Hace unos días, en un centro de universitarias, en el expositor de ventas de libros de espiritualidad había productos de cosmética.
Y le pregunté a la que se encargaba –que puede estar aquí presente– que si los artículos de belleza se vendían.
–Claro que sí: no ve que están en la edad de querer llamar la atención.
Pues mira, ninguno de nosotros duda que la Virgen es en la actualidad la mujer más guapa.
Otra cosa es pensar como sería cuando vivió en la tierra.
Pienso que no sería una mujer despampanante, que la gente volviese la vista cuando pasara.
A D. Álvaro del Portillo le contaron una leyenda que dice que las chicas de Nazaret eran muy guapas porque en ese pueblo había una fuente que tenía propiedad de dar la belleza a las que bebieran de ella.
Y D. Álvaro le dijo a la persona que se lo contaba, que él pensaba que María aquí abajo no sería una gran belleza, sino una mujer normal.
Cómo tú, o como la chica que está sentada en el décimo banco de esta Iglesia. Una chica que se arregla, pero que es corriente.
Porque el Señor querría proteger hasta en eso a su Madre: para que nadie se atreviese a mirarla mal.
Pero si la Virgen en su paso por la tierra tendría una belleza normal, no podemos decir lo mismo de sus virtudes.
LA VIDA INTERIOR DE LA VIRGEN
Pienso que la novena es una buena ocasión para meditar cómo era la Virgen por dentro.
Por fuera no nos ha llegado ninguna foto, pero sí por dentro.
En el Evangelio hemos escuchado las Bienaventuranzas que, como dicen los teólogos, son las características de la vida de un cristiano.
Y Ella fue la mejor de los discípulos del Señor.
Por eso, no es exagerado afirmar que Jesús estaría pensando en su Madre al predicar las Bienaventuranzas.
San Lucas nos hace ver a quién van destinadas. Dice: levantando los ojos hacia sus discípulos.
Por eso, cada una de las Bienaventuranzas nacen de la mirada dirigida a los discípulos.
No sólo a la Virgen, sino a cada uno de nosotros.
BIENAVENTURADOS LOS POBRES DE ESPÍRITU
Así empieza Jesús a hablar de sus discípulos, de la Virgen, y de cada uno.
¿Por qué empieza así?
María era feliz porque poseía el Reino de los cielos.
Y el Reino de los cielos lo tuvo gracias a su pobreza de espíritu.
María era pobre materialmente hablando. Pero también por dentro.
Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el Reino de los cielos.
Así describe el Señor nuestra situación personal. Estamos necesitados de afecto, cariño, de dinero, de ropa.
FELIZ FUE MARÍA PORQUE ERA POBRE
Las Bienaventuranzas son una paradoja. Con ellas Jesús le da la vuelta a lo que la gente piensa habitualmente, y lo que parece malo pasa a ser bueno.
Y es que se invierten los criterios del mundo, cuando se ven las cosas como las ve Dios.
La Virgen era pobre… Pero no porque no hubiera tenido, sino porque lo que había recibido todo lo entregó Dios.
Hubiera sido rica por su inteligencia, su juventud, su elegancia. Estos son los criterios del mundo.
Pero eligió entregarse a Dios, y ella quedarse sin nada.
Todas sus buenas cualidades quiso devolvérselas a Dios.
Decidió entregar su cuerpo y alma a Dios.
Y SE EQUIVOCÓ…
Pensaría que nunca nadie le llamaría madre.
Pero se equivocó, porque ha sido la mujer en la historia de la humanidad que más la han llamado así: madre.
Es un consuelo saber que los santos se equivocan: porque a Dios no le podemos ganar en generosidad.
Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el Reino de los cielos.
Felices los que se entregan a Dios, porque el Señor los hará ricos.
POBREZA MATERIAL Y POBREZA ESPIRITUAL
Los pobres no tienen dinero para comprarse en Zara lo que ellos quieren, como te puede pasar a ti.
Y a veces no encuentra el afecto que buscan en los demás.
Son pobres porque a veces no encuentran quienes le comprendan, como también te puede ocurrir.
Precisamente con esta Bienaventuranza, el Señor se refería también a nosotros.
Y nos sirve pensar que la Virgen no era pobre porque no tuviera, sino porque lo poco que tuvo, todo, lo entregó a Dios.
Por eso era dichosa. Porque el Señor siempre hace lo mismo, cuando quiere hacernos un regalo importante, primero nos pide la calderilla que tenemos, lo poco que tenemos.
Termino con una parábola.
LA HISTORIA DE UN COCHE
Yendo desde Granada a Roma, en un alto en el camino, en la cafetería de una estación de servicio, un amigo me relató una historia con la indicación de que la contase muchas veces.
Me explicaba mi amigo que la vida del hombre en esta tierra es un obsequio que nos hace el Creador.
Y que podría asemejarse al regalo de un coche, un vehículo adecuado a nuestras necesidades.
Y es precisamente al nacer cuando se nos entregan las llaves.
Efectivamente, siguiendo con esta historia, podíamos decir que en estos años que llevas de vida has aprendido a conducirte, a conducir ese automóvil que te entregaron.
Ya conoces las señales. Que son los mandamientos.
Más o menos te manejas; incluso la L de prácticas ya la dejaste en tu casa al hacer la Primera Comunión.
Y UN BUEN DÍA
Y un buen día, yendo por la carretera de esta vida: ¡oh sorpresa! De lejos alguien hace autostop. ¿Sabes quién es ese alguien?
Es Jesús. No Jesús el amigo de tu hermano. Sino Jesús, Jesús, el que te regaló el coche, el que te dio la vida, y ahora está allí...
Y vas pensando: –¿lo monto? ¿Será Jesús de verdad? A lo mejor no es...
Y cuando te acercas ves con claridad que es Él. ¿Qué hacer?
Déjame que yo piense por ti.
Tienes la posibilidad de pasar de largo, y decir:
–¿qué tengo yo que ver con ese? El coche es mío.
Y en ese caso verías la cara de decepción de Jesús, sobre todo cuando hiciste un amago de pararte, pero tu coche siguió...
Si tienes más generosidad te pararías, montarías al Señor.
Y después de recorrer pocos kilómetros Jesús comenzaría a decirte:
–no tan deprisa, respeta la señales, cuidado con esa curva...
Y tú un poco harto podrías decir:
–o te callas o te bajo, el coche es mío, conduzco yo.
Y Jesús callaría, muy respetuoso con tu libertad.
La tercera posibilidad: montar a Jesús, y al darte cuenta de que es Dios, ir siguiendo sus indicaciones.
Precisamente esta tercera posibilidad es la de los cristianos...
Aunque pensándolo bien hay una cuarta, decirle al Señor: –mira Jesús, toma las llaves, conduce Tú. Esto es lo que hizo María.
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