El libro del Génesis que cuenta que el
Paraíso era regado por cuatro ríos, y en un árbol fue el hombre vencido por el
diablo.
Miraran al que traspasaron
«Miraran al que traspasaron». Son
palabras del Evangelio de San Juan (19,
37), que hacen referencia al profeta Zacarías.
Esas palabras del profeta las emplea el
mismo San Juan cuando nos cuenta la crucifixión: en el momento en el que uno de
los soldados con la lanza le traspasa el costado.
San Juan que estaba allí con la Virgen,
cuenta que así se cumplió la profecía.
Para convertirnos el Papa nos propone mirar a Jesús
traspasado en la Cruz: mirar al que traspasaron, como hizo María.
Y esto es lo que vamos a hacer en esta meditación:
mirar al Señor que ha sufrido una muerte con unos sufrimientos atroces para que
nosotros veamos cómo nos quiere Él.
Forzados por su amor
En la caída del Imperio Azteca, en el Apocalipto, los
indígenas hacían sacrificios humanos, y ofrecían los corazones aún latientes a
las divinidades, y rociaban todo con la sangre.
Y cuando llegaron los misioneros quitaban los ídolos,
y en su lugar levantaban un altar y un crucifijo: se les explicaba que el Dios
verdadero se hizo hombre, y murió para salvarnos, y no exige nuestra muerte,
sino que muere por nosotros...
Entonces los indios se quedaban atónitos y caían de
rodillas y pedían el bautismo, «forzados» por la Cruz de Cristo, por el Amor
del Dios de los cristianos,
Convertirnos al Amor de Dios
Nosotros también necesitamos convertinos al Amor de
Dios. Quiere decir esto que hemos de descubrir que el Señor nos quiere hasta la
locura. Quizá no nos hemos enterado.
Que vino para morir. Pero no sólo para sacrificarse,
sino para morir por Amor.
A un gran predicador le hoy en una ocasión decir:
Más
que una inteligencia prodigiosa.
Más
que una voluntad de hierro puro.
Más.
Lo que puede en este mundo
más:
Es un corazón enamorado.
El Amor es unión de voluntades:
–Yo lo que tu quieras, Señor.
y el dolor y el sacrificio no podrá aflojar esa unión
sino que la hace más fuerte todavía.
Por eso el
proceso de los mártires es tan rápido, porque llegan a entregar lo máximo
por Dios.
Mártires
Escribió san
Josemaría:
¿cuál de las formas de dar la vida es mayor: el que
sufre la muerte por el Señor en un momento,
o el del que gasta sus años trabajando sin otra mira
que servir a la Iglesia y a las almas, y envejece sonriendo, y pasa
inadvertido...
Para mí, el martirio sin espectáculo es más heroico...
Ese es el camino tuyo.
El martirio
sin espectáculo es el minuto heroico de cada día. Hacer las normas aunque no
tengamos ganas. Vencer el miedo para hablar de Dios.
Dar la
vida
«Dar la vida
por los demás así se vive la vida de Cristo». Mi vida no es para mí: el
sentido de mi vida es la donación, preocuparme de todo el mundo.
Si la gente
supiera que es amar de verdad, no le importaría el sacrificio.
Amarían el
sacrificio: que es la mejor forma de decir te quiero hasta la locura.
Stabat Mater. Estaba su Madre junto a la Cruz...
A Ella,
verdadera madre nuestra, que nos engendró en la Cruz le pedimos:
–Haz que
yo tenga Tú mismo espíritu de sacrificio.
Vamos nosotros a acompañarle. Mirando
como sufre el Señor por los demás.
La Cruz
Por fin llega Jesús donde
lo van a crucificar. Está agotado.
Después de un verdadero «Via crucis» llegan al Calvario.
Casi no le queda sangre que
derramar, pero toda la quiere derramar por nuestro amor. Así nos quiere hasta
la última gota.
¡Ay, qué cutres somos
nosotros cuando tenemos que hacer un sacrificio por él!
Según Caterina Emmerich –de la que vamos
a seguir su relato– serían las doce menos cuarto cuando los verdugos insultando
a Jesús, le decían:
–«Rey de los judíos, vamos a componer
tu trono».
Pero Él mismo se acostó sobre la cruz y
lo extendieron para tomar su medida.
María y las santas mujeres están allí
La Madre de Jesús, su sobrina María, Salomé y Juan, se acercaron.
Otras como Marta, María de Helí, Juana de
Cusa, y Susana se detuvieron a cierta distancia, junto con Magdalena, que
estaba como fuera de sí.
Más lejos estaban otras siete, y algunas
personas compasivas que establecían las comunicaciones de un grupo al otro.
¡Qué espectáculo para María el ver el
sitio del suplicio, los clavos, los martillos, las cuerdas, la terrible cruz,
los verdugos, empeñados en hacer los preparativos para la crucifixión!
Los preparativos
Los verdugos ofrecieron al Señor una
mezcla de vino y mirra. Jesús mojó sus labios, pero no bebió.
En seguida los verdugos quitaron a
Nuestro Señor la capa.
Y como no podían sacarle la túnica sin
costuras que su Madre le había hecho, a causa de la corona de espinas, entonces
se la arrancaron con violencia de la cabeza, abriendo todas sus heridas.
No le quedaba más que un paño alrededor
de los riñones.
El Hijo del hombre estaba temblando,
cubierto de heridas.
Habiéndole hecho sentar sobre una piedra
le pusieron la corona sobre la cabeza, y le presentaron un vaso con hiel y
vinagre; pero Jesús volvió la cabeza sin decir palabra.
Después que los verdugos extendieron al
Señor sobre la cruz, y habiendo estirado su brazo derecho sobre el de la cruz,
lo ataron fuertemente;
Comienza la crucifixión
Otro le abrió la mano. Y el tercero apoyó
sobre la carne un clavo grueso y largo.
Y lo clavó con un martillo de hierro.
Un gemido dulce y claro salió del pecho
de Jesús y su sangre saltó sobre los brazos de sus verdugos.
Los clavos era muy largos, la cabeza
chata y la punta salía detrás de la cruz.
Habiendo clavado la mano derecha los
verdugos vieron que la mano izquierda no llegaba al agujero que habían abierto.
Entonces ataron una cuerda a su brazo
izquierdo, y tiraron de él con toda su fuerza, hasta que la mano llegó al
agujero.
Esta dislocación violenta de sus brazos lo
atormentó horriblemente, su pecho se levantaba y sus rodillas se tensionaban.
Se arrodillaron de nuevo sobre su cuerpo,
le ataron el brazo para hundir el segundo clavo en la mano izquierda.
Otra vez se oían los quejidos del Señor
en medio de los martillazos.
Los brazos de Jesús quedaban extendidos
horizontalmente,
La Virgen Santísima sentía la espada de
siete filos
La Virgen Santísima sentía todos los
dolores de su Hijo: Estaba cubierta de una palidez mortal y exhalaba gemidos de
su pecho.
Los fariseos la llenaban de insultos y de
burlas.
La espada de dolor de siete afilos
atravesaba su corazón
Y a nosotros ¿nos afecta
esto tanto como a Ella?
María no había tenido
ningún pecado. No había sido la causante de estos dolores, y sin embargo
«sufría porque amaba».
No se trata de que echemos
una lágrima sentimental, sino que, con la fe, nos arrepintamos.
Todavía más sufrimientos
Habían clavado a la cruz un pedazo de
madera para sostener los pies de Jesús, a fin de que todo el peso del cuerpo no
pendiera de las manos,
y para que los huesos de los pies no se
rompieran cuando los clavaran.
Ya se había hecho el clavo que debía
traspasar los pies.
El cuerpo de Jesús se hallaba contraído a
causa de la violenta extensión de los brazos.
Los verdugos extendieron también sus
rodillas atándolas con cuerdas;
pero como los pies no llegaban al pedazo
de madera, puesto para sostenerlos, unos querían taladrar nuevos agujeros para
los clavos de las manos;
otros lanzando improperios contra el Hijo
de Dios, decían: «No quiere estirarse, pero vamos a ayudarle».
En
seguida ataron cuerdas a su pierna derecha, y lo tendieron violentamente, hasta
que el pie llegó al pedazo de madera.
Fue una dislocación tan horrible, que se
oyó crujir el pecho de Jesús.
Que sumergido en un mar de dolores,
exclamó: «¡Oh Dios mío! ¡Oh Dios mío!».
Después ataron el pie izquierdo sobre el
derecho, y tomaron un clavo de mayor dimensión para atravesar sus sagrados
pies.
Esta operación fue la más dolorosa de
todas. Emplearía unos treinta martillazos.
Los gemidos de Jesús
Los gemidos de Jesús eran una continua
oración, que contenía pasajes de los salmos, que se estaban cumpliendo en
aquellos momentos.
Durante toda su larga Pasión el Señor no
había dejado de orar.
Eran sobre las doce y cuarto cuando Jesús
fue crucificado, y en el mismo momento en que elevaban la cruz, en el templo
resonaba el ruido de las trompetas, que celebraban la inmolación del cordero
pascual.
Exaltación de la Cruz
Los verdugos, habiendo crucificado a
Nuestro Señor, alzaron la cruz dejándola caer con todo su peso en el hueco de
la roca con un estremecimiento espantoso.
Jesús dio un grito de dolor, porque sus
heridas se abrieron, y sangre corrió abundantemente.
Los verdugos, para asegurar la cruz, la
alzaron nuevamente, clavando cuñas a su alrededor.
Un espectáculo horrible
Fue un espectáculo horrible y
dolorosísimo ver, en medio de los gritos e insultos de los verdugos, la cruz
vacilar sobre su base y hundirse temblando en la tierra;
Pero también había voces piadosas y
compasivas.
Eran voces más santas del mundo, las de
las santas mujeres y de todos los que tenían el corazón puro, que veían a este
hombre santo elevado sobre la cruz.
Querían socorrerle. Pero no podían.
Y cuando la cruz se hundió en el hoyo de
la roca con un gran estruendo, hubo un momento de silencio.
La sagrada cruz se elevaba por primera
vez en medio de la tierra, como otro árbol de vida.
Y de las llagas de Jesús salían cuatro
arroyos sagrados para fertilizar la tierra, y hacer de ella el nuevo Paraíso.
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