martes, 22 de julio de 2025

X. EL AGUA

En la predicación de Jesús el agua tiene bastante relevancia. Precisamente la imagen del agua recorre todo el Evangelio de san Juan. En el capítulo 4 encontramos a Jesús junto al pozo de Jacob: el Señor promete a una Samaritana un agua que tiene la capacidad de hacer una fuente en nuestro interior y salta hasta llegar a la vida eterna (cf. 4, 14). 


Aquí, el simbolismo del pozo está relacionado con la historia de Israel, pues tiene que ver con Jacob. 


En este lugar donde está Jesús, efectivamente Jacob había construido el pozo, pero Dios ha creado el agua. 


El hombre tiene una sed mucho mayor aún, una sed que va más allá del agua del Pozo. Esta agua que salta hasta la vida eterna es el Amor, la Caridad, la única de las virtudes teologales que va a permanecer en el cielo.


Así es como en la conversación con la Samaritana el agua se convierte en símbolo del Espíritu Santo, del Amor que es capaz de saciar el deseo más profundo del hombre y le da la vida plena, que en nuestro interior anhelamos; aun sin conocerla.



PARA LIMPIARNOS


El simbolismo del agua aparece de nuevo en el capítulo 9: Jesús cura a un ciego de nacimiento. El enfermo, siguiendo el mandato de Jesús, se lava en la piscina de Siloé: así logra recuperar la vista. Siloé, significa el «Enviado», comenta el evangelista para sus lectores que no conocen el hebreo (9, 7). Esta referencia que hace san Juan es algo más que de una simple aclaración lingüística. Lo que hace el Evangelista es indicarnos el verdadero sentido del milagro. Quiere hacernos ver que Jesús es el «Enviado». 


Todo el capítulo se muestra como una explicación del bautismo, que nos hace capaces de ver. Jesús es quien nos abre los ojos mediante el sacramento. Es el Enviado del Padre para dar luz a los ciegos, como estaba profetizado. Enviado  por el Padre  para darnos la perspectiva, el relieve, para iluminarnos con su palabra, pero sobre todo con su vida. 


También aparecerá la imagen del agua, con un significado similar y a la vez diferente, durante la Última Cena. En el lavatorio de los pies: antes de cenar Jesús se levanta, se quita el manto, se ciñe una toalla a la cintura, vierte agua en una jofaina y empieza a lavar los pies a los discípulos (cf. 13, 4s). 


La humildad de Jesús,  Dios se abaja a hacerse servidor de los hombres y así nos limpia de nuestros pecados.


Y este es el principal apostolado del cristiano: mediante el servicio es como acercamos a los demás a Dios. 


Y si por algún tiempo hemos de ocuparnos en cargos de gobierno, entonces es más necesario el servicio, porque mandar, gobernar, no es siempre servir, pero sirviendo es como mejor se gobierna.


Finalmente, el agua vuelve a aparecer, llena de misterio, al final de la pasión: puesto que Jesús ya había muerto, no le quiebran las piernas, sino que uno de los soldados «con una lanza le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua» (19, 34). 


No cabe duda de que san Juan quiere referirse a los dos principales sacramentos de la Iglesia –Bautismo y Eucaristía–, que proceden del corazón abierto de Jesús y con los que, de este modo, la Iglesia nace de su costado.


Recientemente santa Faustina nos hablaba de la visión que tuvo de Jesús, con los dos rayos que le salían de su costado, el blanco que significa la limpieza que nos produce los sacramentos del Bautismo y la Penitencia, y el rojo que simboliza el alimento que Jesús nos da a través de la Eucaristía. 


San Juan escribe otra vez sobre la sangre y el agua en su Primera Carta: «Este es el que vino por el agua y por la sangre, Jesucristo; no por agua únicamente, sino por agua y sangre... Son testimonio: el Espíritu, el agua y la sangre; y los tres están de acuerdo» (1 Jn 5, 6-8). 


Aquí aparece este comentario dirigido a los cristianos que, reconocen el sacramento del bautismo, pero que les cuesta asimilar la muerte de Jesús en la cruz. Esta es la piedra de escándalo donde tropieza su fe. 


Normalmente es en la cruz donde también tropieza nuestra fe. Cuando las cosas se ponen cuesta arriba, nos humillan, o pensamos que nos humillan, cuando llega la enfermedad… 


En definitiva cuando llega la cruz en todas sus manifestaciones, ahora como en tiempos de los primeros cristianos es lo difícil de asimilar. 


La práctica  cristiana es bonita, pero llega la cruz, y poca gente la acoge. Aunque lo que nos salva es la cruz. 


San Juan escribe que aquellos que piensan que la pasión y muerte no desempeñan ningún papel en la salvación se engañan. 


Los que se quedan con la pura doctrina, los valores y el moralismo, les falta la «sangre» que ha derramado Jesús para salvarnos. Jesús no solo nos enseñó, sino que murió por nosotros. 


La palabra y la vida van juntas. El agua y la sangre van unidas; pues es la sangre del Cordero la que nos limpia de nuestros pecados, no el simple rito del agua, que en sí mismo solo es un símbolo. 


Y al agua y la sangre hay que añadir la acción del Espíritu, el Amor de Dios que hace posible todo esto.


LA ROCA


Con ocasión de la fiesta de las Tiendas nos dice san Juan (7, 37ss): «El último día, el más solemne de la fiesta, Jesús en pie gritaba: “El que “tenga sed, que venga a mí; el que cree en mí que beba”; como dice la Escritura: “De sus entrañas manarán torrentes de agua viva”...». 


Estas palabras se encuentran en el contexto de la fiesta, en la que tomaban agua de la fuente de Siloé para llevar una ofrenda de agua al templo durante los siete días de la celebración. Era un recuerdo del agua, que Dios hizo brotar de la roca durante la travesía de Israel por desierto (cf. Nm 20, 1-13). Moisés había dado a su Pueblo, durante la marcha por el desierto, pan del cielo y agua de la roca. Por eso, también se esperaban del nuevo Moisés, del Mesías, estos  dones básicos para la vida. 


Precisamente el agua y la comida aparecen en la Primera Carta de san Pablo a los Corintios, cuando escribe: «Todos comieron el mismo alimento espiritual; y todos bebieron la “misma bebida espiritual, pues bebieron de la roca espiritual que los seguía; y la roca era Cristo» (10, 3s).


Jesús se presenta a sí mismo como el Agua que sacia la sed del hombre, la sed de Vida, de «vida en abundancia» (Jn 10, 10); una vida no condicionada por la necesidad.


Pues esto es lo que nos dice la Sagrada Escritura, que ya podemos vivir bien las virtudes: ser puntuales, ordenados, organizados, ser desprendidos, que todo eso es una cosa buena, aunque no es lo que sostiene nuestra vida cristiana, pues la roca es Jesús, de allí es donde sale al agua de la gracia, que nos salva. No de nuestro heroísmo por ser sacrificados. Lo fundamental en nuestra vida es don de Dios, no de lo que hacemos nosotros con esfuerzo.


Es cierto que al que madruga, Dios le ayuda; al que no madruga también le ayuda, pero más tarde. Jesús responde también a la pregunta: ¿cómo se bebe esta agua de vida? ¿Cómo se llega hasta la fuente y se toma el agua? 


«El que cree en mí...». La fe en Jesús es el modo en que se bebe el agua viva, en que se bebe la vida que ya no está amenazada por la muerte.


El texto continúa así: «Como dice la Escritura: de sus entrañas manarán torrentes de agua viva» (Jn 7, 38). Creer en Jesús, confiar en Él. 


Decir en nuestra oración: –yo me fío de ti, nunca me fallarás, confío en tu misericordia.



LA FUENTE VIVA  


El Nuevo Testamento sostiene que esos torrentes de agua viva, del que nos habla las Sagradas Escrituras tienen su explicación en Jesús. 


Todo lo que se ha dicho del agua que nos purifica muestran su sentido coherente en la vida de nuestro Señor.


Por ejemplo el profeta Ezequiel habla del nuevo templo por donde corre un agua que saneará a todo viviente. (cf. 47, 1-12). Sabemos, como nos dice san Juan (cf. 2, 21), que el nuevo templo es cuerpo de Jesús, de donde correrán torrentes de agua que limpiarán a todos los seres.


Su Cuerpo, del que brotaría sangre y agua (cf. Jn 19, 34), es el verdadero templo y será fuente de vida para todos los tiempos. 


Y esto es lo que ha ocurrido: desde que Jesús fue  crucificado y resucitado, discurre este río purificando la tierra y haciendo que crezcan árboles llenos de frutos. 


Y el último capítulo de la Sagrada Escritura, en el Apocalipsis, se nos habla de esta agua: «Me mostró a mí, Juan, el río de agua viva, luciente como el cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero» (Ap 22, 1). Es el Agua viva, su Amor, por la que el cristiano participamos de la fecundidad del Señor. Esto se puede ver en la historia: los santos son como un oasis en torno a los que surge la vida. Y en el que Jesús mismo es la Fuente.


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JUAN 


4

13Jesús le contestó: «El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; 14pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna». 15La mujer le dice: «Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla».




7

37El último día, el más solemne de la fiesta, Jesús en pie gritó: «El que tenga sed, que venga a mí y beba 38el que cree en mí; como dice la Escritura: “de sus entrañas manarán ríos de agua viva”». 39Dijo esto refiriéndose al Espíritu, que habían de recibir los que creyeran en él. Todavía no se había dado el Espíritu, porque Jesús no había sido glorificado.




13

4se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; 5luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido.




19

 33pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, 34sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. 35El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis.


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