Era el mes de Octubre de 1967… Domingo día 8… hizo un tiempo de sol, verdaderamente espectacular…
Allí se encontraron cerca de 40.000 personas…
hijas e hijos de San Josemaría… cooperadores del Opus Dei…
Chicas y chicos de jóvenes que se forman al calor del espíritu de la Obra… amigos…
Gente de todo el mundo que viajaron de las maneras más variadas...
Cuentan los que lo vivieron que, desde Sevilla, se fletó un tren.
Ese día San Josemaría celebró una misa en el Campus de la Universidad de Navarra y pronunció una homilía programática.
Su título coincide con el de esta meditación: Amar al mundo apasionadamente.
No sé si sabes que esta homilía apareció publicada en francés con el titulo: Materialismo cristiano.
Un sacerdote que recientemente ha leído su tesis doctoral en Filosofía, en una facultad andaluza, me comentaba que al más progre de sus compañeros, y quizá más listo le preguntó:
–Oye, a ver si sabes de quien es esta expresión: "materialismo cristiano".
Y el chico le dijo:
Allí se encontraron cerca de 40.000 personas…
hijas e hijos de San Josemaría… cooperadores del Opus Dei…
Chicas y chicos de jóvenes que se forman al calor del espíritu de la Obra… amigos…
Gente de todo el mundo que viajaron de las maneras más variadas...
Cuentan los que lo vivieron que, desde Sevilla, se fletó un tren.
Ese día San Josemaría celebró una misa en el Campus de la Universidad de Navarra y pronunció una homilía programática.
Su título coincide con el de esta meditación: Amar al mundo apasionadamente.
No sé si sabes que esta homilía apareció publicada en francés con el titulo: Materialismo cristiano.
Un sacerdote que recientemente ha leído su tesis doctoral en Filosofía, en una facultad andaluza, me comentaba que al más progre de sus compañeros, y quizá más listo le preguntó:
–Oye, a ver si sabes de quien es esta expresión: "materialismo cristiano".
Y el chico le dijo:
–Pienso que es de Niestze, por el contraste tan marcado.
–Y ésta: "amar al mundo apasionadamente".
–Esto de amar al mundo me suena a Hegel.
–Pues mira, tanto una frase como otra son de un sacerdote español, que se llama Josemaría Escrivá.
Pues vamos a alimentarnos de ese manantial para este rato de oración y para hacerlo vida nuestra:
En la línea del horizonte, hijos míos, parecen unirse el cielo y la tierra.
Pero no, donde de verdad se juntan es en vuestros corazones, cuando vivís santamente la vida ordinaria.
Es una primera premisa que no se nos puede escapar nunca: en nuestra alma en gracia habita Dios.
Y se manifestará con la condición de que vivamos santamente la vida ordinaria.
San Josemaría seguía diciendo:
Os aseguro, hijos míos, que cuando un cristiano desempeña con amor lo más intrascendente de las acciones diarias, aquello rebosa de la trascendencia de Dios….
Por eso os he repetido, con un repetido martilleo, que la vocación cristiana consiste en hacer endecasílabos de la prosa de cada día...
Nos está explicando San Josemaría que nuestro lugar de encuentro con Dios es el mundo.
Y por eso lo tenemos que amar apasionadamente.
Es el tema de este rato de oración.
- Por eso lo primero es ver, Señor, como Tú, amas al mundo.
Porque la vida cristiana no consiste en ser espiritualistas despreciando las realidades humanas.
Porque, como nos las vamos a encontrar de todas maneras, eso nos crearía una tensión absurda.
Se trata de amar al mundo y todo lo humano como lo ha hecho Cristo.
- Y Tú, Señor lo ves bueno.
Nos cuenta el Génesis, que cuando en el arcano de la creación:
“Y vio Dios que era bueno”. Y al finalizar la obra de la creación, después de crear al hombre: “y vio Dios que era muy bueno”.
El mundo es bueno porque ha salido de las manos de Dios.
Dios lo ama, lo sigue amando porque lo sigue creando, por medio de Jesucristo.
“Por Él sigues creando todos los bienes, los santificas, los llenas de vida, los bendices y los repartes entre nosotros”(P. E. I)
Y vemos cómo ama Dios el mundo con la vida humana de Cristo hecho hombre, que asume todo lo humano, que lo hace suyo -¡divino!-.
Contemplamos toda tu vida, Señor, desde que estás en las entrañas de tu Madre…
Y aprendemos a conocer y a amar nuestras realidades.
Sólo Jesucristo enseña al hombre quien es el hombre.
“Toda la vida de Cristo es Revelación del Padre: sus palabras y sus obras, sus silencios y sus sufrimientos, su manera de ser y de hablar” (CIC, nº 516)
Nos imaginamos a María prepararte los pañales... y ¿qué hay más humano que unos pañales?
“Desde los pañales de su natividad hasta el vinagre de su Pasión y el sudario de su Resurrección, todo en la vida de Cristo es signo de su Misterio” (CIC, nº 515)
–Y te hemos visto, Señor, aprender a hablar y andar y a jugar con las cosas de la tierra con los tacos de madera de S. José.
Dios jugando, disfrutando con las cosas humanas. Como nosotros, que tendemos a jugar con lo que tenemos delante.
–Te hemos visto aprender a trabajar: aprender de tu padre S. José dónde se compraba la madera mejor y más barata, cómo se arreglaba una puerta.
Dios trabajando para que sepamos que trabajar es lo nuestro.
Dios que se hace humano, como nosotros, que, con el tiempo tenemos que hacernos cada vez más humanos.
Esto no quiere decir que con el tiempo nos volvamos más carnales.
Entre ser mundanos y ser un voluntarista cumplidor, quizá sería mejor optar por lo de ser mundano, porque es más humano.
Sigue diciendo nuestro Padre:
siempre que se ha querido presentar la existencia cristiana como algo solamente espiritual
-espiritualista, quiero decir-, propio de gentes puras, extraordinarias, que no se mezclan con las cosas despreciables de este mundo,
o, a lo más, que las toleran como algo necesariamente yuxtapuesto al espíritu, mientras vivimos aquí.
Cuando se ven las cosas de este modo, el templo se convierte en el lugar por antonomasia de la vida cristiana;
y ser cristiano es, entonces, ir al templo, participar en sagradas ceremonias, incrustarse en una sociología eclesiástica,
en una especie de mundo segregado, que se presenta a sí mismo como la antesala del cielo,
mientras el mundo común recorre su propio camino.
La doctrina del Cristianismo, la vida de la gracia, pasarían, pues, como rozando el ajetreado avanzar de la historia humana, pero sin encontrarse con él. (Conversaciones, 113)
El espíritu que el Señor transmitió a San Josemaría rompe con esa visión deformada del Cristianismo.
En nuestra contemplación hemos visto al Señor trabajar...
Y le hemos visto hablar de las cosas de la tierra:
Del mercader de perlas, del buscador de tesoros.
Le hemos visto hablar de los negocios, del dinero, del sembrador que sale a sembrar o de los impuestos.
Por supuesto que estaba el Señor enterado de la política de tu tiempo: habla de los saduceos, de los fariseos, de Herodes.
El Señor hacía más migas con los pecadores y los mundanos que con los fariseos, estirados y “espirituales”.
Y a los mundanos, le era más fácil convertirlos en humanos; y de humanos, en sobrenaturales.
Como el Señor, que se hizo hombre, sin dejar de ser Dios.
Por eso un cristiano maduro quizá no se destaca tanto por la fortaleza como por la caridad: está muy pendiente de los demás.
Amar al mundo apasionadamente es encontrar a Dios en las cosas de la tierra.
Fíjate que las personas que se quieren le cogen cariño los lugares que han sido testigos de momentos entrañables.
El cine donde se conocieron mis padres, la chocolatería donde se tomaban los churros, el banco del parque donde se sentaban.
Las cosas buenas, las cosas que nos gustan no las ha hecho Satanás sino Dios.
No todo lo que nos gusta es malo. Hay muchas cosas que le gustan a Dios. Y eso no puede ser malo.
Dios es humano y le gustaba el vino. El primer milagro que hizo Jesús fue la conversión del agua en vino.
Y le gustaba el pescado (no sé si este gusto estará compartido por muchos de los que estamos aquí).
Por eso hizo que la muchedumbre se saciara de pez.
María estuvo en las cosas grandes y en las pequeñas y materiales, porque supo descubrir en ellas a su Hijo.
Amaba cada rincón de la casa de Nazaret porque le recordaba a algún detalle del Señor.
–Madre nuestra, tú que has amado tanto a este mundo, ayúdanos a descubrir a Jesús en cada realidad humana.
Y esto nos hará que amemos al mundo apasionadamente.
Porque la vida cristiana no consiste en ser espiritualistas despreciando las realidades humanas.
Porque, como nos las vamos a encontrar de todas maneras, eso nos crearía una tensión absurda.
Se trata de amar al mundo y todo lo humano como lo ha hecho Cristo.
- Y Tú, Señor lo ves bueno.
Nos cuenta el Génesis, que cuando en el arcano de la creación:
“Y vio Dios que era bueno”. Y al finalizar la obra de la creación, después de crear al hombre: “y vio Dios que era muy bueno”.
El mundo es bueno porque ha salido de las manos de Dios.
Dios lo ama, lo sigue amando porque lo sigue creando, por medio de Jesucristo.
“Por Él sigues creando todos los bienes, los santificas, los llenas de vida, los bendices y los repartes entre nosotros”(P. E. I)
Y vemos cómo ama Dios el mundo con la vida humana de Cristo hecho hombre, que asume todo lo humano, que lo hace suyo -¡divino!-.
Contemplamos toda tu vida, Señor, desde que estás en las entrañas de tu Madre…
Y aprendemos a conocer y a amar nuestras realidades.
Sólo Jesucristo enseña al hombre quien es el hombre.
“Toda la vida de Cristo es Revelación del Padre: sus palabras y sus obras, sus silencios y sus sufrimientos, su manera de ser y de hablar” (CIC, nº 516)
Nos imaginamos a María prepararte los pañales... y ¿qué hay más humano que unos pañales?
“Desde los pañales de su natividad hasta el vinagre de su Pasión y el sudario de su Resurrección, todo en la vida de Cristo es signo de su Misterio” (CIC, nº 515)
–Y te hemos visto, Señor, aprender a hablar y andar y a jugar con las cosas de la tierra con los tacos de madera de S. José.
Dios jugando, disfrutando con las cosas humanas. Como nosotros, que tendemos a jugar con lo que tenemos delante.
–Te hemos visto aprender a trabajar: aprender de tu padre S. José dónde se compraba la madera mejor y más barata, cómo se arreglaba una puerta.
Dios trabajando para que sepamos que trabajar es lo nuestro.
Dios que se hace humano, como nosotros, que, con el tiempo tenemos que hacernos cada vez más humanos.
Esto no quiere decir que con el tiempo nos volvamos más carnales.
Entre ser mundanos y ser un voluntarista cumplidor, quizá sería mejor optar por lo de ser mundano, porque es más humano.
Sigue diciendo nuestro Padre:
siempre que se ha querido presentar la existencia cristiana como algo solamente espiritual
-espiritualista, quiero decir-, propio de gentes puras, extraordinarias, que no se mezclan con las cosas despreciables de este mundo,
o, a lo más, que las toleran como algo necesariamente yuxtapuesto al espíritu, mientras vivimos aquí.
Cuando se ven las cosas de este modo, el templo se convierte en el lugar por antonomasia de la vida cristiana;
y ser cristiano es, entonces, ir al templo, participar en sagradas ceremonias, incrustarse en una sociología eclesiástica,
en una especie de mundo segregado, que se presenta a sí mismo como la antesala del cielo,
mientras el mundo común recorre su propio camino.
La doctrina del Cristianismo, la vida de la gracia, pasarían, pues, como rozando el ajetreado avanzar de la historia humana, pero sin encontrarse con él. (Conversaciones, 113)
El espíritu que el Señor transmitió a San Josemaría rompe con esa visión deformada del Cristianismo.
En nuestra contemplación hemos visto al Señor trabajar...
Y le hemos visto hablar de las cosas de la tierra:
Del mercader de perlas, del buscador de tesoros.
Le hemos visto hablar de los negocios, del dinero, del sembrador que sale a sembrar o de los impuestos.
Por supuesto que estaba el Señor enterado de la política de tu tiempo: habla de los saduceos, de los fariseos, de Herodes.
El Señor hacía más migas con los pecadores y los mundanos que con los fariseos, estirados y “espirituales”.
Y a los mundanos, le era más fácil convertirlos en humanos; y de humanos, en sobrenaturales.
Como el Señor, que se hizo hombre, sin dejar de ser Dios.
Por eso un cristiano maduro quizá no se destaca tanto por la fortaleza como por la caridad: está muy pendiente de los demás.
Amar al mundo apasionadamente es encontrar a Dios en las cosas de la tierra.
Fíjate que las personas que se quieren le cogen cariño los lugares que han sido testigos de momentos entrañables.
El cine donde se conocieron mis padres, la chocolatería donde se tomaban los churros, el banco del parque donde se sentaban.
Las cosas buenas, las cosas que nos gustan no las ha hecho Satanás sino Dios.
No todo lo que nos gusta es malo. Hay muchas cosas que le gustan a Dios. Y eso no puede ser malo.
Dios es humano y le gustaba el vino. El primer milagro que hizo Jesús fue la conversión del agua en vino.
Y le gustaba el pescado (no sé si este gusto estará compartido por muchos de los que estamos aquí).
Por eso hizo que la muchedumbre se saciara de pez.
María estuvo en las cosas grandes y en las pequeñas y materiales, porque supo descubrir en ellas a su Hijo.
Amaba cada rincón de la casa de Nazaret porque le recordaba a algún detalle del Señor.
–Madre nuestra, tú que has amado tanto a este mundo, ayúdanos a descubrir a Jesús en cada realidad humana.
Y esto nos hará que amemos al mundo apasionadamente.