Subió
a los cielos
Éste
es, quizá, el menos sorprendente de los puntos del Credo. Después de
resucitar, Jesús ascendió al cielo: era lo lógico.
Lo
que necesita explicación es que esperara cuarenta días para ascender al cielo.
En
primer lugar, era importante que sus discípulos fueran testigos de la Resurrección,
que vieran a Jesús resucitado.
Y
como sabemos por experiencia, una persona que sufre una notica impactante y
además inesperada, muy fácilmente se bloquea...
Los discípulos sufrieron un
shock
Cuando
alguien ha sufrido un shock, acto seguido no está en las mejores condiciones
para describir lo que acaba de ocurrir.
Debe
esperar un tiempo para hacerse a la idea, y asimilar lo que ha pasado.
Y
desde luego, Nuestro Señor no quiso que eso les sucediera a sus discípulos.
Que más tarde tendría que ser testigos de
lo ocurrido.
Tomás ausente el día de la
Resurrección
El
Señor hizo que Santo Tomás estuviera ausente en aquella primera ocasión en que
se reunió con los Apóstoles.
Y
sin duda lo quiso, para que Santo Tomás dijera al resto de los Apóstoles, algo
así como:
–Entiendo
perfectamente que estáis todos muy bloqueados, después de lo que hemos sufrido...
Lo entiendo, pero para mí está claro que habéis visto un fantasma.
Luego,
en el primer domingo después de Pascua, puso el dedo en la llaga.
Cuarenta días con Jesús
Los
Apóstoles pasaron cuarenta días en Su compañía; en primer lugar, para que
estuviesen completamente seguros.
También
sucedería así para que la despedida del Señor fuera gradual, no repentina.
Eso
es seguramente la explicación acertada de una escena que nos deja un tanto
desconcertados, porque las traducciones no la reflejan del todo bien.
Jesús y la Magdalena en el
huerto
Cuando
Jesús se apareció a María Magdalena en el huerto, leemos en algunas
traducciones que el Señor le dijo:
«No me toques, que aún no he
subido a mi Padre».
Decir
esto parece bastante duro e incluso ininteligible. No se entiende bien. Sin
duda porque está mal traducido.
No
se ve claramente que por qué el hecho de no haber ascendido todavía al cielo
fuera motivo para no tocarle.
San
Mateo nos dice que la Magdalena cayó a
pies y se agarró a ellos.
Pero
Jesús no dijo «No me toques».
Cualquiera
que sepa algo de griego podría decirnos que lo que dijo fue: «Suéltame... no me sujetes».
La
escena era como si María quisiera retenerle en la tierra, como si tuviese miedo
de que le dejara:
–Suéltame,
no te preocupes, que aún no he subido a mi Padre: ya me verás más veces.
Me veréis más veces aún no he
subido
Nuestro
Señor siempre se comportaba con exquisita delicadeza hacia sus amigos.
Sabía
que iban a sufrir muchísimo cuando volviese al Padre y tuvieran que vivir en un
mundo sin El.
Por
eso, comprendió su flaqueza y les dejó estar cuarenta días más en su compañía.
También otro motivo que explica
esta estancia de Nuestro Señor en la tierra después de la Resurrección; es que
sus discípulos eran bastante torpes.
La teología de los Apóstoles
era rudimentaria
Hasta
la Ultima Cena, siempre confundían las cosas cuando El intentaba instruirles; su teología era
muy rudimentaria.
No
tenían ideas claras sobre lo que el Señor quería que hicieran.
Durante
cuarenta días, nos cuenta San Lucas, estuvo con ellos contándoles cosas
pertenecientes al Reino de Dios, es decir de Su Iglesia.
Hemos
de tener por seguro que, en durante esos cuarenta días, les contó cosas que no
les había contado antes.
Acerca
de la Confirmación, por ejemplo, nada se dice en los Evangelios.
Pero
al leer los Hechos de los Apóstoles, vemos que es una ceremonia tan
antigua como el Bautismo.
Por
esas razones, se quedó Nuestro Señor cuarenta días en la tierra
En Galilea y en Jerusalén
Imaginamos
que la mayor parte de este tiempo lo pasó en Galilea.
Porque
Jesús el día de la Resurrección dijo a las mujeres: «id y anunciad a mis
hermanos que vayan a Galilea: allí me verán» (Mt 28,10).
Allí
los Apóstoles podían reavivar recuerdos pasados, y estarían más tranquilos que
en Judea.
Luego,
parece, se fueron a Jerusalén y un día les llevó con Él al Monte de los Olivos,
donde se elevó al cielo envuelto en una nube.
Pero el cielo no es un lugar
Os
habréis fijado que cuando se utiliza la palabra «cielo» no lo pone con
mayúsculas.
Cuando
se dice que Nuestro Señor subió al cielo, no significa que hemos de pensar en el cielo
como en un lugar allá arriba.
Cuando
Nuestro Señor ascendió a los Cielos entró en una existencia totalmente
diferente. El cielo es un estado. Allí se recibe el premio.
El premio
El día de la Ascensión llegó
Jesús a la Gloria y recibió todo el agradecimiento desbordante, que hasta
entonces había estado conteniendo el cielo.
El Señor, se encarnó para
poder sufrir por nosotros. Porque Dios no podía sufrir, a menos que se hiciese
hombre.
Nada más hay que mirar sus
manos y sus pies para que los ángeles se emocionen.
Por nuestro amor sufrió
esas tremendas heridas, y muchas humillaciones.
Pues el día de la Ascensión
fue el día de los aplausos.
Aplausos
En las
Jornadas Mundiales de la Juventud impresiona ver miles y miles de jóvenes, y no
tan jóvenes, aclamando al Papa cuando pasa. Gente corriendo intentando seguir el
coche blanco…
Podemos
imaginarnos así la entrada de Jesús en el Cielo.
Dice la
Escritura que ese día los Apóstoles se volvieron llenos de alegría.
La gran
alegría de que Jesús volviera al Padre pudo más que la tristeza de no volver a
oírle y verle como antes en la tierra.
Porque fue un
día de fiesta, no de ayuno y luto.
La primera
Navidad fue un día bonito para los hombres, pero Jesús tuvo que pasar frío. Y
así el resto de sus misterios.
Pero en la
Ascensión el Señor también disfruta del momento. Es su día. El día de su Gloria.
Me recuerda
la escena de la película «El Señor de los anillos» cuando Frodo y sus compañeros
reciben el homenaje de miles de personas.
Dios Padre,
que se deshace en cariño y ternura, por la obediencia y la humildad de su Hijo
hecho hombre.
Y los
Ángeles, que se maravillan, por servir a un Dios tan bueno.
Y los Santos
que estaban allí con una emoción impresionante: sobrecogidos por un Amor tan
fuerte.
El mejor trabajo
Un Amor más
grande que el dolor y la muerte. El Señor ha transformado esos dos productos del infierno.
Dios, como
hace siempre, del mal saca bien, y de un río de maldad saca un océano de
cariño.
¡Qué alegría
más grande tener un Dios tan bueno!
Dice el salmo
que el Señor «asciende entre aclamaciones».
Dan ganas de
estar allí para aplaudir con fuerza, en agradecimiento por todo lo que ha hecho
Jesús por cada uno.
Pero aquí
estamos nosotros en la tierra, a la espera de nuestro día.
A la espera de nuestro día
Nosotros
también somos hombres.
Dentro de unos
años llegará el momento de recibir el resultado del jurado por nuestra
actuación en este escenario de la tierra.
Lo que más se
valorará entonces será si hemos sido capaces de trasformar el mal en bien. Esta
es la verdadera ciencia del artista.
Podríamos
decir que el Señor recibió el día de la Ascensión «el Óscar al mejor hombre que
ha existido».
Allí está
desde entonces a la derecha de Dios Padre (cfr. Ef 1, 17-23).
Y nos ha
dejado aquí para continuar con su misión (cfr. Mt 28, 16-20).
Ahora,
precisamente ahora, se está rodando nuestra película.
Nuestra
misión es que mucha gente gane su «estatuilla». Éste será nuestro mejor
premio: el que ganen los demás.
Cuando
entremos en el Cielo –que es Hollywood– mucha gente elegante nos aplaudirá a rabiar,
trofeo en mano.
Pues nosotros
les ayudamos a ellos a ganarlo.
Estaremos
igual que los que suben a recoger el Óscar, como en una nube, flotando, pero no
durante unos días, sino por toda la eternidad.
La que más se
alegró de la Ascensión fue María.
Por fin Jesús
gozaba de toda su Gloria.
Ella
disfrutaría de un recibimiento parecido el día que subió al Cielo. Es la mejor
entre todas las mujeres.
Supo cumplir
su misión. No era para menos, «la Astilla proviene de tal Palo».
–Y a nosotros concédenos no
perder la esperanza de llegar al cielo.
Si los santos lo han
conseguido, también nosotros, con tu gracia.
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