miércoles, 27 de agosto de 2025

XV. CHICAS VELANDO

 


Jesús nos habla de la importancia de ser prudentes, estar siempre en vela. Porque en esta tierra comienza ya la vida perdurable y nos preparamos para nuestra situación definitiva en la eternidad. 



VELAD


En una de sus parábolas, cuenta la historia de diez chicas jóvenes invitadas a una boda. Como era costumbre esperaban al novio con lámparas encendidas, para entrar junto con él en la celebración. 


Cinco de las jóvenes iban con aceite de repuesto en sus vasijas. A esas se les llama prudentes, porque estaban preparadas, por si surgía algún imprevisto. 


Las otras cinco chicas se presentaron sin aceite de repuesto, por eso se les llama imprudentes. Como el novio se retrasaba, las diez se quedaron dormidas. Finalmente, a la medianoche oyeron que avisan sobre su llegada. 


Las vírgenes necias representan a las personas que han escuchado el evangelio, simpatizan con sus enseñanzas, pero no ponen los medios para llevar a la práctica la verdad que han conocido. Por eso son imprudentes. 


Quizá la emotividad domina su vida y se dejan llevar por los estados de ánimo. En su horizonte vital no está, habitualmente, la preocupación por los asuntos de los otros, y acaban siendo esclavas de su yo. Viven en un despiste existencial. 


Las prudentes por su parte han interiorizado el mensaje y tienen paz en su conciencia. No carecen de fallos y pecados, pero poseen la virtud que hace que todo su potencial interior esté dirigido a lo importante. 


Algunas que además poseen la base humana, llegan a la cima de la madurez espiritual porque intentan llevar a la práctica la verdad «con caridad». En resumen están preparadas para la eternidad. 


El novio representa a Jesús que, al hacerse hombre, ha realizado la unión entre Dios y la humanidad. Es  el  misterio  que se desveló en la boda de Caná. Allí convirtió el agua, que se empleaba para la purificación, en  vino, alegría de las fiestas, en especial de las bodas. 


Los cristianos somos la luz del mundo. Jesús nos pide poner nuestra lámpara en un lugar visible para que alumbre a todos los de nuestro entorno.

 

El aceite es el amor que poseemos. Además, la prudencia nos lleva a conseguir un repuesto extra, que pedimos al Espíritu Santo, autentico proveedor del Amor. 


El resto de la parábola nos es muy conocido. Todas se levantaron y prepararon sus lámparas para salir al encuentro del novio. Y sucedió que las lámparas de las imprudentes se apagaban porque ya no les quedaba suficiente aceite. Ellas intentaron convencer a las otras cinco para que compartieran con ellas el aceite extra que tenían. Las cinco prudentes les dijeron que era mejor que fueran a comprar, porque corrían el riesgo de quedarse todas sin aceite. Y así lo hicieron. 


Pero mientras compraban, llegó el novio. Las cinco vírgenes previsoras entraron con él a la celebración  de  la  boda, y  luego  se  cerró  la puerta. Cuando regresaron las otras cinco, se encontraron con la puerta cerrada. 


Intentaron convencer al novio para que abriera la puerta, pero él no lo hizo y ellas se quedaron fuera.


Al terminar de contar la parábola, Jesús dio la siguiente advertencia a sus discípulos: «Velad, pues, porque no sabéis ni el día ni la hora». 



LLEVAR A LA PRÁCTICA LA VERDAD


A aquellas cinco les impide entrar el atolondramiento, la superficialidad, en definitiva, la falta de la prudencia.  


Esta virtud es fundamento de las restantes virtudes humanas. Consiste en la potencia de espíritu que nos facilita conocer el bien y los medios para alcanzarlo.


Las virtudes son una manifestación de la santidad —que el santo posee, y por eso se estudian en los procesos, porque son cuestiones cuantificables y en cierta medida se pueden comprobar y probar—, pero la raíz de la santidad no está en las virtudes. 


La virtudes son manifestaciones de que hay santidad, pero no se puede cifrar en ellas la santidad misma, pues la salvación no nos llega por Aristóteles, ni tan siquiera por la ciencia teológica en cuanto tal, sino por la persona de Jesucristo.


La prudencia es la virtud soberana, la virtud reina de la conducta. Rige y gobierna los actos de los hombres. Una acción es buena cuando es prudente, cuando está conducida por la verdad. Por el contrario, para el voluntarismo la base donde se apoya el bien es el deber. Pero el bien no está enraizado en el deber sino en la realidad, en la verdad. 


No deberíamos hacer las cosas porque estén «mandadas». Deberíamos realizarlas porque «objetivamente» sean buenas. Hacer el bien es una cosa distinta de cumplir un mandato. El bien no se identifica siempre con el cumplimiento de un mandato. 



CON AMOR


Es necesario velar, estar despierto, no olvidar nunca lo importante, pues nuestra vida es una larga espera en la que hemos de mirar los sucesos desde Dios. Su fin principal sería atesorar amor, ese aceite que procede del Espíritu divino. El hombre prudente, el justo, en una palabra, el bueno, es el que atesora en su interior esa caridad. 


El aceite de repuesto, que poseen las vírgenes de la parábola, haría referencia a un grado superior de amor. Ese grado de aceite «extra virgen», hace que el que lo posea tenga un «complemento» a la simple naturaleza. De ahí que la visión de las personas verdaderamente prudentes se vuelve «sobre» natural. 


Tienen la facultad de mirar las cosas desde Dios, y así relativizan los acontecimientos de este mundo.


Al crecer en ellos la caridad, poseen una perspectiva, que no es fruto de un desengaño y despego por lo humano, sino de un amor sobrenatural que pone lo humano en su sitio. 


Esa prudencia de carácter superior, que pone en su lugar —relativizando— las cosas del mundo también cuenta con la prudencia ordinaria, como no podía ser de otro modo, pues la santidad está siempre unida a verdad.


Quizá un resumen de la prudencia perfecta la da  la  carta  a los Efesios (4, 15) cuando afirma que conviene llevar a la practica la verdad con caridad. 


«Haciendo la verdad», porque la verdad no es solo para decirla, sino para hacerla realidad con amor: la prudencia del hombre perfecto consiste en transformar la verdad en acción, teniendo el punto de mira dirigido a Dios. 


Y si mirábamos a la Virgen prudentísima, que realizaba la voluntad de Dios con alegría, podemos pedirle: –Madre nuestra, que las necias sean prudentes, y las prudentes, simpáticas.


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MATEO 25


1Entonces se parecerá el reino de los cielos a diez vírgenes que tomaron sus lámparas y salieron al encuentro del esposo. 2Cinco de ellas eran necias y cinco eran prudentes. 3Las necias, al tomar las lámparas, no se proveyeron de aceite; 4en cambio, las prudentes se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas. 5El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. 6A medianoche se oyó una voz: “¡Que llega el esposo, salid a su encuentro!”. 7Entonces se despertaron todas aquellas vírgenes y se pusieron a preparar sus lámparas. 8Y las necias dijeron a las prudentes: “Dadnos de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas”. 9Pero las prudentes contestaron: “Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis”. 10Mientras iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta. 11Más tarde llegaron también las otras vírgenes, diciendo: “Señor, señor, ábrenos”. 12Pero él respondió: “En verdad os digo que no os conozco”. 13Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora».




martes, 19 de agosto de 2025

XIV. NIÑOS GRITANDO

Jesús emplea una parábola para hacer ver lo absurdo y contradictorio de la  conducta de sus contemporáneos (cf. Mt 11, 16-19). 


¿A quién compararé esta generación? Se asemeja a unos niños sentados en la plaza, que gritan diciendo: “Hemos tocado la flauta, y no habéis bailado; hemos entonado lamentaciones, y no habéis llorado”» (11, 16-17).


Aquellos hombres desacreditan a los enviados de Dios para no tener que hacerles caso. 


El colmo es que a uno no lo creen porque lo consideran una persona excéntrica, y a otro porque actúa con normalidad. Conviene que meditemos esta parábola porque, de alguna manera, nos concierne a todos.



ESTA GENERACIÓN 


Somos hijos de nuestro tiempo, respiramos un mismo ambiente y  no podemos vivir de espalda a él. Es muy humano adaptarse a las opiniones generalizadas del entorno en el que vivimos. 


Lo queramos o no estamos influenciados por lo que oímos y experimentamos. Nuestra persona se compone indudablemente de nuestro yo, pero también de las relaciones que tenemos con los otros y con el medio en el que vivimos. Somos hijos de nuestros padres y también de nuestro tiempo, de nuestro país, de la cultura occidental u oriental. 


No es lo mismo haber nacido en el siglo I que en el XXI, porque estamos condicionados por la técnica, por los descubrimientos de la tecnología. O haber nacido de unos padres cultos o superficiales. 


Todo nos influye. Y lo  que parece bueno puede facilitar nuestra flojera o lo malo espolear nuestras buenas cualidades. Aunque quisiéramos no podemos aislarnos de las circunstancias en las que desarrollamos nuestro yo. Pues aunque huyéramos del ambiente estaríamos  posicionándonos  a  favor  o en contra de él: siempre lo tendríamos que tener en cuenta.



NUESTRO CONTEMPORÁNEO 


Cada generación posee una forma peculiar de actuación, aunque todas las épocas tendrán aspectos comunes: la mentira siempre estará mal vista; una persona egoísta acabará sola con el paso del tiempo; los bienes ajenos siempre serán codiciados. 


La superficialidad llevará a alabar a los triunfadores y abandonar a los que hayan tenido un revés de fortuna. Se buscará ser actual, estar al día, aunque el hombre será siempre moderno. Podrán mejorar aspectos de la calidad de vida, quizá otros empeorarán. 


El ser humano podrá vivir más años, pero nunca tendrá una vida perdurable en esta tierra. Y en lo esencial no ha cambiado ni cambiará. 


La doctrina de Jesús y su Persona son de ayer, de hoy y de siempre, tienen validez para todo tiempo. Se podría decir que, en cierto sentido, todos somos sus contemporáneos. Y al hablar de «esta generación», no solo se refiere a la suya propia. 


En lo básico seguimos con los mismos problemas: egoísmo, superficialidad... Y al vivir en sociedad también huimos de ser considerados excéntricos o raros, pues tenemos miedo a ser excluidos.


La contrapartida es que también tenemos las mismas soluciones: generosidad, capacidad de escucha…   


Jesús dice: «¿A quién compararé esta generación? Se asemeja a unos niños sentados en la plaza, que gritan diciendo: “Hemos tocado la flauta, y no habéis bailado; hemos entonado lamentaciones, y no habéis llorado”» (Mt 11, 16-17). 


No es solo que no hagan caso, sino que le echan la culpa al mensajero. De Juan el Bautista dicen que «tiene un demonio», debido a lo que consideran excentricidades. Y del mismo Jesús dicen que es un comilón y bebedor, porque actúa con normalidad (cf. Ibid., 11, 18) .


Ya se ve que no debemos preocuparnos excesivamente de lo que piensen los demás. Pues hagamos lo que hagamos seremos criticados. Ni el mismo Dios ha sido capaz de contentar a todo el mundo. 


Es difícil conocer a una persona y también que nos conozcan a nosotros. Nos engañamos fácilmente, por eso no debemos juzgar con ligereza a nadie, porque estamos lejos de conocer el porqué de su actuación. Dice Jesús: «la sabiduría se ha acreditado por sus obras». 



ACTUAR CON SABIDURÍA


Lo que hace que conozcamos a las personas son sus hechos. Jesús enseña con su palabra, pero no es solo un maestro que habla con sabiduría, sino que él es la misma Sabiduría que actúa.    


La falta de sentido común de sus contemporáneos no solo les llevó a contradecirse en los argumentos que empleaban, para justificar su mala conducta. Sino que condenan por blasfemo al mismo Hijo de Dios.


También hoy muchos de nuestros contemporáneos están convencidos de que Jesús es un Maestro admirable por su sabiduría y bondad. 


Y sin embargo caen en la contradicción de pensar que es tan solo un hombre. Pues es absurdo pensar haya una persona santa y sabia –como ha habido pocas en la historia– que esté convencida de ser Dios y muera por ese motivo, y que en realidad se engañe. Por eso no cabe otra disyuntiva: o se trata de un loco o verdaderamente es Dios. 


Se podría parafrasear el capítulo 11 de san Mateo, diciendo: «Jesús, fue un hombre integró y sabio. Al que crucificaron porque, no estando loco, afirmaba ser Dios. Hoy en día, sabemos que nadie puede decir esto, si ser un narcisista megalómano. Sin embargo en nuestro tiempo no se le hubiera condenado a muerte. Por el contrario, su doctrina sirve de inspiración a millones de personas, aunque no se declaren seguidores suyos».  



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MATEO 11


16¿A quién compararé esta generación? Se asemeja a unos niños sentados en la plaza, que gritan diciendo:


 17“Hemos tocado la flauta, y no habéis bailado; hemos entonado lamentaciones, y no habéis llorado”. 


18Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: “Tiene un demonio”. 


19Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: “Ahí tenéis a un comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores”. Pero la sabiduría se ha acreditado por sus obras». 


martes, 12 de agosto de 2025

XIII. LA DESCARRIADA

 



En los primeros años de este milenio tuvo lugar un sínodo de obispos sobre el Viejo Continente. 


Al final, Juan Pablo II quiso confirmar con su firma lo que se había dicho, a través de una exhortación apostólica que llevaba por título «La Iglesia en Europa» (Ecclesia in Europa). 


En la entradilla de este documento, que trataba del viejo continente, figura este texto: «Sobre Jesucristo, vivo en su Iglesia y fuente de Esperanza para Europa». Pues al hablar de la 


esperanza debemos tener el cuenta que Jesús es el ancla donde está sujeta nuestra salvación.  Al meditar sobre la esperanza normalmente la consideramos desde el punto de vista nuestro, porque se trata de una virtud, que poseemos en cuanto que vivimos en esta tierra. Propiamente Dios no puede tener la esperanza teologal.


Sin embargo, aunque Dios no puede esperar las realidades sobrenaturales, porque ya las posee, sin embargo mucho espera de nosotros, porque nos quiere.


Es verdad los cristianos esperamos en Dios, pero también Dios espera en nosotros. El amor que nos tiene es tan grande, que busca correspondencia por nuestra parte: no posee nuestro amor, lo espera. 


En una de sus parábolas Jesús narra cómo Dios es paciente, y nos busca porque tiene esperanza en nuestro amor, aunque nos hayamos extraviado.


Según escribe san Mateo (18, 12) decía Jesús en una ocasión: «¿Qué os parece? Suponed que un hombre tiene cien ovejas: si se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en los montes y va en busca de la perdida?».



LA PERDIDA


Para un Pastor, como es nuestro Señor, la pérdida de una de sus ovejas es una auténtica tragedia. Dios además es Padre, al que le interesan nuestras cosas. Un hombre tiene preocupación cuando un hijo suyo se extravía, pero Dios no se preocupa sino que se ocupa. 

Cierto que tenemos libertad para descaminarnos, aunque también lo es que el Señor nos busca, y emplea los lazos de su amor para que volvamos, como si tuviese un hilo invisible por el que estamos unidos. 


Y si queremos alejarnos, nos los permite, pero cuando llega el tiempo propicio –y nosotros le dejamos actuar– va enrollando el carrete de su enorme caña de pescar, y poco a poco nos atrae hacia sí. 


Él conoce todas nuestras debilidades, pero también lo bueno que hay en nosotros. 


Nos conoce perfectamente, porque nos quiere. Su amor es siempre positivo, aunque vea que haya cosas que deban mejorarse. Porque la verdad es siempre positiva. Así la esperanza de un cristiano, que es sobrenatural, está anclada en el amor que Dios nos tiene. 


En cambio el optimismo es un estado de ánimo que endulza el alma, como el azúcar que envuelve a los fármacos, para que los niños tomen el jarabe de palo. 


Y como sabemos, el mucho azúcar, con el tiempo, puede generar diabetes. 


La esperanza no es como el optimismo, pues aunque humano, se basa en un estado anímico, arraigado más en lo psicosomático del hombre que en la vida espiritual de hijo de Dios. Así la esperanza de un cristiano no depende de los vaivenes de esta vida, por estar anclada en eternidad, con las amarras de la confianza en Dios. 


La esperanza hace que nos fiemos del amor que Dios nos tiene, que sale a nuestro encuentro cuando nos extraviamos. 


No es extraño que haya santos que han aconsejado frecuentar el sacramento de la penitencia, aunque no tengamos especiales pecados, pues la mejor medicina es la preventiva y, como sabemos por experiencia, para mantener nuestro hogar confortable lo más práctico es limpiar sobre limpio. 


Así nunca habrá suciedad, como es el caso de los que solo limpian cuando hace falta. 


Esto es lo más animante, que Dios nos quiere siempre. E incluso descendió del santuario del cielo al barro de la tierra, para salvarnos. Nuestro Pastor deja noventa y nueve ovejas en el redil para irse a buscar a la extraviada. 


No es que al Señor le importen más las personas díscolas, frívolas, descarriadas. 


Les interesan todas las personas, aunque  su amor de Padre le lleva a volcarse con las más necesitadas, como haría nuestros padres, que él ha creado para que también reflejen su misericordia. Todo esto es de sentido común más vale cien ovejas, que noventa y nueve. Si ya tiene a su lado las noventa y nueve, entonces va en busca de la que le falta, para que esté también con él.



LA PREVENTIVA 


Sigue Jesús, diciendo: «Y si la encuentra, en verdad os digo que se alegra más por ella que por las noventa y nueve que no se habían extraviado» (Mt 18, 13).


Más alegría hay en el cielo cuando hacemos una cosa mal y nos arrepentimos, que no cuando hacemos noventa y nueve cosas bien y no necesitamos pedir perdón.


Y si en alguna ocasión permite  algún descalabro nuestro es que con esa caída conseguirá para nosotros un bien mayor, el de la humildad, que quizá nos faltaba. Porque es cierto que el poder de Dios se demuestra en que de los males saca bienes y de los grandes males grandes bienes.


Es cierto que nuestro Pastor deja a las noventa y nueve que están en el redil para buscar a la perdida: no es que le importen menos las personas fieles, pues con todas sus ovejas emplea su amor, pero la mayoría de las veces su gran amor toma la forma de misericordia «preventiva». 




LOS PEQUEÑOS 


Sabe nuestro Padre Dios (en realidad nuestro Abba, Papá)  que  algunos  de  sus  hijos somos débiles y por eso nos protege de manera especial. 


Pues así se trata a los niños, ya que «no es voluntad de vuestro Padre que está en el cielo que se pierda ni uno de estos pequeños» (Mt 18, 7). Y todos somos pequeños ante él. Todas las ovejas están necesitadas del pastor, tanto la que se pierde como los que se quedan. 


A la gran mayoría las deja en el redil, para «prevenir» que se descarriaran. En realidad todas las ovejas son iguales de débiles. 


Si el Pastor pensase que son mejores las noventa y nueve, las hubiera dejado pastando y no en un cercado que las protegiera de los adversarios. 


Sabemos que Satanás ronda como un león, buscando a quien devorar. Nosotros de algún adversario o de su propio extravío. 


A veces somos los que nos distraemos olisqueando, distraídos, como si estuviéramos en una segunda adolescencia.


Nosotros estamos en el redil de la Iglesia, no porque seamos mejores que otras personas, sino  porque  somos  unos  necesitados. En los hospitales no están los sanos sino los que necesitan ayuda. 


La Iglesia es como un hospital donde vamos a que nos curen, a que nos escuchen, a que nos alimenten, a que nos protejan. Para eso nos encontramos en esta Clínica. 


También hay otras personas, que necesitarían asistencia, pero se encuentran en la calle. Dios quiere que ingresen para ocuparse de ellos.


Ya llegará el tiempo de que nos den de alta.  Nuestro Médico nos dirá: «Te puedes marchar». O nos hemos curado o, por el contrario, no se puede hacer nada por nosotros. 


Una de esas dos cosas. Pero nos darán el «alta»: ya nos podemos ir para «arriba», nunca mejor dicho.  


A nuestra Madre podremos llamarla enfermera. Quizá le cuadra mejor el título de Pastora, como le llaman en el Rocío.


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MATEO 7


12¿Qué os parece? Suponed que un hombre tiene cien ovejas: si una se le pierde, ¿no deja las noventa y nueve en los montes y va en busca de la perdida? 13Y si la encuentra, en verdad os digo que se alegra más por ella que por las noventa y nueve que no se habían extraviado. 14Igualmente, no es voluntad de vuestro Padre que está en el cielo que se pierda ni uno de estos pequeños.

FORO DE MEDITACIONES

Meditaciones predicables organizadas por varios criterios: tema, edad de los oyentes, calendario.... Muchas de ellas se pueden encontrar también resumidas en forma de homilía en el Foro de Homilías