viernes, 6 de noviembre de 2009

EL JUEGO DIVINO DE LA ENTREGA


Un día, el Señor estaba en el Templo de Jerusalén, sentado. Como está ahora aquí con nosotros (cfr. Mc 12,38-44).

Jesús veía el trasiego de la gente que iba y venía.

En frente de Él estaba la hucha del templo, donde se echaba dinero para ayudar a los gastos.

Vio algunos judíos que eran buenos y que echaban bastante.

También apareció una señora que echó muy poco, según el cambio actual no llegaría a un euro.

El Señor también nos ve a nosotros, que venimos a entregar cosas. Unos, diez minutos de oración, otros la acción de gracias de la misa…

DOS VIUDAS

Entonces Jesús al ver lo que echaba la viuda, dijo una cosa desconcertante. La idea es: –Esta señora ha echado mucho más que los ricos.

Esto me recuerda a la historia de otra viuda. Un enviado de Dios llegó a un pueblo parecido a los que hay en la actual Etiopía (cfr. 1R 17,10–16).

Y se encontró con una mujer que tenía un hijo, y que se estaban muriendo de hambre. Solo disponía de lo necesario para hacer una sola comida.

Elías, el enviado de Dios, le dijo: –Dame algo de comer.

Y la señora viuda, un poco sorprendida, casi suspirando y con pena, le dijo algo así como: –Solo me queda para mi hijo y para mí… ¿cómo me pides esto?

Y Elías le dijo:

–Sí. Primero ponme para mí. Ya luego habrá para ti y para tu hijo.

LA VIUDA SE FIO

Se fió porque se lo pedía un enviado de Dios.

Y, después de darle de comer al profeta, sorprendida, vio como lo poco que tenía, no solo no se acabó, sino que tuvo para muchos días, mientras otros se morían de hambre.

Y es que, cuando el Señor quiere dar, lo primero que hace es pedir.

Así hace con nosotros. Lo mismo hizo con los santos.

A la Virgen, que quería que fuese su madre, lo primero que le pide es la maternidad.

A san Josemaría, que quería que fundara una familia sobrenatural de miles de personas, lo primero que le pidió fue precisamente que no formara una familia humana.

Y, cuando le dijo a su padre que había decido ser sacerdote, a su padre, que nunca le había visto llorar, le cayeron dos lagrimones, y dijo: piénsatelo bien. Es muy duro ser sacerdote. No tendrás una familia, no tendrás un hogar. Pero yo no me opondré.

Y, san Josemaría, decía años después: mi padre se equivocó.

También se equivocó la Virgen, porque pensaría que nunca nadie le llamaría madre. Y ha sido la mujer en la historia de la humanidad que más la han llamado así.

Es un consuelo saber que los santos se equivocan, porque a Dios no le podemos ganar en generosidad.

EL JUEGO DE DIOS

La técnica de Dios es esa: cuando quiere darnos, nos pide.

Hace como el padre que llega de viaje, y su hijo aparece en la puerta. Y, de sopetón, el niño le pregunta: –¿Que me has traído?

La madre, que lo ve, se sonríe y le dice:

–Niño, primero dale un beso a tu padre, ya te dará lo que sea cuando abra la maleta.

Al cabo del rato, como le ve impaciente, su padre le entrega el paquete de caramelos.

Y en un momento, cuando el niño tiene los caramelos en la mano, le dice su padre:

–Ahora son tuyos, ¿me los das?

El hijo piensa: ¡pero si son míos! Hay un momento de tensión. La sonrisa se convierte en tristeza, pero el cariño al padre hace que el niño se los de.

Entonces, su padre, coge los caramelos, se los devuelve, le da un beso… y también el camión cisterna que tenía escondido para dárselo.

Esto hace el Señor con nosotros: juega con sus hijos. Pero hay que entrar a su juego.

Porque Dios en esta vida juega con nosotros.

El juego entre los hombres mueve mucho dinero. No es solo una cosa ahora, siempre ha sido así.

Porque al hombre le gusta jugar. Lo hacemos desde pequeños y continuamos durante toda la vida.

Y Dios, que nos ha creado lo sabe y juega con nosotros.

Dice la Sagrada Escritura que el Señor juega con los que estamos en la tierra: ludens in orbe terrarum.

Pero para eso hay que atenerse a unas reglas. Si no hay reglas no hay juego.

Cuando uno juega con Dios, no se puede hacer lo que uno quiere. Tiene que saber cómo funciona.

Las reglas son los Diez Mandamientos. Si los cumples pasas a la siguiente ronda. Si no los cumples te descalificas.

Hubo un chico que cumplía los Mandamientos y fue a Jesús, y le preguntó qué hacer para conseguir la Vida Eterna.

Y el Señor le dijo lo que tenía que hacer, pero él no quiso hacerle caso y por eso se salió del juego de Dios, y se fue triste.

Esto es lo que siempre pasa. Que si uno se va del juego, deja de disfrutar
También uno sufre cuando no se cuenta con él para jugar porque no está dispuesto a dar más en el campo.

PERO EL SEÑOR NO JUEGA CONTRA NOSOTROS

El Señor no juega contra nosotros, sino que está en nuestro mismo equipo. Y, con un compañero, lo que hay que hacer es fiarse de Él.

Por eso, dile tú al Señor: –Me fío de Ti, porque Tú sabes más.

DOS VIUDAS Y UN PAPA

Esto me recuerda a un comentario que hizo el Papa Juan Pablo II, un año que estábamos con él durante una convivencia en Roma.

Era domingo de Resurrección y le cantamos una canción que había ganado el festival de San Remo, titulada Dare di piú, Dar más.
Después de escucharla, comentó: –Esto es lo que sucede. Que cuando damos, siempre encontramos más dentro de nosotros. El que da no pierde, porque cuando se da, siempre se encuentra más.

Esto es lo que sucede, que Dios se saca cosas de la manga.

Jugar con Dios, fiarse de Él parece que no vale la pena. Que los que apuestan por Él pierden.

Esa es la sensación que quiere darle Dios al enemigo. Eso sucede en algunas batallas, que el General manda retirada dando la impresión de que es débil.

Pero no, todo es un juego. Después se descubre que era una táctica para vencer al enemigo.

Precisamente, el enemigo, el demonio, nos tienta con lo contrario, que no nos fiemos de Dios. Nos dice: No des, guárdatelo para ti.

¡Ya me dirás tú, qué interés tiene el Señor en que le demos cosas! ¿Qué gana Dios con nuestras chucherías?

Lo que sí sabemos es que el demonio quiere que no seamos felices, porque odia a Dios, y contra él nada puede, pero sí contra nosotros que somos sus hijos.

El juego de Satanás es un timo. El de Dios es entregar para ganar.

El Señor nos dice: –Tú te llamarás vencedor porque te fías de mí.

Jesús se alegró porque la viuda había dado más que los otros.

ENTREGAR PARA GANAR

Hay un premio nobel de literatura que cuenta la historia de un mendigo. De forma poética dice:

Iba yo de puerta en puerta, por el camino de la aldea, cuando, de pronto, Tu carroza de oro apareció a lo lejos, y yo me preguntaba maravillado:

–¿Quién será ese Rey de reyes?

La carroza se paró a mi lado. Mi corazón se llenó de gozo, y pensé: por fin mis días malos se habrán terminado.

Tú, bajaste sonriendo y extendiste la mano.

Qué ocurrencia la de tu realeza: ¡pedirle a un mendigo!

Entonces, de mi saquito de trigo, cogí un grano y te lo di.

¡Qué sorpresa, por la noche, cuando vacié mi saco: un granito de oro apareció en la miseria del montón!

¡Qué amargamente lloré por no haber tenido corazón para dárteme todo!

Y ESTO YA NO ES UN CUENTO INDIO

Dios, a los que quiere más, no les da más, sino que les pide más. Les pide todo, pero, para devolvérselo en oro.

Jesús se alegra porque la viuda del Evangelio dio más porque dio todo.

Ojalá todos fuéramos viudas en la generosidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

FORO DE MEDITACIONES

Meditaciones predicables organizadas por varios criterios: tema, edad de los oyentes, calendario.... Muchas de ellas se pueden encontrar también resumidas en forma de homilía en el Foro de Homilías