domingo, 15 de febrero de 2009

LO NUNCA VISTO (VII Domingo B)

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Isaías habla de que el Señor hará prodigios. Y, efectivamente, Jesús hizo milagros. En el Evangelio (de la Misa de hoy: cfr. Mc 2,1-12) se nos habla de cómo un paralítico empieza a andar: incluso se lleva su propia camilla.

Lo curioso de todo es que el enfermo no tenía fe, sino los amigos que lo llevaron. Y, gracias a que lo llevaron hasta el Señor, se curó.

EL HOMBRE QUE HACIA MILAGROS

Jesús hizo muchos tipos de milagros: curó leprosos, resucitó muertos (que no está nada mal), dio la vista a los ciegos, y de comer a miles de personas con unos poco alimentos.

Parece como si tuviera un milagro para cada uno, según la necesidad. Él es capaz de hacer cualquier cosa.

Jesús no es que tuviera mucho valor y se echara al agua para salvar a alguien. Es que anduvo sobre el agua como quien va por la acera hasta llegar a los que le necesitaban.
Ni tampoco es que fuera muy generoso y repartiera euros para que la gente se comprara comida, sino que él mismo los alimentaba.

No es que tuviera una manera de ser especial y fuera capaz de consolar a cualquier persona con cualquier enfermedad. No, no los consolaba: los curaba. Jesús, no iba por ahí haciendo el bien sin más, sino que iba resolviendo cosas imposibles (cfr. R. Knox, Credo a cámara lenta, p. 138).

DIOS Y HOMBRE

Sus milagros nos dicen que, además de hombre, es Dios. Porque hace cosas que un hombre no puede hacer. Así nos confirma que viene directamente de Dios.
Leemos en el Catecismo: Su humanidad aparece como sacramento, es decir, el signo y el instrumento de su divinidad y de la salvación que trae consigo (CEC, 515).

Los milagros son un motivo para creer en el Señor. Porque ¿quién no se fiaría de alguien capaz de curar a un cojo o de resucitar un muerto? No le seguimos por un simple movimiento sentimental que nos sale de dentro, sino porque es Dios (cfr. CEC, 156)

EL COJO DE CALANDA

Hoy día, el Señor sigue haciendo milagros. Uno de los que más impresiona es el del cojo de Calanda. Este milagro está bastante bien documentado. Ocurrió en España, y hay libros sobre él.

Se ha dicho que todos los incrédulos han pedido siempre, como un desafío a los que creemos, el milagro de ver cómo una pierna o un brazo eran reimplantados.
Cuando Zola estuvo en Lourdes dijo con ironía: «Veo muchas muletas y ninguna pata de palo. Hacedme ver una pata de palo y entonces creeré en los milagros».
Sin embargo eso ya había sucedido, por intercesión de la Virgen, en Calanda. En ese lugar pobre y remoto, entre las 10,10 y las 10,30 de la noche del 29 de marzo de 1640, al campesino Miguel Juan Pellicer, de veintitrés años, le fue reimplantada la pierna derecha, repentina y definitivamente. No la tenía y de repente la tuvo. Aquello fue un milagrazo.
Un carro se la había destrozado, luego se le gangrenó y en el hospital público de Zaragoza se la amputaron, por debajo de la rodilla, a finales de octubre de 1637.
Cirujano y enfermeros cauterizaron posteriormente el muñón con un hierro al rojo vivo.
Todo esto nos sirve para ver cómo el Señor interviene de forma extraordinaria, cuando Él lo ve oportuno.
Pero también es bueno pensar que ordinariamente manifiesta su poder de forma silenciosa.

LOS MILAGROS DE HOY

Dios es el de siempre. -Hombres de fe hacen falta: y se renovarán los prodigios que leemos en la Santa Escritura.
-Ecce non est abbreviata manus Domini -¡El brazo de Dios, su poder, no se ha empequeñecido! (Camino, 586).

El Señor sigue haciendo milagros. En la vida corriente, los milagros ordinarios de Jesús se multiplican: hay que saber descubrirlos para darle gracias.
Nosotros vemos milagros que, aunque no sean llamativos, no dejan de ser reales.
El Señor acompaña nuestro apostolado con signos que refuerzan lo que decimos (cfr. Mc 16,20).

Muchos de esos milagros, los provoca nuestra fe, porque Jesús se sirve de ella como sucedió con los amigos del paralítico. Los discípulos del Señor hicieron milagros en su nombre. Nosotros también los hacemos.

Hay gente que tratamos y que está paralítica para las cosas de Dios, son incapaces de ir a Misa o de rezar el rosario.

Otros simplemente cojean en su práctica religiosa. Dan un paso sí y otro no. Van a Misa algunas veces y otras no, o rezan un Avemaría porque tienen un examen, pero, en el fondo, no tratan al Señor con regularidad.

Otros, aunque oyen físicamente, están sordos para escuchar las cosas de Dios. Y los hay que están muertos porque viven en pecado.

Que una persona empiece a hacer oración y a escuchar lo que el Señor quiere; o que otra comience a tener un plan de vida, y a tratar a Dios con un cierto ritmo, sin cojera... Eso se sale de lo normal.

O que aquella resucite a la vida de la gracia porque le hemos facilitado el perdón de sus pecados, todo son auténticos milagros.

4 BUENOS LADRONES

Hay un sacerdote muy bueno, poeta, que tiene una manera de hablar que te relaja mucho porque es muy entrañable.
Cuando estás con él, te acoge, te comprende, te mete como dentro de una agradable nube. Da gusto estar con él.
Pues este curita, ya mayor, iba un día por la calle y le salieron al paso cuatro individuos con malas intenciones.
Efectivamente, se pararon cortándole el paso y le pidieron todo el dinero que llevaba. Este sacerdote empezó a hablar con ellos despacio y comprensivo. Les hizo ver que aquello no estaba bien. Sobre todo, les explicó el daño que hacían a Dios.
Ya solo esto, que cuatro macarras escuchen ese razonamiento no está mal. Lo mejor fue, y esto ya suena a milagro, que habló con cada uno y los terminó confesado.
Eran atracadores, pero buenos como Dimas, el buen ladrón.
A veces se dice que, cuando hay pocos recursos, las mamás no se sabe lo que hacen pero son capaces de dar de comer a una panda de niños hambrientos.

La Virgen moverá al Señor a que siga haciendo milagros con algo tan pequeño y escaso como es nuestra fe.

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