martes, 3 de junio de 2008

FRODO VIVE

Jesús actúa con misericordia con respecto a los pecadores, porque eso es lo que agrada a Dios (cfr. Evangelio de la Misa: Mt 9, 9-13).
Dios prefiere la misericordia más que los sacrificios (cfr. Primera lectura: Os 6, 3-6 y Evangelio de la Misa).

Y también Jesus nos dice que Él quiere lo mismo que su Padre: porque yo «no he venido a llamar a los justos sino a los pecadores» (Mt 9, 13).

Comentando este pasaje, dice la Iglesia que Jesús escandalizó a algunos porque identificó su conducta con la de Dios (cf. CEC, 589). Y así era, porque Él es Dios y debía actuar como Dios.
Lo más propio de Dios es la misericordia: un Dios que es tierno hasta abajarse y curar la miseria de sus criaturas más débiles.

–Señor, ayúdanos, porque tenemos necesidad de ti.

Hace unas semanas, dos niñas de Primaria vinieron a verme para pedir que rezara especialmente ese día.

Y remarcaron mucho esto: por los niños pobres que mueren de hambre.

No entendí bien porqué justamente ese día. Hasta que descubrí que en el colegio había habido una campaña de sensibilización, para ayudar a los niños de África.

Con este motivo, habían puesto en los pasillos algunas fotos, en las que se veía la pobreza de esos lugares.

Y eso impactó a las dos representantes que vinieron para pedir que Dios hiciera algo.
Al Señor no le hacen falta campañas de sensibilización. Tiene siempre a la vista nuestra miseria.

Quizá, por eso comía con los pecadores, para facilitarles la conversión.

Jesús se alegra al perdonarnos (cfr. Evangelio de la Misa)

Señor, tu misericordia sana nuestros errores (cfr. Oración postcomunión).

Con su misericordia, Dios alivia el dolor de las almas, elimina nuestros pecados, y nos consuela.

Y como el Señor quiere salvar a todos, aprovecha todo los medios que tiene a su alcance. Y se sirve también de sus criaturas.

Unos instrumentos personalmente son santos y, otros, no lo son.

Los santos han manifestado con su vida la misericordia de Dios. Y lo han hecho de maneras diferentes.

La Madre Teresa, por ejemplo, lo hizo cuidando de los pobres más pobres. Ella decía que el mundo entero era como Calcuta. Un lugar donde siempre habrá personas necesitadas del amor de Dios.

San Josemaría, también se dedicó a los pobres y a los enfermos, entre ellos nació el Opus Dei.

Y también su caridad le llevó a otras formas de ayudar a los demás. Cuando era sacerdote joven estuvo un tiempo viviendo en una residencia de sacerdotes en Madrid.

Desde mayo hasta finales de noviembre de 1927 se alojó allí.

Pocos meses, pero de tal intensidad que la memoria de su paso quedó bien impresa en dos de los sacerdotes, que por entonces componían el grupo de los jóvenes: Avelino Gómez Ledo y Fidel Gómez Colomo.

La convivencia con clérigos mayores o de edad avanzada, refiere don Avelino, exigía «una especial paciencia y comprensión en su trato, de las que daba ejemplo D. Josemaría».

Y cuando éstos dos sacerdotes, con casi ochenta años a sus espaldas, evocan la imagen de su compañero de pensión, don Fidel lo define como «una persona cordial, diáfana, leal».

Y don Avelino recordaba como san Josemaría era el único en felicitarle «cariñosa y sobrenaturalmente» el día de su santo, S. Andrés Avelino. Un santo del que, por no ser muy popular, se desconocía la fecha de su fiesta (cfr Vázquez de Prada, El fundador del Opus Dei, Vol. I, p. 265).

De distintas formas utiliza Dios sus instrumentos para manifestar su misericordia y sus cuidados.

A veces con nuestra dedicación a los enfermos, y otras veces con nuestra delicadeza con los que viven con nosotros.

Pero, decíamos antes que no todos los instrumentos de Dios son tan buenos.

Pues, a pesar de que no todos dan la talla, el Señor consigue en muchas ocasiones llevar hasta el final sus planes de salvación.

En la historia del Señor de los Anillos, un instrumento degenerado está representado por Gollum o Smeagol.

Y al final de este relato, gracias a la malicia de Gollum se realiza la misión. Al morder el dedo de Frodo por fin el Anillo fue destruido.

Esto significa que, al fin y al cabo, todas las criaturas son instrumentos de la misericordia de Dios:

también el mismísimo demonio, que es un instrumento muy bueno, pero a la vez muy indigno.

Por eso hay que fiarse de Dios como hicieron los santos, como hizo Abrahán nuestro padre en la fe (cfr. Segunda lectura de la Misa: Rm 4,18-25).

Por eso nos tenemos que fiar de ti, Señor. Y, a veces hay que creer en ti «contra toda esperanza».

Porque el Señor, en su cariño por nosotros, todo lo organiza para el bien de los que le amamos.

Con el pasar de los años, una circunstancia que no entendíamos la veremos de otra forma: una nota injusta en un examen, un malentendido, un error gordo que tuvimos con una persona...

Estas cosas viéndolas con otra perspectiva, con la que da la fe, nos hace descubrir que aquello nos hizo mucho bien.

Todo lo que hace Dios es para ayudarnos: tiene el sello de su misericordia.

Jesús no vino para juzgarnos sino para ayudarnos.
Así debemos vivir también nosotros, como dice el salmo: siguiendo el «buen camino» de la misericordia.

Siguiendo con el ejemplo del Señor de los Anillos, todos deberíamos ser un poco Frodos.

Y aunque, como Frodo, tengamos miserias, no obstante Dios llevará a término su plan: la destrucción del mal.

La Virgen, al recibir la llamada de Dios, se enteró que una pariente suya, que ya era mayorcita, estaba embarazada.

Y decidió dejar su casa para ir a ayudarle. Ella tenía en su interior a Dios hecho Hombre cuando fue a casa de Isabel.

Como llevaba a Jesús dentro, empezó a llevar, a todos los sitios donde iba, la misericordia de Dios.

Nosotros también podemos llevar a Dios dentro de nosotros, y llevar a mucha gente la alegría.

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