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Es una realidad que en esta vida el Señor va con nosotros. No es cierto que vayamos solos. Jesús vive todavía.
Es una realidad que en esta vida el Señor va con nosotros. No es cierto que vayamos solos. Jesús vive todavía.
Palestina es un lugar estupendo para ir a ver como vivió durante treinta y pocos años. Pero después de la Resurrección de Jesús el resto del Planeta se ha convertido también en la Tierra Santa: donde Jesús se mueve, escucha, habla... y va con nosotros.
«El Señor es mi pastor, nada me falta», dice el Salmo (22. Responsorial de la Misa) «Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo».
El verdadero pastor es Aquel que conoce todos los caminos, incluso el camino oscuro de la muerte. Jesús está con nosotros, también en el momento en el que nadie nos puede acompañar, cuando morimos.
El Señor ha recorrido ese camino, ha bajado al reino de la muerte, la ha vencido y ha vuelto para acompañarnos.
El Señor está con nosotros, decimos muchas veces durante la Misa. Vivo tranquilo porque Tú vas conmigo.
Efectivamente, tenemos a Jesús a nuestro lado en todo momento: va delante de nosotros como hace un pastor (cfr. Segunda lectura: 1 P 2,25).
Me acordaba de una excursión que hice al Purchil. Como soy de ciudad, me quedé mirando un rebaño de ovejas, unas cien, que seguían sin pensar mucho la figura de un pastor que era casi un niño, tendría unos 15 años.
Parecía que el pastor no hacía nada, que iba con ellas sin más. Pero algo había que hacía que todas fueran junto a él. Parecía que no les hacía falta ese pastorcillo y, sin embargo, gracias a él, sabían todas donde debían que ir. Iban despreocupadas pero seguras.
–Señor, Tú eres nuestro Buen Pastor. Contigo vamos seguros.
Jesús, al hablar a aquellas personas que trabajaban en el campo emplea la figura del pastor, para explicar que el va delante para facilitarnos el camino.
Hoy vivimos en ciudades y la gente no se hace idea de lo que representaba un pastor en otros tiempos. Pero es cierto que también hay un gusto por la naturaleza y el deporte.
Hace poco me decía una persona que había subido a la Sierra (Nevada) para esquiar, y que tuvo la suerte de tener a un profesor que con mucha paciencia le enseñó a manejarse.
Quizá tendríamos que traducir el salmo, diciendo: «el Señor es mi monitor de esquí, yendo a su lado todo es más sencillo».
Aunque no sea literariamente muy correcto decir esto, nos puede servir para entender, lo que San Pedro dijo el día del nacimiento de la Iglesia: «convertíos» (Primera lectura: Hch 2, 14ª.36-41).
Eso es lo que debemos hacer: «cambiar» y no pensar que estamos solos, cuando en realidad el Señor nos acompaña hasta para hacer deporte.
Se cuenta la historia de un hombre que tenía el privilegio de pasear por la playa y ver las huellas de las pisadas de Jesús.
Un día le ocurrió algo duro, algo que no esperaba, que le hacía sufrir. Fue a la playa y no vio las huellas que le acompañaban como otras veces.
Al día siguiente yendo otra vez por la playa, las vio y preguntó: –Ayer ¿por qué me dejaste solo? Solo vi mis huellas cuando mas te necesitaba…» Respondió Jesús: –Es que ayer te estaba llevando en brazos.
El Señor siempre está cerca, acompañando nuestro caminar en la tierra. Nos ayuda en la medida en que le dejemos, en que le demos protagonismo.
Yendo para Roma, en un alto en el camino, en la cafetería de una estación de servicio, un sacerdote me contó una historia, y me pidió que hiciera publicidad de ella. Así que aunque ya la hayas oído es igual. Porque - como decía una persona - cuando nos repiten las cosas veinte veces entonces las cogemos al vuelo.
Me explicaba este cura, que los santos llegaron a serlo porque dejaron que el Señor condujese su vida. Me decía que la vida es un regalo que nos hace Dios, y que podría asemejarse al regalo de un coche, algo adecuado a nuestras necesidades. Y en el momento de nacer se nos entregan las llaves.
Efectivamente, siguiendo con esta historia, podíamos decir que en estos años que llevas de vida has aprendido a conducirte, a conducir ese coche que te entregaron. Ya conoces las señales de tráfico para no salirte, eso son los mandamientos. Más o menos te manejas; incluso la L de prácticas ya la dejaste en tu casa al cumplir los 18 años.
Y un buen día, yendo por la carretera de esta vida, ¡oh sorpresa!, de lejos ves que alguien está haciendo autostop. ¿Sabes quién es ese alguien? Jesús. No Jesús, el amigo de tu hermano, sino Jesús, el que te regalo el coche, el que te dio la vida, y ahora está allí.
Mientras avanzas vas pensando: –¿Lo monto o no lo monto? ¿Será Jesús de verdad? A lo mejor no lo es». Y cuando te acercas ves con claridad que es Él: ¿qué hacer?
Déjame que yo piense por ti: quizá podrías pasar de largo, y decir: –¿Qué tengo yo que ver con Ese? El coche es mío. Y verías la cara de decepción del Señor, sobre todo cuando hiciste el amago de pararte.
Si tienes más generosidad te pararías, montarías al Señor. Y después de recorrer pocos kilómetros, Jesús comenzaría a decirte: –No tan deprisa, respeta las señales, cuidado con esa curva. Y tú un poco harta podrías decir: –O te callas o te bajo, el coche es mío, conduzco yo. Y Jesús callaría, muy respetuoso con tu libertad...
La tercera posibilidad sería montar a Jesús y al darte cuenta de que es Dios, ir siguiendo sus indicaciones. Esta tercera posibilidad es la de los cristianos...
Pero hay una última opción, que es darle las llaves de tu coche al Señor y dejar que conduzca Él.
La Virgen optó por esta última. De hecho, después de la Encarnación, Dios la condujo hasta el pueblo de su prima Isabel y, a partir de ahí, siempre se dejó conducir por el Señor.
Vamos a pedirle a Ella que nosotros hagamos lo mismo, que montemos al Señor en nuestra vida. Tanto, que dejemos que Él nos guíe.
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