domingo, 20 de enero de 2008

PUENTES

La Iglesia prohibió que a la Santísima Virgen se le representase con vestiduras sacerdotales, porque en alguna ocasión se le representó a María con casulla. Y es que indudablemente una mujer no puede ser sacerdote.

No porque las mujeres sean inferiores, sino porque así es la voluntad de Dios. Del mismo modo que la materia del sacramento de la Eucaristía es el Pan. Y hay otros alimentos más nutritivos, pero no se pueden consagrar.

Una mujer, por muy santa que sea, no puede ser sacerdote. Pero sí tener alma sacerdotal, que es la mayor cercanía que se puede tener con Dios, después de Jesús. Y a eso es a lo que aspiramos todos, laicos y sacerdotes: no a desempeñar funciones de sacerdote, sino a tener un alma de sacerdote.

Podemos tener alma sacerdotal. Así se lo decía San Josemaría a unas hijas suyas el mismo día de su muerte, el 26 de junio de 1975:

Vosotras tenéis alma sacerdotal (...). Los seglares también tienen alma sacerdotal. Podéis y debéis ayudar con esa alma sacerdotal, y con la gracia del Señor y el sacerdocio ministerial en nosotros, los sacerdotes (...), haremos una labor eficaz... (J. M. Cejas, Vida del Beato Josemaría, p. 212)

-Señor, ¿qué significa tener alma sacerdotal? ¿cómo es el alma de sacerdote?

Un sacerdote es un pontífice, un puente entre Dios y los hombres. Ya sabemos que el único mediador es Jesucristo, pero el Señor quiere servirse de instrumentos, como el agua para limpiar el pecado original, el pan y el vino para alimentarnos de su Cuerpo y su Sangre, y el sacerdote para que medie entre Dios y los hombres.

Por eso, el sacerdote es la persona que nos lleva a Dios, que nos sirve de enlace, como un puente que una a cada uno con Dios: el Sumo Sacerdote de la nueva ley es le llama Sumo Pontífice.

Esta función la cumplen los sacerdotes de una manera concreta: predicando la palabra de Dios y administrando los sacramentos.

Y a la vez, es una función que pueden cumplir todos los fieles: estar todo el día uniendo con Dios. De hecho, no nos debería quedar tiempo para otras cosas y así, estaríamos dichosísimos sacrificándonos, sin pensar que somos víctimas, entregando todas nuestras energías en servir de enlace con el Señor.

Lógicamente, en primer lugar hemos de estar nosotros muy cerca: nuestra función principal es mantener continuamente una comunicación, que haya un continuo roce, conversación: ésta es nuestra principal ocupación: por eso decía un santo de nuestro tiempo: "mi oficio es rezar". Eso le decimos ahora:
-Señor, mi principal ocupación eres tú.

En una ocasión, San Josemaría encargó a un hijo suyo que resolviera un asunto complejo. Éste le contestó:
-No se preocupe, Padre, sé rezar.

Por eso, el Fundador de la Obra, concretaba el modo de vivir el alma sacerdotal de una manera aparentemente sorprendente. En las palabras que te citaba antes, el mismo día de su muerte, proseguía: Me imagino que de todo sacáis motivo para tratar a Dios y a su Madre bendita, nuestra Madre, y a San José, nuestro Padre y Señor, y a nuestros Ángeles Custodios. (J. M. Cejas, Vida del Beato Josemaría, p. 212-213)

De todo: de las cosas que nos van bien y de las que nos superan. Tener alma sacerdotal es no perder la calma y acudir al Señor en el Sagrario: que eso es lo eficaz.

Por eso la primera virtud que tiene que vivir un buen sacerdote es la piedad: lo más opuesto a un sacerdote santo es un sacerdote burócrata.

Y así, cualquiera que quiera tener alma sacerdotal. Quizá no somos muy listos, ni muy capaces, ni con muchos recursos. Pero sabemos rezar, y así sacaremos adelante lo que haga falta: mejor dicho, le pasaremos los asuntos a nuestro Padre Dios para que lo resuelva Él.

Los sacerdotes tenemos que vivir todas las virtudes, no sólo unas pocas. Seguramente cuando vosotros pedís por los sacerdotes, lo haréis como nuestro Padre, que pedía que fuésemos por supuesto doctos, apostólicos, piadosos, pero también alegres y deportistas.

La alegría es una de las primeras manifestaciones del alma sacerdotal. No es consecuencia de la edad, el pavo subido, o una cualidad del carácter. La alegría es consecuencia de la posesión del bien: sólo Dios basta, hemos elegido lo mejor, nuestra elección ha dado en la diana, nos ha tocado el gordo, como pensaba Montse Grases. Y esto, en momentos de alegría, como cuando descubrió que Dios la llamaba en la Obra (Cfr. J. M. Cejas, Montse Grases. La alegría de la entrega, p. 245 y ss.), y en situaciones difíciles, como cuando la desahuciaron los médicos. Tan alegre estaba que las que se lo comunicaron dudaban si se habría enterado bien del diagnóstico. (Idem, pp. 303-304).

Un alma seca, cortante, malhumorada, triste, no puede unir con Dios.

Así se lo dijeron precisamente hace pocos meses, en Granada a un sacerdote. Iba serio, concentrado, quizá preocupado por algún problema, al volante de su coche. Y se le acercó un hombre que se veía que iba algo cargado de alcohol y le soltó:
Padre, ¿a quién espera usted convertir con esa cara?

Deportistas, que tiene que ver con estar en forma física hasta cierto punto. Porque hay gente deportista por dentro clavada a una silla de ruedas. Y son todo un ejemplo de espíritu deportivo.

Si no la has hecho, te recomiendo que leas un libro que se llama “Sobre la marcha”. Está escrito por un sacerdote que quedó tetrapléjico a causa de un accidente de tráfico. Y que es todo un ejemplo de espíritu deportivo.

Porque ser deportista es una característica del alma que lleva a ver los acontecimientos, y la misma vida con espíritu juvenil, deportivo, olímpico. El lema de los juegos olímpicos es: más fuerte, más alto, más lejos.

Y eso lo aplicamos a nuestra lucha interior: más, más, más. Siempre buscando más. Y si fracasamos, lo volvemos a intentar. Deportistas significa no desanimarnos ante nuestros fallos o las dificultades que podemos encontrar.

Por eso, no ejercitamos el alma sacerdotal cuando analizamos las circunstancias que hacen que nuestra santidad y el apostolado sea difícil. Por el análisis a la parálisis decía un sacerdote experimentado y deportista.

Ante las dificultades, con la ayuda de Dios, nos lanzamos a lo que haga falta. Ese es el único análisis válido, porque es el único que cuenta con todos los factores.

D. Álvaro tenía auténtica manía a lo que él llamaba los “objetivos”, que ven todas las dificultades objetivas y les dan vueltas... y afirmaba que no son objetivos porque les falta un factor que cambia totalmente la situación: la gracia de Dios.

Él mismo contaba en una ocasión:
"-Recuerdo a un compañero mío que traté durante la guerra de España. Planeábamos escapar juntos de los comunistas, pero no había manera de hacer nada con él, porque inmediatamente encontraba dificultades para todo: no tenemos los medios, enseguida nos descubrirán, total para qué, si ya estamos presos, es lo mismo estar escondido en una embajada que encerrado en la cárcel... Era una objetividad que nacía del miedo y del egoísmo, y que impedía los planes". (S. Bernal, Recuerdo de Álvaro del Portillo, p. 209)

Como estamos viendo, todas estas virtudes sirven para una cosa: para unir: instrumentos de unidad. El mejor pegamento es la caridad que nos lleva a dar la vida por nuestros hermanos. Ése es el comportamiento verdaderamente sacerdotal.

Así es como serviremos verdaderamente a Dios y a su Iglesia. Finalizaba San Josemaría su explicación sobre el alma sacerdotal el 26 de junio de 1975 con estas palabras:

Me imagino que de todo sacáis motivo para tratar a Dios y a su Madre bendita, nuestra Madre, y a San José, nuestro Padre y Señor, y a nuestros Angeles Custodios, para ayudar a esta Iglesia Santa, nuestra Madre, que está tan necesitada, que lo está pasando tan mal en el mundo, en estos momentos. Hemos de amar mucho a la Iglesia y al Papa, cualquiera que sea. Pedid al Señor que sea eficaz nuestro servicio para su Iglesia y para el Santo Padre. (J. M. Cejas, Vida del Beato Josemaría, p. 213)

Le pedimos a María, la Madre de Jesús el Sumo y Eterno Sacerdote y de todos los sacerdotes que, con nuestra alma sacerdotal sirvamos a la Iglesia y al Papa eficazmente.
Antonio Balsera & Guillermo González-Villalobos

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