Mostrando entradas con la etiqueta Apostolado. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Apostolado. Mostrar todas las entradas

martes, 15 de octubre de 2013

AFÁN APOSTÓLICO

Dios es Amor
Dios es Amor, Deus cáritas est, nos dice San Juan. En pocas palabras no se puede decir más. Así es Dios.

Lo que sucede es que, al tratarse del Ser más elevado, sería imposible verlo si no se hubiera encarnado.

Por eso a Dios lo contemplamos en Jesús. Y el Amor de Dios se encarna en Él: en este hombre maravilloso.

Vamos a pedirle, al inicio de nuestra oración, que nos de su luz para que entendamos como tenemos que imitarle. 

–Danos tu luz y tu verdad.

Quizá nos vienen a la cabeza aquellas palabras suyas.

–A vosotros os he llamado amigos. Este es el nombre que Dios nos da. 

sábado, 1 de octubre de 2011

EL VINO DE DIOS ES «KE KOU KE LE»: si puedes llevártelo a la boca serás feliz.


El Señor quiere que demos fruto. Para eso nos ha puesto en la mejor de las viñas.
«Yo os he elegido del mundo, para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure» (Jn 15, 16: Aleluya de la Misa).
La primera viña de Dios fue el pueblo de Israel (cfr. Is 5, 1-7: primera lectura).
«La viña del Señor, dice el Salmo, es la casa de Israel» (Sal 79: Responsorial).
No ha habido una nación como ésta en toda la historia de la Humanidad: tan mimada por Dios mismo.
Dios trata a su pueblo como un jardinero que, con paciencia, va cuidado y podando un rosal.
En el Evangelio Jesús nos habla de que Dios Padre envió a su Hijo a esta viña.
Pero los viñadores del pueblo de Israel lo rechazaron «y lo mataron» (cf. Mt 21, 33-43).
Y ocurrió que a ese pueblo tan querido por el Señor, se le quitó «el reino de Dios» (cf. Mc 10, 2,16), y se lo dio a otro pueblo que produciría fruto.
Este nuevo pueblo, esta nueva viña de Dios, es la Iglesia, que ha dado muchos frutos de santidad.

TRABAJAMOS EN UNA VIÑA

Nosotros pertenecemos a la Iglesia. Dar fruto es nuestra obligación. Porque el Señor nos ha enviado a cultivar su viña, y a distribuir su vino.
Cuando ha probado vino la gente suele estar más sociable y expansiva. Y desde luego está mucho más contenta.

El mejor piropo que se le puede echar a una persona es que es «siempre cálido como el vino y la amistad»
Si se lo pedimos, el Señor nos dará la capacidad para salir de nosotros y vender el verdadero licor que hace felices a la gente, el cariño.
Pues, el Señor quiere que tratemos así de los demás, que cuidemos de su viña. Nos ha enviado para que otras personas también prueben la bondad de Dios, el vino de su Amor.

EL VINO DE DIOS

No podemos quedarnos satisfechos con la tranquilidad y la alegría personal que nos produce estar cerca de Dios.
En verdad, tenemos el mejor de los vinos. El cristiano es alguien que se encuentra bien en el mundo. Y, eso, se tiene que notar en nuestro trato con los demás.
Tenemos que comercializar nuestra bebida. Tenemos que llegar hasta la China y exportar allí la doctrina de nuestro Señor.

Ojalá los cristianos llevemos allí nuestro producto.

Como en el caso de Coca-cola, cuando esta compañía buscó un nombre en mandarín para introducir el producto en China. Surgió «Ke kou ke le», que además de asimilarse a su nombre literalmente, viene a significar «si puedes llevártelo a la boca puedes ser feliz» (vid. en www.idiomachino.com/idioma.htm).


QUÉ BELLO ES VIVIR

Hay una película en la que el protagonista está tan desesperado que se encuentra a punto de suicidarse.
Cuando ya se va a tirar por un puente, aparece un ángel muy simpático que le hace ver lo valiosa que ha sido su vida y lo mucho que ha influido para el bien de muchas personas.
Para demostrarle esto, le concede el privilegio de ver lo que les hubiera pasado a algunas personas, si él no hubiera existido. No les podría haber ayudado como les ayudó.
Por su vida, familias enteras salieron adelante. Y muchos tomaron el rumbo correcto que, sin su ejemplo y sus consejos, no hubieran acertado a elegir.
Gracias al privilegio de ver todo eso, recupera la alegría y las ganas de vivir, y comprende todo lo que su vida puede seguir aportando a tantísima gente.
La Virgen, fue verdadera israelita y primera cristiana: trabajó en esas dos viñas del Señor, en la Antigua y en Nueva.
Gracias a Ella Jesús le dio una gran alegría a unos recién casados que se habían quedado sin vino.
Adelantó los milagros porque era la Madre del dueño de la Viña.
Gracias a Ella Caná de Galilea estuvo a punto de convertirse en Caná de la Frontera.

sábado, 7 de marzo de 2009

LIBERTAD DE ELECCION (APOSTOLADO)

Son muchos los que siguen al Señor. Una muchedumbre, dice el Evangelio. 

Nuestro apostolado consiste precisamente en que le sigan cuantos más, mejor. Por eso no podemos desaprovechar ninguna ocasión que se nos presente.

Pero, a pesar de interesarles todos, Jesús eligió a unos pocos que eran sus amigos, para que fueran después por ahí predicando el Evangelio al mundo entero.

POCOS PARA MUCHOS

Nuestro Señor tenía una amistad verdadera con los Apóstoles. Les dedicó horas de trato.

A los amigos uno los elige. A la familia y el ambiente en el que se nace no. Jesús se rodeó de personas a los que eligió personalmente.

Fue a buscarlos. A Mateo lo cuando estaba cobrando impuestos. A Pedro y los otros remendando las redes, a Natanael a través de Felipe. Y así todos. Los buscó uno a uno.

A otros no los eligió para que estuvieran con él. Como el hombre al que curó de muchos demonios en Gerasa, que no le dejó aunque se lo pidiera.

Las amistades se eligen y se cultivan. Durante tres años estuvo formando a los Doce, día y noche. Les dedicó mucho tiempo. Y, aún así, no todos perseveraron.

AMIGOS PARA SIEMPRE

El Señor no abandonó a ninguno. Siempre los trató con confianza, aún sabiendo que uno le iba a traicionar. La mayoría no fueron fieles en el momento duro de la Cruz, pero él no los rechazó por eso.
Es más, fruto de esa verdadera amistad, pasado el tiempo, dieron la vida por Él. Todos menos Judas, que no quiso saber nada.

Sería un error que la amistad dependiera de si la gente responde o no a lo que nosotros queramos. Sería algo que no va con las maneras de hacer del Señor.

Si dejamos a una porque no reza como nosotros quisiéramos, es que nunca fue amiga de verdad, sino una a la que invitamos a cosas.

AMIGOS ENTRE LOS AMIGOS

Eligió a los que quiso y cuando quiso. A Pedro siendo ya mayor. Juan era un adolescente.

Tenía entre 10 y 15 amigos, contando también con Lázaro y su familia. Y de entre su círculo de amigos, algunos parece que lo son más. 

A veces, se iba solo con tres, siempre con los mismos tres. Y así ocurrió cuando fue al monte Tabor, al resucitar a la hija del jefe de la sinagoga o en el huerto de los olivos.

Es normal que, entre los que tratan a Dios, haya quienes el Señor llame para que estén más cerca. 

SEGUIR SU EJEMPLO

Si nos fijamos, Jesús hizo la Iglesia con amigos de verdad. Y los santos han empezado igual, con un grupillo de amigos: san Francisco de Asís, san Ignacio, etc.

El Opus Dei comenzó rodeándose san Josemaría de amigos. Por eso, en la primera semblanza que se hizo de su Fundador, a los primeros tiempos se les llamaba Tiempos de amigos.

Nuestro Señor eligió a sus amigos, y san Josemaría también hizo esa labor de selección a través de la amistad. Para hacer lo mismo hace falta tiempo.

AMISTAD ES CONOCERSE

El apostolado de amistad no consiste en soltar sermones, aunque sean buenos, porque para eso ya estamos los curas. Consiste en comprender, en escuchar las preocupaciones de los demás. Y también en contarles cosas nuestras, lo que hacemos.

Sino se hiciera así daríamos la impresión de que somos directores espirituales en vez de amigos. Y eso es muy raro. Sería extraño que no nos conociesen bien.

No podemos confundir la amistad con saludar todos los día a la misma persona, estar en la misma clase o llamarla 3 veces por teléfono.
Esto es lo que a veces pasa, que decimos mis amigos, y son simples conocidos o conocidas. 

La amistad es mucho más que eso. Es un sentimiento noble y grande que nos lleva a aceptar toda clase de sacrificios por los amigos, a pasarlo nosotros mal para que ellos no tengan dificultades, decía don Álvaro, el primer sucesor de san Josemaría.

El fruto de la amistad es el cariño, porque más que en dar, la amistad está en comprender. Y, cuando se comprende surge la confidencia. 

CUANDO UN ÁRBOL CRECE TORCIDO SE PARTE

Se trata de llevar a nuestras amistades al trato con Jesús.

El diablo sabe que, si nuestro apostolado no se fundamenta en la amistad, tiene mucho ganado.

Tenemos el peligro de la vanidad también en este campo. Cuando no hay amistad podemos estar buscando éxitos para que nos digan que lo hemos hecho bien o por lo menos que lo piensen.

Y, aunque consigamos que una persona haga oración, a lo mejor nos entran las prisas y no somos capaces de descubrir al ritmo de Dios para esa persona, porque nos falta rectitud. No buscamos lo mejor para ella, sino para nosotros.

EL OJO DE UN SANTO

Los santos, como están en sintonía con Dios, saben descubrir la voluntad del Señor para las personas. Así hacía san Josemaría.

Carmen Canals, hizo unos días de retiro en la Residencia universitaria de Zurbarán, dirigidos por el Fundador del Opus Dei. 

Le impresionaron la fuerza de su palabra, su cariño a la Virgen y el modo de preparar a las participantes para la confesión. 

En dos ocasiones charló con él. La primera vez, muy brevemente. San Josemaría le preguntó si seguía las meditaciones, si hacía oración y si iba a misa con frecuencia. 

La segunda vez que acudió al sacerdote fue para pedirle la admisión en la Obra: «le dije que quería ser del Opus Dei. El Padre me dijo que no».

Siguió Carmen frecuentando la residencia por un tiempo y luego dejó de ir. Cuatro años más tarde hizo un curso de retiro en Molinoviejo. «Y me conmovió —dice— volver a escuchar ideas que yo guardaba casi sin darme cuenta en el alma: eran las mismas cosas que yo había escuchado al Padre». 

Allí renovó su decisión de pertenecer a la Obra, un 12 de marzo de 1950. No pasó mucho tiempo cuando un día se encontró en Los Rosales con san Josemaría.

Le saludó y le dijo que se había quedado preocupada por su negativa de que fuera de la Obra la primera vez que salió la vocación.

san Josemaría la tranquilizó y le comentó que, entre sus dos hermanos —que eran del Opus Dei— y su oración, habían arrancado del Señor la llamada que había sentido a su tiempo, tras el primer encuentro (Vázquez de Prada, Tomo II, p. 663).

EL MEDALLERO

La falta de rectitud nos puede llevar a buscar trofeos. Y eso no tiene pinta de terminar bien.

Todos nos acordamos de la imagen del nadador que ha batido todos los récords en las últimas olimpiadas. De pie, orgulloso con todos sus trofeos colgados al cuello.

El diablo sabe, que si no se hacen las cosas bien y vienen los frutos por un interés humano, la fidelidad de una persona es más fácil que fracase o, por lo menos, que cueste mucho sacarla adelante.

Por eso, aunque haya mucho fruto humanamente hablando, muchas medallas, el enemigo se frota las manos. 

Salía la noticia en los periódicos hace poco, que este famoso nadador se le había ido un poco la cabeza con tanto oro, y que se había dejado de entrenar y dedicado a la buena vida.

Incluso una casa mundialmente conocida de cereales, le había quitado la publicidad porque, decían, así no se puede ser un buen modelo para los niños.

Y la federación de natación de su país, le había retirado la licencia para poder competir durante unos meses. Realmente es una pena, con lo bien que nadaba. 

Juan Pablo II, nos dijo en una Cuaresma que mirásemos al que traspasaron. Al pie de la cruz estaban María con sus amigas.

La Virgen hizo de ellas almas de oración. Que Ella nos enseñe a hacer lo mismo para que el Señor elija a las que quiera.

Pedid, pues, al Señor que os agrande el corazón, 

de modo que tengáis muchos amigos y con cada uno hagáis apostolado, 
tratando a cada uno según sus circunstancias personales, y perseverando en ese trato, aunque tarde en dar fruto.


jueves, 29 de enero de 2009

UNA PANDA DE AMIGOS

El Evangelio nos cuenta como los apóstoles fueron conociendo a Jesús. Y fue de la manera más natural. 

Se fueron presentando unos a otros, hasta que formaron la clásica panda de amigos.

«Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan y siguieron a Jesús. 

»Encontró primero a su hermano Simón (...) y lo llevó a Jesús» (Jn 1,40-42).

Después el Señor encontró a Felipe, y, Felipe le llevó a Natanael (cfr. Jn 1,43-46). Así, hasta que se formó el grupo entero. Aquello fue el inicio de una gran amistad, de un grupo muy unido. 

Unos que llaman a otros, y todos siguen a Jesús. Ven y sígueme, esa es la clave.

LA LEY DE LA AMISTAD

«Un trozo de hierro se afila con otro hierro; y a un amigo también se le da forma con otro amigo» (Prv 27, 17).

Esto dice precisamente el libro de los Proverbios cuando trata el tema de la amistad. 

Literalmente, el dice: «El hierro se afila con otro hierro y el amigo afila la cara del amigo». Es el modo hebreo de decir las cosas. 

Los amigos se influyen mutuamente. Es la ley de la amistad. Y se influyen tanto que acaban pareciéndose uno al otro.

Del mismo modo que una pieza de hierro vuelve a otra de una forma determinada si la rozamos contra ella. 

La amistad engendra en nosotros una forma de ver las cosas, de pensar, de divertirse, de hablar, etc.

Las amigas muchas veces visten parecido o igual, porque comparten los mismos gustos.

Todo esto se nota. Las madres se dan cuenta muchas veces que los gestos, y la forma de pensar de los amigos nos acaban influyendo. Por eso se preocupan de saber con quien vamos y salimos.

Que los amigos se influyen es algo evidente. Y ocurre, no porque se lo propongan, sino por el contacto diario.

EL LIDER DEL GRUPO

Entre las amistades suele haber algunos que destacan más. Muchas veces el motivo es porque tienen más personalidad que el resto. Llevan la voz cantante. 

Jesús es perfecto hombre. Él es el Maestro. Su personalidad es tan fuerte que no deja indiferente a nadie que se acerca a él.

Cuando dice su nombre en el Huerto Olivos cayeron a tierra los que iban a apresarle. El Señor no pasa desapercibido. Sus enemigos quieren acabar con él porque está influyendo sobre las personas.

Los Apóstoles fueron cambiando poco a poco con el pasar de los días. Se fueron transformando casi sin darse cuenta.

San Juan que, como su hermano, era de carácter fuerte, se volvió suave.

Pedro que fue cobarde, terminó dando su vida por él. Y así todos. Todos menos Judas, que en el fondo no era amigo de Jesús.

El Señor influye tanto que nos cambia la vida. A san Pablo le ocurrió eso, por eso decía «Vivo pero no soy yo, sino Cristo el que vive en mí» (Gal 2,20). Lo que le impulsaba era Espíritu de Jesús resucitado. 

Su actividad ya no se movía por el «haré esto» o «no lo haré», sino que el Espíritu de Dios le hacía decir «Abba Padre». Lo mismo les sucede a los santos. Se mueven por una fuerza interior que les lleva a superar las dificultades.

El trato con Jesús les hacía tener en cuenta, no solo lo material sino también lo espiritual.

A ESE GRUPO PERTENECEMOS

Los santos se han rodeado de amigos. Formaban grupos de gente que tenían verdadera amistad. Y como estaban tan cerca de Dios han sido la pieza que les unía a Jesús.

San Josemaría empezó con tres. El grupo inicial lo formaban Pepe Romeo, don Norberto Rodríguez e Isidoro Zorzano, que eran, a su vez, continuadores de los asistentes al Sotanillo (cfr. Vázquez de Prada, Tomo I, p. 446).

Curiosamente las primeras vocaciones aparecían cuando se presentaba la fiesta de unos de los apóstoles. 

«Para la historia de la Obra de Dios —escribía en una catalina del 8-V-1931—, es muy interesante anotar estas coincidencias: El 24 de agosto, día de S. Bartolomé, fue la vocación de Isidoro. El 25 de abril, día de S. Marcos, hablé con otro [...]. El día de S. Felipe y Santiago (1-V-31), tuve ocasión —sin buscarla— de hablar a dos. Uno de ellos, con quien me entrevisté de largo, quiere ser de la Obra» (p. 448).

Esa amistad con San Josemaría les llevaba a seguir al Señor. Por eso escribe de los que llegaban: «Ninguno dudó; conocer a Cristo y seguirle fue uno. Que perseveren, Jesús: y que envíes más apóstoles a tu Obra» (p. 449).

Esa era siempre su actitud. Dirigir cada persona al Señor. El escultor Jenaro Lázaro, que los domingos por la tarde, a la salida del Hospital General, se quedaba charlando un rato con don Josemaría, refiere sus recuerdos: «Estas conversaciones, me produjeron una impresión imborrable: era un hombre de Dios, que arrastraba hacia El a las personas que trataba» (p. 452).

LA LLAVE QUE ABRE CUALQUIER ALMA

A veces en el apostolado vamos probando cosas que vemos que no sirven porque la gente no avanza. 

Hay unas palabras que le dice Don Jose María Samoano a María Ignacia Escobar, la primera vocación a la Obra, que dejan claro el camino que hay que seguir. Le aclaraba que para construir bien el Opus Dei era preciso echar sólidos cimientos de santidad: «No queremos número, eso... ¡nunca!, le decía el capellán. Almas santas... almas de íntima unión con Jesús... almas abrasadas en el fuego del amor Divino ¡almas grandes! ¿Me entiende?» (445)

Jesús es la llave que encaja perfectamente en la cerradura de cualquier alma. A veces uno va con un manojo de llaves y va probando hasta que encuentra la adecuada.

El Señor es como una llave maestra que abre la puerta del mundo sobrenatural.

COMUNIÓN, CONFESIÓN Y ORACIÓN

Nuestro apostolado debe consistir en llevar a nuestros amigos a Jesús. Y el Señor influye a través de la gracia, con los sacramentos y en la oración.

Debemos presentarlos, porque, aunque lo conocen de oídas, no lo tratan personalmente.

Comunión, confesión y oración. De esa manera el Señor va influyendo en nosotros casi sin darnos cuenta.

Él es siempre eficaz, porque Jesús no cambia, actúa siempre, es el mismo ayer, hoy y siempre. Entonces nuestros amigos serán santos. 

Nosotros hemos cambiado mucho, y más que nos queda. Si hacemos la cuenta, yendo a Misa a diario durante 10 años hemos recibido al Señor unas 3.000 veces. Y son muchas las horas que nos hemos pasado delante del Sagrario. Y cientos las confesiones.

A pesar de que nuestros defectos y pecados, Jesús es el que nos ha transformado y nos seguirá cambiando.

La Virgen, cuando está en la cruz no está sola. Está con su grupo de amigas. Allí están todas con Jesús. Que nosotros sepamos también hacer lo mismo.


viernes, 16 de enero de 2009

ENCUENTROS EN LA PRIMERA FASE

En la actualidad Dios sigue llamando, y lo hace como casi siempre: en el silencio y a través de otras personas que nos lo presentan.

He de reconocer que algunos de los que estamos aquí hemos sido llamados a la amistad con Dios de esas dos formas.

A veces nos gusta recordar cómo fueron los primero encuentros que tuvimos con el Señor.

Es bueno que nos sirvamos de la memoria para unirnos más a Él: al contemplar que nos iba persiguiendo, porque quería que fuésemos su amigo.

LA VOZ DE DIOS

Nos cuenta la Sagrada Escritura que un chico llamado Samuel aún no conocía cómo hablaba el Señor (cfr. 3,3b-10.19: primera lectura de la Misa).

Fue el sacerdote Elí quien entendió que Dios llamaba a aquel chico. Por eso le dio el consejo de que cuando oyese algo dijera: –«Habla, que tu siervo te escucha».

Y éste fue el inicio de la amistad del Señor con Samuel.

Y esa jaculatoria que han dicho los hombres desde entonces podemos utilizarla ahora: –Habla, Señor, que te escucho.

Esto lo han dicho los cristianos de todas las épocas, con distintos acentos, en distintos idiomas, o con palabras semejantes. San Josemaría le decía al Señor: – ¡Jesús, dime algo!

Eso lo decía ya, cuando tenía amistad con Dios. Porque en su adolescencia repetía:
Señor, que vea. Que es una forma de decir: –Habla, Señor, y muéstrame lo que quieres de mí.

Sin el dialogo con Dios es muy difícil descubrir lo que el Señor nos pide. Tantas veces los santos han dicho que hay que rezar más.

Son pocos los que rezan, y los que rezamos, rezamos poco, le dijo un diplomático al Papa Pablo VI, con palabras de un Santo.

Los que rezamos, rezamos poco. Nuestro propósito tiene que ser rezar más, rezar mejor.

Y la calidad de la oración se ve por los frutos.

La calidad de nuestra oración se ve por los frutos. Pero no hay que tener la ingenuidad del que quiere conseguir los frutos tirando de la planta para que crezca.

No queremos frutos para nuestra cuenta personal, sino porque nos interesan las personas.

No se trata sólo de conseguir que la gente rece algo. Eso está muy bien. Hay que procurar que dediquen un tiempo a hacer oración.

Y esto es así porque el Señor cuenta con nuestra colaboración.

DIOS HABLA TAMBIÉN A TRAVÉS DE SUS INTRUMENTOS

Con frecuencia el Señor se sirve de otras personas para que se conozca su voluntad.

Se sirve del Papa para señalarnos el camino. Para eso puso el Señor la Roca de Pedro.

No es extraño que a Benedicto XVI le hagan preguntas. En concreto, en abril del año pasado, los obispos norteamericanos le dijeron:

«Dé su parecer sobre la disminución de vocaciones, a pesar del crecimiento de la población católica»

Y el Papa le respondió:

«En el Evangelio, Jesús nos dice que se ha de orar para que el Señor de la mies envíe obreros; admite incluso que los obreros son pocos ante la abundancia de la mies (cf. Mt 9,37-38).

Parecerá extraño, pero yo pienso muchas veces que la oración –el
unum necessariumes el único aspecto de las vocaciones que resulta eficaz y que nosotros tendemos con frecuencia a olvidarlo o infravalorarlo.

No hablo solamente de la oración por las vocaciones.

La oración misma... es el medio principal por el que llegamos a conocer la voluntad de Dios para nuestra vida.

En la medida en que enseñamos a los jóvenes a rezar, y a rezar bien, cooperamos a la llamada de Dios.

Los programas, los planes y los proyectos tienen su lugar, pero el discernimiento de una vocación es ante todo el fruto del diálogo íntimo entre el Señor y sus discípulos.

Los jóvenes, si saben rezar, pueden tener confianza de saber qué hacer ante la llamada de Dios.

Por eso –como decía San Josemaría– si no conseguimos de los jóvenes que sean almas de oración hemos perdido el tiempo.

Se trata de que los llevemos a Dios como hizo Juan el Bautista con los que él trataba.

De San Juan Bautista algunos podrían decir que era una persona radical y excéntrica, pero no pueden negar que era humilde.

No le interesa otra cosa que servir al Señor, ser su instrumento. No quería que se quedasen en él. Llevó a la gente a Dios.

El Evangelio nos relata el encuentro de Jesús con dos jóvenes discípulos del Bautista: eran Juan y Andrés.

Precisamente estos dos chicos fueron intermediarios para que otros conocieran a Jesús (cfr: Jn 1,35-42). Más tarde todos ellos serían amigos de Dios.

La humildad engendra humildad. Se ve perfectamente cuando lo que se persigue en el apostolado es que la gente busque a Dios, no nuestro triunfo.

Esto sucedería si no se reza: se acabaría confundiendo el servicio a Dios con servirnos a nosotros.

Si no se reza, se acaba confundiendo el seguir al Señor con cumplir una serie de actividades religiosas.

La primera verdad fundamental que hemos de enseñar es que la vida de oración –la oración contemplativa– no es fruto de una técnica, sino un don que recibimos.

La oración no es una técnica sino una gracia. Y resulta extraño que se pueda hacer compatible hacer oración con no estar en amistad con Dios.

El secreto consiste en tener la misma longitud de onda que tiene Dios: conseguir sintonizar. Eso es cuestión nuestra

CUESTIÓN DEL RECEPTOR

Ya se ve que Dios suele hablar bajito. Y sólo es posible escucharle si nuestro interior es un receptor que no está dañado, que puede conectar.

Juan Pablo II hablaba de «la teología del cuerpo». Y así es: nuestro cuerpo es un instrumento de alta tecnología espiritual, que si sufre alteraciones no podrá escuchar la voz de Dios.

Admiramos los grandes templos de Roma o Estambul, que han servido de encuentro con Dios.

Pero el templo más preciado por el Señor es nuestro cuerpo: allí puede habitar el Espíritu Santo, o puede ser un santuario vacio o profanado (cfr. 1 Co 6,13c-15ª.17-20: segunda lectura de la Misa).

Lo primero que hicimos nosotros fue comenzar con un tiempo dedicado a Dios, esto serán nuestros encuentros en primera fase. Luego tiene que venir la amistad.

La amistad es una cosa tangible. Indudablemente no somos santos.

Pero sí podemos tener intimidad con nuestro Señor. Para eso está el silencio interior.

Llamamos «oración» a ponernos en la presencia de Dios, con el deseo de entrar en la intimidad con El, en medio de la soledad y del silencio.

MAESTRA DEL SILENCIO Y DE LA ESCUCHA

María lo primero que hacía cuando llegaba a casa era encender la televisión, porque si no escuchaba ese ruido de fondo se sentía sola.

«Y cuando se subía al coche, lo primero que hacía era poner la radio. O mejor dicho estaba puesta ya: nada más darle al interruptor del coche se oía. Es que a ella le daba miedo la soledad».


Esta María, no era la Madre de Jesús: no sólo no le daba miedo el silencio, sino que era el vehículo que le llevaba a Dios.

Desde que tuvo uso de razón, María estuvo atenta a la voz de Dios. Y era tan fluido ese diálogo, que el mismo Señor quiso habitar materialmente en su cuerpo. Como en nuestro caso cuando recibimos la Comunión.

viernes, 21 de noviembre de 2008

LA PARADA DEL BUS

Ver resumen
La palabra adviento significa «venida». Y la Iglesia quiere que durante este tiempo nos preparemos especialmente para la llegada del Señor.

Ahora le decimos como le han pedido los cristianos de todos los tiempos:

–Ven Señor, no tardes.

Al principio se le decía en arameo: –Maran atha! (1 Cor 16, 22)

Estos días de adviento podemos repetírselo al Señor en nuestro interior, porque Él conoce el idioma de nuestros pensamientos:
–¡Ven, Señor Jesús! (Ap 22, 21)

San Pablo escribió a los de Corinto que los cristianos aguardamos, esperamos, que el Señor regrese la segunda vez (Segunda lectura de la Misa:1 Co 1, 3-9).

Corinto era una ciudad costera, que podía calificarse de frívola. Allí muchos marineros, comerciantes, militares, y extranjeros, contraían la «enfermedad corintia». Lo que hoy sería el sida era propagado por todo el mediterráneo.

La ciudad estaba consagrada a la diosa Afrodita. Aquellos hombres tenían como emblema la imagen de Lais: una celebre prostituta, que en el cementerio de Corinto, se veía en figura de loba destrozando a su víctima con las garras.

Por eso se ha escrito: «Las bestias más salvajes de la naturaleza humana fueron creadas en aquella repugnante mezcla de lujuria y crueldad» (Nietzsche).

Y san Pablo se entera de que algunos cristianos de esa ciudad no creían en la vida eterna. Por eso les escribe hablando de la Resurrección de Jesús, y de la nuestra, que tendrá lugar «el día del Señor».

En un ambiente tan superficial cabía el peligro de no pensar nada más que en lo que tenían entre manos. San Pablo les anima a levantar la vista, y que pensasen que el Señor vive, y volverá.

Desde luego no sabemos cuando vendrá Jesús y por eso tiene interés para nosotros seguir el consejo del Señor: «velad» (Evangelio de la Misa: Mc 13, 37).

Estar alerta, así se puede condensar la actitud del cristiano en esta tierra. Por eso cantaba el poeta:

Yo amo a Jesús que nos dijo: Cielo y tierra pasarán. Cuando Cielo y tierra pasen mi palabra quedará.
Y sigue diciendo:

Todas tus palabras fueron una palabra: Velad

Con ese concepto se resume nuestro modo de estar en este mundo. Por eso nuestra vida en la tierra se podría comparar a una parada de autobús. Todos estamos esperando alguna línea.

Sería como para preguntarle a la persona del al lado: –¿Tú qué número esperas?

La mayoría de la gente está en la parada esperando al 13, que es el que lleva al cementerio. Es una pena tener esa aspiración.

Los cristianos esperamos al que nos lleva al aeropuerto. Jesús que llega desde el Cielo.

Hace muchos siglos un profeta entusiasta decía: –«Ojalá rasgases el cielo y bajases» (cfr. Primera Lectura: Is 63, 19b)

La Iglesia en este tiempo de adviento lo repite hasta en latín una y otra vez con otras palabras del profeta:

–«Rorate Coeli desuper et nubes pluant Iustum», que se rasgue el Cielo y desde las nubes descienda el Señor.

Esto que pidieron los profetas ocurrió hace más de dos mil años, en una pequeña localidad de Palestina.

Y de esta la primera venida del Señor que ocurrió en Belén, poca gente se dio cuenta. Los hombres no lo reconocieron. Y eso que lo estaban esperando durante siglos.

Ahora aguardamos la segunda llegada. Pero hay una diferencia.

Y es que a los santos le da un poco igual la fecha de esa segunda venida, porque no tienen curiosidad sino amor.

La primera llegada de Jesús no la vimos nosotros, y quizá tampoco la gloriosa nos tocará.

Es el corazón el que descubre, que no sólo hay dos venidas: hay llegadas diarias del Señor, y esas son las que tenemos que esperar. Vigilar que no se nos escapen.

Ahora mismo el Señor ha llegado: estamos conversando con Él en nuestra oración.

En realidad en arameo Maran atha! (1 Cor 16, 22) significa «ven, Señor», pero también «el Señor ha venido».

Efectivamente el Señor ha venido, y está con nosotros.

Sobre todo llega en la Santa Misa: allí se hace presente con su cuerpo. Y se queda en el sagrario para que vayamos a hacerle visitas por las tardes.

Nos puede ayudar a prepararnos para la Comunión decirle: –Ven, Señor.

Para un pueblo seminómada como el judío que el Señor venga a poner «su tienda» entre nosotros significaba una cercanía muy grande.

Y es cierto, Dios ha puesto «su tabernáculo» en nuestra tierra para habitar junto a nosotros. El Señor nos espera en el sagrario: esa es la tienda donde está provisionalmente antes de que nos veamos en el Cielo.

Ir al Cielo esta es meta de nuestra vida.

Pero si queremos subirnos al bus de Dios, que nos llevará a su Casa, necesitamos comprar el billete.

El billete nos lo va a regalar nuestro Padre del Cielo, con un poco de gracia.

Nos lo regala en la oración, en la Misa, en la Confesión, y en otras de sus venidas frecuentes.

A mucha gente hay que preguntarle ahora que estamos en la parada:

–¿Tú esperas el mismo bus que yo?

Hemos de preocuparnos por los que tenemos al lado. Queremos pasar la eternidad junto con ellos. Por eso hay que ayudarles a que levante su pensamiento al Cielo, como hizo San Pablo con los de Corinto.

Una chica rusa escribió un libro que te recomiendo. Se titulaba: «Hablar de Dios resulta peligroso». Ella se convirtió mientras hacia yoga. Leía pensamientos celebres, y un día fue repitiendo el Padre nuestro, sintió un golpe interior muy fuerte.

Ella había vivido durante años «a la corintia», y mientras hacía barbaridades nadie le dijo nada. Una vez que cambió de vida empezó a hablar de Dios a la gente que tenía a su lado. A algunos le sentó mal, pero a la mayoría no. Y gracias a personas como ella Rusia ha cambiado.

Para está chica hablar de Dios resultaba peligroso. Pero fue una aventura apasionante.

El amor no tiene en cuenta «el que dirán». Por eso si queremos salir de la tibieza hemos de pedir: –Ven, Señor, a mis labios.

–Sácame de la tibieza, que se manifiesta en la vergüenza de hablar de Ti.

Cuenta Dante en su «Divina Comedia» que en el Purgatorio están los «neutrales», los que nunca han sido criticados por nadie. Porque si uno intenta a ayudar a alguien pasa que recibe críticas.

Nos tiene que dar pena que haya gente que espera un autobús, que le lleva a un sitio donde no va a ser feliz.

El Señor murió para que todos tuviéramos la posibilidad de ir al Cielo, y nosotros vivimos para ayudarle a que esa posibilidad se haga efectiva.

–Ven, Señor, que hay gente muy buena que no te conoce todavía. Y nosotros no hablamos de ti porque nos da corte. –¡Ven, Señor, Jesús, acompañado de tu madre!

martes, 5 de agosto de 2008

AFÁN APOSTÓLICO

Dios es Amor, Deus cáritas est, nos dice San Juan. En pocas palabras no se puede decir más. Así es Dios.

Lo que sucede es que, al tratarse del Ser más elevado, sería imposible verlo si no se hubiera encarnado.

Por eso a Dios lo contemplamos en Jesús. Y el Amor de Dios se encarna en Él: en este hombre maravilloso.

Vamos a pedirle, al inicio de nuestra oración, que nos de su luz para que entendamos como tenemos que imitarle.

Danos tu luz y tu verdad.

Quizá nos vienen a la cabeza aquellas palabras suyas: –A vosotros os he llamado amigos.

Este es el nombre que Dios nos da. La definición que nosotros hacemos de Dios es que es Amor. La hizo el Apóstol Juan. Y el Señor nos llama a nosotros, nos define como amigos. Eso somos los hombres para Dios.

Jesús, Dios hecho hombre, manifiesta su Amor teniendo amigos. Así nos hace ver que si el hombre quiere parecerse a Dios, tiene que concretar la caridad en la amistad.

La amistad es lo que el hombre tiene que desarrollar para parecerse a Dios.
Pues el Señor quiere tener muchos amigos, porque Él es Amor.

Precisamente a los santos se les llama amigos de Dios. No sólo sus hijos. Hijos suyos somos todos, pero puede ser que no seamos amigos.

Todos lo hombres somos hermanos de Jesús, pero no todo el mundo tienen un trato de amistad con Él.

Para que haya amistad tiene que haber correspondencia entre las dos personas. Entre un hermano y otro hermano, entre un padre y un hijo, no se da por hecho de que tengan amistad. La cuestión biológica tira mucho. La sangre es fuerte, pero la amistad no puede darse por supuesto.

Incluso en el terreno espiritual: por el hecho de nuestra adscripción a la Iglesia, no por eso somos amigos de Dios.

El último Concilio nos habla de que todos los cristianos debemos aspirar a la santidad. Y para ser santos la primera virtud que tenemos que cultivar es la caridad.

Y en este sentido, la Iglesia, en la fiesta de San Josemaría, dice que fue elegido por Dios «para proclamar la llamada universal a la santidad y al apostolado».

Porque no es sólo que debemos salvarnos nosotros, sino que hemos de pensar en la felicidad de los demás.

Y es que el apostolado es una manifestación de la caridad.

San Josemaría escribió: «El principal apostolado que los cristianos hemos de realizar en el mundo, el mejor testimonio de fe, es contribuir a que dentro de la Iglesia se respire el clima de la auténtica caridad (...)

Universalidad de la caridad significa, por eso, universalidad del apostolado
» (Amigos de Dios, n 226, 1)

Cuando incorporemos en nuestra vida esta verdad, que el apostolado es igual a la caridad, entonces el apostolado dejará de ser una cosa que se realiza de vez en cuando.

Porque el apostolado cristiano no es un ejercicio de captación. Sino una forma de concretar el amor que tenemos a los demás.

En el Evangelio se nos cuenta el espíritu de iniciativa de algunos judíos vibrantes. Aquellos, aunque no eran cristianos, no obstante eran muy celosos: no les importaba viajar lo que fuese por conseguir la adscripción de una persona.

Es muy admirable ese celo, y por eso se cita. Sin embargo, la motivación de toda esa actividad no estaba bien enfocada, no era una cosa recta. Lo que buscaban era la gloria humana de su pueblo.

Aquellos hombres eran activos, porque la vanidad es muy sacrificada. Pero su labor no estaba centrada en la caridad, sino en el amor propio. Querían hacer discípulos para ellos mismos.

Por eso el Señor les dice «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que vais dando vueltas por mar y tierra para hacer un solo prosélito y, en cuanto lo conseguís... puntos suspensivos (Mt 23,15).

El Señor no les recrimina que se muevan, sino que lo hagan por un motivo poco recto. Lo que les importaba era apuntarse un tanto; una vez que lo habían conseguido lo que pasara después les daba igual.

Uno de estos hombres fue San Pablo. Y cuando se convirtió, el proselitismo de este fariseo, hijo de fariseo, organizó una autentica revolución.

El proselitismo de San Pablo, era un apostolado basado en el amor de Dios. Pablo deseaba ardientemente que todos los que se encontraba en su camino, también fuesen amigos del Señor.

El fuego de su caridad le urgía a llegar hasta el extremo del mundo. No sólo quería convertir a su pueblo, sino a los gentiles.

Quería convertir a los magistrados que le juzgaban. Y una vez condenado, convirtió no sólo a los presos, y al carcelero, sino también a la familia del carcelero.

Su actividad no se resumía en Vanitas nostra urget nos, sino en que la Caridad de Cristo nos mueve. Porque Jesús quiere pasar la eternidad rodeado de amigos. Y como decía San Josemaría: La caridad exige que se viva la amistad.( Forja n 565):

En un cristiano, en un hijo de Dios, amistad y caridad forman una sola cosa: luz divina que da calor.

Por eso nuestro apostolado debe ser un apostolado de amistad. No un apostolado de propaganda, ni de invitación a reuniones.

La amistad es la base de la labor. Si hay caridad, hay amigos, y si hay amigos será fácil llevarlos al Señor.

Hablando de la amistad decía un periodista el año pasado: «La amistad es una de las columnas vertebrales sobre la que se sostiene el mundo y sobre la que se construye la vida de las personas» (La Opinión de Málaga, 28 de julio de 2007, p. 23).

Y sigue diciendo el periodista: «Es importante tener amigos, pero quizá sea más importante saber cuidarlos y conservarlos.

Por eso es tan hermoso y profundo aquel viejo proverbio: recorre frecuentemente el camino que lleva al huerto del amigo, de lo contrario crecerá la hierba y no podrás encontrarlo fácilmente».

Por eso San Josemaría identifica la caridad con la amistad. Dice: En un cristiano, en un hijo de Dios, amistad y caridad forman una sola cosa luz divina que da calor (Forja, n. 565).

Y en la base de la amistad está la «confidencia». No puede haber amistad sin trato confiado.

Lo dice el Señor: «os he llamado amigos, porque todo lo que oí de mi Padre os lo he dado a conocer» (Jn 15,14).

Precisamente el Señor a sus amigos les da a conocer su intimidad. Si no hubiera habido esa comunicación, la amistad sería una cosa de nombre. Porque en la base de la amistad está el trato personal. La amistad no es grupal. Y si queremos llegar a mucha gente tiene que ser uno a uno.

Hemos de imitar al Señor en su dedicación personal por cada uno de nosotros. Jesús trataba a personas concretas. Quiere a gente con nombres y apellidos, que tienen una historia, unos gustos, una situación familiar concreta...

Cada día nos encontramos con mucha personas individuales. Empezando por los que viven y trabajan con nosotros.

Vamos a pedirle ayuda al Espíritu Santo, como hicimos al principio de la meditación, para que nos ayude a hacer las cosas bien:

Quema con el fuego de tu amor. Para que aprendamos y enseñemos el apostolado de amistad y confidencia.

Pensamos en la Virgen. Su apostolado, como el nuestro, no es un apostolado de masas. María lo que hizo es tratar personalmente a sus amigas.

Por el número de mujeres que había en la cruz, se puede decir que acercó a Jesús, a muchas: primas, parientes lejanas, madres de los Apóstoles... a todas las trató de tú a tú.

domingo, 22 de junio de 2008

APOSTOLADO: DIOS ES ALEGRE

Hacer apostolado, hablar de Dios, no es soltar un rollo que te deja medio preocupado durante unas horas.

No es hablar despacio, como si estuvieramos leyendo la Biblia entre bostezo y bostezo.

El Señor siempre transmite alegría y optimismo. Hablar de Él es incompatible con la tristeza, el aburrimiento o el desánimo (cfr. Sal 104, 43: Antífona de entrada).

Dios es alegre. Y la alegría es algo que se contagia. Tratar a una persona alegre es agradable.

Además, alguien así transmite ganas de hacer cosas.

Por eso, las personas optimistas están rodeadas de amigos.

Jesús vivió así, mucha gente le quería. Estaban a gusto con Él. Se sentían atraídos por su doctrina y por sus obras.

Los santos también son de esta manera. Su amabilidad y su fuerza les viene de dentro.

Tienen una alegría que no pueden contener. Por eso no se desaniman ante las dificultades.

En 1972, al terminar una tertulia en Valencia con San Josemaría, donde había hablado, como siempre, de Dios, al ver su alegría, uno de los asistentes comentó:

–Aquí he aprendido la música. La letra, más o menos, ya me la voy aprendiendo en los medios de formación de la Obra.

El cristiano no es un tipo que se sabe cosas doctrinales y las transmite como si fuera una enciclopedia.

Es como un pintor que deja siempre algo suyo en cada cuadro, la alegría de tener a Dios. Le sale de manera natural.

Cuenta la Escritura que después de que los Apóstoles hicieran un milagro evidente –curaron a un enfermo–, los jefes del pueblo les prohibieron hablar de Jesús por miedo a que se difundiera mucho su mensaje.

Pero San Pedro y San Juan les respondieron: «No podemos menos de contar lo que hemos visto y oído» (Hch 4, 13–21).

Esto no lo dirían enfados o con desprecio, sino llenos de gozo.

No eran capaces de callarse todas las cosas que habían visto en Jesús. Como tampoco eran capaces de hacer desaparecer al hombre que acababan de curar de forma milagrosa.

Les salía solo hablar con ilusión del Señor y contar lo que hizo. Era lo que tenían dentro, lo que habían visto y oído. Jesús era su fuerza y su energía (cfr. Sal 117: salmo responsorial).

Vamos a pedírselo ahora también nosotros al Señor:

–queremos que seas nuestra fuerza y nuestra energía.

El Señor, que es alegre, actúa a través de nosotros. Por eso, no podemos dejarnos llevar por el desánimo.

Nuestra seguridad y nuestro optimismo vienen de Él (cfr. Sal 117, 24: Aleluya de la Misa).

¡Cómo contrasta la actitud de María Magdalena después de haberse encontrado con Jesús, y la de los Apóstoles que estaban tristes «y llorando»!

O la de aquellos dos que volvieron de Emaús corriendo, porque el cuerpo les pedía llegar cuanto antes a Jerusalén y contar que el Señor había resucitado (cfr. Mc 16, 9–15: Evangelio de la Misa).

El mundo se nos tiene que quedar pequeño para hablar de Dios (cfr. Mc 16, 15).

–Señor, queremos que seas nuestro motor.

No se trata de la capacidad que uno tenga para hablar bien. Es verdad que hay personas que tiene mucho rollo.

La gente, a veces, no se puede aguantar y necesita contar sus cosas.

Hay quienes se tiran una hora o dos hablando por teléfono sin parar… Y sin escuchar.

Se aburren a sí mismos de lo que cuentan, porque su fuerza y su energía no salen del Señor sino de ellos mismos.

Un día escuché en el pasillo del colegio a una niña que le decía a otra:

—A veces me duele la cabeza de lo que hablo.

Hablar de Dios no es decirle a tus amigos que se vengan a rezar a un cuarto cerrado y oscuro, para después sacar el propósito de comer mal durante toda su vida.

No. Si piensas eso estás muy equivocada porque el Señor no es así.

Hacer apostolado es explicar que la vida cristiana es como si el Señor te dijera:

—Toma este dinero y diviértete. Vive, viaja, esquía, juega al paddel, bébete una coca-cola fría, comprarte unos zapatos bonitos, ríete… Pero haz todo eso conmigo al lado…

El apostolado es explicar a tus amigos que se están perdiendo la posibilidad de vivir con Alguien que las entiende, que comprende sus dificultades.

Alguien con quien se está muy a gusto.

Hablar de Dios es lo mismo que contar un buen plan que uno ha hecho.

Efectivamente no tendrá nada que ver con emborracharse ni estar fumao. Vivir en cristiano es disfrutar de la vida pero con Dios al lado.

Le decía una niña de quinto de Primaria a otra: —
¡Merche, macho, no seas mongo...!

Hacer apostolado es algo por el estilo, abrirle los ojos a la gente y decirles: disfruta de Dios.

Acudimos a la Virgen para que nos trasmita su alegría de llevar al Señor a los demás.

viernes, 13 de junio de 2008

CON UN PROYECTO COMÚN

Hoy comenzamos el año que la Iglesia ha querido dedicar a San Pablo.

También celebramos la fiesta de San Pedro, el primer Papa (cfr. Mt 16, 13-19: Evangelio de la Misa del día).

La verdad, es que los dos Apóstoles eran muy distintos.

Tenían diferencias por nacimiento (San Pablo no era de Palestina), por culturas, incluso también las profesiones no se parecían en nada: Pedro era pescador, y Pablo, parece ser que trabajaba en un negocio de tiendas de campaña.

Muchas cosas los separaban en lo humano, y también en los espiritual: Pedro había vivido con el Señor, y Pablo había sido enemigo declarado de los cristianos.

Pablo era un experto en la Escritura, y Simón tenía una cultura teológica elemental.

La manera de actuar en el apostolado también era distinta. Por lo que sabemos San Pablo viajó y escribió mucho más que San Pedro.

Todo esto es complementario, porque tenían un proyecto común.

Aunque eran muy diferentes, los dos fueron a lo mismo: «plantaron la Iglesia con su sangre» (Antífona de entrada de la Misa).

«Pedro fue el primero en confesar la fe, Pablo, el maestro insigne que la interpretó» (Prefacio de la Misa).

Los dos dedicaron su vida al mismo proyecto: guardar la fe. Y por eso sufrieron cárcel y persecuciones.

A Pedro se le podrían aplicar íntegramente las palabras que dijo San Pablo poco antes de morir: «he peleado buena batalla, he acabado mi carrera, he guardado la fe» (2 Tim 4, 6-8: Segunda Lectura de la Misa).

Participaban de la misma empresa aunque tuviesen puntos de vista diferentes. Mejor: así se adaptaban a todas las sensibilidades.

Los dos estaban en la tierra para lo mismo: salvar almas. Pero de distinta forma: Pedro «fundó la primitiva iglesia con el pueblo de Israel, Pablo la extendió a todas las gentes» (Prefacio de la Misa).

–Señor, haz que nosotros también actúemos con un solo corazón y una sola alma (cfr. Oración depués de la comunión).

Hoy le damos gracias a Dios por haber hecho a los santos tan diferentes y tan amigos.

Porque no se fijaban en lo que les separaba sino en lo que les unía: la amistad con el Señor.

En el carácter no parece que tengan mucho que ver el Santo Cura de Ars y el Fundador del Opus Dei. Son lo menos parecido que puedes encontrar. Uno era descuidado para algunas cosas materiales, el otro muy práctico.

Y sin embargo, San Josemaría escogió al Santo párroco como uno de los intercesores de la Obra.

Siendo distintos quieren lo mismo: salvar almas, como San Pedro y San Pablo.

Hay santos que se han pasado la vida en un mismo sitio, como San Alejo debajo de una escalera?

Otros, en cambio, han dormido en cama y han viajado por todo el mundo, como Juan Pablo II. Pero, sin embargo, Benedicto XVI viaja mucho menos. Pero al final todos pretenden lo mismo.

Al comenzar hoy el año de San Pablo, hacemos el propósito de aprender a hacer apostolado en nuestro ambiente, cada uno a su manera de ser. Sin miedos.

En la Iglesia hay maneras muy distintas de actuar. Lo importante no son las diferencias, sino tener un mismo proyecto común.

Estos días lo estamos viviendo con la Eurocopa de fútbol. Jugadores que durante el año están en equipos distintos.

Incluso que son eternos rivales, pero que tienen ahora un proyecto único: ganar la Eurocopa para su país.

Nuestro proyecto común es llevar almas al Cielo.

La manera, quizá, más frecuente de hacerlo es hablando de Dios de tú a tú, a través de la amistad:

este es el mejor regalo que le podemos hacer a las personas que queremos.

Para eso hemos nacido, para ser santos y hacer apostolado.

-Señor, concédenos seguir en todo las enseñanzas y el ejemplo de estos dos Apóstoles (cfr. Oración colecta Misa del día).

Si somos amigos de Dios –eso es lo que nos une a todos en la Iglesia–, entonces daremos la cara por Él, cada uno a su estilo.

Dar la cara. San Pedro y San Pablo murieron por el Señor y por su Iglesia. A uno lo crucificaron, y al otro le cortaron la cabeza.

A Juan Pablo II no había más que verlo por la televisión, lo gastado que estaba.

Nosotros ¿qué estamos dispuestos a hacer? ¿Hablamos con frecuencia de Dios? ¿Estamos dispuestos a quedar mal, a cansarnos hasta físicamente?

Cuando San Josemaría montó la residencia de Ferraz, aquello costó mucho.

«
El primero en sucumbir al cansancio fue Ricardo, el director. Tuvo que guardar cama en el mes de agosto.

Don Josemaría, más curtido y resistente —también más agotado—, arrastró como pudo su cansancio hasta septiembre, en que se fue a hacer un retiro espiritual en los Redentoristas de la calle Manuel Silvela.

Meses antes, don Francisco Morán, notando su agotamiento, le ofreció unos días de descanso en una finca de su propiedad, en Salamanca. No pudo aceptar don Josemaría
» (Vázquez de Prada, Vol I, p. 551).

Estaba tan cansado que él mismo comentaba: «me echaría ahora en cualquier sitio, aunque fuera en medio de la calle, igual que un golfo, para no levantarme en quince días» (Ibidem).

–Regina Apostolorum. ¡Reina de los Apóstoles, San Pedro y San Pablo ayudádnos en nuestro proyecto común!

martes, 6 de mayo de 2008

SACAR BRILLO A LOS TALENTOS

En la última cena dijo Jesús:«os digo la verdad: os conviene que me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros. En cambio, si yo me voy, os lo enviaré». (Jn 16, 7–8)

Es precisamente el Espíritu Santo el que va a guiar a los Apóstoles, haciéndoles comprender y recordar lo que tantas veces el Señor les había manifestado. Cuando llega la mañana de Pentecostés, parece que el puzzle recobra vida. Porque ya tiene todo coherencia.

No les dice cosas nuevas, sino que les abre la inteligencia.

El Espíritu Santo nos conduce haciéndonos recordar y dándonos luz especial para entender

«Os digo la verdad: os conviene que me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros». (Jn 16, 7–8).

Paráclito, que significa, llamado junto a uno. Al que se le llama junto a nosotros para que nos acompañe y nos consuele, por eso se le llama también el Consolador

Está junto a nosotros y nos acompaña y, a veces, nos consuela. Y nos consuela de no ver al Señor.

Esta promesa se cumplió ya el día de pascua:

«Recibid el Espíritu Santo» (Jn 20, 22)

Y unos días después tuvo lugar la manifestación definitiva de lo que nos había anunciado: Él nos lo enviaría.

Según la tradición religiosa de Israel Pentecostés es la fiesta de la siega. En griego toma este nombre porque se da cincuenta días después de la pascua.

Pentecostés era la fiesta de la siega, porque ya es hora de la siega, ya era la hora de de recoger el fruto.

Todo lo sembrado por Jesús se recogió empezando desde ese día.

Pero el fruto no depende de nosotros, depende de Dios que da el incremento.

Por eso hemos de decir hoy: ven oh Espíritu Santo, Ven Espíritu Santo llena los corazones de tus fieles, muéstranos qué debemos hacer para dar fruto.

Se dice que las acciones más fructíferas de la vida cristiana se dan por la cooperación de las virtudes de la prudencia y de la caridad.

Estas son las virtudes más importantes en su ámbito. En el terreno humano: la prudencia es la virtud principal; en el sobrenatural, la caridad.

A medida que crece la virtud de la caridad, es decir, «el amor que ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo». (Rom 5, 5)

A medida que crece esa virtud, se van desarrollando en nuestro interior todos los demás dones.

Con el aumento de la caridad recibimos la virtud de la prudencia, la ayuda del don de consejo.

Es precisamente el Amor de Dios que se derramó hoy especialmente para toda la Iglesia.

Pues la caridad hace posible que nuestra mente se abra y que sea dirigida por el Epíritu Santo, para saber conducirnos a nosotros mismos y dirigir almas.

Esto es lo que hicieron los Apóstoles: una vez que recibieron el Espíritu Santo se pusieron a predicar y las gentes les preguntaban «qué debemos hacer». Y los Apóstoles se lo dijeron.

Ven Espíritu Santo llena los corazones de tus fieles, danos el don de consejo para hacer apostolado.

Si tuviéramos que definir al hombre prudente, diríamos que el hombre prudente es el hombre bueno. Lo sabemos bien, en el apostolado la cualidad más importante es el aprecio.

Desde el sagrario el Señor nos mira a cada uno. Y lo hace como nuestras madres, con un aprecio infinito. Desde esta ventana, el mundo se ve pequeño, pero se ve con mucho cariño.

Desde Dios la mirada que nos dirige es una mirada de aprecio, Él nos quiere, nos aprecia.

Si no existe el aprecio el saber valorar a los demás, no se podría sacar toda la riqueza interior que puede llegar a tener el corazón humano. Lo tiene, lo tenemos en potencia y el aprecio hace que demos fruto.

Es curioso que el primer Papa que ni era levita, ni pertenecía al rango sacerdotal judío, ni estaba versado en la Escritura Santo, que era un pescador. Es como si en el último cónclave hubieran elegido a un albañil, o como si en vez del Papa Ratzinger, hubieran elegido a un dependiente de comercio.

Pues el Señor eligió entre los millones de personas que poblaban la tierra a un pescador.

El Señor eligió a un habitante de la Palestina de hace dos mil años para dirigir su Iglesia, y no sólo eso, sino también el resto de los apóstoles eran por el estilo.

Pero los miraba con tanto afecto, que fue capaz de sacar de Pedro y los demás, lo que ninguno de nosotros no hubiera sacado: el primer Papa, los doce Apóstoles, las columnas de la Iglesia.

Esto es algo, original e incluso desconcertante. Como lo es la caridad. El hombre prudente, el que es bueno, es comprensivo como lo es Nuestro Señor porque conoce y valora.
La comprensión es eso, conocer y valorar, es hacerse cargo de.

Esta es la cualidad que le pedimos hoy a Dios. La misma que el Señor entregó a los Apóstoles y que entregó a nuestro fundador. Esta cualidad que se exterioriza en el alma cuando su Amor nos llena, que hizo en Pentecostés que los apóstoles fueran transformados (siendo los mismos). Cuando se aprecia a una persona, se tiene el don de consejo. Cuando un alma está llena del amor de Dios se descubren valores que el mismo interesado no ve, que no sabe que tiene.

El apóstol es un descubridor de talentos, de valores ocultos, pero no para uno mismo sino para los interesados. Esto es lo que hizo Nuestro Señor, lo que hizo nuestro Padre y es lo que nosotros tenemos que aportar ahora en este momento de nuestra vida que estamos aquí.

La confianza es el inicio del aprecio que nosotros sentimos por los demás y que tiene el Señor por nosotros. Él confiaba en sus doce amigos y en todos, incluso en Judas que le traicionó. La desconfianza, lo que señala es que la amistad ternimó o que no empezó.

Danos Espíritu Santo la confianza en los demás, porque sin confianza no es posible el Amor –Espíritu de Verdad, que confiemos en la verdad de los demás para poderles ayudar.

La verdad es la base de la convivencia humana. Sin ella el hombre no es capaz ni de estar en su casa, porque la verdad crea el clima del habitat humano.

–Espíritu de Amor, haz que huyamos de la tiranía del yo.

Porque el tirano es el que no escucha la realidad de los demás. Tiene su idea, pero no escucha la realidad de los demás porque no los ama y no los entiende por eso nunca acierta

Cuando hay desconfianza se transmite una corriente negativa que crea una muralla invisible de desafecto.

Si se desconfía no es posible una relación fluida con nadie, porque decapita toda relación humana, toda amistad. Cuando los demás son vistos como medios para conseguir fines no se les quiere por sí mismos. Vemos que el Señor no nos utiliza, nos quiere por nosotros mismos, uno a uno como nuestras madres. Las madres no nos ven como instrumentos. Nos quieren por lo que somos, nos conocen con nuestros defectos con nuestros lunares. Nos conoce con nuestro buen o mal carácter y siempre veían algo más de nosotros
Y así es Dios.

La caridad completa la prudencia. Así los Once actuaron según el querer de Dios, la caridad completa la prudencia.
Estas dos virtudes forman un todo armónico, ambas virtudes se necesitan.

Si uno no tiene la caridad te cargas la verdadera prudencia. Sin cariño, sin caridad aparece una prudencia que es falsa, que es falta de exigencia.

Con respecto a los dones del Espíritu Santo, la mente humana tiene que estar movida por el Paráclito, un Dios familiar que está junto a uno. El que Consuela. El que da consejo: por el que la mente humana se conduce por el Espíritu Santo y conduce a otros. Cuánto necesitamos esto para acertar, para hacer lo que Dios quiere.

Santo Tomás, relaciona esto con una bienaventuranza: «Bienaventurados lo misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia» (Mt 5, 7). El prudente es el hombre justo, el hombre templado, el hombre bueno, el misericordioso, el que se apiada, comprende, carga con la miseria ajena.

El que tiene como fin de su vida la caridad, el Amor y busca el bien, ese es el misericordioso. Por eso el prudente antes de serlo ha de decidir hacer primero el bien, el verdadero Bien.

Si uno no busca el Bien mayor no puede ser prudente. El bien parcial alejado de la caridad es un bien mentiroso, porque están alejados de la verdad: engañan timan al que lo elige, entierran el corazón humano en una pequeña carce. El hombre así, se esclaviza.

En Pentecostés, el cenáculo dejó de ser un lugar cerrado, pasó a ser un lugar abierto. La caridad hizo que los apóstoles dejaran de buscar sólo su bien pequeñito (la comodidad, la seguridad…), La caridad hizo que se abrieran y buscaran el bien de Dios, de los demás que es la salvación de las almas.

María nuestra madre estuvo en Pentecostés, ella pide con sus oraciones el don del Espíritu Santo, que ya recibió el día de la Encarnación. Ahora en el cenáculo, su nueva misión de Madre se realiza allí mismo porque nace el Cuerpo místico de Cristo que es su Iglesia. La efusión del Espíritu Santo lleva a María a ejercer desde hoy la maternidad espiritual de un modo especial.

No sabemos con exactitud como vivió Ella tras Penecostés. Pero sin duda, con su caridad y con su prudencia supo ayudar a los primeros discípulos de su Hijo.

-Madre, como a esos primeros, acompáñanos también ahora.

FORO DE MEDITACIONES

Meditaciones predicables organizadas por varios criterios: tema, edad de los oyentes, calendario.... Muchas de ellas se pueden encontrar también resumidas en forma de homilía en el Foro de Homilías