miércoles, 23 de mayo de 2018

20. LAS ESTRELLAS


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A la derecha de Jesús

El Señor dijo que el puesto a su derecha, ya estaba reservado. Cuando Jesús explicaba esto a los Boanerges.

No hace falta ser muy inteligente para saber quién es la persona a la que Dios Padre había destinado ese lugar.

Lo que está claro es que Jesús, en cuanto hombre, no ha querido estar solo a la derecha del Padre.

La coronación

La coronación de la Virgen es uno de sus momentos de gloria.  Fue o será una extraordinaria fiesta. No olvidemos que en la eternidad no hay tiempo, quizá veamos nosotros esa maravilla.

La Sagrada Escritura habla de una mujer revestida por el Sol. Que es lo mismo que decir inmersa en Dios, que Dios habitaba en Ella, y por eso tenía una luminosidad especial.

Esta es la sensación que tenemos ante una persona santa, que tiene una especie de aureola invisible, como se representa en los cuadros visiblemente.

Y también a nosotros nos sucede que, cuando tenemos a Dios dentro, se nos nota esa luz.

Por eso hemos de aprovechar los minutos después de comulgar, porque especialmente entonces el Sol se nos ha metido dentro.

En el caso de María, Dios y una Mujer se compenetran tanto y se comunican  de tal forma que parece que lo humano resplandece.

Y es que el cielo y la tierra se han encontrado en Ella. Es la Señora del horizonte, porque la tierra y el cielo se unen en la Virgen sin marchar nada de lo divino.

Porque Ella no tiene mancha ninguna, es Inmaculada, por eso no puede oscurecer a Dios.

A la Virgen Inmaculada se la representa como lo hace el Apocalipsis: como una Mujer radiante que tiene la luna a sus pies.


La luna a sus pies

Por debajo de los pies de esa Mujer aparece la Luna, como signo de que hay cosas que ya han sido superadas, y están debajo.

También en la vida de los cristianos las fases cambiantes hay que superarlas. Hay que ponerse por encima,  sobreponerse, a las pequeñas crisis adolescentes que nos suceden con el tiempo.

No solo en la juventud hay crisis. En nuestra vida está la fase de la madurez, o de la tercera edad, y todas estas lunas normalmente aparecen en plena noche, con oscuridad interior, en la que el alma aparece en sombras.

Seguramente el día de la coronación se recordaran los momentos dolorosos que ahora se vuelven gloriosos.

Y lo mismo que la luna recibe la luz del sol, los sufrimientos van a ser iluminados por Dios.

Nuestras penas serán como condecoraciones. Y por eso la Virgen aparece coronada.


Coronada de doce estrellas

En la corona las doce estrellas simbolizan los doce hijos de Jacob, y también los doce Apóstoles de Jesucristo. Era una representación de lo que luego sería la nueva familia de Dios. Las doce estrellas representan al número de los que obtendrán la salvación.

Millones de estrellas adornan en realidad la corona María: la personas que se han salvados gracias a los sufrimientos de la Virgen.

La unión con Dios hace que todas nuestras penalidades tengan mucho valor, se transformen en joyas al ser bañadas por la sangre del Salvador.

Ella adorna su cabeza con nuestros méritos, porque realmente es nuestra Madre.

Se enjoya con nuestros fracasos  convertidos en éxitos.  

Y también porque Ella es nuestra Madre, todo lo suyo es para nosotros.

Una señora poderosa

Cuentan que cuando una de las señora más poderosa de la tierra llegó a Granada, acompañada de su hija pequeña, para tomar unos helados en Los Italianos.

A la dependienta que le servía le temblaban las manos. Y que la señora Obama, en un gesto de cariño, se las acarició.

Sin embargo a la hija de Michel Obama no se pone nerviosa ante su madre. Quizá es al revés.

Su madre estaría temblorosa cuando se la entregaron por primera vez, después de darla a luz.

María es nuestra Madre y tiembla de cariño ante nosotros. Por eso el apoteosis de María María es como el inicio nuestra llegada a la gloria dentro de unos años.
Pero la gloria del cristiano ya ha empezado aquí abajo. Por la fe vemos las cosas de la tierra con un brillo especial.

Ha comenzado ya la tierra nueva

Nosotros –hasta que llegue nuestra salvación– nos encontramos con un periodo de tiempo en el que hemos de irnos adaptando a Dios.

Como dice la canción: «poco a poco me voy acercando a ti»

Para eso hacemos oración para que nuestra nuestro corazón vaya pareciéndose al de nuestro Señor, y nos vayamos haciendo cada vez más humanos, «poco a poco»

Y así vamos haciendo que esta tierra sea nueva.

Este es mensaje cristiano que el Reino de Dios no es una cosa futura, sino que ha comenzado ya: está en semilla en cada uno de los que siguen a Jesucristo.

La Mujer vestida de sol es la misma que en Palestina no brillaba en nada por su «glamour».

Y en la historia de Israel aparecería como la Madre de un rabino condenado a muerte.

Nosotros que somos corrientes, debemos mirar a nuestra Madre, porque el camino de esta vida no es de gloria sino de cruz. Al mirarla ella nos lo recuerda.

Mirar a la Virgen

Quizá un buen propósito es mirar. Hay montones de cuadros de la  Virgen, que nos encontramos.

Parte de nuestra oración diaria tendría que ser mirar con atención sus imágenes.

Los santos la han mirado embobados. Así hay fotos de San Josemaría.

Y también sentirse mirado por Ella. Que ya nos ve en la Gloria. En esta tierra  permanecemos bajos su protección, en su claustro materno. Y nos dará a luz en la eternidad.

Estamos unidos a Ella por un cordón que llega hasta el centro de nuestra alma. Por la Virgen nos  llega nuestro alimento.

En su claustro materno

En la Visión del Apocalipsis a la Mujer se la representa embarazada. Llevó materialmente a Jesús, pero ahora también nos lleva a nosotros.

En un pueblo de Andalucía robaron la imagen del Niño Jesús, que llevaba la Patrona en sus brazos.

Y como es lógico hicieron otra imagen del Niño Jesús, idéntico al robado.

Pero pasado el tiempo el ladrón se arrepintió, y devolvió  original.

Así que se encontraron con el dilema de que ahora tenían dos niños.

Pero la piedad popular lo arregló salomónicamente

 Pero al revés…: en vez de dividir a un niño, lo que hicieron es duplicarlo.

Escribieron un poema diciendo que ahora la Virgen tiene dos niños: uno es Jesús, y  el otro, la copia, somos cada uno de nosotros.

Mirar a la Virgen con detenimiento, sentirse mirados por Ella. Esa tiene que ser nuestra oración frecuente.

Y sentir que sus manos de Madre tiemblan.

Mirarla nos da importancia, porque somos hijos, aunque adoptivos.

En el último misterio del Rosario miramos la gloria de nuestra Madre

Ella, no solo adoró a Dios con el pensamiento, sino con sus manos. Igual que debemos hacer nosotros, y la dependienta de Los Italianos.

Ella entregó su cuerpo entero para que  Dios tomase cuerpo. Dios ha tomado cuerpo.

Y también nosotros hemos de «materializar» nuestra vida.

Las cosas más humanas tienen trascendencia.

Los santos hablaban de la importancia que tiene la sonrisa.


La Virgen desde el cielo ahora nos sonríe. Quizá para nosotros, sus hijos, está es su principal aureola.

Pero para Ella nosotros somos como las joyas que adornan su corona de Reina.

A una Madre que es Reina, se le puede pedir todo.

Dame tu corazón

En Marbella: un niño muy enfermo: cuando su madre le arropaba, le decía: –Te quiero con todo tu corazón.

La madre, con una sonrisa le dijo:

 –No se dice así, sino te quiero con todo «mi» corazón.

Y el niño, le respondió con sencillez:

– Yo te quiero con todo «tu» corazón, porque tú lo tienes más grande.
Terminamos diciéndole nosotros:

«Totus tuus ego sunt et omnia mea tua sunt. Accipio Te in mea omnia. Praebe mi Cor Tuum, María»

Traduzco estas palabras que tanto emocionaban a Juan Pablo II;

«Soy todo tuyo, y todo cuanto tengo es tuyo. Tú eres mi todo, oh María; dame Tu corazón»

Notas
Homilía del Cardenal J. Ratzinger publicada en el libro publicado por Eunsa: De la mano de Cristo
 (Libro del Apocalipsis 11, l9a; 12, 1. 3-6a. 10ab)

martes, 8 de mayo de 2018

19. LA ASUNCIÓN


La escalera

 «Tú eres la escalera [tendida por Dios,] por la que el Verbo descendió al mundo»

Así dice un poema escrito en latín por San Pedro Damián que le Iglesia incluye en la Liturgia de las Horas de la Fiesta de la Asunción de nuestra Señora.

–«Tú eres la escalera por la que el Verbo de Dios  descendió al mundo –le decimos ahora a la Virgen–.

Ayúdanos a escalar hasta la cumbre del cielo».

También podemos repetir con San Josemaría: Cor Mariae dulcissimum, iter para tutum!


Corazón dulcísimo de María prepáranos un camino lo más seguro que tu cariño de Madre pueda hacerlo.

Prepáranos el Camino

Cuando San Josemaría quería conseguir algo acudía a la Madre de Dios.

Como en aquella ocasión importante de 1951, cuando fue a Loreto, a la Casa de la Virgen, donde el Verbo de Dios se hizo carne, en el cuerpo de María.

Allí San Josemaría pidió con mucha fe la protección de la Madre de Dios. Cor Mariae dulcissimum, iter para tutum!

Porque María es la Escalera por la que Dios descendió al mundo.

Y también es la escalera por la que nosotros continuamente podemos subir al cielo.

Ahora le decimos, lo que tantas veces le hemos repetido:

–Tú que has llegado a la presencia del Señor, da buenos informes de nosotros, habla bien de tus hijos delante de Dios.

En la presencia de Dios, también con su cuerpo

Me acuerdo que en un colegio de San Sebastián donde di clases de religión, en el examen final, le pregunté a un alumno si pensaba que la Virgen estaba con su cuerpo en el cielo.

Pues yo creo que no, me dijo el chico.

Pues sí que está en el cielo, y nada menos que es un Dogma de nuestra Fe.

Siguiendo la Bula Munificentissimus Deus  de Pío XII el Concilio Vaticano II afirmó que la Virgen «terminado el curso de la vida terrena, en alma y en cuerpo fue asunta a la gloria» Lumen Gentium, 59.

Esto lo dijo el Concilio, porque ya  el 1 de noviembre de 1950, el Papa lo quiso definir
«que el cuerpo de la Virgen ha sido glorificado»

La glorificación del cuerpo de María

Mientras para la gran mayoría de hombres la resurrección de sus cuerpos, la glorificación,  tendría lugar cuando acabase el mundo, para María la glorificación de su cuerpo fue adelantada.

Podíamos decir que esto es así por un capricho del Señor: quería tenerla no sólo en espíritu sino también con su cuerpo de Madre.

Y ese vacío que nosotros queremos llenar, Jesús, que es hombre –como nosotros– y también Dios, ese vacío lo llenó saltándose una ley general.

El cuerpo de María que había pasado tantas noches sin dormir, que había sufrido tanta mortificación en las comidas.

Ella que se había cansado tanto con el trabajo de la casa, recibió en premio en su cuerpo.

Una persona normal

Si hubiéramos preguntado en Nazaret a las personas que la trataron habitualmente.

Quizá nos hablarían de una persona buena, e inteligente. Pero seguramente muchas de que vivieron cerca de Ella se quedarán extrañados al verla donde ahora está.

¿Cuál es el secreto de que haya llegado tan arriba? ¿Cuál fue su trampolín que la lanzó tan alto?

En el Evangelio se nos da la explicación (Lc 1,39-56). En esta tierra Ella  llegó muy bajo. Fue la Madre de un condenado a muerte por blasfemia. Vio a su Hijo en el patíbulo más humillante: la cruz.

Además  en la vida corriente, ni Dios, ni Ella quisieron que tuviese ningún tipo de reconocimiento. Su misión en esta tierra fue servir en cosas materiales.

Con su inteligencia, y el resto de sus cualidades podría haber querido sobresalir. Y sin embargo sólo buscó que se luciera Dios. Gracias a su humildad a llegado tan alto.

Una ama de Casa

Ella que tenía las manos picadas  porque entonces no había guantes. Como ha cantado un poeta actual al hablar de su mujer:

«Y ahora hablaré de la maravillosa aspereza
de tus manos
cuando llegan a mi alma, directas, desde
el Vin-clorex,
hablaré de tus te quiero con estornudos, o con
prisa o qué  sueño...

Y así también habrá cantado el Señor al hablar de su Madre.

No sólo somos espíritu

No sólo somos espíritu, también somos materia.

Todos los días tenemos que levantarnos para servir. Decirle a Dios cada mañana:
 ¡Te serviré!

Servir a Dios, y servir a los hombres. Este fue el objetivo de la vida de María.

Satanás se separó de Dios con su grito de rebeldía: –No te serviré.

Era un ángel ensimismado en su propia excelencia epiritual. No permitía que por encima de él hubiese nadie.

Un personaje que no al no querer amar, no quiere dar, sino solo poseer. Todo lo ve en función de su interés. Y al no estar dispuesto a amar es un personaje infeliz y serio. Con la seriedad que da el orgullo.

Por eso dice Chesterton que Satanás cayó del cielo por el peso de su propia gravedad.

Y podíamos decir de la Virgen, que subió al cielo porque su alma era tan liviana debido a su humildad.

Y por eso ahora recibe el premio del cielo. Porque por su humildad se gozaba sirviendo: servir a Dios y a los hombres todos los días

«Y es tanta la majestad de la Señora, que hace preguntar a los Ángeles: ¿Quién es ésta»
Efectivamente era una perfecta desconocida para los hombres, que sabía poner sus cualidades al servicio de Dios, y no de su gloria personal.

La vanidad mueve montañas

En en nuestras vidas hemos de reconocer que lo que no consigue el amor, en algunas ocasiones, lo consigue la vanidad.

Madre mía, haz que yo baje también; y por este valle de la humildad llegue al cielo.

San Josemaría, comentando este misterio glorioso, dice que nosotros estamos al lado de la Virgen, estamos a su lado[1].

Siempre junto a María.

Ahora mismo y hacemos el propósito de estar cerca de la Virgen durante toda nuestra vida.

Me acuerdo que hace tiempo estuve en la Iglesia de Santo Domingo, en Granada, donde hay una imagen de la dormición de Virgen, y  ella está rodeada de los Apóstoles.

Y la cama donde se encuentra dormida la Virgen se encuentra un poco levantada. Y tiene otras cosas curiosas, por ejemplo el techo de la habitación es el mismo cielo. 

Nuestra Madre en el cielo

La Iglesia canta con un clamor de regocijo[2], porque es una de las fiestas grandes de nuestra Madre, es la fiesta de su glorificación.

En un día como el de la Asunción hasta en el infierno se goza de mejor temperatura, como curiosamente relata San Alfonso María.

La necesitamos

Jesús en la cruz nos regaló todo, nos dio a su Madre.

Almeditar estas consideraciones, san Josemaría nos dice: la necesitamos.

«Cuando un niño pequeño tiene miedo, grita:¡Mamá!

Un niño que tiene miedo a la soledad, al pasillo oscuro de su casa, un pasillo que le parece enorme, enorme, enorme…

Y él, que está en el comedor y quiere ir a la cocina, al frigorífico, por un dulce, o por un helado, tiene que pasar por ese trance de la oscuridad del pasillo.

Va, y cuando está allí, ¡qué miedo volver! Y grita ¡¡mamá!!

«Así tengo yo que clamar muchas veces con el corazón: ¡Madre!, ¡mamá!, no me dejes!»

Un día

Un día, el 23 de enero de 1840, estaba confesando, como de costumbre.

Había bastante cola. Dos personas que organizaban la cosa para conseguir un cierto orden contaron lo que ocurrió.

Llegó una señora de pueblo, con su pañuelo negro. Ni siquiera hablaba francés, sino en dialecto, patuás.

Se arrodilla en el confesionario y se queda callada. El cura de Ars, ante el silencio, le anima a que empiece.

Y de buenas a primeras, se oye una voz ronca y profunda, que dice en alto: «¡Absuélveme no tengo pecados!».

No te puedes ni imaginar cómo se quedaron las que estaban esperando en la cola.
¡Cómo puede decir una persona que no tiene pecados!

El cura de Ars, intuitivo como era, se dio cuenta de que esa mujer estaba poseída de Satanás.

Una persona que diga que no tiene pecados o que no necesita confesarse, y que grita… Algo le pasa.

Los santos se han confesado hasta dos o tres veces por semanas.

Entonces, empieza una conversación muy curiosa entre el cura de Ars y el demonio.

El cura, para cerciorarse de si era Satanás o no, empieza a hablarle en latín.
El demonio sabe idiomas; aquella señora de pueblo no, ni siquiera sabía francés, no te digo ya latín.
Le pregunta: –Tu quis es?
Y el demonio: –Magister caput! (yo soy un jefe, no un demonio cualquiera).

Y siguió el cura de Ars: –¿Qué me dices de tal sacerdote? (era un sacerdote de una virtud probada).

Y la posesa le respondió: –No me gusta.

Esto lo dijo con una rabia reconcentrada y acompañada por terrible rechinamiento de dientes.

El cura le volvió a preguntar: –Y ¿de tal? (era otro sacerdote).

–¡Vaya, ese nos deja hacer lo que queremos! Tú lo habrías metido en cintura.
¡Pero no ha durado mucho!

Y tú, dime, ¿por qué no haces como los otros?
Y el Cura le responde: –¿Qué hacen los otros?
Y la posesa le dice: –Disfrutan de grandes comilonas.

–Yo no tengo tiempo, le responde el santo.

Y la poseída le dice: –Los otros se lo toman bien. Hay sapos negros que no me hacen sufrir tanto como tú. Asisto a sus misas. Las celebran para mí.

Y el Cura: –¿Asistes a las mías?

–Tú me haces enfurecer, le respondió la posesa.

El diablo asiste a nuestras Misas y a nuestros banquetes cuando no buscamos verdaderamente a Dios.

 De todas formas el demonio le dijo: –¡ya te cogeré, ya te cogeré!

Imaginaros la cara de la gente al oír todo esto. Lo contaron los que estaban allí, el cura no dijo nunca nada.

Hay sapo negro ¡cuanto me haces sufrir! (lo de sapo era un insulto, lo de negro era evidente).

Hay otros sapos negros, pero tú me haces mucho sufrir (se pasaba tantas horas confesando y haciendo tanto bien y la gente salía tan contenta, que el demonio estaba que trinaba…..)

Siguió el diablo hablando, y al final de la conversación, que es lo que nos interesa, le dice: –Sin Esa, sin Esa… (puntos suspensivos)

Catalina Lasagne es la que escribió esto, pone puntos suspensivos porque el demonio se refiere a la Virgen de forma injuriosa…

Sin Esa ya te habríamos cogido, más  Ella te protege.

Ella siempre nos protege porque es nuestra Madre. Deja tus propósitos en manos de la Virgen. Tú no conseguirás nada, Ella sí.

Ya verás cómo te recuerda las cosas, de forma discreta. Tú acude a Ella.

Madre mamá no me dejes.

 [1] SAN JOSEMARÍA, Santo Rosario.
[2] Ibid.

18. EL FUEGO


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 Borrachos sin fronteras

Casi todos los años se reúnen, en distintas ciudades, miles de personas para celebrar la llegada de la primavera haciendo un macrobotellón.

En Granada viene gente de muchos sitios. Además de los universitarios de la ciudad, también llegan de otras provincias: Jaén, Almería, Madrid, etc.

Durante toda la tarde se ve un río de personas que van con la clásica bolsa de plástico con todo lo necesario.

El ambiente era de ilusión, de alegría por la que se va a armar.

Borrachera sin alcohol

El día de Pentecostés también se reunieron miles de personas en Jerusalén para celebrar la fiesta de la cosecha, que se tenía cincuenta días después de la Pascua.

En griego, la fiesta de la cosecha se traduce con la palabra Pentecostés, porque se celebraba 50 días después de la Pascua.

Venían de Libia, Cirene, de la actual Irak. Casi todos eran judíos nacidos y educados en países extranjeros; por eso hablaban lenguas distintas. Aquello no dejaba de ser un espectáculo curioso.

En ese día los discípulos del Señor estaban reunidos en un mismo lugar, unidos por el miedo, que es lo más penoso que puede unir. Y, de repente, llegó el Amor de Dios (cf. Hch 2, 1-11).

«Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar» (Hch 2,4). Se llenaron del Espíritu Santo, que produce en el alma los efectos del vino y empezaron a hablar.

Desinhibidos

De esta manera pasaron aquellos primeros cristianos del miedo y de la tristeza a la ilusión, a la ilusión de la juventud, y así nació la Iglesia (cf. Prefacio de la Misa de Pentecostés).

En cambio, en el botellón de Granada algunos pasaron del punto al coma, del puntillo al coma etílico.

Hay un filósofo español que ha escrito un libro que se titula: «Breve tratado sobre la ilusión».

En castellano la palabra «ilusión» tiene varios significados.

Se habla de un «iluso» cuando una persona
tiene ideas que no están fundadas en la realidad.

Pero también el término «ilusión» tiene una carga positiva: por eso hay cosas que llamamos «ilusionantes». Es la ilusión tan propia de los niños, los locos y los borrachos.

Locuaces

Precisamente uno de los efectos del alcohol es transformar la realidad y hacerte más expansivo.

Me contaron que algunos locutores de radio, antes de salir en antena, se toman un copazo, para tener así más facilidad de palabra.

¡Cómo cambia la cosa cuando se tiene el cuerpo entonado!

Pues el Amor de Dios, el Espíritu Santo, es como el vino que enardece, ilusiona y nos hace hablar con el lenguaje que la gente entiende, el lenguaje del corazón.

Los Apóstoles «se llenaron del Espíritu Santo y hablaron de las maravillas de Dios», nos dice el Libro de los Hechos.
Aquel día, los Apóstoles no se cortaron un pelo. De hecho, la gente que les escuchó estaba asombrada y perpleja.

Tanto que se decían unos a otros: –«¿Qué puede ser esto?».

Y otros se burlaban diciendo: –«Están bebidos» (cf. Hch 2, 12–13).

Dicen, y es muy probable, que la cerveza la inventaron los monjes. Por algo sería...

Enamorados

Los Apóstoles estaban llenos del Espíritu Santo y, por eso, no les paró nadie.

San Pedro gritaría las maravillas de Dios en el idioma de la Capadocia.

También Santo Tomás se pondría a hablar con fluidez la lengua de los medos, y San Mateo anunciaría el Evangelio como los bereberes del norte de África.

Unieron a todos los que estaban allí hablando del Amor de Dios en distintos idiomas.

Una lengua única

Todos recordamos cómo la civilización antigua levantó una torre que acabó separando a los hombres de Dios, y a los hombres entre sí, porque no hablaban el mismo lenguaje.

Eso fue Babel, el orgullo que condujo a la separación.

Es lo contrario de Pentecostés. Porque el Amor de Dios no tiene barreras. Nos lleva a hablar en el lenguaje que todo el mundo entiende: el lenguaje del afecto, del amor.

Pero el lenguaje es un vehículo; lo importante es el contenido.

El mensaje que nosotros tenemos que transmitir es el Amor que Dios nos tiene (cfr. Hch 2, 11). El Amor de Dios, que es como el fuego.

Fuego

El fuego aparece frecuentemente en la Sagrada Escritura como símbolo del Amor de Dios.

El Señor quiere que su amor prenda en nuestro corazón y provoque un incendio que lo invada todo.

Era el fuego del amor de Dios, el Espíritu Santo, que poseía Jesús, y fue enviado a los Apóstoles el día de Pentecostés, y se posó sobre ellos en forma de lenguas de fuego.

El Espíritu Santo no apareció en aquella ocasión como una paloma, y los Apóstoles salieron a hablar con esa nueva lengua de fuego, que les había dado el Señor, con el entusiasmo de los borrachos.

El fuego de los santos

Los Apóstoles fueron capaces de llevar ese fuego hasta el último rincón de la tierra, porque antes había prendido en ellos.

Como le ocurrió  a San Josemaría: en una viaje por el sur de la Península Ibérica, cuando contemplando las costas del norte de África desde la punta de Tarifa, exclamó: «¡Qué pena que Jesucristo sea tan poco conocido en esas tierras!... Quizá es que no se trabaja bastante».

Y el que le acompañaba, don José Luis Múzquiz, decía que otras personas solían hacer comentarios del estilo de ¡qué buena visibilidad hay hoy!, o ¡fíjate! si se ven las montañas, o ¡mira! se ven Ceuta y Melilla...

Pero el comentario de San Josemaría fue el de una persona que estaba incendiada de amor de Dios.

También nosotros hemos de pensar con frecuencia en la expansión de la Iglesia, y repasar los lugares donde todavía no cunde el amor de Dios.

A san Josemaría le removían mucho esas palabras del Señor: «fuego he venido a traer a la tierra».

Y cuando era joven hasta las cantaba. Y empleaba muchas veces esta imagen del fuego para hablar de apostolado.

Por ejemplo, decía que teníamos que ser como un brasa encendida que quema o al menos eleva la temperatura espiritual del ambiente en el que nos movemos.

En algunas épocas del año es más fácil provocar un incendio. Basta con arrojar una colilla para que ardan hectáreas de bosque. Por eso las autoridades no dejan de advertirnos que hemos de extremar la precaución.

En el apostolado, en cambio, no hay que extremar la precaución, sino propagar continuamente incendios, da igual la época del año en la que estemos.

Lo único necesario para esto es que nos acerquemos  al origen de ese fuego, que es Dios mismo: Ure igne Sancti Spíritus!

Esto es lo que han hecho los santos, no desperdiciar ninguna ocasión para encender fuego.

Un día del verano de 1966 fue San Josemaría con don Álvaro y don Javier a comprar unos pantalones. Después de entrar en la tienda, convencieron al encargado de que les vendiera tres pantalones a precio de por mayor.

Mientras don Álvaro y don Javier escogían las tallas, pasaban al probador, esperaban a que se los envolvieran y pagaban, San Josemaría había comenzado a hablar con uno de los dependientes.

Se interesó por su trabajo y por su descanso, por su familia y por su vida cristiana. Aquel hombre se quedó removido y alentado, porque un sacerdote se había interesado por su vida y por su alma.

Y al despedirse comentó a don Álvaro y a don Javier, con un guiño de simpática complicidad: Il vostro compagno non perde il tempo.

La vibración apostólica

Pero la vibración apostólica no depende de condiciones de simpatía o sociabilidad. Si faltase apostolado, quizá haya vida interior, pero será pobre, raquítica.

El fin de la Iglesia es la gloria de Dios y la salvación de las almas, éste es también nuestro fin.

Y como han dicho los santos, lo leemos también en el epistolario de san Maximiliano Kolbe, la gloria de Dios consiste precisamente en la salvación de las almas, que cada uno salvemos almas. Con esto es con lo que el Señor disfruta.

Por eso, Jesús en la oración muchas veces nos dirá: –Cuantas cosas vamos a hacer entre los dos. Yo he venido a traer fuego a la tierra, y tú me ayudarás, como me ayudó mi Madre.

María está llena del Espíritu Santo

Dice el último concilio que

María pide con sus oraciones el don del Espíritu Santo

En la Anunciación el Espíritu Santo ya había venido sobre ella, cubriéndola con su sombra y dando origen a la Encarnación del Verbo.

Su nueva misión de Madre se realizaría en el cenáculo de Jerusalén –dice Juan Pablo II– donde nacería el cuerpo místico de Cristo, que es su Iglesia.

La efusión del Espíritu Santo lleva a María a ejercer su maternidad espiritual de modo especial.

María Esposa de Dios Espíritu Santo, es Madre de la Iglesia, a Ella le pedimos ahora que nos consiga el fuego de su Amor.

Con Ella el Amor a Dios entra solo, como el buen vino, y va directo al corazón.




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