En los primeros años de este milenio tuvo lugar un sínodo de obispos sobre el Viejo Continente.
Al final, Juan Pablo II quiso confirmar con su firma lo que se había dicho, a través de una exhortación apostólica que llevaba por título «La Iglesia en Europa» (Ecclesia in Europa).
En la entradilla de este documento, que trataba del viejo continente, figura este texto: «Sobre Jesucristo, vivo en su Iglesia y fuente de Esperanza para Europa». Pues al hablar de la
esperanza debemos tener el cuenta que Jesús es el ancla donde está sujeta nuestra salvación. Al meditar sobre la esperanza normalmente la consideramos desde el punto de vista nuestro, porque se trata de una virtud, que poseemos en cuanto que vivimos en esta tierra. Propiamente Dios no puede tener la esperanza teologal.
Sin embargo, aunque Dios no puede esperar las realidades sobrenaturales, porque ya las posee, sin embargo mucho espera de nosotros, porque nos quiere.
Es verdad los cristianos esperamos en Dios, pero también Dios espera en nosotros. El amor que nos tiene es tan grande, que busca correspondencia por nuestra parte: no posee nuestro amor, lo espera.
En una de sus parábolas Jesús narra cómo Dios es paciente, y nos busca porque tiene esperanza en nuestro amor, aunque nos hayamos extraviado.
Según escribe san Mateo (18, 12) decía Jesús en una ocasión: «¿Qué os parece? Suponed que un hombre tiene cien ovejas: si se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en los montes y va en busca de la perdida?».
LA PERDIDA
Para un Pastor, como es nuestro Señor, la pérdida de una de sus ovejas es una auténtica tragedia. Dios además es Padre, al que le interesan nuestras cosas. Un hombre tiene preocupación cuando un hijo suyo se extravía, pero Dios no se preocupa sino que se ocupa.
Cierto que tenemos libertad para descaminarnos, aunque también lo es que el Señor nos busca, y emplea los lazos de su amor para que volvamos, como si tuviese un hilo invisible por el que estamos unidos.
Y si queremos alejarnos, nos los permite, pero cuando llega el tiempo propicio –y nosotros le dejamos actuar– va enrollando el carrete de su enorme caña de pescar, y poco a poco nos atrae hacia sí.
Él conoce todas nuestras debilidades, pero también lo bueno que hay en nosotros.
Nos conoce perfectamente, porque nos quiere. Su amor es siempre positivo, aunque vea que haya cosas que deban mejorarse. Porque la verdad es siempre positiva. Así la esperanza de un cristiano, que es sobrenatural, está anclada en el amor que Dios nos tiene.
En cambio el optimismo es un estado de ánimo que endulza el alma, como el azúcar que envuelve a los fármacos, para que los niños tomen el jarabe de palo.
Y como sabemos, el mucho azúcar, con el tiempo, puede generar diabetes.
La esperanza no es como el optimismo, pues aunque humano, se basa en un estado anímico, arraigado más en lo psicosomático del hombre que en la vida espiritual de hijo de Dios. Así la esperanza de un cristiano no depende de los vaivenes de esta vida, por estar anclada en eternidad, con las amarras de la confianza en Dios.
La esperanza hace que nos fiemos del amor que Dios nos tiene, que sale a nuestro encuentro cuando nos extraviamos.
No es extraño que haya santos que han aconsejado frecuentar el sacramento de la penitencia, aunque no tengamos especiales pecados, pues la mejor medicina es la preventiva y, como sabemos por experiencia, para mantener nuestro hogar confortable lo más práctico es limpiar sobre limpio.
Así nunca habrá suciedad, como es el caso de los que solo limpian cuando hace falta.
Esto es lo más animante, que Dios nos quiere siempre. E incluso descendió del santuario del cielo al barro de la tierra, para salvarnos. Nuestro Pastor deja noventa y nueve ovejas en el redil para irse a buscar a la extraviada.
No es que al Señor le importen más las personas díscolas, frívolas, descarriadas.
Les interesan todas las personas, aunque su amor de Padre le lleva a volcarse con las más necesitadas, como haría nuestros padres, que él ha creado para que también reflejen su misericordia. Todo esto es de sentido común más vale cien ovejas, que noventa y nueve. Si ya tiene a su lado las noventa y nueve, entonces va en busca de la que le falta, para que esté también con él.
LA PREVENTIVA
Sigue Jesús, diciendo: «Y si la encuentra, en verdad os digo que se alegra más por ella que por las noventa y nueve que no se habían extraviado» (Mt 18, 13).
Más alegría hay en el cielo cuando hacemos una cosa mal y nos arrepentimos, que no cuando hacemos noventa y nueve cosas bien y no necesitamos pedir perdón.
Y si en alguna ocasión permite algún descalabro nuestro es que con esa caída conseguirá para nosotros un bien mayor, el de la humildad, que quizá nos faltaba. Porque es cierto que el poder de Dios se demuestra en que de los males saca bienes y de los grandes males grandes bienes.
Es cierto que nuestro Pastor deja a las noventa y nueve que están en el redil para buscar a la perdida: no es que le importen menos las personas fieles, pues con todas sus ovejas emplea su amor, pero la mayoría de las veces su gran amor toma la forma de misericordia «preventiva».
LOS PEQUEÑOS
Sabe nuestro Padre Dios (en realidad nuestro Abba, Papá) que algunos de sus hijos somos débiles y por eso nos protege de manera especial.
Pues así se trata a los niños, ya que «no es voluntad de vuestro Padre que está en el cielo que se pierda ni uno de estos pequeños» (Mt 18, 7). Y todos somos pequeños ante él. Todas las ovejas están necesitadas del pastor, tanto la que se pierde como los que se quedan.
A la gran mayoría las deja en el redil, para «prevenir» que se descarriaran. En realidad todas las ovejas son iguales de débiles.
Si el Pastor pensase que son mejores las noventa y nueve, las hubiera dejado pastando y no en un cercado que las protegiera de los adversarios.
Sabemos que Satanás ronda como un león, buscando a quien devorar. Nosotros de algún adversario o de su propio extravío.
A veces somos los que nos distraemos olisqueando, distraídos, como si estuviéramos en una segunda adolescencia.
Nosotros estamos en el redil de la Iglesia, no porque seamos mejores que otras personas, sino porque somos unos necesitados. En los hospitales no están los sanos sino los que necesitan ayuda.
La Iglesia es como un hospital donde vamos a que nos curen, a que nos escuchen, a que nos alimenten, a que nos protejan. Para eso nos encontramos en esta Clínica.
También hay otras personas, que necesitarían asistencia, pero se encuentran en la calle. Dios quiere que ingresen para ocuparse de ellos.
Ya llegará el tiempo de que nos den de alta. Nuestro Médico nos dirá: «Te puedes marchar». O nos hemos curado o, por el contrario, no se puede hacer nada por nosotros.
Una de esas dos cosas. Pero nos darán el «alta»: ya nos podemos ir para «arriba», nunca mejor dicho.
A nuestra Madre podremos llamarla enfermera. Quizá le cuadra mejor el título de Pastora, como le llaman en el Rocío.
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MATEO 7
12¿Qué os parece? Suponed que un hombre tiene cien ovejas: si una se le pierde, ¿no deja las noventa y nueve en los montes y va en busca de la perdida? 13Y si la encuentra, en verdad os digo que se alegra más por ella que por las noventa y nueve que no se habían extraviado. 14Igualmente, no es voluntad de vuestro Padre que está en el cielo que se pierda ni uno de estos pequeños.
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