La Pascua
La Pascua
celebraba el paso de la esclavitud de Egipto a la liberación.
Por la de la
sangre del cordero pascual, que los israelitas tenían que sacrificar, serían protegidos
por Dios.
Y así sucedió
de nuevo, tal y como estaba profetizado.
El Señor que
muere en la soledad, como un malhechor: es el Cordero que quita los pecados del
mundo.
Dios –en
Cristo– murió en aquella tarde de viernes Santo. Y fue enterrado en un
sepulcro.
Es el silencio Dios
El silencio de
Dios, que ha adquirido en nuestra época
una actualidad aplastante.
Actualidad:
porque eso precisamente nuestro tiempo el día de la ocultación de Dios.
Una pesada piedra cubriría al difunto. Lo
ocultaba a los ojos de las personas que le querían.
¡Cómo
emocionaba a San Josemaría esa escena! : quería tener al Señor en su pecho, y
que descansara en él, porque muchos le habían abandonado
En aquella hora
todo había pasado. Ningún Dios había salvado a este Jesús que se decía Hijo
suyo.
Era la hora de la fe
Pero la fe en
Aquel hombre parecía haber sido desenmascarada como si se hubiera tratado de un
fanatismo religioso.
Los prudentes
que dudaron en su interior habían tenido razón.
La muerte de
Jesús había dado la razón a los que no tenían fe, a los querían permanecer
neutrales. Esto es lo que parece que sucede en actualmente.
Aquél tiempo se
parece mucho al nuestro. Por eso se pregunta el Papa:
«¿No comienza nuestro siglo a ser ... el día
de la ausencia de Dios, en el que hasta los discípulos tienen un vacío helador
en el corazón que se hace cada vez más grande.
Y por ese
motivo se disponen, llenos de vergüenza, a volver a casa.
Y se encaminan
a escondidas y destruidos en su desesperación hacia Emaús.
No dándose
cuenta en absoluto de que aquel que creían muerto estaba en medio de ellos?
Les faltaba fe
Ahora también el Señor
camina entre nosotros y nos ayuda a descubrir el por qué de las situaciones que nos desconciertan.
Dirá
San Josemaría: Iban aquellos dos discípulos hacia Emaús. Su paso era
normal, como el de tantos otros que transitaban por aquel paraje.
Y allí, con naturalidad, se les aparece Jesús, y anda con ellos, con
una conversación que disminuye la fatiga.
Efectivamente la
oración, la conversación con el Señor nos desahoga. Y si dejamos escuchar a
Dios se nos abrirá la inteligencia.
Y veremos los sucesos con
fe, tal y como son en realidad.
Me imagino la escena, ya bien entrada la tarde. Sopla
una brisa suave. Alrededor, campos sembrados de trigo ya crecido, y los olivos
viejos, con las ramas plateadas por la luz tibia.
Jesús, en el camino. ¡Señor, qué grande eres siempre!
Pero me conmueves cuando te allanas a seguirnos, a buscarnos, en nuestro
ajetreo diario.
Encontrar
a Dios en lo ordinario. Así hacían los santos.
Como
contrasta esa fe, con la incredulidad práctica de tanta gente, que piensa que Dios ya no da señales de
vida.
Dios ha muerto
«Dios ha muerto y nosotros lo hemos matado», decía el
filosofo alemán.
Quizá este
filósofo despistado no se daba cuenta de que esta frase estaba tomada –casi al
pie de la letra– de la tradición cristiana.
Y que nosotros
la repetimos a menudo en el Vía
crucis.
Lo hemos
repetido sin darnos cuenta de la gravedad de lo que decíamos: Dios ha muerto y nosotros lo
hemos matado.
Es conocida la anécdota de un congreso de teología, en la España de la
segunda mitad del siglo pasado.
El congreso se trató sobre «la muerte de Dios».
Y después de hablar largo y tendido sobre el tema, una persona se
levanto para intervenir, y dijo:
–Es cierto que
constatamos que Dios ha muerto. Pero la pregunta sería ahora: ¿qué hacemos con
el cadáver?
Pues el Papa responde a esa cuestión. Diciendo que no es solo que Dios
haya muerto.
En cierto modo
parece que también nosotros que lo hemos enterrado.
Enterramos a Dios
Lo sepultamos
cada vez que lo metemos en la concha rancia de nuestra rutina.
Cuando nuestra
piedad consiste en monótonas frases sin mucho contenido, que carecen de
vida y huelen a flores de sepultura.
Por eso este
siglo se convierte cada vez más en el tiempo del silencio de Dios.
Y el silencio
de Dios en este siglo nos habla también de la poca fe de los creyentes, y de la
caridad que se enfría en estos tiempos.
Pero también
ese silencio tiene su razón de ser: Dios no se manifiesta para que crezca
nuestra fe.
Fe en la oscuridad
Es cierto que la
muerte de Dios –en Jesucristo– aunque es el misterio más oscuro del
cristianismo, también puede convertirse en el mayor incentivo para nuestra fe.
Además sólo a
través de este silencio de Dios podemos comprender perfectamente quien es Jesús
y en qué consiste su mensaje.
Porque a veces
los hombres nos hemos hecho una falsa idea de Dios
Muere la falsa idea de Dios
La imagen que a
veces nos formamos de Dios, en la que
muchas veces tratamos de encerrarlo debe
ser destruida.
Y con la muerte
de Jesús murió también una falsa idea de Dios.
Necesitamos el
silencio de Dios para experimentar su grandeza y nuestra impotencia.
Hay una escena
del evangelio que es como una anticipación de todo lo que venimos hablando.
Le encantaba a
San Josemaría, y viene a resumir los últimos años de su vida.
Esta escena
anticipa de alguna forma el actual
momento histórico que nos ha tocado vivir a nosotros.
El sueño de Dios
Jesús duerme en la barca de Pedro. Y la barca envestida por
la tempestad, parece naufragar.
Esta escena nos
recuerda al profeta Elías:
Se había reído
en una ocasión de los sacerdotes de Baal, que
invocaban a grandes voces a su dios para que hiciera descender fuego
sobre el sacrificio.
Y con ironía
les animaba a gritar más fuerte, no fuese que su dios estuviera dormido.
¿Es verdad que
Dios duerme?
–Pues sí, lo
que decía Elías nos ha tocado a los cristianos de hoy.
La barca de
Dios parece naufragar. Dios duerme mientras sus cosas parecen naufragar. Quizás
es esta la experiencia de nuestra vida.
La iglesia se
asemeja a una pequeña barca que lucha inútilmente contra las olas y el viento,
mientras Dios parece estar ausente.
Así la
describía san Josemaría en sus últimas cartas. Y con esa pesadumbre vivió sus
bodas de oro sacerdotales.
En la barca de Pedro
Los discípulos, en aquella ocasión se
pusieron nerviosos y agitaron al señor para que despertase.
Y Jesús se mostró sorprendido y les
reprochó su poca fe. Quizás nuestro caso tenemos poca fe.
Ha escrito San Josemaría:
Hijos míos, ¡ocurren tantas cosas en la tierra...!
Os podría contar de penas, de sufrimientos, de malos tratos, de
martirios –no le quito ni una letra–, del heroísmo de muchas almas.
Ante nuestros ojos, en nuestra inteligencia brota a veces la impresión
de que Jesús duerme, de que no nos oye.
Cuando
la tempestad pase nos daremos cuenta de que nuestra poca fe estaba llena de
insensatez.
Pedir fe
–Y
ahora, Señor no podemos hacer otra cosa que zarandearte, moverte, porque estás en silencio y duermes.
Y
te gritamos: despierta, ¿no ves que
naufragamos?
Despierta,
Señor, no dejes que dure
eternamente la oscuridad, deja caer un rayo de Pascua también sobre nuestros
días.
Danos
tu ayuda porque sin ti naufragaremos.
Decía
San Josemaría:
«Cuando
la fe flojea, el hombre tiende a figurarse a Dios como si estuviera lejano.
Señor,
concédenos la ingenuidad de espíritu, la mirada limpia, la cabeza clara, que
permiten entenderte cuando vienes sin ningún signo exterior de tu gloria.
Sin
ningún signo de gloria, así vemos al
Señor todos los días, y así lo veía la Virgen, con familiaridad, y sin cosas
extraordinarias.
Auméntanos la fe
Pidámosle
a la Virgen que nos alcance más fe, porque el Señor se oculta.
Fe
en el Amor que Dios nos tiene, porque el Paso
del Señor en nuestra vida, la Pascua, exige de nosotros que confiemos.
Fe, y veremos cómo lo vio María, que de nuevo Jesús
vuelve a Resucitar en nuestra vida.
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