El hombre está compuesto de inteligencia, voluntad y sentimientos.
Un alumno de los últimos cursos de arquitectura me contaba el otro día:
–Se me ha ocurrido hacer un proyecto con tres edificios.
El primero es un edificio inteligente. El segundo yo le llamo el de la voluntad.
Y el tercero es el edificio del sentimiento.
Por lo visto al profesor de proyectos le ha gustado mucho la idea.
Efectivamente, el ser humano está compuesto de inteligencia, voluntad y sentimientos.
Lo que le falta al proyecto de este chico, y se lo voy a decir, es un edificio central.
Quizá pequeño de tamaño, pero importantísimo porque debe coordinar a los otros tres.
Ese edificio sería el corazón de todo el complejo.
CORAZÓN
Así somos también nosotros. El corazón es el centro de nuestras decisiones.
El corazón del hombre es muy importante porque es de donde surge el amor.
Coordina nuestra voluntad, nuestros sentimientos y nuestra inteligencia.
Gracias a una fuerza que une a las tres, el es el amor.
Porque el amor no nace ni de los sentimientos, ni de la inteligencia ni de la voluntad, sino que nace del corazón.
Los que nos hemos entregado a Dios, no lo hemos hecho porque nos hayan convencido con un razonamiento, como si la entrega fuera un problema matemático.
La sola inteligencia no basta. Yo me he entregado a Dios porque Él me llamó.
Tampoco fue un acto ciego de la voluntad, porque quise y ya está. Fue en cambio porque lo notaba mi corazón.
Y desde luego yo no me entregué a Dios porque lo sentía. A veces se siente y a veces no.
El amor es mucho más que un sentimiento.
MUCHO MÁS QUE UN SENTIMIENTO
Y hay gente que confunde amor con sentimiento, amor con afecto.
Hay un libro de Tolstoi que se titula La novela del matrimonio.
En ella cuenta como una chica de 18 años se enamora de un hombre de 35. Explica muy bien el momento del flechazo.
Él está en el jardín de la casa, cuando se da cuenta de que alguien le está mirando. Es una intuición. Y descubre que es ella.
El noviazgo es corto. Se casan. Todo va sobre ruedas.
Son tan felices que les da miedo que aquello no vaya a durar toda la vida.
Y, después, de tan solo dos meses, entran en crisis. Se pasó el glamour.
Llegó el invierno con sus tormentas y sus fríos. Ella experimenta un cambio interior. Se da cuenta de que la cosa ya no funciona como antes.
Y él cada vez se mete más en su trabajo. No se encuentra a gusto en casa.
En un momento de la narración, ella recuerda:
–A pesar de que Serguei estaba conmigo, empecé a sentirme sola, a darme cuenta de que la vida era una repetición y que no había entre nosotros nada nuevo.
Serguei empezó a ocuparse de sus asuntos, dejándome sola más tiempo que antes (…). Su continua tranquilidad me irritaba (…).
Un sentimiento nuevo, inquietante, empezaba a introducirse en mi alma (…).
A veces me invadían ráfagas de tristeza (…) otras arrebatos de ternura y alegría…que a él le asustaban.
Y así sucede muchas veces. Porque el enamoramiento es una cosa buena. Pero el amor no consiste en el sentimiento.
La historia que os he contado acaba bien. Por un hecho que le ocurre, ella madura y se da cuenta de que, para ser feliz, no solo cuentan algunos afectos pasajeros.
PARA SER FELIZ
Para conocer la verdad y ser feliz, necesitamos que el corazón funcione.
Y no debemos confundir el corazón con los sentimientos.
Y para ver a Dios necesito tenerlo limpio.
Y ¿cómo se tiene limpio el corazón? Hay un camino para purificarlo, que es del que nos habla el Papa.
Lo primero que uno tiene que hacer en este camino, es desear buscar el rostro de Dios.
Como sabes Benedicto XVI ha escrito un libro, que trata sobre el Señor, y que se titula Jesús de Nazaret.
Pues en la contraportada de ese libro, como resumen de lo que hemos de hacer para seguir a Jesús, dice el Papa:
De ti ha dicho mi corazón: “Busca su rostro”(Salmo 27, 8-9).
Este es el camino para la felicidad: purificar nuestro corazón para que nos lleve a Dios.
Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios.
Se pueden seguir otros caminos. También hay un autor ruso que cuenta la historia de una mujer.
OTRA MUJER
El libro cuenta el proceso de cómo se enfría el corazón de una mujer casada. Y la historia acaba mal.
Como en muchos escritores rusos, la trama se desarrolla lentamente, casi a tiempo real, tanto los hechos como los pensamientos de los protagonistas.
La historia principal es la de una mujer guapa, casada y con un hijo. En su camino se cruza un joven conde, militar, que además compite en las carreras de caballos.
El verdadero problema no es la aparición de este conde rompe corazones. Lo que le lleva a cargarse su vida es el distanciamiento cada vez mayor de su marido.
Empieza llenando egoístamente su corazón con el único hijo que tiene y a su marido no le hace ni caso.
Lo único que piensa de él son cosas negativas, le da vueltas a sus defectos, sus manías…
Su vida matrimonial se le va haciendo cada vez más incómoda e insoportable.
La vida de esta mujer se convierte en un puro descontento. Vive una rutina incómoda en su propia casa.
Aunque físicamente está junto a su marido, la afinidad es nula. El amor entre los dos se ha fosilizado.
Todo lo que hacen en un día normal lo hacen por pura rutina, como por inercia.
Es lo que hay, que le vamos a hacer. Ninguna ilusión.
Aquello se ve que no puede durar mucho, y todo salta por los aires cuando aparece el conde. Entonces la separación se hace física.
El libro va contando la degradación que con el pasar de las páginas, va sufriendo esta mujer y el mundo que le rodea.
Como os acordáis, la primera historia acabó bien. Esta, la de Ana Karerina, se convierte en tragedia porque su corazón no estaba limpio y se dejó llevar por los sentimientos.
LA TERCERA MUJER
El Evangelio nos cuenta la historia de María. No es un personaje de una novela.
Su vida es la de una mujer que en su adolescencia se entrega a Dios.
Y después de pasar por muchas dificultades, llega a la felicidad como nadie la pudo tener en esta tierra.
Ella, por su generosidad, veía a Dios todos los días, jugaba con él.
El Señor la acariciaba mientras Ella le daba de comer.
Jesús la miraba con la ternura que un niño mira a su madre.
Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios.
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