La escalera
Así dice un poema escrito en latín por San Pedro Damián que le Iglesia
incluye en la Liturgia de las Horas de la Fiesta de la Asunción de nuestra
Señora.
–«Tú
eres la escalera por la que el Verbo de Dios
descendió al mundo –le
decimos ahora a la Virgen–.
Ayúdanos a escalar hasta la cumbre del cielo».
También podemos repetir con San Josemaría: Cor Mariae dulcissimum, iter para
tutum!
–Corazón
dulcísimo de María prepáranos un camino lo más seguro que tu cariño de Madre
pueda hacerlo.
Prepáranos el Camino
Cuando San Josemaría quería conseguir algo acudía a la Madre de Dios.
Como en aquella ocasión importante de 1951, cuando fue a Loreto, a la
Casa de la Virgen, donde el Verbo de Dios se hizo carne, en el cuerpo de María.
Allí San Josemaría pidió con mucha fe la protección de la Madre de
Dios. Cor
Mariae dulcissimum, iter para tutum!
Porque María es la Escalera por la que Dios descendió al mundo.
Y también es la escalera por la que nosotros continuamente podemos
subir al cielo.
Ahora le decimos, lo que tantas veces le hemos repetido:
–Tú que has llegado a la presencia del Señor, da
buenos informes de nosotros, habla bien de tus hijos delante de Dios.
En la presencia de Dios,
también con su cuerpo
Me acuerdo que en un colegio de San Sebastián donde di clases de
religión, en el examen final, le pregunté a un alumno si pensaba que la Virgen
estaba con su cuerpo en el cielo.
–Pues
yo creo que no, me
dijo el chico.
Pues sí que está en el cielo, y nada menos que es un Dogma de nuestra
Fe.
Siguiendo la Bula Munificentissimus Deus de Pío XII el Concilio Vaticano II afirmó que
la Virgen «terminado el curso de la vida terrena, en alma y en cuerpo fue
asunta a la gloria» Lumen Gentium, 59.
Esto lo dijo el Concilio, porque ya
el 1 de noviembre de 1950, el Papa lo quiso definir
«que
el cuerpo de la Virgen ha sido glorificado»
La
glorificación del cuerpo de María
Mientras para la gran mayoría de hombres la resurrección de sus
cuerpos, la glorificación, tendría lugar
cuando acabase el mundo, para María la glorificación de su cuerpo fue
adelantada.
Podíamos decir que esto es así por un capricho del Señor: quería
tenerla no sólo en espíritu sino también con su cuerpo de Madre.
Y ese vacío que nosotros queremos llenar, Jesús, que es hombre –como
nosotros– y también Dios, ese vacío lo llenó saltándose una ley general.
El cuerpo de María que había pasado tantas noches sin dormir, que había
sufrido tanta mortificación en las comidas.
Ella que se había cansado tanto con el trabajo de la casa, recibió en
premio en su cuerpo.
Una
persona normal
Si hubiéramos preguntado en Nazaret a las personas que la
trataron habitualmente.
Quizá nos hablarían de una persona buena, e inteligente. Pero
seguramente muchas de que vivieron cerca de Ella se quedarán extrañados al
verla donde ahora está.
¿Cuál es el secreto de que haya llegado tan arriba? ¿Cuál fue su
trampolín que la lanzó tan alto?
En el Evangelio se nos da la explicación (Lc 1,39-56). En esta tierra
Ella llegó muy bajo. Fue la Madre de
un condenado a muerte por blasfemia. Vio a su Hijo en el patíbulo más
humillante: la cruz.
Además en la vida
corriente, ni Dios, ni Ella quisieron que tuviese ningún tipo de
reconocimiento. Su misión en esta tierra fue servir en cosas materiales.
Con su inteligencia, y el resto de sus cualidades podría haber
querido sobresalir. Y sin embargo sólo buscó que se luciera Dios. Gracias a su
humildad a llegado tan alto.
Una ama de Casa
Ella que tenía las manos picadas
porque entonces no había guantes. Como ha cantado un poeta actual al
hablar de su mujer:
«Y ahora
hablaré de la maravillosa aspereza
de
tus manos
cuando
llegan a mi alma, directas, desde
el
Vin-clorex,
hablaré
de tus te quiero con estornudos, o con
prisa
o qué sueño...
Y así también habrá cantado el Señor al hablar de su Madre.
No
sólo somos espíritu
No sólo somos espíritu, también somos materia.
Todos los días tenemos que levantarnos para servir. Decirle a Dios cada
mañana:
–¡Te serviré!
Servir a Dios, y servir a los hombres. Este fue el objetivo de la vida
de María.
Satanás se separó de Dios con su grito de rebeldía: –No te serviré.
Era un ángel ensimismado en su propia excelencia epiritual. No permitía
que por encima de él hubiese nadie.
Un personaje que no al no querer amar, no quiere dar, sino solo poseer.
Todo lo ve en función de su interés. Y al no estar dispuesto a amar es un
personaje infeliz y serio. Con la seriedad que da el orgullo.
Por eso dice Chesterton que Satanás cayó del cielo por el peso de su
propia gravedad.
Y podíamos decir de la Virgen, que subió al cielo porque su alma era
tan liviana debido a su humildad.
Y por eso ahora recibe el premio del cielo. Porque por su humildad se
gozaba sirviendo: servir a Dios y a los hombres todos los días
«Y es tanta la majestad de la Señora, que hace preguntar a
los Ángeles: ¿Quién es ésta»
Efectivamente era una perfecta
desconocida para los hombres, que sabía poner sus cualidades al servicio de
Dios, y no de su gloria personal.
La
vanidad mueve montañas
En en nuestras vidas hemos de
reconocer que lo que no consigue el amor, en algunas ocasiones, lo consigue la
vanidad.
–Madre
mía, haz que yo baje también; y por
este valle de la humildad llegue al
cielo.
San Josemaría, comentando este misterio glorioso, dice que
nosotros estamos al lado de la Virgen, estamos a su lado[1].
Siempre junto a María.
Ahora mismo y hacemos el propósito de estar cerca de la Virgen
durante toda nuestra vida.
Me acuerdo que hace tiempo estuve en la Iglesia de Santo
Domingo, en Granada, donde hay una imagen de la dormición de Virgen,
y ella está rodeada de los Apóstoles.
Y la cama donde se encuentra dormida la Virgen se
encuentra un poco levantada. Y tiene otras cosas curiosas, por ejemplo el techo
de la habitación es el mismo cielo.
Nuestra Madre en el cielo
La Iglesia canta con un clamor de regocijo[2],
porque es una de las fiestas grandes de nuestra Madre, es la fiesta de su
glorificación.
En un día como el de la Asunción hasta en el infierno se goza de
mejor temperatura, como curiosamente relata San Alfonso María.
La necesitamos
Jesús en la cruz nos regaló
todo, nos dio a su Madre.
Almeditar estas
consideraciones, san Josemaría nos dice: la necesitamos.
«Cuando un niño pequeño tiene miedo, grita:¡Mamá!
Un niño que tiene miedo a
la soledad, al pasillo oscuro de su casa, un pasillo que le parece enorme,
enorme, enorme…
Y él, que está en el
comedor y quiere ir a la cocina, al frigorífico, por un dulce, o por un helado,
tiene que pasar por ese trance de la oscuridad del pasillo.
Va, y cuando está allí,
¡qué miedo volver! Y grita ¡¡mamá!!
«Así tengo yo que clamar muchas veces con el corazón: ¡Madre!, ¡mamá!,
no me dejes!»
Un día
Un día, el 23 de enero de
1840, estaba confesando, como de costumbre.
Había bastante cola. Dos
personas que organizaban la cosa para conseguir un cierto orden contaron lo que
ocurrió.
Llegó una señora de pueblo,
con su pañuelo negro. Ni siquiera hablaba francés, sino en dialecto, patuás.
Se arrodilla en el
confesionario y se queda callada. El cura de Ars, ante el silencio, le anima a
que empiece.
Y de buenas a primeras, se
oye una voz ronca y profunda, que dice en alto: «¡Absuélveme no tengo pecados!».
No te puedes ni imaginar
cómo se quedaron las que estaban esperando en la cola.
¡Cómo puede decir una
persona que no tiene pecados!
El cura de Ars, intuitivo
como era, se dio cuenta de que esa mujer estaba poseída de Satanás.
Una persona que diga que no
tiene pecados o que no necesita confesarse, y que grita… Algo le pasa.
Los santos se han confesado
hasta dos o tres veces por semanas.
Entonces, empieza una
conversación muy curiosa entre el cura de Ars y el demonio.
El cura, para cerciorarse
de si era Satanás o no, empieza a hablarle en latín.
El demonio sabe idiomas;
aquella señora de pueblo no, ni siquiera sabía francés, no te digo ya latín.
Le pregunta: –Tu quis es?
Y el demonio: –Magister caput! (yo soy un jefe, no un
demonio cualquiera).
Y siguió el cura de Ars: –¿Qué me dices de tal sacerdote? (era un
sacerdote de una virtud probada).
Y la posesa le respondió: –No me gusta.
Esto lo dijo con una rabia
reconcentrada y acompañada por terrible rechinamiento de dientes.
El cura le volvió a preguntar:
–Y ¿de tal? (era otro sacerdote).
–¡Vaya, ese nos deja hacer lo que queremos! Tú lo habrías metido
en cintura.
¡Pero no ha durado mucho!
Y tú, dime, ¿por qué no haces como los otros?
Y el Cura le responde: –¿Qué hacen los otros?
Y la posesa le dice: –Disfrutan de grandes comilonas.
–Yo no tengo tiempo, le responde el santo.
Y la poseída le dice: –Los otros se lo toman bien. Hay sapos
negros que no me hacen sufrir tanto como tú. Asisto a sus misas. Las celebran
para mí.
Y el Cura: –¿Asistes a las mías?
–Tú me haces enfurecer, le respondió la posesa.
El diablo asiste a nuestras
Misas y a nuestros banquetes cuando no buscamos verdaderamente a Dios.
Imaginaros la cara de la
gente al oír todo esto. Lo contaron los que estaban allí, el cura no dijo nunca
nada.
–Hay sapo negro ¡cuanto me haces sufrir! (lo de sapo era un insulto,
lo de negro era evidente).
–Hay otros sapos negros, pero tú me haces mucho sufrir (se pasaba
tantas horas confesando y haciendo tanto bien y la gente salía tan contenta,
que el demonio estaba que trinaba…..)
Siguió el diablo hablando,
y al final de la conversación, que es lo que nos interesa, le dice: –Sin Esa, sin Esa… (puntos suspensivos)
Catalina Lasagne es la que
escribió esto, pone puntos suspensivos porque el demonio se refiere a la Virgen
de forma injuriosa…
–Sin Esa ya te habríamos cogido, más Ella te protege.
Ella siempre nos protege
porque es nuestra Madre. Deja tus propósitos en manos de la Virgen. Tú no
conseguirás nada, Ella sí.
Ya verás cómo te recuerda
las cosas, de forma discreta. Tú acude a Ella.
–Madre mamá no me dejes.
[2] Ibid.
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