jueves, 5 de junio de 2008

VIDA CONTEMPLATIVA

Les dijo el Señor a los Apóstoles: «os he llamado amigos» (Jn 15, 15). Y también a nosotros nos llama así: amigos.
Con lo que supone que Dios nos de un nombre. El nombre por el que nos conoce Dios es: mi amigo Ignacio.


El nombre por el que seremos conocidos será: éste fue un amigo de Dios mientras vivía en la tierra.

Y… ¿por qué somos auténticos amigos de Dios?
La respuesta es porque cultivamos la vida contemplativa. Que no es otra cosa que el trato de amistad.

Teresa de Jesús, que llevaba al Señor hasta en el nombre, escribió:
Con tan buen amigo –aquí lo tenemos–, con tan buen capitán (…) que se puso el primero en el padecer, con Él todo se puede sufrir. Él ayuda (...), nunca falta, es amigo verdadero (...)

Así le definía la santa. Y ella misma se preguntaba: ¿Qué más queremos teniendo tan buen amigo junto a nosotros?

Esta es la vida sobrenatural, la vida contemplativa… ¿Alguien que no nos dejará en los trabajos y tribulaciones, como hacen los del mundo? (De libro vitae, cap. 22, 6–7. 14)
Bienaventurado quien amara a nuestro Señor y siempre lo llevara consigo: «Tu mecum es» (Sal 50), como dice el salmo: ¡Tú vas conmigo!

Vamos con Dios a todas partes…

Miremos –sigue diciendo la Teresa de Jesús– al glorioso san Pablo, que no parece se le caía de la boca siempre Jesús, como quien le tenía bien en el corazón.
Yo he mirado que los grandes contemplativos no iban por otro camino:
san Francisco, san Antonio de Papua, san Bernardo, santa Catalina de Siena
Y podríamos decir: y san Josemaría. Fue el camino que siguió: siempre lo llevaba junto a sí.

Decía que nunca se había encontrado solo, que nunca se había aburrido porque siempre estaba con Dios.

Es significativo que uno de sus libros de homilías lleve como título Amigos de Dios.
El símbolo de la amistad con Dios es una aldea: Betania. ¿Has visto con qué cariño, con qué confianza trataban sus amigos a Cristo?
Con toda naturalidad le echan en cara las hermanas de Lázaro su ausencia: ¡te hemos avisado! ¡Si Tú hubieras estado aquí!...

Betania. Así llamaba el Fundador del Opus Dei al sagrario. Por eso nos aconsejaba:

-Confíale despacio: enséñame a tratarte con aquel amor de amistad de Marta, de María y de Lázaro, como te trataban también los primeros Doce, aunque al principio te seguían quizá por motivos no muy sobrenaturales (Forja, n. 495).

Marta, María, Lázaro eran los amigos del Señor…

¿Y los Apóstoles?
No solo estuvieron con Él muchas horas por aquellos caminos de Palestina, sino que cada uno recorrió con Jesús un camino interior de amistad.
Son «los que vivieron en tu amistad a través de los tiempos» como decimos en la Plegaria Eucarística Segunda.

Vivían muy cerca de Dios. La amistad vive mucho de eso, de la cercanía.

Es, como dice Benedicto XVI, entrar en un contacto de escucha, de respuesta y de comunión de vida con Jesús, día a día.
Un amigo de Dios es el que tiene vida contemplativa, es el que se ve con Dios.
Mejor dicho tener vida contemplativa es tener amistad con Dios.
La amistad se consigue con el trato. Hablando. Y muchas veces con el juego, el deporte.

Por eso se oye: me voy con un amigo a jugar un partido de tenis…o me voy con un amigo a hacer footing, a jugar al basket…

Siempre que uno cita un deporte o una afición, ahí está un amigo.
Nuestra vida sobre la tierra, la vida de amistad con Dios tiene mucho de juego.

El Señor juega con los hijos de los hombres. Lo dice la sagrada Escritura: «Ludens coram eo omni tempore, ludens in orbe terrarum» (Prov 8, 31)

Al ser humano le atrae mucho el juego: está en nuestra naturaleza. El hombre necesita torear, arriesgar, competir, jugar: así se lo pasa bien.
El juego es muy humano y los fallos durante un juego no tienen tanta importancia.
Cuando se enfoca así la vida interior: disfrutar con Dios, jugar con Él, las dificultades no nos aplastan.

Esta es la realidad, la contemplación es divertirse con Dios.

«Su delicia es estar con los hijos de los hombres» dice el texto sagrado.
Es verdad que hemos dejado algunas cosas, como los buenos deportistas, pero nuestra vida no es una tragedia.

Para un contemplativo, para un amigo de Dios, las dificultades no son fracasos. Ser amigo de Dios es jugar con Él.

«Ludens in orbe terrarum…»
Nuestra vida en la tierra es un juego en el que Dios participa.
Hay un himno que aparece en uno de los oratorios de Linz, en uno llamado Christus. Es un poco especial. Se trata de un Stabat Mater no doloroso sino glorioso.
Una de sus estrofas dice así: «Allí estaba la madre jugando con su hijo».
Esa es la vida contemplativa: la Madre, nuestra madre jugando con su hijo, jugando con Jesús.

¿Qué es la vida contemplativa sino el trato de amistad con Dios, sino divertirse con Él?


Aquí está el Señor que quiere que intervengamos en sus obras. Quiere que participemos en su juego divino.

Tantas veces san Josemaría hablaba de la deportividad en la vida interior…

Hay personas que piensan –no lo dicen pero lo piensan– que Dios no les ayuda.

Como si Dios jugara en el equipo contrario, como si les quisiera fastidiar.
Y es que no conocen a Dios, no conocen el modo de actuar de Dios. Ese juego tiene unas reglas y hay que aprender a jugar.

Hubo una santa en el siglo XIX, que mientras cosía oyó que otra le decía:

–¡Cuánto me falta para tener verdadera vida interior!...
–Di mejor ¡cuánto te sobra! A veces –decía esta santa– pensamos en la santidad como si fuese una montaña que tenemos que escalar.

Y un día subimos dos metros y al día siguiente nos desanimamos porque bajamos dos...


Y sin embargo, Dios no quiere que subamos sino que bajemos a la fértil hondonada de la humildad.


Y terminaba diciéndole: Tú quieres subir, y Dios quiere que bajes.

Como diciendo: A ver si os ponéis de acuerdo.

Pues… ¡habrá que ponerse de acuerdo!

A veces tenemos ideas contrastadas. Dios quiere una cosa y nosotros otra… y eso que jugamos en el mismo equipo.

La gente interpreta a Dios como alguien que pone reglas, y piensan:

¡qué pena que esto sea pecado! ¡Lástima que esto no se pueda hacer!

Esas reglas están dentro de las cosas. No las pone Dios arbitrariamente. Quiere jugar con nosotros pero dentro de los límites de la realidad.

En nuestro juego divino dificultades siempre las habrá.

Pero hay que tomárselas bien, con deportividad, como el que se sube a una tabla de surf, que sabe que puede caerse si pierde el equilibrio o si no hay olas…

Para los santos las dificultades, las olas de esta vida, no han sido algo incómodo, sin ellas no se hubieran ejercitado en el deporte, en el juego de la santidad.

Una santidad sin viento contrario no hace mover nuestras velas, es una santidad virtual. Sin viento no se puede ganar la Americam Cup de Valencia…

Santiago apóstol bebió la copa del Señor y se hizo amigo de Dios (Cfr. Mt 20, 22-23).
Aprovechó las dificultades para vencer a ganarse la amistad con Dios.

Un juego divino: pon aquí este tarugo de madera, ahora pon ese otro en este lugar. Si se cae vuélvelo a poner, no tiene mayor importancia. Y al final: un castillo maravillosos, al final el Cielo…

-Señor, nuestra relación contigo no es voluntarista, sino de amistad.
Juegas con nosotros y nosotros contigo.

Stabat Mater, allí estaba la Madre jugando con su hijo. Esta es la historia de la vida contemplativa de la Virgen.

Quis non posset collaeteri, Christi Matrem contemplari ludentem cum Filio?
¿Quién no puede alegrarse contemplando a la Madre de Cristo jugando con su Hijo?

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