viernes, 11 de enero de 2008

BUSCAR A DIOS EN LA PIEDAD *

Señor mío y Dios mío, creo firmemente que estás aquí, que me ves, que me oyes...
Estamos cara a cara con Dios. El Señor nos ve y nos escucha en este rato.

El Apóstol Juan cuenta cómo pasó con Jesús una tarde. Fueron él y otro detrás de Jesús, «
y vieron donde vivía y se quedaron con Él».

Según iban pasando el tiempo se encontraría más a gusto con el Señor, hablando de todo, de lo divino y de lo humano.

Un conocido periodista alemán, que había sido un ferviente militante comunista, cuenta que fue decisivo para su conversión la asistencia a una boda.

Allí vio a muchas personas que estaban distraídas, mientras que el sacerdote, los novios y unos pocos más, están metidos en la ceremonia, se les veía muy a gusto conectando con Dios.

Entonces pensó, y lo puso por escrito más tarde: «
me sentí muy sorprendido por las posibilidades que ofrece rezar y meditar».

Es lo mismo que le pasó a Juan aquella tarde junto al Señor, hablando de todo con Jesús.

Descubrir que el Señor está de verdad a junto a nosotros, y que nos escucha, es la clave para estar a gusto con Él y pasar tiempo a su lado. Esto es ser piadosos.

Pero ¿cómo se logra ser realmente piadosos? ¿qué hacer para conectar con el Señor?
Aunque todos tenemos experiencia de momentos en los que se nos hace cuesta arriba. La verdad es que conectar con Dios es sencillo.

Esto me recuerda lo que oí hace poco viendo una exposición del Barroco español. Allí había de todo: inconfundibles Murillos, esculturas de Montañés, el Góngora de Velázquez, las llamativas telas blancas plegadas de Zurbarán…

Tres chicos de unos quince o dieciséis años, estudiantes de un instituto de la ciudad estaban delante de un famoso cuadro de Valdés Leal que representa muy bien la muerte y decían:
que asco, ¿a quién se le ocurre? ¿Por qué nos habrán mandado venir a ver todo esto?

Era evidente que no terminaban en conectar con el arte. Quizá llegar a saber contemplar una obra de arte exija educación y tiempo. Pero contemplar a Dios es sencillo.

Se trata sencillamente de saber que Dios está junto a nosotros, tal como nos lo ha:
Yo estaré con vosotros todos los días hasta el final del mundo.

Hay que comenzar con un acto de fe: Señor creo que eso que Tú dices es verdad. Creo firmemente que estás aquí.

Se trata de poner nuestra fe en acto. Intentar encender nuestro amor.

San Josemaría, en uno de sus últimos viajes a América, tuvo que encender una vela delante de una imagen. La cerilla se resistía a prenderse, y él, ante esa circunstancia en la que, cualquiera de nosotros hubiera comentado: las cerillas de ahora no son como las de antes, dijo:

–Así nos pasa a nosotros cuando nos resistimos a las gracias que Dios nos da. Hay que tener un poco de paciencia, insistir (seguía intentado que la cerilla prendiese) y ya está.

Es un suceso corriente, pero que pone de manifiesto que la fe le llevaba a San Josemaría a saber que Dios estaba a su lado en todas las circunstancias.

Y que lo nuestro es intentar encender la vela de la oración continuamente. Pero ¿por qué en la práctica nos resulta difícil actuar cómo si Dios estuviera junto a nosotros?

Pienso que la dificultad puede estar en nuestra cabeza, en nuestra imaginación, que está llena de «
sapos».

De esos «
sapos» de los que habla Teresa de Jesús cuando una persona entra en la primera estancia del «castillo» de la oración.

Por eso hay que pedirle ayuda al Señor, y hacer un breve acto de fe: Señor tu estás aquí, y creo «
que me ves, que me oyes» decía San Josemaría.

Él añadía: con cuanta necesidad de mi alma escribí estás palabras, porque tenía necesidad de saber, de reafirmar, que el Señor me oía, y ahí las dejé para siempre, como oración preparatoria.

Señor mío y Dios mío, creo firmemente que estás aquí, que me ves, que me oyes.

No está escondido en el sagrario, vigilando como un policía. Está aquí con nosotros, porque es de nuestra familia.

Si hemos de tener presente al Señor en todo lo que hacemos, especialmente conviene hacer este acto de fe en las prácticas de piedad: cuando rezamos el Rosario, cuando hacemos una visita al Santísimo, cuando saludamos rápido al Señor en el sagrario con una genuflexión...

Todos estos actos de piedad se pueden hacer realmente, pero hacerlos sin el Señor, sin tener conciencia viva y real de que estamos tratándole.

Entonces la piedad no sería piedad, sino rutinaria repetición de actos sin vida: como el que está fumando y no se da cuenta de que enciende otro cigarrillo.

Puede ser repetición rutinaria o búsqueda de cumplir: para estar a gusto con uno mismo y estar en paz con Dios: ya he rezado el Rosario, ya me he quitado la lectura espiritual; todavía me queda mucho para terminar los rezos el día de hoy.

En definitiva es hipocresía, si se hace pensando en lo que esperan los demás que yo haga.

Hipocresía es palabra muy fuerte en la actualidad, pero el Señor la emplea mucho con los que cumplen con lo que hay que hacer pero sin vida.

Parece que es muy raro la hipocresía hoy día. Estamos en una cultura de sinceridad, de espontaneidad.

Pero realmente estamos también en una cultura hipócrita, en el sentido de que hay que actuar según lo que esperan los demás de uno.

En algunos ambientes se espera que lleves pantalones caídos (me han dicho alguno que los llevan que son muy molestos, pero que uno acaba acostumbrándose).

En otros ambientes no se puede decir algo políticamente incorrecto. Por ejemplo en una reunión de amigos está mal visto decir, que uno se va a su casa porque lo espera pronto su mujer. Lo tomarían a uno como si estuviera subyugado por su consorte.

Lo nuestro es conectar con Dios, y a rechazar todo lo que sea rutina o apariencia. Cultivar la apariencia nos llena de vacío.

En cambio cultivar la piedad no es cuestión de cumplir algo, o de hacerlo porque nos lo hemos propuesto.

Es posible rezar sin descubrir a Dios y seguir pensando que Dios es algo impersonal y vago. Se pueden hacer oraciones y no tener intimidad con el Señor.

No podemos ir a Misa por costumbre o porque lo tengo que hacer, por obligación
Rezar es conectar con Dios, establecer comunicación, descubrirlo. Rezar no es dirigirse a algo abstracto.

Dios no es una hipótesis filosófica, dice Benedicto XVI; no es algo que “tal vez exista”; sino que nosotros lo conocemos y Él nos conoce a nosotros. Y podemos conocerlo cada vez mejor, si permanecemos en diálogo con Él. Tenemos certeza de Dios aunque calle.

Aquél periodista también alemán, se sorprendía sobre las «posibilidades» de la oración.

Pero no son posibilidades «mágicas». Porque no la oración no es eso.

Efectivamente hay gente que reza como si la oración fuese la lámpara de Aladino, que si la froto se me conceden mis deseos.

La oración sería una lámpara un tanto estropeada, porque a veces funciona estupendamente, y a veces no.

Otros piensan que las «posibilidades» de la oración consisten en un sistema de urgencia, que debe ser empleado sólo en caso de necesidad.

Pero eso no es lo que pensarían Juan y el otro discípulo cuanto estuvieron toda una tarde con el Señor

Lo mismo que no pensamos nosotros así cuando salimos después de haber hecho bien un curso de retiro. Nuestra alma está suave, porque ha pasado mucho tiempo contemplando a Dios.

Así estaba María, no le quitaba ojo. El Niño no habla, pero habla, lo hacía con sus gestos, con su mirada. Se comunica con su Madre que observa todos sus movimientos y escucha cualquier ruido que haga.

Señora alcánzanos la piedad que nos permite ver la presencia de Jesús en el mundo.

López & Fornés & Mazzuchelli & Balsera

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