de ellos.

Los fariseos, que se ponían como ejemplo de trato con Dios, se admiraban y escandalizaban de ese modo de hacer.

Los pecadores, en cambio, estaban felices por el cariño del Señor, y porque les daba la esperanza del perdón de Dios.

DIOS NO SE ENFADA NUNCA

Parece que, cuanto más pecadora es una persona, Jesús más la quiere, porque más le perdona.

Es como una madre que quiere más a un hijo enfermo. Pero eso, no significa que no quiera al resto de la familia.

El Señor nos pide que seamos como él, que queramos y perdonemos a los que tienen errores y que se cure. Pero que no nos enfademos con ellos.

-Señor, haznos como Tú, mansos y humildes de corazón.

Esto no es cuestión de temperamento, sino de virtud.

Hay gente que es tranquila pero que está todo el día enfadada y quejándose. Y hay quienes son nerviosos y no se enfadan casi nunca.

Es cuestión de parecernos al Señor, de ver a los demás como los ve él. No dejaré de insistirte, para que se te grabe bien en el alma: ¡piedad!, ¡piedad!, ¡piedad!, ya que, si faltas a la caridad, será por escasa vida interior: no por tener mal carácter (Forja, n. 79).

ENFADARSE NO TIENE MÉRITO

Es más fácil enfadarse que tener paciencia, o amenazar a alguien con la mirada que permanecer sereno ante sus equivocaciones.

¡Cuánto bien hace una sonrisa o un buen gesto!

Lo fácil es no luchar, dejarse llevar y justificarse pensando que, como somos así, pues que eso es lo que hay.

No digas: “es mi genio así… son cosas de mi carácter”. Son cosas de tu falta de carácter (…) (Camino, n. 4).

Es más cómodo criticar a alguien que rezar por él. Hundirlo en su miseria, que intentar ayudarlo corrigiéndole con suavidad y fortaleza.

-Señor, que no me deje llevar por mi falta de virtud.

San Pablo quería tanto a los neófitos, a los recién convertidos, que lloraba y suplicaba que se corrigieran cuando los veía poco dóciles y rebeldes.

PERSPECTIVA

-Danos, Señor, un corazón manso.

A las personas hay que verlas como las ve Dios, con esa misma perspectiva. Esa es la manera de actuar con mansedumbre.

Es muy difícil enfadarse y estar sereno. Y la serenidad es necesaria para que los demás no piensen que nos queremos imponer o que estamos desahogando nuestro mal humor.

Para verlas como el Señor, hay que colocarse en el plano sobrenatural. Por eso, lo primero que hay que hacer es rezar.

Y, si los problemas son más graves, rezar más y pedirle a Dios con más fe. Porque soltar un discurso machacante lo único que provoca es hundir del todo a la persona, haciendo que se sienta culpable.

Para evitar esto hay que acercarse a los demás, intentar comprenderlos. Jesús comía con los pecadores, no los regañaba. Les preguntaría por sus cosas.

Esa es la manera de luchar contra los enfados: querer a la gente. Así nos dominamos.

Me contaban de un padre de familia holandés, que estaba en el supermercado haciendo cola para pagar. Iba con el clásico carrito de la compra donde había metido lo necesario para una semana. Dentro del carro estaba su hijo pequeño sentado.

Como cualquier crío, no se estaba quieto. Cogía un bote de tomate y lo dejaba caer, el pan y lo cambiaba de sitio después de romperlo un poco, y así con todo lo que pillaba.

Al padre se le vía con cierta impaciencia, mientras repetía una y otra vez: ¡¡¡Alfred tranquilo, cálmate, tranquilooooo!!! Mientras pagaba, la cajera que había visto todo, le dijo: ¡¡Es admirable la paciencia que tiene usted con su hijo Alfred!!
Y este buen papá le respondió medio riéndose: no, señora, se confunde usted, Alfred soy yo.


San Josemaría recordaba las maneras delicadas de sus padres para corregirle. Si le pedían algo de niño —traer una cosa, por ejemplo—, y él no ponía atención cuando la traía, o mostraba desgana, o lo entregaba deprisa para irse a jugar, el padre o la madre le decían con una sonrisa: «Así se entregan los guantes al rey».

Su hermana Carmen también aprendió a corregir con delicadeza. Nisa, una de las que aprendió a su lado el trabajo de la administración cuenta como le enseñaba.

«Yo trabajaba a su lado, pero nunca me hizo la menor indicación, con su habitual delicadeza, sólo que, viéndola, iba aprendiendo y afinando en muchos detalles».

LA SANTIDAD SE NOTA.

Los santos han sido así, por eso son más humanos. No regañan sino que mueven al arrepentimiento.

El arzobispo de Toledo, hablando de don Álvaro del Portillo, el primer sucesor de san Josemaría, decía que hablaba siempre sonriendo.

Haz que seamos también nosotros misericordiosos, pacientes con los errores y defectos.
Hay una anécdota de don Álvaro que muestra claramente esto. Su hermano pequeño, cuenta, que se puso a jugar con unos dibujos en los que don Álvaro había estado trabajando un año entero, y se los estropeó completamente.

–«Mi madre, decía su hermano, al ver aquel desaguisado, se llevó un gran disgusto y me dijo algo así como: “Ya verás, cuando llegue tu hermano Álvaro y vea lo que le has hecho, echándole por tierra tanto tiempo de trabajo”.

»Yo aguardé su llegada con el natural temor. Esperaba que me riñera o me gritara; o incluso que, como fruto de la irritación, llegara a darme algunos cachetes… »Pero no sucedió nada de eso. Llegó a casa; contempló lo que le había hecho; me llamó; me acerqué temblando; me sentó sobre sus rodillas y, entonces, con aquella serenidad que le caracterizaba, comenzó a explicarme el tiempo que había empleado en realizar aquel trabajo, y cómo yo, por haber jugado donde no debía, lo había echado a perder. »Yo me quedé asombrado: en vez de pegarme, lo que hizo fue enseñarme la importancia de aquel trabajo, ¡para que yo aprendiera a ser más cuidadoso en el futuro! »Puede parecer una anécdota sin importancia. Pero nunca la he podido olvidar».
(Libro de postulación D. Alvaro, 40 nt 24).

IR “SOBRAO”

-Danos, Señor, un corazón humilde.

No podemos ir por ahí como dando lecciones. Creyendo que todo depende de nuestro criterio, como si fuéramos superhéroes que van a salvar el mundo.

Eso hacían los fariseos: no hagáis esto, haced lo otro, mirad como lo hacemos nosotros...

Tampoco es caridad el que hace muchas cosas por los demás, pero se cree que no necesita de ellos, porque él solo se basta.

Y, quizá, todo lo que hace para sentirse útil, o por la satisfacción que otros dependan de sus servicios.

La caridad de Dios, dice san Josemaría, no se confunde con una postura sentimental, ni con el poco claro afán de ayudar a los otros para demostrarnos a nosotros mismos que somos superiores (Amigos de Dios, 230).

Recuerdo que, en colegio, había un profesor que, hicieras lo que hicieras, se enfadaba y te echaba una buena. Te dejaba siempre a la altura del suelo. Le llamábamos El martillo de Tor.

Amable, serena, paciente, fuerte, comprensiva, amiga de pecadoras. Así es María la Madre de Jesús.



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