Las personas emprendedoras cuando miran su vida ven cosas que hay que mejorar.
Sin embargo los mediocres están a gusto y piensan que no tienen necesidad de cambio.
Los tibios creen que los que tienen que cambiar son los demás.
Todo depende de cómo se miren las cosas. Hay personas que observan la realidad con una lente de aumento para ver lo que sucede fuera. Los defectos ajenos se ven con lupa, y los propios aparecen muy pequeños.
Es la misma lente que dependiendo de cómo se emplea ve en grande o
En su vida, nuestro Señor habló también a ese tipo de persona cumplidora, que se encontraban a gusto consigo mismo.
Y Jesús les dice que las prostitutas y los pecadores de adelantarán en el Reino de los cielos (cf. Mt 21,28-33).
Estas palabras de Señor quizá desconcertaron a sus contemporáneos, pero son verdaderas. La experiencia enseña que es muy difícil que cambien una persona que se considera buena.
Sin embargo una pecadora –al mirar su vida– tiene más facilidad para convertirse. No he de extrañar que algunos santos hayan sido grandes pecadores.
Y como ha dicho Benedicto XVI: «Todo santo se ha hecho a partir de un ser humano pecador, tal y como todos hemos venido al mundo».
Pero algunas personas no ven las cosas así: no observa sus errores, sino los de los demás. Por eso decía Teresa de Jesús: «Miremos nuestras faltas y no las ajenas».
Porque con mucha facilidad vemos la mota en el ojo ajeno, y no somos capaces de mirar que en el nuestro hay un leño.
En nuestra vida sucede como dice el Señor de que a veces decimos a nuestro Padre Dios que vamos a trabajar en su viña, y luego no vamos.
Y otras veces que decimos que no, y después nos arrepentimos, y vamos a trabajar en sus cosas (cf. Mt 21,28-33).
Como ha dicho Benedicto XVI en Alemania: « El daño a la Iglesia no lo provocan sus adversarios, sino los cristianos mediocres».
LA SORDERA
Con frecuencia el pueblo elegido por Dios tenía debilidades, y el Señor les pedía que se convirtiera (cfr. Ez 1,25-28).
Los buenos israelitas le daban gracias al Señor porque siempre tenía misericordia de ellos y les enseñaba el camino correcto (cfr. Salmo responsorial: 24).
San Pablo que era judío habla a los cristianos para que tuviesen los mismos sentimientos de Jesús (cfr. Flp 2,1-11).
Y los sentimientos del corazón del Señor están en sintonía con los de su Padre: Jesús llega hasta el extremo, se sometió al querer de Dios Padre, haciéndose obediente hasta la muerte.
En nuestro caso si queremos convertirnos y tener los sentimientos del Señor hemos de hacer caso a Dios.
Somos humanos y habitualmente nos molesta hacer la voluntad de otro. Y muchas veces lo que más nos molesta no es hacer una cosa concreta, sino que nos la mande alguien.
Como estamos inclinados al orgullo hacemos más a gusto lo que nadie nos manda. Y si tenemos que obedecer, nuestra primera reacción puede ser de rebeldía.
Pero podemos rectificar tal y como dice el Señor en el Evangelio (cfr. Mt 21,28-32). A Jesús le agrada que recapacitemos.
Por eso la conversión no puede darse sin la obediencia, que una virtud que nos asemeja al Hijo de Dios hecho hombre.
El verbo obedecer viene de otro verbo latino que significa oír. Obediencia procedería de audiencia.
Algunas personas elegidas por Dios tuvieron debilidades, como es el que caso del David. Y hay gente que ha tenido experiencias como las tuvo este santo rey, que también fue pecador, pero se arrepintió.
Otras personas en cambio querían hacer cosas buenas por Dios, pero no escuchaban la voz del Señor. Este fue el caso del primer monarca de Israel. Y Dios no quería sus sacrificios sino su obediencia.
La Virgen ha sido la persona que ha tenido el oído más fino: a Ella le pedimos nuestra conversión.
XXVI DOMINGO A, 25 septiembre de 2011
Sin embargo los mediocres están a gusto y piensan que no tienen necesidad de cambio.
Los tibios creen que los que tienen que cambiar son los demás.
Todo depende de cómo se miren las cosas. Hay personas que observan la realidad con una lente de aumento para ver lo que sucede fuera. Los defectos ajenos se ven con lupa, y los propios aparecen muy pequeños.
Es la misma lente que dependiendo de cómo se emplea ve en grande o
En su vida, nuestro Señor habló también a ese tipo de persona cumplidora, que se encontraban a gusto consigo mismo.
Y Jesús les dice que las prostitutas y los pecadores de adelantarán en el Reino de los cielos (cf. Mt 21,28-33).
Estas palabras de Señor quizá desconcertaron a sus contemporáneos, pero son verdaderas. La experiencia enseña que es muy difícil que cambien una persona que se considera buena.
Sin embargo una pecadora –al mirar su vida– tiene más facilidad para convertirse. No he de extrañar que algunos santos hayan sido grandes pecadores.
Y como ha dicho Benedicto XVI: «Todo santo se ha hecho a partir de un ser humano pecador, tal y como todos hemos venido al mundo».
Pero algunas personas no ven las cosas así: no observa sus errores, sino los de los demás. Por eso decía Teresa de Jesús: «Miremos nuestras faltas y no las ajenas».
Porque con mucha facilidad vemos la mota en el ojo ajeno, y no somos capaces de mirar que en el nuestro hay un leño.
En nuestra vida sucede como dice el Señor de que a veces decimos a nuestro Padre Dios que vamos a trabajar en su viña, y luego no vamos.
Y otras veces que decimos que no, y después nos arrepentimos, y vamos a trabajar en sus cosas (cf. Mt 21,28-33).
Como ha dicho Benedicto XVI en Alemania: « El daño a la Iglesia no lo provocan sus adversarios, sino los cristianos mediocres».
LA SORDERA
Con frecuencia el pueblo elegido por Dios tenía debilidades, y el Señor les pedía que se convirtiera (cfr. Ez 1,25-28).
Los buenos israelitas le daban gracias al Señor porque siempre tenía misericordia de ellos y les enseñaba el camino correcto (cfr. Salmo responsorial: 24).
San Pablo que era judío habla a los cristianos para que tuviesen los mismos sentimientos de Jesús (cfr. Flp 2,1-11).
Y los sentimientos del corazón del Señor están en sintonía con los de su Padre: Jesús llega hasta el extremo, se sometió al querer de Dios Padre, haciéndose obediente hasta la muerte.
En nuestro caso si queremos convertirnos y tener los sentimientos del Señor hemos de hacer caso a Dios.
Somos humanos y habitualmente nos molesta hacer la voluntad de otro. Y muchas veces lo que más nos molesta no es hacer una cosa concreta, sino que nos la mande alguien.
Como estamos inclinados al orgullo hacemos más a gusto lo que nadie nos manda. Y si tenemos que obedecer, nuestra primera reacción puede ser de rebeldía.
Pero podemos rectificar tal y como dice el Señor en el Evangelio (cfr. Mt 21,28-32). A Jesús le agrada que recapacitemos.
Por eso la conversión no puede darse sin la obediencia, que una virtud que nos asemeja al Hijo de Dios hecho hombre.
El verbo obedecer viene de otro verbo latino que significa oír. Obediencia procedería de audiencia.
Algunas personas elegidas por Dios tuvieron debilidades, como es el que caso del David. Y hay gente que ha tenido experiencias como las tuvo este santo rey, que también fue pecador, pero se arrepintió.
Otras personas en cambio querían hacer cosas buenas por Dios, pero no escuchaban la voz del Señor. Este fue el caso del primer monarca de Israel. Y Dios no quería sus sacrificios sino su obediencia.
La Virgen ha sido la persona que ha tenido el oído más fino: a Ella le pedimos nuestra conversión.
XXVI DOMINGO A, 25 septiembre de 2011