sábado, 26 de enero de 2019

PODER VERSUS SERVICIO


 
La soberbia de la vida
Poder versus servicio
Llamar servicio al poder


LA SOBERBIA DE LA VIDA

Entibia el Amor

Al meditar sobre las tentaciones de Jesús y las nuestras, podríamos considerar que la peor de ellas, es la que va dirigida a entibiar el Amor. Sería la tentación contra la Caridad,  a la que san Juan  llama  soberbia de la vida.

La otras tentaciones importantes, como la concupiscencia de la carne, y la de los ojos, también nos conducen al lado oscuro, pero lo peor es la soberbia, el pecado propio de Satán –príncipe de los diablos–, que sumerge al hombre en abismos de sombra.

Un santo moderno calificaba a esa fuerza  como la más “deletérea”, la que más nos destruye interiormente y hace pedazos la unidad con otros.

Lo que separa

Precisamente la palabra “diablo”, significa lo que separa, y por eso el pecado de soberbia es “lo que desune” por que es consecuencia de la acción propia de los demonios.

Es la cáritas la que construye “puentes” entre los hombres, mientras que la soberbia, al querer elevarse por encima de los demás, construye muros de separación.

Ciertamente es así. Una poeta española contemporánea dice que si el diablo se hubiera enamorado no habrían existido las guerras, porque el amor lo perdona todo (cfr. Gloria Fuertes en La poesía no es un cuento).

Rodearse de súbditos
Satán carece de amor a los demás y se “rodea” de una corte de súbditos, no tiene amistades.

Codicia el poder y no lo delega en los demás, que para él son esclavos a los que “utiliza” como marionetas; se sirve de ellos, “no  sirve” a ellos.

Y a los que el Demonio “utiliza”  como aliados, no es que sean sus amigos, sino que están unidos por el odio, la envidia hacia Dios y a otras personas.

Por eso el ambiente donde “conviven” esos seres desgraciados es tétrico, están solos porque detestan la compañía, porque desconfían de todos, por eso alguien ha dicho que  “el infierno son los otros”.



PODER VERSUS SERVICIO

Competidores

Para los soberbios los demás son vistos como “instrumentos”, no son queridos por si mismos. Son considerados  competidores, que podría quitarles cuotas de poder; y por eso las cualidades ajenas entristecen, pues podrían conseguir que “los otros” subieran, por delante, en el escalafón.

Satanás, sembró en los primeros hombres, la semilla de su soberbia, queriendo que aspiraran a ser dioses, pero sin contar con Dios.

Cada uno a lo suyo

Y el Demonio, en forma de astuta serpiente, les incitó a desobedecer, a desoír la voz del Creador, y consiguió que utilizasen la libertad para querer ser “dueños” de su destino con el “poder”que habían recibido de Dios. El Diablo le engañó, haciéndole pensar: –Que ellos no necesitaban de Dios.  

No es nada nuevo, en la actualidad muchos viven como si Dios no existiera

De alguna forma los pecados más importantes tienen en común la codicia de poseer el poder. La Serpiente introdujo en Adán y Eva la sospecha. Juan Pablo II define a Satanás, como el maléfico genio de la sospecha.

El Diablo les insinuó algo así como que Dios no quería darle el don principal. Entonces les animó a tomar de esa fruta sabrosa, que es poder, el que no lo tiene lo persigue con avidez, y el que lo tiene no desea dejarlo.

Serviré

La codicia del poder se contrapone al servicio  a los demás. Satán también tentó a Jesús con “el poder”, pues se convenció –como dicen los Padres de la Iglesia– que no era Dios.

Pero lo que sabía es que era el Mesías y le propuso, que le adorase, porque si lo convertía en su dios, entonces le daría el gobierno sobre los pueblos de la tierra, porque después de ser desalojado del cielo, este era su reino, aquí dominaba él.

LLAMAR SERVICIO AL PODER

Ocultar la codicia

Esa tentación de detentar el poder es tan fuerte que “el que manda”, a veces, quiere “encubrirse” diciendo que el gobierno es un servicio.

Es tan fuerte el deseo de poder que los legisladores de los distintos países han creado “contrapesos”, para que no se dé la tiranía.

Por desgracia también en la actualidad estamos contemplando gobiernos corruptos que intentan perpetuarse en el poder.

Perpetuarse en el cargo

Es una tentación, que las legislaciones tratan de solucionar con la limitación del tiempo de los mandatos, porque los dictadores lo que persiguen es mantenerse en el cargo.

Es corriente que el poderoso que se perpetua en el tiempo, se rodee de personas que le aseguren en su sillón de mando.

Las camarilla de los gobernantes suelen estar compuesta de subalternos de perfil bajo, o de tecnócratas; pues suele ocurrir que el gobernante no quiere personas que le hagan sombra, sino que le obedezcan con sumisión.

Incluso busca a familiares, mujer e hijos para que les sea más fácil perpetuarse en el gobierno.

El que quiera ser grande

Pero entre los seguidores de Cristo no debe ocurrir así, y menos en el gobierno de la Iglesia.

La codicia por el poder no es cristiana, lo que Jesús enseñó es justamente lo contrario. El que quiera ser grande que ocupe el puesto de menos rango, que se haga el siervo de todos, que no busque mandar.

Teresa de Jesús con mucho tino decía que a los que los desean  gobernar en la Iglesia no están capacitados para ello. Ya el buscar el mando les corrompe en su vida cristiana.

Efectivamente algunos eclesiásticos pueden buscar mandar para intentar arreglar los asuntos que marchan mal.

Pero pensar eso es una ingenuidad, porque el que puede enderezar las cosas es Dios, y no utilizó para poner las bases de su Iglesia a sabios atenienses sino sino a pescadores de Galilea, así se ve más claro que la Iglesia la gobierna Él, mediante su Amor.

Que se representa como paloma, en el transparente de la Basílica de San Pedro, o está en María, su Esposa, Madre de la Iglesia, que se da a ella misma el título de Esclava del Señor, porque lo era.


sábado, 19 de enero de 2019

EL HORMIGÓN ARMADO



 LA UNIDAD PROCEDE DE DIOS 

Zancadillas, puñaladas por las espalda, palos en las rueda, críticas, comentarios con segundas intenciones, desaires, malas caras...

Alguno habrá pensado que estoy hablando de su departamento en la Universidad, de la oficina en la que trabaja, o de su partido político.

No sé que veracidad histórica tendrá la anécdota atribuida a Winston Churchill, cuando enseñaba el parlamento a uno de sus hijos. Le mostró la bancada del gobierno y el chico dijo que entonces “en frente” se sentaban sus “enemigos”, y con sorna británica le contestó el primer ministro que no “exactamente”. Los de enfrente eran los de la oposición, sus enemigos se sentaban detrás de él, eran los de su propio partido.

Así es la vida. Estamos viendo continuas disensiones, rupturas matrimoniales, terapias de pareja, faltas de entendimiento entre marido y mujer, o entre los cuñados y la familia política, quebraderos de cabeza por las herencias, en fin, un largo etc.

Jesús no querría que en su Iglesia sucediera algo así. Y esa unión entre sus discípulos sería visto como un milagro, una señal. Como decían de los primeros: –Mirad como se aman.

Por eso en su oración de la Última Cena pide por la unidad de los cristianos.

La mirada de Jesús no solo se dirige a los que estaban allí, sino a a todos los que crean en mí (Jn 17, 20), según mencionó expresamente.

En la larga oración de la Última Cena pediría por la unidad en cuatro ocasiones, en una de ellas dice: Padre santo, guarda en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno, como nosotros (Jn 17, 11).

Según los filósofos la unidad –en cierta forma– es algo que no se puede “definir”, por tratarse de una “idea primaria”. Se podría “describir”, abordar desde diversos ángulos, pero no otra cosa.

Hace unos meses que oficié la boda de un amigo ingeniero de caminos. Y al empezar la homilía pedí perdón a los asistentes, pues lo más poético que se me ocurría era comparar al matrimonio con el hormigón armado.

Como sabéis por Wikipedia el hormigón es un elemento estructural que resiste mal la tracción. 

El hormigón resiste mal la tensión. Cuando se le estirara se vuelve muy vulnerable. Y esto es lo que nos sucede a los varones, que parecemos fuertes pero con frecuencia nos venimos abajo. Por eso necesita a “la Acero”.

San Pablo si hubiera escrito su famosa carta a un ingeniero diría que el hormigón “enamorado” no acaba nunca (cfr. Ef  2a. 25-32).

Pues la unidad de los cristianos nos la concede el Amor de Dios, nada menos que el Espíritu Santo. Y Jesús nos conseguiría ese Regalo con su sacrificio en la Cruz.

Recuerdo que cuando mi madre se iba de casa por las tardes, estábamos esperándola, para acusar al hermano que se había peleado con nosotros.

Unas veces era porque “la mayor es la peor”, otras veces porque utilizábamos algo que “papá ha dicho que es de todos”, y alguno se lo quería apropiar como suyo.

Ahora, en estos tiempos, los hermanos además de por el sitio, se suelen pelear por el mando; me refiero al del televisor, o porque “ya va siendo hora de que me dejes la play”.

Así que lo primero que mi madre se decía nada más volver: –Mira, que no me puedo ir de casa...

Pero Jesús siempre estará con nosotros en la Eucaristía, que es el memorial de su muerte y su resurrección. Por eso la Comunión entre los cristianos de todos los tiempos está asegurada.

PEDIR LA UNIDAD 

Aunque más que teorizar sobre la unidad, lo que nos interesa a los cristianos es pedirla y esto es lo que hacemos ahora, como nuestro Señor entonces: Que sean uno, como nosotros somos uno; para que sean completamente uno, de modo que el mundo sepa que tú me has enviado (Jn 17, 21).

Por eso resultaría contradictorio con la Caridad, que los cristianos promoviéramos discordias. Y más si esas disensiones se dieran entre los mismos seguidores del Señor.

Y el colmo del absurdo sería que la desunión se diera entre nosotros “por motivos religiosos”.

Lo penoso es que esto ha sucedido en la historia. Los cristianos nos hemos enfrentado, y estuvimos enredados en discusiones bizantinas, y disputas teológicas que se hubieran evitado, con una buena dosis de tacto y menos orgullo.

Es cierto podrían haber hecho las cosas mejor, pero no obstante  tiene arreglo...

Lo que sucede es que la división “visible” de la Iglesia daña seriamente a la credibilidad del mensaje.

Por eso es triste, también, que personas entregadas a Dios no se hablen, ni  se saludan, solo se “aguanten”.

Qué poca autenticidad demostraríamos si nos portásemos así con los que tenemos cerca. Es que habríamos perdido la cabeza o la visión sobrenatural...

La pregunta sería: ¿Cómo pueden hablar del amor de Dios, gente que no se quieren? Comportándose así ellos mismos se desautorizan.

Es cierto que, en el caso de los apóstoles, tenían una especial responsabilidad de conservar la unidad de espíritu, transmitirla, y defenderla.

En la carta a los Filipenses (2, 1-4) san Pablo escribe: Si queréis darme el consuelo de Cristo... dadme esta gran alegría: manteneos unidos y concordes.

Seguro que san Pablo rezaría para que todos los cristianos se llevasen bien, porque  en sus cartas manifestaba fortaleza y cariño. Lo que nos hace pensar que los primeros seguidores de Jesús tenían las mismas dificultades que nosotros...

O incluso mayores, porque no he leído ninguna carta pastoral de un obispo reciente que escriba con tanta claridad y dureza como lo hacía san Pablo.

Seguramente hoy no hace falta porque es más difícil desviarse de la doctrina de Jesucristo, que en los primeros tiempos. Aunque la santidad siempre será tan difícil y tan asequible como entonces.

ESFUERZOS POR LA UNIDAD VISIBLE

Pero además de rezar, los últimos romanos pontífices van poniendo medios que facilitan la unidad visible.

Efectivamente, la Iglesia es el mismo Cuerpo de Cristo, Él es nuestra Cabeza, no es ninguna metáfora, o somos de Jesús o estamos contra Jesús.

Es cierto que hay mucha gente buena que “de hecho” pertenece al número de los que se salvan. Pero no es menos importante que también lo tendría que ser  “de derecho”.

Es una pena que los hermanos estén desunidos, y más penoso que estén separados los que viven con nosotros.

Si nos preocupamos de los cercanos, de los que vemos todos los días en el desayuno, en el trabajo, o en el gimnasio, estamos haciendo una buena labor de “ecumenismo”.

Tendrían que decir como de los primeros cristianos, que eran considerados como una “secta”, pero que no podían disimular su unidad visible: mirad como se aman.

El cariño que vemos en las instituciones de la Iglesia, en las parroquias, en las Curias tendría que ser una cosa tangible.

No tendría sentido que se predicara la unidad y nos enteráramos de que los sacerdotes nos criticamos entre nosotros.

O que los obispos luchasen por el poder dentro de las conferencias episcopales, como nos cuenta el evangelio que de alguna manera similar hacían los apóstoles antes de su conversión.

Cuando un compañero habla bien de un compañero, cuando un eclesiástico habla bien de otro eclesiástico, cuando los laicos hablan bien de sus hermanos sacerdotes, estamos realmente haciendo visible la unidad.

Ahora en la política se habla de “coser  partidos”, de integrar, porque en las sociedades humanas no siempre se vive la unidad.

Los cristianos creemos en la “comunión de los santos”, la unión de todos los miembros de la Iglesia. Estamos comunicados gracias a la común-unión con el Señor. Por eso al recibir a Jesús en la Eucaristía estamos fomentando la unión con todos, y se nota.

Cuando Jesús pidió en su oración la unidad de los cristianos, parece que lo hace para que al ver ese “espectáculo” el mundo crea.

Es como si explicase que la unidad fuera un “asunto milagroso”. Nada más que hay que observar a nuestro alrededor: vemos continuos roces, peleas, discusiones, malestar.

Ocurre en el trabajo, en la vida pública,  desgraciadamente también en el día a día de las familias.

La petición que hace Jesús es para por el para que el mundo crea, para que se reconozca que Él ha sido enviado por el Padre.

San Pablo escribe a los de Éfeso (4, 6) que el cariño fraterno no es solo una cosa humana. Como hemos repetido, la Eucaristía contribuye a esa fraternidad especial.

Si somos almas eucarísticas viviremos la unidad entre los distintos miembros de la Iglesia, porque ese Pan del cielo fortalece a todo  Cuerpo, lo mismo que el alimento da la fuerza corporal.

Precisamente en el Capítulo 10 de la Carta a los Corintios se habla de un solo Pan, de un solo Cuerpo del que nosotros somos sus distintos miembros, por eso una característica de la unidad es la pluralidad, no la uniformidad, porque en la Iglesia de Cristo  hay diversidad de funciones.

Jesús habla de la unidad como una condición de eficacia: para que el mundo crea. Y esto no representa un aspecto pragmático, sino sobrenatural.

Este tipo unidad en la diversidad ha de aparecer como algo que no existe en ninguna otra parte en el mundo; como “algo inexplicable” y que, por eso, deja ver la acción de una “fuerza” que nos es humana.

Jesús pidió por una unión que sólo es posible contando con nuestro Creador y que por ser especial, muestra  la presencia del mismo Dios.

Por eso,  el esfuerzo por una unidad visible de los cristianos siguen siendo una tarea urgente para todos los tiempo y todos los lugares. No basta la unidad invisible.

La unidad de la Iglesia se basa, precisamente, en la fe de Pedro, la que profesó en nombre de los Doce en la sinagoga de Cafarnaún.

Fue el momento en el que muchos discípulos abandonaron al Señor porque Jesús explicó, de forma inequívoca, que se nos entregaría como alimento, y a la mayoría les pareció muy duro este misterio.

Por eso no olvidemos que no es una casualidad que la fe de Pedro tuvo que ver con la Eucaristía.

Fue entonces cuando Simón dijo claramente: Nosotros creemos. Y sabemos que tú eres el Santo, consagrado por Dios (Jn 6, 69).

Ya se ve que el Papa –desde el primero hasta el último– es garantía de esta unidad sobrenatural. Es la suerte que tenemos los Católicos Romanos, contar con sus enseñanzas y su gobierno. 


sábado, 12 de enero de 2019

16. EL DIÁLOGO


La oración de Jesús y de los santos
Un ligero susurro
Arma poderosa

LA ORACIÓN DE JESÚS Y DE LOS SANTOS

El Enemigo del Hombre, tienta al Señor en un momento de oración. Era la oración del Hombre perfecto, por eso intervienen también los sentidos. Los ángeles no pueden rezar con
el cuerpo, son seres espirituales, pero el hombre se dirige a Dios con una mirada, con una postura, con una sonrisa, con lágrimas...

El Enemigo, en persona, se presenta en el desierto, ante Jesús, como ya hizo con el primer hombre en un jardín, tentándole en su punto más débil. Pero el Mesías resistió con la oración, con la fortaleza de Dios.

Ya volverá Satán, en el momento de las tinieblas, para vengarse de Jesús por no haber querido adorarle, sino adaptarse a la voluntad de su Padre.

Y cómo obedecer a Dios puede resultar costoso para un hombre, nuestro Creador nos regala el arma de la oración. Con ella nos unimos a nuestro Padre: somos capaces de decir, fiat, hágase. Así hizo la Virgen, ante un Ángel, porque Ella es la Eva, que comenzará una nueva historia.

Así dijo Jesús, el nuevo Adán, en el Huerto de los olivos, también junto a los árboles. Oraba: Pater mi (Mt 26, 39) Abba, Pater, fiat... Padre, si es tu voluntad... hágase (Mc 14, 36).

No es de extrañar que los hombres santos se quejaran al hablar con Dios. Por eso nuestra oración puede ser, a veces de queja, como la que salió de Elías a la sombra del árbol: Basta, Señor. Lleva ya mi alma; porque no soy mejor que mis padres (1 R, 19, 4).

En el caso del Mayor de los Profetas, después de un día de triunfo, le siguió otro de depresión. Se encontraba tan deprimido que se sintió aburrido de su vocación y de su misma vida.

Llega al monte Horeb, y allí oye en su corazón que Dios le pregunta: ¿Qué haces aquí, Elías? (1 R 19, 9).

Y él contesta: He sentido vivo celo por Yahveh… porque los hijos de Israel han roto la alianza... han matado a tus profetas, de los que solo he quedado yo... y me buscan para quitarme la vida (1 R 19, 10).

Y el mismo Dios no respondió directamente a la oración del Profeta, sino que le envió señales externas.

Elías sintió un huracán que agitaba los montes; pero no estaba Yahveh en el huracán. Y, después, sintió un terremoto, pero no estaba Yahveh en el terremoto. Más tarde vino un fuego, pero no estaba Yahveh en el fuego. Tras el fuego vino un ligero susurro.

Cuando lo oyó Elías, se cubrió con el manto y, saliendo, se puso en pie a la entrada de la cueva. Y entonces el mismo Dios le dijo lo que tenía que hacer.

Y, en esa conversación, Dios le hizo ver que sus puntos de vista eran equivocados. Había mucho de personal y, por tanto, de falso en su visión de las cosas ¡Y eso que fue el más favorecido de los profetas! (cfr. capítulo correspondiente sobre la figura de Elías y Juan el Bautista en la obra de Ronald Knox, Ejercicios para sacerdotes, Madrid 1957).

Jesús dijo que Juan el Bautista era el nuevo Elías (cfr, Mt 11, 14). También Juan, lo mismo que Elías, pensaba que el pueblo de Israel tenía una gran importancia. Fue enviado para predicar la conversión de ese pueblo, diciendo que el Reino de Dios estaba cerca.

La misión de Juan el Bautista tuvo un clamoroso éxito mediático. Miles de personas le siguieron al desierto. Pero se equivocó al creer que ese Reino iba a ser el triunfo visible de los judíos sobre todos sus enemigos.

Él pensaba que para la conversión de la nación judía era de suma importancia que el cambio se produjera también en los gobernantes, porque eran los más influyentes políticamente hablando. Para eso, era muy importante que el rey Herodes se convirtiera.

Y precisamente el que tenía que trabajar en su conversión era él, que era aclamado por todo el mundo como profeta. Y, precisamente por eso, tenía una autoridad moral fuera de lo común. Lo intentó. La realidad es que Juan el Bautista acabó encerrado en un calabozo.

No es extraño que Juan se desconcertara, y que mandase preguntar al Señor qué significaba todo lo que estaba ocurriendo. Por eso pregunta: ¿Eres tú el que ha de venir o esperamos a otro? (Mt 11, 3).

Igual tendríamos que hacer nosotros si estamos desconcertados: ir al Señor y preguntarle en la oración.

Y al pueblo judío, que el Bautista pensaba que triunfaría en el mundo, le ocurrió que lo invadieron sus enemigos. Cuarenta años después, vino Vespasiano, gobernador de Siria, y los 
arrasó.

Lo mismo que ocurrió en la época de Elías, en que también el pueblo de Israel fue conquistado por la autoridad siria.

Pero, aunque lo que pensaba Juan el Bautista fracasó, Dios preparaba entre el pueblo de Israel un pequeño grupo fiel, que había de formar el núcleo de la Iglesia Universal.

Lo que la historia de estos santos nos enseña es que es muy difícil saber lo que nos conviene. Esta es la tragedia de nuestra oración.

UN LIGERO SUSURRO

No es que Dios no quiera hacernos caso, sino que, a veces, pedimos cosas que no son buenas o que, siendo buenas, no nos hacen bien.

Porque todo lo que oramos el Señor lo utiliza y, a veces, para sacar adelante otras cosas completamente diferentes de las que nosotros nos habíamos propuesto.

Por eso, lo importante de la oración no es intentar doblegar la voluntad de Dios a la nuestra, sino la nuestra a la de Dios. Hay gente que ve la oración como una cosa mágica. Dicen unas palabras y quieren que los suspensos se convierten en aprobados, los malos ratos en buenos.

Quieren coger su varita mágica, y que el sapo gelatinoso y verde se convierta en príncipe azul. Por eso, antes en los libros de texto, algunos ponían:

–Virgen santa, Virgen pura haz que yo apruebe esta asignatura.

–Santo Tomás… que apruebe las demás.

Pero la oración no es un abracadabra, no es una fórmula infalible que se dice para transformar la realidad. No, a la oración vamos a conocer los planes de Dios y que Él nos dé las fuerzas para llevarlos a cabo.

Por eso le damos gracias por las inspiraciones que nos hacen conocer su voluntad, y los propósitos que nos ayudan a realizarla.

Y, de vez en cuando, también nos da afectos, que son los caramelos que el Señor nos regala para hacernos más fácil la cosa.

Señor, que mi voluntad se ablande para que acepte lo que Tú quieres.

Estando Elías en la oración, en el monte Horeb, exteriormente hubo cambios en la naturaleza.

También nos pasa a nosotros que hay como un desfile de cosas, pero suceden en nuestro interior.

En el caso Elías, fue un desfile de los elementos de la Naturaleza. Y todos tienen su significado. Esas fuerzas naturales –el huracán, el terremoto, el fuego– significan algo.

Representan las distintas emociones que se agitaban en el corazón del profeta cuando luchaba en su oración.

Lleno del celo por Dios, Elías pretendía forzar las puertas del cielo con una oración apasionada. Apasionada como los elementos más fuertes de la Naturaleza.

Pero el Señor no está ni en el huracán, ni en el terremoto, ni en el fuego. Su voz se deja oír en aquel ligero susurro. La voluntad de Dios se descubre, muchas veces, de esa manera, sin violencia. Así actúa frecuentemente con las personas muy santas, exigiéndole mucha fe; ese fue el caso de la Madre del Mesías.

Nuestra Madre, María, estaba acostumbrada a escuchar los susurros de Dios, porque nuestro Señor habla bajito. Ella es la Mujer del silencio y de la escucha.

A ella le pedimos que nuestras quejas se conviertan en la oración confiada de un niño.

Y como en el caso de Elías nos dice come, que el camino es superior a tus fuerzas (1 R 19, 7).

Precisamente en los momentos de oración después de comulgar –en los que tenemos al Señor dentro– ahí vamos a recibir hoy la fuerza.
El Señor una vez más nos dice: Yo soy el pan de vida (Jn 6,35).

ARMA PODEROSA

Queremos contemplar la luz de tu rostro. Tu rostro, Señor, es lo que busco; no me ocultes tu rostro (Sal 27, 8-9).

Sobre la contemplación del Señor quien más sabe, sin ninguna duda, es su Madre, María. La Virgen es nuestro mejor modelo.

Por eso le pedimos también ayuda a Ella:
–Madre mía, ayúdanos a mirar la vida de Jesús con tus ojos.

Nadie como María se ha dedicado tanto tiempo a contemplar a Jesús. Desde la Encarnación comenzó a imaginárselo, durante los nueve meses de espera, a pensar cómo iba a ser el rostro de ese Niño tan especial.

Cuando finalmente nació en Belén lo pudo examinar, como hacen las madres, sin prisas, con tranquilidad, mientras lo envolvía en pañales y lo acostaba en el pesebre que hacía de cuna.

Desde que nació Jesús, los ojos de María no hicieron otra cosa que mirarle, se le iban siempre hacia Él. Durante los años que vivió en la tierra lo miró de muchas maneras, dependiendo del momento.

Lo miró con una mirada interrogativa al preguntarle por qué les había hecho sufrir a su padre y a ella, cuando desapareció durante tres días sin decir nada.

Lo miró con ojos penetrantes, profundos, capaz de leer los sentimientos de Jesús, durante la celebración de la boda en Caná.

Con una mirada dolorosa, sobre todo en el Calvario al ver a su Hijo clavado en una Cruz.

Y en el día de Pascua sus ojos se volverán radiantes, al ver el cuerpo glorioso de su Hijo.

Madre nuestra, enséñanos a mirar al Señor.

Ella vivió con los ojos puestos en Jesús. Sus recuerdos se alimentaban de su imagen física y de las palabras que salieron de su boca, por eso dice la Escritura que conservaba todas estas cosas en su corazón (1 Lc 2, 51).

Los recuerdos se le agolpaban en su interior. Le acompañaron durante toda su vida y los repasaba mentalmente, se entretenía mucho meditando.

El rosario es como inscribirse en la Escuela de María. Es como ver a Jesús con los ojos de ella. Por eso el rosario no es un conjunto de cuentas, sino de meditaciones.

La Virgen contemplando muchas veces estos misterios, y ahora desde el cielo, cada uno de esos pasos del Evangelio, siguen siendo el motivo de alegría.

Ella como la primera discípula de Jesús tiene un empeño grande en presentarnos el rostro del Maestro.

Hace lo mismo que hizo en el Portal de Belén, cuando con su mirada indicaba a los pastores y los Reyes de Oriente dónde estaba el Niño. Visto así ¡qué distinto se nos presenta rezar el rosario…!

Por eso san Josemaría recomendaba que, cuando lo rezáramos, hiciésemos un parón de unos segundos antes de rezar las avemarías. Para que fuese más fácil contemplar la escena. Y así seguir meditándolo mientras desgranamos las avemarías.

Rezar el rosario sin contemplaciones, es hacerlo deprisa, queriendo quitárselo de encima.

Se convertiría, como dijo el Papa Pablo VI, en un cuerpo sin alma. Por eso Jesús mismo nos advirtió: Cuando recéis no digáis palabras inútiles, como los paganos, que se figuran van a ser oídos por su abundancia de palabras (Mt 6, 7).

–Madre nuestra, danos la gracia de aprovechar bien tu escuela.

Debemos poner esfuerzo porque el rosario, por su naturaleza, tiene un ritmo pausado y tranquilo que ayuda a la contemplación o a la dormición dependiendo del amor que pongamos.

En una conocida visión que tuvo san Bernardo mientras rezaba junto a otros en el coro, observó al lado de cada monje un ángel que escribía.

Unos ángeles escribían con oro, otros lo hacían con plata, otros con tinta, otros con agua y otros estaban al lado del monje correspondiente sin escribir nada.

El Señor le hizo entender que las oraciones escritas con oro eran las rezadas con el fervor del amor. Las de plata las que se hacían con devoción. Las de tinta eran las oraciones que el monje rezaba con empeño en las palabras pero sin devoción, y las de agua eran las que se rezaban sin atención.

Los ángeles que no escribían nada eran los de los monjes que voluntariamente se distraían.

Podemos pensar que un ángel anota en un libro nuestros rosarios...

Vamos a terminar:

–Madre nuestra, ayúdanos a ser buenos alumnos de tu escuela. Empuñando el arma, con la que el Papa quiso que los cristianos venciéramos en la más alta ocasión que vieron los
siglos pasados...

María, tú eres el Auxilio de los cristianos en la lucha contra el lado oscuro:

Ruega por nosotros ¡ahora! Y cuando debamos comenzar a ser eternos...

jueves, 3 de enero de 2019

ADVIENTO Y NAVIDAD

LOS MAGOS DE ORIENTE


  

Los Magos
La estrella
Adoraron a Jesús


LOS MAGOS

En la actualidad nos encontramos con personas que tienen fe floja, que estando bautizados dudan de que el cristianismo sea la verdadera religión.

¿Por qué no van a tener razón los que tienen otras creencias? Si nosotros hubiéramos nacido en Marruecos seriamos musulmanes; y si tuviéramos a padres hebreos practicantes ahora todavía esperaríamos al Mesías.

Y podríamos seguir: si fuéramos chinos seguramente seguiríamos a Buda; y si hubiéramos nacido en la India podríamos ser hinduistas. Así que hay muchos caminos para llegar a Dios, y depende de la familia en dónde te hayas educado o el país  donde hayas nacido.

Eso piensan, y lo dicen en una conversación con amigos... y se quedan tranquilos. Pero no están dispuestos a estudiar, a profundizar en su fe, se comportan de forma superficial: practican las creencias de sus padres por costumbre, por inercia...

Y quizá tengan razón si hubieran nacido en otro país seguramente tendrían otra religión, que vivirían de igual manera, de forma tibia.

Por eso un profesor decía a algunos de estos, que son cristianos lo mismo que pudieran ser de otra creencia. Medio en broma, medio en serio les interpelaba: –Hazte budista y hunde al budismo.

Quería decir con esto, que las personas tibias hacen un flaco favor allí donde van... Y que egoístamente sería preferible tenerlos lejos, porque son unos perezosos que no quieren «complicarse» la vida.

Lo que está claro es que necesitamos  buscar a Dios con la inteligencia, pensando. Hay que buscar al Señor a través de las cosas que  suceden en nuestra vida. Dios nos envía señales mientras estudiamos, nos envía mensajes con las cosas que nos pasan.

Por eso, hablamos con Dios, nuestro amigo, unos minutos, así nos ponemos en disposición de escuchar todo lo que Él tenga que decirnos.

Aunque no somos los primeros que buscamos a Jesús. Otras personas lo han hecho antes.

El Evangelio no cuenta la historia de unos científicos, que como eran personas religiosas el Señor los llamó.

El Evangelio de san Mateo nos dice: Jesús nació en Belén de Judá en tiempos del rey Herodes. Entonces, unos Magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: “¿Dónde está el Rey de los Judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo” (2,1s). 

Los Magos, citados en el Evangelio (Mt 2), seguramente tendrían un conocimiento religioso y científico, que se había desarrollado en lugares próximos a Babilonia.

Se piensa además que pudieran ser astrónomos. Pero no a todos los que hicieron los cálculos de la conjunción de los planetas les vino la idea de que había nacido un rey en Judá, que tenía mucha importancia para ellos.

Efectivamente había señales externas para pensar que la estrella les estaba enviando un mensaje.

Pero esas señales solo serían capaces de poner en camino a los que tuviesen también una cierta inquietud interior.

Solo se pondrían en  camino unos hombres que esperasen que mediante la estrella les llegaría la salvación.

Esto ocurre también en nuestra vida. Mucha gente puede haber tratado al chico de su vida, pero a la que verdaderamente impacta es a la señalada. Igual pasa en la vida espiritual.

Externamente todo el mundo oye lo mismo cuando escucha el Evangelio, pero hay palabras que parece que están dichas para nosotros. Por eso nos impactan.

Estos sabios de Oriente representan a cada uno de nosotros, cuando comenzamos a seguir a Jesús.

Significan la inquietud que sentimos cuando buscamos al Señor.

Cuando a ti te pase, piensa que hubo personas que también dormían mal por las noches intentando encontrar a Dios.

Me imagino a los Magos despidiéndose de sus familias estarían, que estaría desconcertadas. Pero ellos tenían la seguridad de que una Persona iba a cambiarles su vida.

LA ESTRELLA

La astronomía calculó con Kepler que, en torno al año del nacimiento de Jesús, surgió una supernova. Una estrella en la que se produce una enorme explosión, de forma que da una intensa luminosidad durante semanas y meses.

Y puede verse donde antes no se había detectado, y de ese modo daría la impresión que ha nacido una nueva estrella. 

Además por aquel tiempo se dio una conjunción de astros. La cosa se puede resumir así: «Júpiter –la estrella de la más alta divinidad de Babilonia– aparecía visible en su momento de apogeo  junto a Saturno, el representante estelar del pueblo de los judíos».

De ahí los astrónomos de Babilonia podían deducir que un evento de importancia se daría en el país de Judá. Y podrían  interpretar como que había nacido la estrella de un Rey de los judíos que a ellos les traería la salvación.

Esa posible explosión cósmica podría haber sido una primera señal para la partida. Pero la estrella no habría podido hablar a estos hombres si ellos no hubieran sido removidos también interiormente.

En la oración el Señor nos agita. Nos envía destellos, poco a poco parece que va tomando forma nuestra estrella personal. 

El camino que hicieron los magos hacia Jesús es el camino que hacemos muchos. Y que ellos fueran guiados por una estrella parece significar que también las cosas externas nos habla de Cristo.

Aunque el hombre no entienda totalmente lenguaje de la naturaleza, sin embargo el idioma de la creación ofrece algunas pistas, y conduce al hombre el conocimiento del Creador.

Indudablemente una puesta de sol nos habla de Dios. La belleza de un paisaje. La conversación con una persona. Pero estas cosas no nos afectarían tanto si por dentro nosotros no tuviéramos una inquietud.

Si me preguntáis: –¿Usted, por qué siguió al Señor?

–Fue un conjunto de circunstancias: como si se tratase la conjunción de unos astros. Por mi hermano, por un amigo, por el instituto. Y sobre todo porque notaba una inquietud interior. Como si alguien me dijera: Sígueme.              

Parece como si en la vida de cada uno de nosotros se hubiera dado una explosión: es como el enamoramiento. No es que hubiera nacido una estrella, la estrella siempre había estado allí pero al darse la explosión la gente empezó a decir que algo nos estaba pasando.

La primera persona que lo notó, la más observadora, fue nuestra madre.

Eramos el mismo, pero no éramos el mismo. Algo estaba cambiando y se notaba. Y es que estábamos siguiendo a una persona.  

En el caso de los Mago era razonable que se dirigiesen a Jerusalén en búsqueda del recién nacido, porque era de suponer que el futuro rey hubiera nacido en el palacio de esa ciudad. Por eso fueron allí. Aquellos hombres tenían sentido común, sensatez, virtud humana. Y allí en Jerusalén es donde la palabra de Dios les enseña el camino que han de tomar para encontrar a Jesús.

Nosotros también tendremos que dirigimos a personas que nos podían orientar. Aunque puede ser que si nos equivocábamos, puedan sobresaltarse como ocurrió con los habitantes de Jerusalén.
           
Los Magos llegan al palacio real de Jerusalén, y preguntan por el rey recién nacido: El rey Herodes se sobresaltó y todo Jerusalén con él (Mt 2,3).

La verdad que es muy comprensible el sobresalto de Herodes ante la noticia del nacimiento de un misterioso pretendiente al trono. Así que con el fin de aclarar la cuestión extremadamente peligrosa para él, convocó a los sumos pontífices y a los letrados del país (Mt 2,4).

Lo que tendría que haber sido una buena noticia, el descubrimiento de Jesús. Para algunas personases un motivo de agitación. Parece como si Dios fuese una persona incomoda para algunos. Porque efectivamente, Dios estorba a nuestra vida rutinaria.
             
La respuesta de los jefes de los sacerdotes y de los escribas fue (Mt 2,6): Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judá; pues de ti saldrá un jefe [cfr. Mi 5,1] que será el pastor de mi pueblo Israel [cfr. 2 S 5,2].
             
Entonces Herodes saca sus conclusiones. Lo que sorprende es que las personas que dicen eso, luego no hacen nada por ir a encontrarse con Jesús. Hay gente que sabe mucho y hace poco.

ADORARON A JESÚS         

Después de que los Magos escuchan la palabra de Dios, que les llega por los sacerdotes, entonces  la estrella les vuelve a brillar.

San Mateo utiliza superlativos para describir la reacción de los Magos: Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría (2,10).

Es la alegría  de quien ha encontrado a Dios y ha sido encontrado por Él.

Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron (Mt 2,11).

Durante la adoración a Jesús encontramos sólo a María, su madre.

Probablemente san Mateo al no citar a san José quiere recordar que el nacimiento de Jesús se hizo sin intervención de varón, y describir a Jesús solo como Hijo de Dios Padre (cfr. Joseph Ratzinger, ob. cit. p. 40).

Ante el rey Niño, los Magos (adoptan la proskýnesis) se postran ante él. Éste es el homenaje que se rinde a un Dios-Rey.

De aquí se explica que los regalos ofrecidos por los los Magos no fuesen del todo prácticos. Quizá otras cosas hubieran sido más útiles para la Sagrada Familia.
     
La tradición de la Iglesia ha visto representados, en esos tres dones que los Magos entregan, tres aspectos del misterio de nuestro Señor: el oro haría referencia a la realeza de Jesús, el incienso al ser Hijo de Dios y la mirra al misterio de su Pasión (cfr. Jn 19,39).
     
Muchos vieron en Jesús a un niño semejante a los demás. Los Magos, en cambio supieron ver en él al Salvador.

Al reconocerle le presentaron los dones más preciosos del Oriente. También nosotros podemos  entregarle los dones mejores que puede ofrecer un hombre: la fe, la esperanza y el amor.

Estos son los regalos que más le gustan, pues Él, aun siendo el Señor, no los posee.

Jesús, tiene necesidad de nuestra fe, que hace posible la oración. Y es el incienso humeante que une la tierra con el cielo, y que nosotros aportamos para completar su acción de Sumo Sacerdote.

La mirra de nuestra esperanza, nos hace ver que las penalidades de esta vida sirven completan lo que falta a la pasión del Señor.

Pero lo más precioso es el oro de nuestro amor.  Con él, Jesús extiende su reino espiritual. Lo comenzó con su sacrificio en la cruz, como indicaba la inscripción, y lo renueva cada vez que se celebra un Misa, ofrecida por nosotros y por muchos.

Como siempre, Herodes, «quien–no–debe–ser–nombrado», intentó engañar a los Magos,  pero ellos se escabulleron por arte de magia.

Buen ejemplo para nosotros que debemos utilizar los dones de Dios –fe, esperanza y caridad–  para vencer al Maligno.

Junto a nosotros está la Virgen para recoger el oro, el incienso y la mirra que ofreceremos,  y ponerlo todo cerca del Niño para que lo vea. Por eso le decimos hoy:

Tú eres la Estrella de Oriente, que surges cuando te necesitamos.






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