domingo, 5 de julio de 2020

ACTIVAR EL MODO DE VUELO


Nos cuenta el apóstol San Mateo en ese Folleto que escribió bajo la inspiración de Dios, cuáles fueron una de las últimas palabras del Señor en esta tierra:

«Id y hacer discípulos a todas las gentes (…) enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado» (Mt 28, 19-20).

Tenían que enseñar lo que habían vivido junto al Maestro: un espíritu. Sobre todo, tenían que anunciar a una persona maravillosa, que los quería más que nadie.

Ellos eran unos pescadores, malos instrumentos, ni siquiera unos rabinos instruidos.

Eran gente sencilla que con la fuerza de su vida enseñaba que la verdad, que había traído el Señor, iba a llenar el mundo de libertad y de felicidad.

Todos los apóstoles eran gente normalita, hablando desde el punto de vista de la formación. No así San Pablo que era una persona muy ilustrada en las Escrituras.

Aunque no conoció personalmente a Jesús, humana y sobrenaturalmente fue una persona revolucionaria. Dicen que San Pablo no era muy alto, pero por dentro era un gigante.

El Señor se sirvió de un instrumento muy bueno en aquellos momentos tan importantes para la Iglesia naciente.

San Josemaría tuvo una vida interior arraigada en la verdad, no en la sensiblería. Los sentimientos fluctúan y pasan rápido.

–Señor que vivamos seguros, con una piedad llena de doctrina (cfr. Sal 121).

Lo que queda firme en el hombre es lo que procede de la inteligencia iluminada por la fe.

El trato con Dios de San Josemaría no era frío y calculador.
Al final de su vida acuñó el tipo de piedad doctrinal. No una piedad mentirosa: Fe de niños y doctrina de teólogos, decía.

–Señor, enséñanos a quererte.

Hoy es muy necesario todo esto. Es muy necesaria la doctrina, si no se acaba como tanta gente buena que está desorientada por la ignorancia.

–Señor instrúyenos en tus caminos, enséñanos tus sendas (cfr Is 2, 1-5).

Hemos de transmitir todo esto a los que vengan detrás.

El ambiente que se respiraba alrededor de San Josemaría era de mentalidad abierta universitaria: se hablaba de libros, de publicaciones, de trabajos de la inteligencia.

Todos tenemos que dedicarnos a esto porque el estudio es una norma de siempre.
De lo contrario nos empobreceríamos, nos quedaríamos enanos, gente acomplejada.
Estaríamos como en un campo de barbecho, donde no se cultiva.

–Señor que nuestro amor a ti no se quede enano por falta de estudio.

El estudio y la doctrina nos abre la mente para amar mejor.

La oración del gitano: no me des Señor, Tú ponme donde haya.
Hemos de poner los medios humanos para que el Señor nos haga santos canonizables, y un medio es el estudio.


Hasta el día 25 de junio del 75, San Josemaría dedicó un tiempo a su formación. Y humanamente podríamos decir que no lo necesitaba. Nosotros sí.

–Señor, ayúdanos a no ser perezosos porque muchos de nuestros aciertos con las almas depende de esto.

Esto se nota a la vuelta de los años. Las personas que habitualmente no estudian se vuelven rígidas. Cada año que pasa están más ancladas en su propia experiencia.

Los que no estudian suelen ser muy tajantes. Los sabios, con sabiduría humana suelen ser muy modestos. La ignorancia se tira de la moto con gran facilidad.

Nosotros no estudiamos los manuales para lucirnos, sino para que nuestra oración sea más viva, para encontrar argumentos como San Pablo.

Precisamente, uno de los grandes peligros de nuestro tiempo es el dejarse llevar por el bamboleo del corazón.

En ocasiones el corazón está despierto. Se encuentra fuerte, con toda su pasión arrolladora.

Y en esos momentos resulta muy sencillo amar a Dios, anclarnos a Él, decirle que no le dejaremos jamás…

Es la hora del corazón que nos proporciona consuelos y nos entusiasma… nos lleva a hacer locuras de amor, como le sucedía a los santos.

Pero también sabemos que los santos se pasaron buena parte de su vida a contrapelo, sin sentir nada, sin notar nada.

Como San Josemaría que en la legación de Honduras pasó por la noche oscura… Y sin embargo ¡qué meditaciones dirigió durante aquellos meses!

¿Cómo se puede entender este contraste?

Sabemos que no hay amor sin conocimiento.

Igual que no podemos querer nada que no conozcamos, y por eso no podemos amar al Señor si no le conocemos bien.

Es cierto que el corazón nos puede ayudar en esta tarea de amor y conocimiento.

Un corazón enamorado tiene más facilidad para entender lo que tiene delante.

Cuando el corazón está activo, resulta gustoso manifestar el cariño.

Y entonces puede haber ganas de estar con el Señor, de pasarnos un rato delante del Sagrario. Y así le conocemos y le queremos más.

Pero muchas otras veces, el corazón parece que no responde. Parece que está fuera de cobertura en ese momento.

¿Qué pasa entonces? ¿Nos venimos abajo?

Los sentimientos no nos acompañan, perdemos el gusto por las cosas de Dios, el Señor no nos da golosinas.

Quizá es que nuestro corazón está fuera de cobertura. Pero no quiere decir eso nada malo. En algunas ocasiones quiere decir que avanzamos mucho en el amor.
Los grandes místicos hablaban de las arideces, de las noches, de que hay que bajar para subir.
Esto es lo que pasa también con los teléfonos móviles. Que cuando uno tiene que ir en avión, le obligan a activarlo a modo de vuelo.
Así ocurre a veces en el alma, que nuestro corazón no tiene cobertura, porque está activado el modo de vuelo: el Señor quiere que avancemos rápido, no es sólo andar, sino volar.
Entonces, cuando el corazón está sin cobertura, es porque ha llegado la hora de la cabeza.

Y es que el estudio nos lleva a conocer al Señor, a amarle con más altura, como por encima de las nubes.

Acudir a las ideas madre, a las verdades eternas, pensar sobre la realidad de Dios… todo eso nos eleva hasta el amor a Dios.

Nuestra entrega y nuestro cariño al Señor se hacen fuertes.

Si el estudio acompaña nuestra piedad, el bamboleo del corazón no significará nada.

Seguiremos amando al Señor aunque no sintamos nada. Aunque el corazón esté apagado o fuera de cobertura, sin embargo nuestro amor va volando.

Entonces sabremos que nos ama, le conoceremos cada vez mejor, nos adentraremos en su misterio trinitario…

A veces puedes escuchar a uno con el que estás hablando de Dios:

–A mí esto no me dice nada, me deja indiferente…

Quizá a esa persona le pesa demasiado el corazón y muy poco la cabeza.

Porque la verdad de Dios no es lo que a ti de diga o te deje de decir. Él no depende de los vaivenes de tu corazón.

Lo único decisivo es que Dios es Dios, al margen de lo que tú hagas.

Que Dios te ama, aunque no sientas nada, aunque estés frío, a palo seco. Por eso necesitamos el estudio.

Necesitamos amar al Señor con la cabeza, sacar de ahí formulaciones de mejora, propósitos…

El estudio nos lleva a querer al Señor, sin hacer depender nuestro amor a Él de los estados de ánimo, de las ganas, o de que las cosas nos vayan bien…

San Josemaría decía que debíamos amar a Dios y a los demás con cabeza y corazón…

No sólo con una de las dos, sino con los dos. Así se logra un equilibrio perfecto…

Si vivimos así, nada ni nadie podrá arrebatarnos el amor a Dios.

Ahora que todo es tan pasajero, tan sentimental, tan dependiente de lo externo.

Si dedicamos un rato diario al estudio nos convertiremos en personas firmes, en apoyo para los demás.

Estudiamos para ir por el mundo sembrando la alegría cristiana:

«Id y hacer discípulos a todas las gentes (…) enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado».
Pensemos en María. Todo lo bueno que tienen las demás nos recuerda a Ella.

No era una ignorante, Jesús aprendió mucho de la Virgen.

Cómo estudiaría la Sagrada Escritura, como haría la oración litúrgica con los salmos. Con razón Jesús los sabía tan bien.

Una mujer increíble, discreta, pero muy cultivada: una inteligencia muy clara, que cultivó para amar más a Dios.

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