sábado, 17 de noviembre de 2018

9. EL SALTO


¿Fracasos?
¿Por qué no actúa Dios?
Abandono audaz

¿FRACASOS?

Como es lógico, en nuestra propia vida espiritual deseamos que los resultados sean positivos, que todo salga lo mejor posible, que haya fruto. Pero los resultados no pueden hacernos olvidar que en primer lugar está la búsqueda de Dios, no nuestra realización personal.

Si el éxito en la vida interior se viese como parte de la realización de nuestro “ego”, el batacazo sería grande. Ninguna parcela de nuestra vida debe de estar por encima de Dios y menos el terreno espiritual.

Porque el triunfo interior –por alcanzar cualquier virtud– debe ser una fuente para acercarnos más a Dios. Sin Él no podemos nada, y menos en las batallas espirituales. Y para descubrir quién ocupa el centro en nuestra vida, si es Dios o nuestro yo, basta con experimentar un fracaso en la lucha por mejorar. Los bajones ante nuestros fracasos suelen indicar que hemos contado mucho con nuestras fuerzas y poco con la gracia de Dios, y por eso se nos hace difícil asimilar la propia humillación.

Si ya es penoso que las cosas buenas de la vida nos oculten a Dios, todavía es más absurdo, que lo que nos separe de él sea la religiosidad. Incluso la teología podría separarnos de Dios si esa ciencia la tomásemos como un trampolín para nuestro éxito personal.

Es conocida la historia, que relata un autor irlandés, de un diablo inexperto que se inicia en su trabajo tentando a un ser humano. Pero el diablo novato fracasa en su intento; tanto es así, que aquel hombre tiene una conversión espiritual; entonces el diablo inexperto escribe una carta lacrimógena a su infernal tío, contándole el caso.

Y el diablo mayor le contesta, animándole: –No te preocupes, tiene arreglo. Ahora que cree en Dios, intenta que se haga una idea falsa de Dios.

Podríamos decir que lo que busca el demonio, es que ya que el hombre tiene la Palabra de Dios, que la lea de tal forma que su lectura le impida ver a Dios. Por eso, no es extraño que el mismo diablo cite la Sagrada Escritura para hacer caer al mismo Jesús en la trampa. En este caso es el Salmo 91, que habla de la protección que Dios ofrece al hombre fiel. Satanás, utiliza la Biblia porque a las personas espirituales las tienta a través de las cosas espirituales.

El diablo muestra ser un gran conocedor de las Escrituras. Y es así. Satanás tiene una inteligencia privilegiada y una gran fe en Dios, pero desconoce la humildad y el amor.

Precisamente, la segunda tentación aparece como un debate entre dos expertos, porque los dos lo eran. Esto es un aviso para nosotros: lo importante no es tener un conocimiento profundo de los libros sagrados, sino que nos sirvan para nuestra salvación y la de los demás. Que el Señor no tenga que reprocharnos que sabemos mucho y no actuamos según nuestras creencias, como dijo a los que escuchaban a los doctores de la ley: haced lo que dicen, pero no lo que hacen (cfr. Mt 23, 3).

¿POR QUÉ NO ACTÚA DIOS?

La soberbia, el orgullo, hace que desconozcamos lo importante. Podríamos tener un conocimiento profundo de cosas accidentales, pero ignorar lo que más nos interesa. La verdad siempre nos lleva a la humildad: nuestro lugar en el mundo no está por delante de Dios.

Conviene repetir que la soberbia, planta que cultiva Satanás en nuestro corazón, nos hace pensar que Dios no quiere actuar en nuestras vidas, o es indiferente a nuestros problemas, o es que quizá no existe.

Ya lo hemos dicho, para algunos la mejor posición con respecto a la existencia de Dios, no es negarla –pues declararse ateo puede resultar demasiado fuerte– pero tampoco aseguran lo contrario, sino que se quedan en un punto medio, son agnósticos. No tienen certeza pero tampoco lo niegan.

En ese caso, los hechos que aparecen en la Biblia en los que Dios interviene no serían reales, sino fabricados por el deseo que tiene el hombre de que Dios exista, para que le garantice que todo va a salir bien. En ese caso el deseo de Dios se convierte en el deseo de éxito. Por eso, si la comunicación con Dios no fuese posible, tendríamos que confiar solo en nosotros y en lo que se puede alcanzar con el dinero.

En la discusión teológica de la segunda tentación, Satanás insinúa que en el caso de que Jesús sea el Hijo de Dios, le corresponde el éxito humano. Así que lo mejor sería, hacer una demostración arrojándose al vacío desde lo alto del lugar sagrado, porque sin duda Dios lo librará, ya que está llamado a triunfar.

Satanás pretende insuflarnos optimismo, para que si las cosas no salen según las hemos pensado, nos venga el bajón, y desconfiemos de que quiere nuestro bien. Pero el cristiano no tiene por qué ser un pesimista, ni tampoco un sembrador de “buenismo” bobalicón.

Las palabras ‘optimismo’ y ‘pesimismo’ que usamos ahora —decimos que una persona es optimista para decir que está de buen humor o que tiende a ver el lado bueno de las cosas— fueron inventadas en broma para herir de un lado la doctrina de Leibniz, optimista, y las ideas...de Voltaire, pesimistas”.
(Martín Hadis, Borges, profesor, Barcelona 2002).

Por eso el primer argentino ha dicho: “es útil no confundir optimismo con esperanza. El optimismo es una actitud psicológica frente a la vida. La esperanza va más allá. Es el ancla que uno lanza al futuro y que le permite tirar de la soga para llegar a lo que anhela... Además, la esperanza es teologal: está Dios de por medio” (Sergio Rubin/Francesca Ambrogetti, El Papa Francisco, Barcelona 2013, cap.15).

Y en el escudo del primer Papa Santo del siglo XX se puede ver un ancla. Él explicaba el motivo por el que la había puesto: “recuerda la Esperanza ‘que tenemos como ancla segura y firme para el alma’ (Hb 6, 19). La esperanza, no en los hombres, que solo es ocasión de calamidad y desengaños; la esperanza en Cristo”. (Monseñor Sarto, 15 de marzo de 1885, cit. en José María Javierre: Pio X, Barcelona 1952, p. 114).

Así se entiende que en la tumba de los primeros cristianos aparece en muchas ocasiones la imagen del ancla, que se consideraba un símbolo de firmeza.

En medio de la movilidad del mar, ella es la que asegura. En el cristianismo primitivo el ancla se convirtió en símbolo de Cristo, en quien ponemos nuestra esperanza.

Por todo esto en la segunda tentación el diablo quiere que Jesús ponga a prueba a su Padre Dios exigiéndole un triunfo innecesario, que haría que todo los presentes en el templo de Jerusalén queden admirados ante un hombre que baja espectacularmente desde el pináculo del templo (cfr. Mt 4, 5-6).

La respuesta de Jesús de nuevo está tomada del Deuteronomio (6, 16): ¡No tentaréis al Señor, vuestro Dios! Estas palabras de Jesús se refieren a la rebelión de los israelitas contra Moisés en el desierto cuando corrían peligro de morir de sed.

En realidad no solo era una rebelión contra el Jefe del Pueblo, sino que una rebelión contra el mismo Dios, que lo había nombrado. Exigían a Yahveh que demostrara que era Dios y por eso en la Biblia se describe el suceso con estas palabras: Tentaron al Señor diciendo: ¿Está o no está el Señor en medio
de nosotros? (Ex 17, 7).

Aquellos, al dudar de Dios, pretenden someterle a una una prueba. Como diciendo: si no vemos no creemos. También a nosotros podría pasarnos si solo reconoceríamos como real lo que pudiéramos experimentar. Entonces si no sintiéramos la presencia del Señor sería como si Él no existiese. Y así, desconfiando, no podríamos conocerle ni quererle.

Quien pensase de este modo, se convertiría a sí mismo en Dios.

En esta vida caben dos opciones: o nos fiamos del amor que Dios nos tiene o nos fiamos de nuestro amor propio, de nuestro propio criterio. Más tarde o más temprano tendremos que decidir de quién fiarnos.

ABANDONO AUDAZ

La escena de la segunda tentación tuvo como escenario el lugar más elevado del templo, y eso nos lleva a pensar en la cruz, cuando Jesús fue elevado sobre la tierra (Jn 12, 32).

En la segunda tentación, Cristo no se arroja desde lo más alto del templo, como quería el diablo. No salta al abismo desde allí.

Pero desde la cruz, sí que lo hace. Desde el madero, Jesús desciende al abismo de la muerte. Siente en lo humano el desamparo propio de los indefensos, y se atreve a dar ese salto como prueba de la confianza que tiene en su Padre. Y así, demuestra también el amor que tiene por los hombres.

Jesús sabía que en la cruz, dando el salto del abandono, solo podía caer en las manos bondadosas del Padre. Este es el verdadero sentido del Salmo 91, que Satán citó torcidamente.

La verdad es que quien sigue la voluntad de Dios, a pesar de todos los horrores que le ocurran, nunca perderá una última protección.

El fundamento del mundo es el amor, y el cristiano sabe que cuando ningún hombre pueda o quiera ayudarle, él puede seguir adelante poniendo su confianza en Aquel que le ama.

Quizá, una de las cosas más difíciles de la vida espiritual, es el abandono, una confianza absoluta en Dios, aunque uno vea lo contrario a lo que nos pide. Fiarse, aunque no se entienda.

Cuentan que un alpinista ilusionado por conquistar el Aconcagua, inició su travesía después de años de preparación. Pero quería la gloria para él solo, por lo tanto subió sin compañeros.

Su afán por subir, lo llevó a continuar cuando ya no se podía ver absolutamente nada. Todo era negro, cero visibilidad, la luna y las estrellas estaban cubiertas por las nubes.

Subiendo por un acantilado, a solo unos pocos metros de la cima, se resbaló y cayó por el aire en medio de la oscuridad... Pasaron por su cabeza todos los momentos buenos y malos de su vida. De repente, sintió el tirón de la cuerda en su cintura que le sujetaba. En ese momento, suspendido en el aire, gritó:
–¡Ayúdame Dios Mío!
Y una voz le contestó desde el cielo: –¿Qué quieres hijo mío?
–Sálvame.
–¿Realmente crees que yo te pueda ayudar?
–Por supuesto, Señor.
–Entonces, corta la cuerda que te sostiene.

Aquel alpinista, aterrorizado, se agarró todavía más fuertemente a la cuerda. Al día siguiente, el equipo de rescate encontró al alpinista muerto, agarrado fuertemente con las manos a la soga... ¡a tan solo dos metros del suelo...!

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