viernes, 26 de marzo de 2021

LA HORA CERO


 

Comenzamos esta Semana que los cristianos llamamos Santa. Son los siete días más importantes de la historia de la humanidad.


Lo que ocurrió fue tan fuerte que hoy sigue influyendo en las personas. De hecho muchos se convierten en estos días. La Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús marcó un antes y un después.

En los libro de historia se cuentan las cosas haciendo referencia al Señor. Así, se dice que Constantino es del siglo III d.C.; o que los egipcios son del año 2.000 a.C. Realmente todo gira alrededor de Cristo.

Por eso, por poco que nos empeñemos, meditando despacio lo que ocurrió, saldremos de estos siete días mejor de como estamos ahora. El Señor espera de nosotros un cambio. Con su ayuda podemos convertirnos.

EL PASO DEL SEÑOR

Dios no sólo quiso hacerse hombre, sino que decidió implicarse en la vida humana.

Aunque sabía que, si se portaba con sinceridad, con Verdad, la malicia de los hombres acabaría con su vida.

Aceptó esa humillación, sabía que los hombres se portarían así, y no obstante consintió que los seres humanos lo trataran con saña, con una vileza increíble.

Esto, a simple vista, no se entiende bien. Incluso, aunque lo medites en la presencia de Dios, no es fácil comprender por qué quiso llegar hasta ese extremo y pasarlo tan mal.

Hace unas semanas, durante una convivencia de niñas de 15 años, les pusieron un documental sobre el via crucis. Algunas venían a hablar conmigo durante la proyección porque preferían no verlo, les daba pena ver sufrir tanto al Señor.

Algo parecido le sucede a la gente con las imágenes de la flagelación que aparecen en la conocida película de la Pasión. Muchos se salen porque no aguantan ver aquello.

El paso del Señor por la tierra fue un camino sangriento, un via crucis. Y precisamente con su Sangre nosotros nos íbamos a salvar de la esclavitud de nuestros pecados.

COMO EL PEOR DE LOS ESCLAVOS

El profeta Isaías describe cómo iba a ser tratado el Mesías, sería un esclavo, un siervo, llevado a una muerte especialmente cruel (cfr. Is 50,4-7: Primera lectura).

Hay una expresión que aparece en la Escritura y que no deja de llamar la atención. Y es cuando compara a Jesús con un cordero llevado al matadero. Así iba el Señor: angustiado por lo que se le venía encima pero sin rechistar.

Cuando un animal es llevado al lugar donde lo van a degollar, de alguna manera se da cuenta, lo sabe, y se resiste todo lo que puede. Jesús no se resistió. Entró montado en un borrico sabiendo que lo iban a torturar.

Las masas que lo aclamaban a su entrada triunfal en Jerusalén, pocos días después iban a pedir que lo torturaran: que le doliera morir.

Dice el salmo de la Misa: me acorrala una jauría de mastines (Sal 21: responsorial).

El Señor va hacia la muerte rodeado de gritos en su contra y alaridos de sus enemigos. Como una presa que corre acorralada por sus asesinos, en medio de ladridos y dentelladas. No tiene escapatoria. Muere humillado y en medio de un dolor tremendo.

San Pablo nos habla también de la humillación de Jesús, que siendo Dios fue despojado de toda dignidad, para acabar clavado en un madero (cfr. Phil 2,6-11: Segunda lectura).

LA HUMILLACIÓN DE DIOS

Gracias al abajamiento de Dios el hombre ha sido salvado. Nada en lo que interviene Dios acaba en tragedia. Porque de los males saca bienes, y de los grandes males grandes bienes.

La Semana Santa empieza con la exaltación del Mesías. Pero esto dura poco: al cabo de unos días el que era aclamado se ve totalmente en desamparo.

No podemos esperar nada de este mundo. Todo lo bueno viene de Dios. Lo que, en principio nos parece rechazable, una muerte así, en el fondo nos hace mejores.

Hace unos años, una chica joven, valenciana, contó cómo fue su conversión durante una Semana Santa que pasó en Roma.

Cuando llegó por primera vez a la Plaza de San Pedro aquello le impactó. No sólo por la arquitectura sino por que estaba en el centro de la cristiandad. Y allí estaba, una mañana como la de hoy, Domingo de Ramos, asistiendo a Misa. Escuchó con atención el Evangelio de la Pasión, y después la homilía de Benedicto XVI.

El Papa hizo alusión a que, antiguamente, durante esa Misa la gente iba en procesión hasta la iglesia y, cuando llegaban a la puerta de la iglesia, se golpeaba con la cruz que encabezaba la procesión.

Estas palabras de Benedicto XVI le impresionaron mucho y le venían constantemente a la cabeza durante los días siguientes: «Dios está golpeando mi alma para que le abra las puertas…». Esas palabras se le quedaron grabadas en el corazón, y le fueron viniendo a la cabeza durante los días siguientes.

Llegó el Viernes Santo y fue a los oficios a una iglesia que estaba llena hasta los topes. Durante los oficios hay un momento en el que la gente va hacia el altar para adorar y besar la cruz.

Como había mucha gente, aquello duró casi una hora. Mientras estaba en la cola, le vino a la cabeza otra vez la idea que del Papa: la cruz procesional que golpea las puertas de la iglesia para que se abrieran…«Dios está golpeando mi alma para que le abra las puertas…»

Se iba acercando cada vez más. Entonces, cuenta esta chica, le entraron ganas de salir corriendo fuera de la iglesia y huir.

Pero también le venían unas ganas tremendas de salir corriendo, pero hacia la cruz, para besarla y dejarle al Señor entrar en su alma. Al final todo terminó bien.

EL TRIUNFO DE LA FE DE UNA MUJER

Y después de que Dios es humillado por nuestro amor, vendrá lo que nadie esperaba. Habrá un antes y un después en la Historia humana: la Resurrección.

La Virgen se fió siempre de Dios. La primera Eva ante un árbol desconfió de Dios. María ante el madero de la cruz, aceptó ser humillada para que la humanidad que naciese estuviera en amistad con Dios.

El primer pecado fue iniciado por el orgullo y la desobediencia. La salvación nos vino por la humildad y la aceptación de una Mujer: Hágase.

jueves, 18 de marzo de 2021

MORIR



Respondiendo a las preguntas que le hicieron unos griegos, Jesús resume su vida: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, dará mucho fruto» (Jn 12, 24: Evangelio de la Misa de hoy).

Explica a los que quieren verle en qué consiste lo que ha venido a hacer a esta tierra: morir para dar fruto.

Esta frase tan bonita, igual que lo del trigo que muere, en el fondo es tremenda.

El Señor en más de una ocasión les dijo a sus discípulos que lo azotarían y que sufriría una muerte muy dolorosa. Y todo eso era necesario que le ocurriera para salvar a los hombres.

Es como si a una de vosotras le dijeran que, por el bien de Granada fuera necesario que la apedreasen y la colgaran de un palo boca abajo hasta que muriese. Así nos hacemos un poco idea de lo que el Señor estaba diciendo.

Si se diera esa circunstancia, seguro que le diríamos a esa amiga que estaba loca, que eso sería una tontería, que de qué iba, que se quitara eso de la cabeza. 

Eso fue exactamente lo que le dijo San Pedro al Señor. O sea que el ejemplo sirve, no iba tan descaminado.

EL GRANO QUE MUERE

Jesús dice que él es el grano de trigo que muere. El grano de trigo tiene que pudrirse y morir para que surja la espiga, y luego se pueda hacer el pan.

Porque Jesús se hace Pan para nosotros. Por eso la Eucaristía está muy unida a la Pasión, porque es el Cuerpo de Cristo que muere para darnos vida. 

Murió. Exactamente igual que el trigo.

EL VERDADERO MANÁ

Cuando el pueblo de Israel estaba en el desierto, como no tenían qué comer, Yavhé les envió una especie como de pan blanco. Cuando amanecieron y lo vieron decían man-hú que significa ¿qué es esto? (Cfr. Ex 16,15)

Jesús es Pan, y comiendo su Cuerpo, que es la Eucaristía, comemos a Dios.

No es metáfora que Jesús muera para darnos vida, para alimentarnos. Está aquí. Es verdad. 

Jesucristo es el Hijo de Dios que baja del cielo como alimento. Es el verdadero maná. 

Gracias al maná siguieron adelante en su viaje por el desierto.

MORIR PARA DAR FRUTO

Muere para que nos alimentemos. Y nosotros que somos cristianos también podemos ser trigo que muere por los demás. 

Nosotros tenemos que hacer lo que hizo Cristo. Morir por los demás. Así también resucitaremos para la Vida eterna.

Nuestras renuncias sirven si están unidas al sacrificio de Jesús, que murió por otros. 

MORIR POR LOS DEMÁS

Hay un santo que hizo exactamente lo mismo que Jesús, hace solo 70 años.

Se llamaba Raimundo Kolbe. Es más conocido por Maximiliano, nombre que adoptó cuando ingresó en el seminario de los padres franciscanos.

Se ordenó sacerdote. Estuvo en Japón de misionero. En 1936 regresa a Polonia y tres años más tarde, durante la Segunda Guerra Mundial, es apresado junto con otros frailes y enviados a campos de concentración en Alemania y Polonia.

Poco después es liberado y, de nuevo, hecho prisionero en 1941. Termina en el campo de concentración de Auschwitz. 

El régimen nazi buscaba despojar a los internados de su personalidad, tratándolos de manera inhumana, como si fueran un simple número. San Maximiliano tenía el número 16670.

A pesar de las dificultades, sigue ejerciendo su ministerio, ayudando a los demás en lo que puede, y manteniendo la dignidad de sus compañeros.

La noche del 3 de agosto de 1941, uno de los prisionero de su sección se escapa. Entonces, el comandante del campo, como represalia, ordena escoger a diez prisioneros cualesquiera para matarlos.

Entre los hombres elegidos, hay uno casado y con hijos. San Maximiliano, que no se encontraba entre los diez, se ofrece voluntario para morir en su lugar.

El comandante acepta el cambio y el santo es condenado a morir de hambre junto con los otros nueve. Diez días después, el 14 de agosto, lo encuentran todavía vivo, le ponen una inyección letal y muere.

Juan Pablo II que lo canonizó en 1982, dijo en el campo de concentración donde murió: Maximiliano Kolbe hizo como Jesús, no sufrió la muerte sino que donó la vida.

Terminamos con la Virgen. Unos meses antes de ser hecho prisionero el padre Kolbe escribió: sufrir, trabajar, morir como caballeros, no con una muerte normal sino, por ejemplo, con una bala en la cabeza, sellando nuestro amor a la Inmaculada, derramando como auténtico caballero la propia sangre hasta la última gota, para apresurar la conquista del mundo entero para Ella. No conozco nada más sublime.

jueves, 11 de marzo de 2021

LIBERATOR


Nos cuenta la Sagrada Escritura cómo el pueblo de Israel seguía sin hacer caso a lo que el Señor les decía (cfr. Cro 36,14-16. 19-23: Primera lectura).


Efectivamente, el Señor nos habla porque quiere nuestra felicidad. Él, mejor que nadie, sabe lo que nos conviene porque nos ha creado.

La droga da cierta felicidad, pero no la verdadera. Por eso, cuando un padre no quiere que su hijo se meta en ella, es para que no se enganche y sea un desgraciado.

Algo así le ocurrió al pueblo de Israel. Pensaba que Dios no quería su felicidad y, entonces, la buscó en otro lado.

AVISOS

Pero Dios no abandona a su pueblo. Ni nos abandona a nosotros. Nos dice el libro de las Crónicas que envió sus mensajeros porque le daba pena de lo mal que iban los suyos.

El Templo, que era el orgullo del pueblo judío, el monumento más representativo, fue arrasado, reducido a pavesas.

Es como si el símbolo del cristianismo, la basílica de San Pedro, del Vaticano, fuera destruido por un atentado de unos terroristas del medio oriente por los pecados de los cristianos.

Para ver cómo le influyó esto a los judíos, sería como si a tus padres, por no poder pagar la hipoteca, el banco les quitara el piso y tuvieran que irse a Rumanía a pedir limosna a la puerta de una iglesia.

Eso fue la deportación de Babilonia. Tuvieron que dejar todo lo suyo: su colegio, su habitación, su ordenador, su vida.

Así estaba el pueblo de Israel porque no quiso oír los avisos de Dios. Y así estaremos nosotros si no queremos escuchar lo que nos dicen de parte del Señor.

SE ME HA PASADO EL GLAMOUR

Estando allí, lejos de su ambiente, los judíos empezaron a echar de menos su vida anterior.

Se lamentaban de su situación. Se sentaron a llorar junto a los sauces de los canales de Babilonia. Dejaron de cantar por el estado en el que se encontraban (cfr. Sal 136: responsorial).

También les ocurrió más tarde con el holocausto. Entonces, algunos pasaron, de la noche a la mañana, de ser los más ricos de Europa a vestir de harapos en un campo de concentración en Alemania.

Es como si tú, dentro de 30 años, pensaras: estoy casada pero no me llena. Mi hijo está de médico en Houston, y vive su vida. Físicamente no soy la de antes.

Si les dijera a mis amigas que me apetecería ir a esquiar se reirían de mí. A los 20 años decían que me parecía a Penélope. Pero ahora se me ha pasado el glamour.

Y te acordarás de las meditaciones de los sábados, que entonces te parecían un rollo. De tus amigas que nunca te fallaron. Alguna te escribe todavía por Navidad.

Cuando tenías a alguien que te escuchaba, que le podías contar absolutamente todo y te comprendía. Y ahora tienes que pagarle 30 euros al psiquiatra.

DIOS TE AYUDARÁ

No te preocupes, en esas circunstancias, Dios te ayudará. Él ha inventado una cosa que se llama la gracia. Si vuelves a Él, recobrarás otra vez la alegría. Empezarías una vida nueva a los 50.

Reconstruirías todo lo que destruyeron tus enemigos. Que pena te dará entonces haberte ido, haber desconectado de Dios.

Aún así volverás a tener alegría. Volverás con tus amigas de antes, aunque entonces tengan 50 años y den conferencias sobre Zara, porque Dios no te dejará si vuelves a él.

Pero la mejor forma de volver es no irse. Por eso podemos repetir el Salmo: que se me pegue la lengua al paladar si ahora no me acuerdo de ti (Sal 136: responsorial).

No hace falta pasarlo tan mal para llegar a los 50 en plena forma. Seguro que conoces a gente de 50 que parece que tiene 30.

Escucha la voz de Dios, lo que nos dice san Pablo, ahora puedes vivir con Cristo, el liberador (cfr. Ef 2,4-10: Segunda lectura).

EL LIBERADOR

Dios le envió al pueblo elegido un rey, que se llamaba Ciro, para que reconstruyera el templo y volvieran a su patria.

A nosotros nos ha enviado un liberador, que está aquí, ahora, con nosotros. Él nos mira desde el sagrario nos dice: la luz vino al mundo y los hombres prefieren las tinieblas porque sus obras son malas (cfr Jn 3,14-21: Evangelio de la Misa).

Al que actúa bien no le importa que se vean sus obras. En cambio, el que actúa mal prefiere ocultar lo que hace. No quiere que se vean sus fallos.

Sin embargo, el Señor dice: acércate a mí para que se vean tus defectos y así yo pueda corregirlos porque yo soy tu liberador.

Por eso, si queremos que Dios nos libere, tenemos que ser transparentes. Acudir a la luz. Venir aquí, al Sagrario, y preguntarle al Señor en qué cosas tengo que mejorar.

Hace unos años se presentó en Granada un libro sobre Amancio Ortega, el creador de la firma de ropa Zara.

La autora cuenta cómo, cuando lo conoció, hablaron de muchos temas. Ella llevaba un traje chaqueta, de Zara claro, en franela gris claro. Era lógico que fuera vestida así, no iba a ir con ropa de otra marca.

Pues, cuenta que, al final de la comida, al decirle cosas admirables de su empresa, Amancio Ortega le cortó y le dijo: Voy a pedirte un favor ¿por qué no me explicas qué cosas de Zara no te gustan? (…) Me gustaría que me hicieras una crítica de lo que se puede hacer mejor.

La propuesta fue tan sincera que le respondió: En mi opinión, y no solo en la mía, las prendas de punto no están nada conseguidas y los zapatos, aunque a veces tienen un buen diseño, parecen duros como una piedra. Yo no me atrevería ni a meter el pie en uno para probármelo.

Un hombre que ha marcado todo los records en ventas, que ha revolucionado el mercado, en vez de regodearse en sus aciertos y en su éxito, pide que le digan las cosas que hace mal. Tomó la sugerencia en serio y se corrigió. Hizo que los zapatos fueran más cómodos.


Meses después, volvió a ir la autora del libro. Esta vez calzando el nuevo modelo de zapatos. Y le dijo a Ortega: ¿Sabes que la princesa Matilde de Bélgica tiene unos iguales? Lo descubrí en una foto que se publicó en una revista. Le quedaban francamente bien (Cfr. Así es Amancio Ortega, el hombre que creó Zara, pp. 34-36).

Así es como se triunfa en la vida, también en la interior.

Dios tiene fuerza para cambiar nuestra vida cuando tengamos 50 años, pero también para que estemos contentos en plena juventud. Atrévete a mirarle y pregúntale qué es lo que va mal.

Como María. Ella se entregó cuando era adolescente y a los 50 seguía en plena forma.

jueves, 4 de marzo de 2021

LA LEY


Cuando Dios creó al hombre, le metió dentro como un chip. Una ley para marcarnos el camino que debemos recorrer en esta vida.


Pero a Dios se le torció la cosa. Adán y Eva se desviaron del camino desobedeciendo a Dios. Eso provocó que al hombre se le nublara la mente, la inteligencia. 

Después del pecado original, se rompió el orden de la naturaleza y, poco después, Caín mató a Abel, vino luego la torre de Babel que fue un intento de querer vivir de espaldas a Dios, por eso acabaron peleándose. 

LA SABIDURÍA DE DIOS

Iahveh dio a su Pueblo la Ley, para que supieran comportarse con sabiduría: todavía hoy en día parece admirable su contenido (cfr. Ex 20,1-17: primera lectura de la Misa). 

Cuanto más se hace caso a Dios dice, más luces tiene uno para actuar mejor. Y cuanto menos caso, no se termina de acertar en las decisiones aunque la persona sea muy inteligente.

Hablando con una persona, me decía que a veces se creía poco listo, porque se enfadaba por tonterías. 

Hablando, llegamos a la conclusión de que eso no depende de la capacidad mental de la persona, sino del sentido sobrenatural que uno tenga. Si estás cerca de Dios aciertas más y te enfadas menos.

El diablo no es tonto. Se le llama Lucifer, porque es el ángel que tenía más luz que ninguno, pero el pecado le ha hecho un desgraciado. La lejanía de Dios le ha hundido en la oscuridad para siempre.

Cuando hacemos caso a Dios, vives sereno y descansado, porque la Ley del Señor es perfecta y es descanso para el alma (Sal 18: responsorial). Y cuando no se hace su voluntad entran remordimientos o se vive con sobresaltos.

La Ley del Señor es lo mejor. Incluso, humanamente hablando, la Ley que Dios le entregó a Moisés era muy superior al ordenamiento jurídico que tenían otras naciones de su época.

-Porque, solo, tú, Señor tienes palabras de vida eterna. Tus mandatos alegra el corazón (cfr. Sal responsorial).

DECÁLOGO

La Ley que dio el Señor a Israel está resumida en los Diez Mandamientos. 

Aunque esos mandatos podían ser descubiertos de forma natural, el hombre no hizo caso y cada vez los incumplía más. 

Entonces Dios permitió el diluvio universal. Se saneó el mundo y sobrevivió lo que había dentro del Arca de Noé.

Pero, después del diluvio, como el hombre tenía dañada su naturaleza, igual que una máquina a la que se le suelta un tornillo que ya no funciona como antes, el hombre siguió haciendo cosas mal.

Por eso, Dios escribió los mandamientos en unas tablas de piedra y se los dio a Moisés, porque los hombres no los leían en sus corazones. Quiso el Señor dejar claro para siempre, esculpidos, los preceptos que el hombre tenía que seguir para ser feliz.

LA SILLA Y EL QUITAMIEDOS

Si el hombre sigue la Ley de Dios se realiza plenamente. Si no la sigue, siempre hará alguna cosa bien, pero en el fondo se está echando a perder. 

Una silla sirve para sentarse. Si la pones boca abajo podrás colgar una chaqueta en una de sus patas, pero no la utilizarás para lo que está realmente hecha. 

Otro ejemplo gráfico es que los Diez Mandamientos son como los quitamiedos que te encuentras a los lados de las carreteras cuando vas en coche. 

Son barreras que están al borde del camino y que impiden que nos salgamos. Nos muestran que por ahí no se puede pasar, y a la vez nos facilitan seguir por el buen camino.

Sería ridículo -¡una locura!- pensar que esas barreras nos quitan la libertad. La libertad para poder saltar y volar con el coche por los acantilados, o estrellarnos contra los árboles. Además, de hacerlo, solo lo podríamos hacer una sola vez.

LA LEY NUEVA

Jesús en el lugar más sagrado que tenían los judíos, en el Templo, actúa con autoridad. Y allí dice que Él es el verdadero Templo (cfr. Jn 2,13-25: Evangelio de la Misa).

Así como Moisés recibió de Dios la Ley antigua, los Apóstoles recibieron de Jesús la Ley Nueva. Pero esta Ley no fue escrita en piedra sino esculpida en el corazón de los cristianos.

LA VIDA EN CRISTO

Ser cristiano no es sólo comportarse de una forma determinada. Más que hacer una serie de cosas es seguir a una Persona. No es estar convencido de una idea, sino enamorado de Alguien.

Los cristianos tenemos que seguir a Cristo, vivir una vida nueva. Y esa vida hay que buscarla en un lugar determinado, en la cruz. Es allí donde está Jesús.

Su nueva ley es el amor. No se trata de seguir unos mandamientos o cosas escritas que uno lee y cumple. Dios es una persona que nos ama. Creemos a Jesús, le seguimos porque es Dios: hizo milagros y se resucitó a sí mismo.

Cristo vive: Cristo no es una figura que pasó, que existió en un tiempo y que se fue, dejándonos un recuerdo y un ejemplo maravillosos (…) Su resurrección nos revela que Dios no abandonó a los suyos (Es Cristo que Pasa, n. 102).

Otras religiones siguen unos textos, unos mandatos, que, si no cumples, viene el castigo. Nosotros, los cristianos no. Nosotros tenemos que amar al Señor, seguirle, y para eso, debemos coger la cruz cada día. 

El cristianismo no consiste en actuar bien y ya está. Lo nuestro es asombrarnos cada día de que nuestro Dios ha muerto por nosotros. Esto no lo tiene ninguna religión.

LA SABIDURÍA DE DIOS

Los cristianos, como hacía San Pablo, tenemos que hablar de Cristo, sin tener miedo de que haya sido crucificado (cfr. 1 Co, 1,22-25: segunda lectura de la Misa).

Lo necio de Dios es más sabio que los hombres. Lo que los hombres piensan que es locura y tontería, la cruz, precisamente en eso consiste la Sabiduría de Dios.

Precisamente Cristo crucificado manifiesta la Sabiduría de Dios. Su Nueva Ley es el Amor, por eso, Dios es capaz de hacerse Hombre y morir por nosotros. Por eso nos dio a su único Hijo (cfr. Jn 3,16: Versículo antes del Evangelio).

La Sabiduría de Dios no es fría, sino amable y misericordiosa. Es Cristo. Y la Virgen la llevó en sus rodillas. Por eso Ella es Asiento de la Sabiduría.

FORO DE MEDITACIONES

Meditaciones predicables organizadas por varios criterios: tema, edad de los oyentes, calendario.... Muchas de ellas se pueden encontrar también resumidas en forma de homilía en el Foro de Homilías