lunes, 14 de septiembre de 2009

ACONCAGUA

Dedicado a Javier Mazuecos

DE ALTO RIESGO

Tengo un amigo alpinista que entre otras cosas ha escalado varios seis miles. Normalmente esto no se puede hacer en la vida diaria, en la que se sube sólo en ascensores.

Pero el que quiera ser cristiano de verdad también tendrá una existencia emocionante, como la que tuvo San Pablo y los demás santos. Quizá se le acusará de llevar «una vida distinta a los demás», y para algunos resultará un personaje «incómodo» (Sb 2,17-20).

Esto ya lo decía el libro de la Sabiduría. Vivir como cristiano es atrayente aunque cueste. Por ser una aventura cuesta. Y para la gente que es floja resulta poco apetecible. Por eso nos critican. Querrían que fuéramos como ellos, comodones egoístas.

Como sabe mi amigo el alpinista, la montaña siempre ha tenido ejemplos de gente sacrificada. Nuestra meta, que es llegar a la amistad con Jesucristo, también cuesta esfuerzo.

Lo mismo que los Apóstoles, que su vida fue una novela de aventuras, nuestros nombres están escritos en el cielo. Están ahí. Pero al cielo, pero hay que llegar, y muchos no llegan.

Le pedimos ahora al Señor: ven siempre con nosotros y anímanos cuando nos cansemos.

Aunque camine por cañadas oscuras nada temo porque tú vas conmigo.

Se cuenta que un montañero se dirigía a un refugio en alta montaña. El camino se hacía duro, el aire frío le azotaba, pero el lugar era impresionante. El refugio, aunque aparentemente era rústico, resultaba muy acogedor.

Lo mismo pasa en nuestra vida. Aunque nos azoten las dificultades y parezca poco atrayente, si la vivimos como una aventura, seremos felices ya aquí.

En la montaña, aunque uno lo pueda pasar un poco mal, disfruta. Por eso decía san Josemaría, al hablar de nuestra vida aquí en este mundo, que el cielo es para los que han sabido ser felices en la tierra.

Vamos a pedirle al Señor: haznos felices, no a pesar de las dificultades, sino contando con ellas.

En el refugio donde llegó aquel montañero, en una de las paredes de piedra, estaba escrita esta leyenda grabada a fuego, sobre una tabla de madera: “Donde los demás abandonan, nosotros comenzamos”.

Y sobre la chimenea, otra frase escrita en inglés: “Mi puesto está en la cumbre”.

ESTÁ AHÍ

Mucha gente no entiende el porqué los cristianos llevamos una vida de sacrificio: nos levantamos puntualmente, hacemos oración aunque no tengamos ganas, dedicamos tiempo a los demás.

No nos engañamos con teorías, imaginándonos películas irreales. Los santos no han sido personas que han estado tumbados en un sofá pensando.

La aventura nuestra es ponernos a estudiar puntual, sonreír, ser simpáticos, ayudar a poner la mesa, hacerse bien la cama, tener ordenado el armario, hacer todos los días la oración, ir a Misa aunque sea costoso.

Nuestra aventura está ahí, a nuestro lado, no en la imaginación. Nos enfrentamos con lo de cada día, porque es lo que tenemos, lo otro es una fantasía.

Mallory es uno de los grandes hombres del alpinismo mundial. En repetidas ocasiones intentó la conquista del Everest.

Un día, un periodista le preguntó porqué arriesgaba su vida y sufría tanto por escalar una montaña.

–¿Por qué le importa tanto subir ese monte?

La respuesta ha pasado a la historia:

–Porque está ahí.

Probablemente el periodista siguió sin entender nada, pero Mallory había dado una respuesta bastante clara para un montañero. No tenía nada más que añadir.

Los cristianos tenemos motivos más poderosos para hacer de nuestra vida una aventura.

CUANDO NO VALE EL ARNÉS…

Una aventura en la que vamos siempre asegurados por Dios. Dice el Salmo que «el Señor sostiene mi vida» (cfr. 53: responsorial de la Misa). Si vamos sujetos a Él no tenemos porqué preocuparnos.

Necesitamos fiarnos del Señor, porque hay sucesos que no entendemos o cosas que no puede que no le veamos sentido, por ejemplo la mortificación.

Por eso lo más difícil en la vida espiritual es el abandono, una confianza absoluta en Dios, aunque uno vea lo contrario a lo que nos pide. Fiarse, aunque no se entienda.

Cuentan que un alpinista desesperado por conquistar el Aconcagua, inició su travesía después de años de preparación. Pero quería la gloria para el solo, por lo tanto subió sin compañeros.

Su afán por subir lo llevó a continuar cuando ya no se podía ver absolutamente nada. Todo era negro, cero visibilidad, la luna y las estrellas estaban cubiertas por las nubes.

Subiendo por un acantilado, a solo unos pocos metros de la cima, se resbaló y cayó por el aire en medio de la oscuridad.

Pasaron por su cabeza todos los momentos buenos y malos de su vida.

De repente, sintió el tirón de la cuerda en su cintura que le sujetaba.
En ese momento, suspendido en el aire, gritó:

–¡Ayúdame Dios Mío!

Y una voz le contestó desde el cielo:

–¿Qué quieres hijo mío?

–Sálvame Dios mío.

–¿Realmente crees que yo te pueda ayudar?

–Por supuesto Señor.

–Entonces, corta la cuerda que te sostiene.

Aquel alpinista, aterrorizado, se agarró todavía más fuertemente a la cuerda
.

Al día siguiente, el equipo de rescate encontró al alpinista muerto, agarrado fuertemente con las manos a la soga... ¡a tan solo dos metros del suelo...!

EN LA ALTA MONTAÑA

En la alta montaña, como en la vida, es muy peligroso funcionar por libre. Nuestra vida es una aventura en la que nunca sobreviviremos solos. Siempre tendremos que contar con Dios y con los demás.

Hay que hacer caso, saber escuchar los consejos, cuando la tentación sería agarrarse fuertemente a nuestro criterio, ir por libre y hacer nuestra voluntad.

En una expedición la gente no hace lo que quiere, está a lo que los demás digan. Se deja ayudar y ayuda. También el Señor nos pide que ayudemos a los demás (cfr. Evangelio de la Misa: Mc 9, 30-37).

PELEAS POR EL MANDO

En algunas excursiones de medio pelo, hay gente se suele enfadar porque quieren que los demás sigan su ruta o su ritmo.

Pero Jesús enseña a sus discípulos que quien quiera ser grande ha de adaptarse a los otros. En la vida diaria esto es heroico: es como una pequeña esclavitud.

ADAPTARSE A OTROS

Uno de los Apóstoles, Santiago, nos habla de cómo tiene que ser el corazón del cristiano: sin el egoísmo de buscar nuestros intereses por encima de todo (cfr. 3,16-4,3).

Para los que no siguen a Jesucristo y pretenden dirigirse solos, cualquier medio es válido para hacer lo que ellos quieren.

Gente muy esforzada pero que hace lo que les da la gana. No se dejan guiar por Dios porque se creen unos expertos.

Los cristianos, sin embargo, lo tenemos más fácil porque Dios nos sostiene y nos ayuda con su palabra, siempre está a nuestro lado y nos dice ¿qué quieres hijo mío? ¿Qué necesitas? Nos trata como lo que somos: niños.

SIEMPRE INEXPERTOS

Algunos toman esta actitud cristiana de considerar superiores a los demás como una debilidad o como una rareza. Lo ideal para ellos es no depender de nadie, no tener limitaciones.

Por eso, piensan que lo emocionante es poder mandar, no que les manden, gobernar, imponer. Pero lo verdaderamente apasionante es escuchar y querer a los demás.

Porque al final nuestro Aconcagua consiste en escalar la montaña que subió el Señor al dar la vida por los demás.

Lo importante en esta vida es ser felices y eso solo se consigue amando y siendo amado. Los egoístas se quedan solos.

Muchos alpinistas, cuando llegan a la cumbre tienen la agradable sorpresa de encontrarse con el ser más querido, nuestra Madre, porque allí suelen poner una imagen suya. Ella preside muchas cumbres, como la cruz de nuestro Señor. Ha estado siempre con Él en los momentos difíciles. Su vida fue una aventura.

Por eso los alpinistas cristianos cuando llegan arriba, lo primero que hacen es rezar una Salve, es una costumbre muy antigua.

María, a ti suspiramos en este valle antes de subir a la montaña. Oh piadosa, oh dulce o siempre Virgen María

1 comentario:

  1. Muchas felicidades por ACONCAGUA y a Javier Mazuecos el deseo de que suba muchas cimas. Cuando se ascienden altas montañas a veces se ha de ir en cordada. No supone esto falta de voluntariedad, sino la ayuda mutua en orden a conseguir un objetivo difícil. Al llegar a la cima se puede decir que se ha conquistado el ACONCAGUA aunque se ha conquistado entre todos, porque la ayuda de los demás no suprime la libertad personal.

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