martes, 29 de julio de 2025

XI. LOS TALENTOS


Tiempo de negociar es nuestra vida… Como si el mismo Dios nos hubiera dado el encargo de hacer fructificar nuestros talentos, negociar con ellos.


El «talento» era una antigua moneda romana, de gran valor. Y precisamente a causa de la popularidad de esta parábola se ha convertido en sinónimo de «dote personal». 


El texto de san Lucas habla de un noble que, al ausentarse, llamó a sus siervos y les encomendó su hacienda (cf. 19, 12). El hombre de esta parábola representa a Cristo mismo; los siervos son los discípulos; y los talentos son los bienes que se les encomiendan. 


Estos talentos no sólo representan las cualidades naturales, sino también las riquezas que Jesús nos ha dejado como herencia: las enseñanzas del Evangelio; su manera de orar, con la que nos dirigimos a Dios como como Padre; los sacramentos, por los que el mismo Jesús nos concede su ayuda desde el comienzo de nuestra vida hasta el final de ella. Sobre todo la  Eucaristía,  en  el  que  se  contiene  a  Dios mismo. Todo esto compone el tesoro que Jesús entregó a sus amigos al final de su breve existencia terrena. 


Con la parábola de los talentos el Maestro nos enseña la actitud interior con la que debemos acoger la riqueza que Dios nos ha entregado: confianza y audacia, en definitiva la valentía que nos lleva a amar, entregando lo que somos y tenemos.



EL HOLGAZÁN


El siervo que entierra el talento, y no lo hace fructificar, dice que actúa así por miedo hacia su Señor. 


El mismo siervo explica el motivo de su comportamiento: «Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces, tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra» (Mt 25, 24-25). 


Por sus palabras se ve que no tiene con su patrón una relación de confianza. Más bien le tiene miedo, y esto le desalienta para tomar iniciativas, porque el miedo lleva a refugiarse en  soluciones  segura  y  garantizadas. Y  así este hombre termina por no hacer nada de provecho. 


Esta parábola nos hace entender lo importante que es tener una idea verdadera de Dios. Porque no debemos pensar que Él es un Señor duro y severo, siempre pendiente de nuestros fallos para castigarnos si nos equivocamos en nuestras decisiones.


Si en nuestro interior está esa imagen equivocada de Dios, nuestra vida no podrá ser fecunda, porque el miedo no es nada constructivo. 


En el caso del siervo perezoso, al dejarse llevar por prejuicios, desconfía, aunque el Dueño le haya hecho responsable de su misma hacienda. 


Eso es lo verdaderamente objetivo la confianza de uno y la desconfianza del otro. 


Lo curioso es que este siervo holgazán le echa la culpa al Señor, de su poco imaginativa y negligente capacidad de negociar. 


Pues se limita a enterrar el dinero, pudiendo ir a un banco y obtener intereses.


Esta actitud pasiva la tienen, por ejemplo, quienes han recibido el Bautismo, la Comunión y la Confirmación, y entierran esos dones bajo una capa de prejuicios. El miedo ante sus exigencias le apartan de él. 


Sin duda peca contra el Espíritu Santo, pues no confían en su Amor. En su corazón egoísta piensan que el Señor es como ellos, aunque infinitamente más poderoso. Indudablemente tienen fe, como las criaturas maléficas, pero les falta amor. 


Así la prevención ante la posible exigencia de Dios paraliza a algunos cristianos, pues aunque, a veces, el mismo miedo lleva a actuar, al no conseguir avances significativos en su vida, arrojan la toalla y pierden la esperanza.


Se olvidan de que en esta vida lo importante es hacer fructificar el amor que Dios nos ha entregado, y no encerrarlo en el interior de nuestro amor propio. 


La parábola da más relieve a los buenos frutos producidos por los discípulos que, felices por el don recibido, no lo mantuvieron enterrado, sino que lo hicieron fructificar, compartiéndolo, repartiéndolo. 


LOS NEGOCIANTES


Lo que Jesús nos ha entregado se multiplica dándolo a los demás. No es un regalo para fomentar nuestro egoísmo. Paradójicamente, si damos, nuestra riqueza aumenta. Y al revés, si el amor nos lo quedamos para nosotros mismos, entonces lo perdemos. El amor es un tesoro divino que hemos recibido para gastarlo, invertirlo y compartirlo con todos. Lo que no se da, se entierra. La mejor inversión es el amor. El que da encuentra más en su interior. Y al que no da, lo que tiene se pudre.


Por eso decía Jesús que «al que tiene [amor] se le dará, y al que no tiene, incluso lo que tiene se le quitará» (Lc 19, 26). Esta enseñanza de Jesús ha influido también en el plano social, promoviendo en los cristianos una mentalidad caritativa y emprendedora. 


El mensaje central de esta parábola de los talentos se refiere al espíritu de responsabilidad, con el que se debe acoger el reino de Dios: El reino de Dios depende de nosotros.


Ya se ve que Dios nos tiene una gran confianza, y da sus gracias, aunque sepa que no vamos a responder positivamente, porque siempre respeta nuestra libertad. Y con ella –que es 


el mayor regalo en lo humano– nos da la posibilidad de caminar sobre senderos que no han sido transitados.


De ahí que el siervo que recibió cinco talentos es emprendedor y gana otros cinco. De igual modo se comporta el siervo que había recibido dos y se procura otros dos.



EN LO PEQUEÑO 


Libertad, imaginación, creatividad: lo santos cristianos han sido originales sin proponérselo. Porque cada época exige el talento de adaptarse a la realidad cambiante. Sin enterrar los talentos, sino negociando con ellos. 


Lo contrario sería hacer lo de siempre, sin tomarse la molestia de sacar de nuestro baúl la ropa que corresponda para cada ocasión, sino dejarla encerrada entre naftalina y bolitas de alcanfor, haciendo que huelan a rancio. Así nunca nos equivocaríamos, pero tampoco acertaríamos nunca.


María que, recibió el don más valioso, Jesús mismo, lo ofreció al mundo con inmenso amor, sin quedárselo para ella sola. Y estando abierta a los planes de Dios, inauguró un nuevo inicio para la historia del mundo. Ella se santificó haciendo de lo pequeño algo extraordinario. Su vida aunque compuesta de cosas minúsculas no fue vulgar sino tremendamente fecunda, porque participó en el negocio de la salvación con los talentos que recibió de su Creador. 


Pidámosle que nos ayude a ser siervos buenos y fieles «en lo poco», para que podamos participar un día «en el gozo» de nuestro Señor (Mt 25, 21).



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MATEO 25


14«Es como un hombre que, al irse de viaje, llamó a sus siervos y los dejó al cargo de sus bienes: 15a uno le dejó cinco talentos, a otro dos, a otro uno, a cada cual según su capacidad; luego se marchó. 16El que recibió cinco talentos fue enseguida a negociar con ellos y ganó otros cinco. 17El que recibió dos hizo lo mismo y ganó otros dos. 18En cambio, el que recibió uno fue a hacer un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor. 19Al cabo de mucho tiempo viene el señor de aquellos siervos y se pone a ajustar las cuentas con ellos. 20Se acercó el que había recibido cinco talentos y le presentó otros cinco, diciendo: “Señor, cinco talentos me dejaste; mira, he ganado otros cinco”. 21Su señor le dijo: “Bien, siervo bueno y fiel; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; entra en el gozo de tu señor”. 22Se acercó luego el que había recibido dos talentos y dijo: “Señor, dos talentos me dejaste; mira, he ganado otros dos”. 23Su señor le dijo: “¡Bien, siervo bueno y fiel!; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; entra en el gozo de tu señor”. 24Se acercó también el que había recibido un talento y dijo: “Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces, 25tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo”. 26El señor le respondió: “Eres un siervo negligente y holgazán. ¿Con que sabías que siego donde no siembro y recojo donde no esparzo? 27 Pues debías haber puesto mi dinero en el banco, para que, al volver yo, pudiera recoger lo mío con los intereses. 28Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez. 29Porque al que tiene se le dará y le sobrará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. 30Y a ese siervo inútil echadlo fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de dientes”».



LUCAS 19


12Añadió una parábola, porque él estaba cerca de Jerusalén y pensaban que el reino de Dios iba a manifestarse enseguida. 12Dijo, pues: «Un hombre noble se marchó a un país lejano para conseguirse el título de rey, y volver después. 13Llamó a diez siervos suyos y les repartió diez minas de oro, diciéndoles: “Negociad mientras vuelvo”. 14Pero sus conciudadanos lo aborrecían y enviaron tras de él una embajada diciendo: “No queremos que este llegue a reinar sobre nosotros”. 15Cuando regresó de conseguir el título real, mandó llamar a su presencia a los siervos a quienes había dado el dinero, para enterarse de lo que había ganado cada uno. 16El primero se presentó y dijo: “Señor, tu mina ha producido diez”. 17Él le dijo: “Muy bien, siervo bueno; ya que has sido fiel en lo pequeño, recibe el gobierno de diez ciudades”. 18El segundo llegó y dijo: “Tu mina, señor, ha rendido cinco”. 19A ese le dijo también: “Pues toma tú el mando de cinco ciudades”. 20El otro llegó y dijo: “Señor, aquí está tu mina; la he tenido guardada en un pañuelo, 21porque tenía miedo, pues eres un hombre exigente que retiras lo que no has depositado y siegas lo que no has sembrado”. 22Él le dijo: “Por tu boca te juzgo, siervo malo. ¿Conque sabías que soy exigente, que retiro lo que no he depositado y siego lo que no he sembrado? 23Pues ¿por qué no pusiste mi dinero en el banco? Al volver yo, lo habría cobrado con los intereses”. 24Entonces dijo a los presentes: “Quitadle a este la mina y dádsela al que tiene diez minas”. 25Le dijeron: “Señor, ya tiene diez minas”. 26“Os digo: al que tiene se le dará, pero al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. 27Y en cuanto a esos enemigos míos, que no querían que llegase a reinar sobre ellos, traedlos acá y degolladlos en mi presencia”». 28Dicho esto, caminaba delante de ellos, subiendo hacia Jerusalén.


martes, 22 de julio de 2025

X. EL AGUA

En la predicación de Jesús el agua tiene bastante relevancia. Precisamente la imagen del agua recorre todo el Evangelio de san Juan. En el capítulo 4 encontramos a Jesús junto al pozo de Jacob: el Señor promete a una Samaritana un agua que tiene la capacidad de hacer una fuente en nuestro interior y salta hasta llegar a la vida eterna (cf. 4, 14). 


Aquí, el simbolismo del pozo está relacionado con la historia de Israel, pues tiene que ver con Jacob. 


En este lugar donde está Jesús, efectivamente Jacob había construido el pozo, pero Dios ha creado el agua. 


El hombre tiene una sed mucho mayor aún, una sed que va más allá del agua del Pozo. Esta agua que salta hasta la vida eterna es el Amor, la Caridad, la única de las virtudes teologales que va a permanecer en el cielo.


Así es como en la conversación con la Samaritana el agua se convierte en símbolo del Espíritu Santo, del Amor que es capaz de saciar el deseo más profundo del hombre y le da la vida plena, que en nuestro interior anhelamos; aun sin conocerla.



PARA LIMPIARNOS


El simbolismo del agua aparece de nuevo en el capítulo 9: Jesús cura a un ciego de nacimiento. El enfermo, siguiendo el mandato de Jesús, se lava en la piscina de Siloé: así logra recuperar la vista. Siloé, significa el «Enviado», comenta el evangelista para sus lectores que no conocen el hebreo (9, 7). Esta referencia que hace san Juan es algo más que de una simple aclaración lingüística. Lo que hace el Evangelista es indicarnos el verdadero sentido del milagro. Quiere hacernos ver que Jesús es el «Enviado». 


Todo el capítulo se muestra como una explicación del bautismo, que nos hace capaces de ver. Jesús es quien nos abre los ojos mediante el sacramento. Es el Enviado del Padre para dar luz a los ciegos, como estaba profetizado. Enviado  por el Padre  para darnos la perspectiva, el relieve, para iluminarnos con su palabra, pero sobre todo con su vida. 


También aparecerá la imagen del agua, con un significado similar y a la vez diferente, durante la Última Cena. En el lavatorio de los pies: antes de cenar Jesús se levanta, se quita el manto, se ciñe una toalla a la cintura, vierte agua en una jofaina y empieza a lavar los pies a los discípulos (cf. 13, 4s). 


La humildad de Jesús,  Dios se abaja a hacerse servidor de los hombres y así nos limpia de nuestros pecados.


Y este es el principal apostolado del cristiano: mediante el servicio es como acercamos a los demás a Dios. 


Y si por algún tiempo hemos de ocuparnos en cargos de gobierno, entonces es más necesario el servicio, porque mandar, gobernar, no es siempre servir, pero sirviendo es como mejor se gobierna.


Finalmente, el agua vuelve a aparecer, llena de misterio, al final de la pasión: puesto que Jesús ya había muerto, no le quiebran las piernas, sino que uno de los soldados «con una lanza le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua» (19, 34). 


No cabe duda de que san Juan quiere referirse a los dos principales sacramentos de la Iglesia –Bautismo y Eucaristía–, que proceden del corazón abierto de Jesús y con los que, de este modo, la Iglesia nace de su costado.


Recientemente santa Faustina nos hablaba de la visión que tuvo de Jesús, con los dos rayos que le salían de su costado, el blanco que significa la limpieza que nos produce los sacramentos del Bautismo y la Penitencia, y el rojo que simboliza el alimento que Jesús nos da a través de la Eucaristía. 


San Juan escribe otra vez sobre la sangre y el agua en su Primera Carta: «Este es el que vino por el agua y por la sangre, Jesucristo; no por agua únicamente, sino por agua y sangre... Son testimonio: el Espíritu, el agua y la sangre; y los tres están de acuerdo» (1 Jn 5, 6-8). 


Aquí aparece este comentario dirigido a los cristianos que, reconocen el sacramento del bautismo, pero que les cuesta asimilar la muerte de Jesús en la cruz. Esta es la piedra de escándalo donde tropieza su fe. 


Normalmente es en la cruz donde también tropieza nuestra fe. Cuando las cosas se ponen cuesta arriba, nos humillan, o pensamos que nos humillan, cuando llega la enfermedad… 


En definitiva cuando llega la cruz en todas sus manifestaciones, ahora como en tiempos de los primeros cristianos es lo difícil de asimilar. 


La práctica  cristiana es bonita, pero llega la cruz, y poca gente la acoge. Aunque lo que nos salva es la cruz. 


San Juan escribe que aquellos que piensan que la pasión y muerte no desempeñan ningún papel en la salvación se engañan. 


Los que se quedan con la pura doctrina, los valores y el moralismo, les falta la «sangre» que ha derramado Jesús para salvarnos. Jesús no solo nos enseñó, sino que murió por nosotros. 


La palabra y la vida van juntas. El agua y la sangre van unidas; pues es la sangre del Cordero la que nos limpia de nuestros pecados, no el simple rito del agua, que en sí mismo solo es un símbolo. 


Y al agua y la sangre hay que añadir la acción del Espíritu, el Amor de Dios que hace posible todo esto.


LA ROCA


Con ocasión de la fiesta de las Tiendas nos dice san Juan (7, 37ss): «El último día, el más solemne de la fiesta, Jesús en pie gritaba: “El que “tenga sed, que venga a mí; el que cree en mí que beba”; como dice la Escritura: “De sus entrañas manarán torrentes de agua viva”...». 


Estas palabras se encuentran en el contexto de la fiesta, en la que tomaban agua de la fuente de Siloé para llevar una ofrenda de agua al templo durante los siete días de la celebración. Era un recuerdo del agua, que Dios hizo brotar de la roca durante la travesía de Israel por desierto (cf. Nm 20, 1-13). Moisés había dado a su Pueblo, durante la marcha por el desierto, pan del cielo y agua de la roca. Por eso, también se esperaban del nuevo Moisés, del Mesías, estos  dones básicos para la vida. 


Precisamente el agua y la comida aparecen en la Primera Carta de san Pablo a los Corintios, cuando escribe: «Todos comieron el mismo alimento espiritual; y todos bebieron la “misma bebida espiritual, pues bebieron de la roca espiritual que los seguía; y la roca era Cristo» (10, 3s).


Jesús se presenta a sí mismo como el Agua que sacia la sed del hombre, la sed de Vida, de «vida en abundancia» (Jn 10, 10); una vida no condicionada por la necesidad.


Pues esto es lo que nos dice la Sagrada Escritura, que ya podemos vivir bien las virtudes: ser puntuales, ordenados, organizados, ser desprendidos, que todo eso es una cosa buena, aunque no es lo que sostiene nuestra vida cristiana, pues la roca es Jesús, de allí es donde sale al agua de la gracia, que nos salva. No de nuestro heroísmo por ser sacrificados. Lo fundamental en nuestra vida es don de Dios, no de lo que hacemos nosotros con esfuerzo.


Es cierto que al que madruga, Dios le ayuda; al que no madruga también le ayuda, pero más tarde. Jesús responde también a la pregunta: ¿cómo se bebe esta agua de vida? ¿Cómo se llega hasta la fuente y se toma el agua? 


«El que cree en mí...». La fe en Jesús es el modo en que se bebe el agua viva, en que se bebe la vida que ya no está amenazada por la muerte.


El texto continúa así: «Como dice la Escritura: de sus entrañas manarán torrentes de agua viva» (Jn 7, 38). Creer en Jesús, confiar en Él. 


Decir en nuestra oración: –yo me fío de ti, nunca me fallarás, confío en tu misericordia.



LA FUENTE VIVA  


El Nuevo Testamento sostiene que esos torrentes de agua viva, del que nos habla las Sagradas Escrituras tienen su explicación en Jesús. 


Todo lo que se ha dicho del agua que nos purifica muestran su sentido coherente en la vida de nuestro Señor.


Por ejemplo el profeta Ezequiel habla del nuevo templo por donde corre un agua que saneará a todo viviente. (cf. 47, 1-12). Sabemos, como nos dice san Juan (cf. 2, 21), que el nuevo templo es cuerpo de Jesús, de donde correrán torrentes de agua que limpiarán a todos los seres.


Su Cuerpo, del que brotaría sangre y agua (cf. Jn 19, 34), es el verdadero templo y será fuente de vida para todos los tiempos. 


Y esto es lo que ha ocurrido: desde que Jesús fue  crucificado y resucitado, discurre este río purificando la tierra y haciendo que crezcan árboles llenos de frutos. 


Y el último capítulo de la Sagrada Escritura, en el Apocalipsis, se nos habla de esta agua: «Me mostró a mí, Juan, el río de agua viva, luciente como el cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero» (Ap 22, 1). Es el Agua viva, su Amor, por la que el cristiano participamos de la fecundidad del Señor. Esto se puede ver en la historia: los santos son como un oasis en torno a los que surge la vida. Y en el que Jesús mismo es la Fuente.


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JUAN 


4

13Jesús le contestó: «El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; 14pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna». 15La mujer le dice: «Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla».




7

37El último día, el más solemne de la fiesta, Jesús en pie gritó: «El que tenga sed, que venga a mí y beba 38el que cree en mí; como dice la Escritura: “de sus entrañas manarán ríos de agua viva”». 39Dijo esto refiriéndose al Espíritu, que habían de recibir los que creyeran en él. Todavía no se había dado el Espíritu, porque Jesús no había sido glorificado.




13

4se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; 5luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido.




19

 33pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, 34sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. 35El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis.


FORO DE MEDITACIONES

Meditaciones predicables organizadas por varios criterios: tema, edad de los oyentes, calendario.... Muchas de ellas se pueden encontrar también resumidas en forma de homilía en el Foro de Homilías