viernes, 13 de junio de 2008

CON UN PROYECTO COMÚN

Hoy comenzamos el año que la Iglesia ha querido dedicar a San Pablo.

También celebramos la fiesta de San Pedro, el primer Papa (cfr. Mt 16, 13-19: Evangelio de la Misa del día).

La verdad, es que los dos Apóstoles eran muy distintos.

Tenían diferencias por nacimiento (San Pablo no era de Palestina), por culturas, incluso también las profesiones no se parecían en nada: Pedro era pescador, y Pablo, parece ser que trabajaba en un negocio de tiendas de campaña.

Muchas cosas los separaban en lo humano, y también en los espiritual: Pedro había vivido con el Señor, y Pablo había sido enemigo declarado de los cristianos.

Pablo era un experto en la Escritura, y Simón tenía una cultura teológica elemental.

La manera de actuar en el apostolado también era distinta. Por lo que sabemos San Pablo viajó y escribió mucho más que San Pedro.

Todo esto es complementario, porque tenían un proyecto común.

Aunque eran muy diferentes, los dos fueron a lo mismo: «plantaron la Iglesia con su sangre» (Antífona de entrada de la Misa).

«Pedro fue el primero en confesar la fe, Pablo, el maestro insigne que la interpretó» (Prefacio de la Misa).

Los dos dedicaron su vida al mismo proyecto: guardar la fe. Y por eso sufrieron cárcel y persecuciones.

A Pedro se le podrían aplicar íntegramente las palabras que dijo San Pablo poco antes de morir: «he peleado buena batalla, he acabado mi carrera, he guardado la fe» (2 Tim 4, 6-8: Segunda Lectura de la Misa).

Participaban de la misma empresa aunque tuviesen puntos de vista diferentes. Mejor: así se adaptaban a todas las sensibilidades.

Los dos estaban en la tierra para lo mismo: salvar almas. Pero de distinta forma: Pedro «fundó la primitiva iglesia con el pueblo de Israel, Pablo la extendió a todas las gentes» (Prefacio de la Misa).

–Señor, haz que nosotros también actúemos con un solo corazón y una sola alma (cfr. Oración depués de la comunión).

Hoy le damos gracias a Dios por haber hecho a los santos tan diferentes y tan amigos.

Porque no se fijaban en lo que les separaba sino en lo que les unía: la amistad con el Señor.

En el carácter no parece que tengan mucho que ver el Santo Cura de Ars y el Fundador del Opus Dei. Son lo menos parecido que puedes encontrar. Uno era descuidado para algunas cosas materiales, el otro muy práctico.

Y sin embargo, San Josemaría escogió al Santo párroco como uno de los intercesores de la Obra.

Siendo distintos quieren lo mismo: salvar almas, como San Pedro y San Pablo.

Hay santos que se han pasado la vida en un mismo sitio, como San Alejo debajo de una escalera?

Otros, en cambio, han dormido en cama y han viajado por todo el mundo, como Juan Pablo II. Pero, sin embargo, Benedicto XVI viaja mucho menos. Pero al final todos pretenden lo mismo.

Al comenzar hoy el año de San Pablo, hacemos el propósito de aprender a hacer apostolado en nuestro ambiente, cada uno a su manera de ser. Sin miedos.

En la Iglesia hay maneras muy distintas de actuar. Lo importante no son las diferencias, sino tener un mismo proyecto común.

Estos días lo estamos viviendo con la Eurocopa de fútbol. Jugadores que durante el año están en equipos distintos.

Incluso que son eternos rivales, pero que tienen ahora un proyecto único: ganar la Eurocopa para su país.

Nuestro proyecto común es llevar almas al Cielo.

La manera, quizá, más frecuente de hacerlo es hablando de Dios de tú a tú, a través de la amistad:

este es el mejor regalo que le podemos hacer a las personas que queremos.

Para eso hemos nacido, para ser santos y hacer apostolado.

-Señor, concédenos seguir en todo las enseñanzas y el ejemplo de estos dos Apóstoles (cfr. Oración colecta Misa del día).

Si somos amigos de Dios –eso es lo que nos une a todos en la Iglesia–, entonces daremos la cara por Él, cada uno a su estilo.

Dar la cara. San Pedro y San Pablo murieron por el Señor y por su Iglesia. A uno lo crucificaron, y al otro le cortaron la cabeza.

A Juan Pablo II no había más que verlo por la televisión, lo gastado que estaba.

Nosotros ¿qué estamos dispuestos a hacer? ¿Hablamos con frecuencia de Dios? ¿Estamos dispuestos a quedar mal, a cansarnos hasta físicamente?

Cuando San Josemaría montó la residencia de Ferraz, aquello costó mucho.

«
El primero en sucumbir al cansancio fue Ricardo, el director. Tuvo que guardar cama en el mes de agosto.

Don Josemaría, más curtido y resistente —también más agotado—, arrastró como pudo su cansancio hasta septiembre, en que se fue a hacer un retiro espiritual en los Redentoristas de la calle Manuel Silvela.

Meses antes, don Francisco Morán, notando su agotamiento, le ofreció unos días de descanso en una finca de su propiedad, en Salamanca. No pudo aceptar don Josemaría
» (Vázquez de Prada, Vol I, p. 551).

Estaba tan cansado que él mismo comentaba: «me echaría ahora en cualquier sitio, aunque fuera en medio de la calle, igual que un golfo, para no levantarme en quince días» (Ibidem).

–Regina Apostolorum. ¡Reina de los Apóstoles, San Pedro y San Pablo ayudádnos en nuestro proyecto común!

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