viernes, 2 de noviembre de 2007

Difuntos

Un día estaba Jesús rodeado de gente, algo que era habitual. Se puso a hablar de un tema un poco misterioso. Contó que Dios Padre, después de la muerte, castiga a los que ha obrado mal y premia a los que han hecho el bien.

No logramos entender bien como ocurre eso. Lo que si tenemos claro es que hay gente que se salva y otra que se condena.

Cuando pensamos en el más allá (la muerte, el juicio, el purgatorio…), nos damos cuenta del relativo valor de las cosas de este mundo. Es más, no tienen ningún valor. Lo temporal queda ridículo frente a lo eterno.

Cada persona elige salvarse o no, depende de lo que haga con su vida. Y, de entre los que se salvan, sabemos que hay algunos que se van al purgatorio; van allí para limpiarse bien, porque en el Cielo no puede entrar nada manchado.

–¡Señor, escucha ahora nuestras oraciones por los que están en el purgatorio!

«El purgatorio –dice el Catecismo–
es el estado de los que mueren en amistad con Dios pero, aunque están seguros de su salvación eterna, necesitan aún de purificación para entrar en la eterna bienaventuranza».

Llevamos siete días del mes de noviembre. La Iglesia dedica este mes a rezar especialmente por los difuntos, es decir, por los que están en el purgatorio; porque los del Cielo no tienen necesidad de nuestras oraciones…y rezar por los del infierno es inútil. Estamos en unos días muy apropiados para pedir por los que están purificando sus pecados.

–¡Señor concédeles entrar en el Cielo! ¡Líbralos del pecado!

La Escritura nos dice que esta operación de limpieza se hace mediante el fuego. Es San Pablo quien nos recuerda que el alma: Recibirá el premio… se salvará, pero como a través del fuego.

«Un fuego, dice San Agustín,
más doloroso que cualquier cosa que un hombre pueda padecer en esta vida».

El purgatorio no es una tintorería donde se pasa el alma y se borran las manchas No…, es una hoguera. Cuesta, por eso purificarse. El pecado no es algo externo a nosotros. No es como una capa que cubre el alma y que se puede limpiar o quitar fácilmente.

El pecado se convierte en parte de nosotros mismos; se queda, por nuestra culpa, dentro de nosotros mismo. Por eso, en el purgatorio, lo que se queman son los pecados no las personas… pero eso duele, y mucho.

Por eso es bueno que repitamos en nuestra oración:
–Señor muéstrate compasivo con ellos. Que tu amor misericordioso perdone todos sus pecados.

Dicen los teólogos que el alma sufre sobre todo en las cosas en las que uno a pecado, en las debilidades propias de cada uno. Al perezoso le trabajarán la pereza (a lo mejor, no lo sé, tendrá que levantarse puntualmente una y otra vez durante mucho años; el vanidoso viéndose feo y repugnante…).

Se sabe que se sufre, pero no cómo. La única idea que aparece es la del fuego… ¡Con qué gusto sufren allí las almas para irse pronto con Dios!

Sufren… pero queriendo sufrir, desean sufrir. Sufren, pero llenas de esperanza. El purgatorio no es un infierno más corto. No. En el infierno solo reina el odio a Dios, a uno mismo y a los demás. Sólo hay rencor y desesperación. Las almas allí están asqueadas para siempre, para toda la eternidad.

–¡Señor, danos tu gracia para que vayamos al cielo!

Hay autores que comparan el purgatorio con un desierto, donde el sol quema, el calor es sofocante, el alma dispone de poco agua, y a lo lejos se ve la montaña donde sopla la brisa fresca, en donde el alma podrá descansar eternamente.

Todos los del purgatorio caminan sabiendo con seguridad que llegará. Por sofocantes que sean el sol y la arena, no pueden separarse eternamente de Dios.

En noviembre rezamos por los difuntos, para ahorrarles parte de ese camino, para hacérselo más llevadero.

–Señor, haz eficaces nuestras oraciones y concédeles la salvación eterna.

Para eso la Iglesia, que es Madre, ha previsto las indulgencias. Por ejemplo con media hora de oración ante el Santísimo se puede ganar indulgencia plenaria.

–¡Te ofrecemos este rato por ellos, para que saques alguno de allí!

¿Te has fijado en la cruz negra que hay al salir del oratorio? Tiene al lado un cartelito que explica que por cada beso que le des, o por una inclinación de cabeza o unas palabras de cariño que le digas, puedes quitarte 500 días de purgatorio o ahorrárselos a un alma que esté ya allí.

Besar esa cruz de palo es como besar a Cristo, porque Él está en la cruz. Lo mismo que cuando un hijo hace algo mal, sabe que puede remediarlo con un beso o unas palabras de cariño a su madre, nosotros igual con Dios.

Además, el que más ganas tiene de que nos ahorremos purgatorio es Él. Por ese motivo intenta, por todos los medios, limpiarnos el alma en esta tierra; por eso permite el sufrimiento, la enfermedad, la incomprensión…;

Ante el dolor y la persecución, decía un alma con sentido sobrenatural:
«¡prefiero que me peguen aquí, a que sufrir en el purgatorio!» .

Todo lo que te cuesta purifica. Cuando te resistes a una tentación de la sensualidad y luchas para no ofende al Señor, cuando vences tu comodidad, tu pereza y tu egoísmo; entonces… te purificas, estás limpiando tu alma.

Cuando no te dejas llevar por tus gustos en las comidas, ni por la curiosidad de querer saberlo todo, cuando haces un rato de oración aunque te falten las ganas, entonces… me estoy purificando, Señor!


Cuando sonríes sin tener motivos, pero lo haces por las demás, cuando escuchas a aquella persona que es un poco más pesada… te purificas.

Está claro que no nos vamos a ir al cielo sin más. Nos lo tenemos que ganar. Dice el Apóstol: Debemos, a través de muchas tribulaciones, entrar en el reino de Dios .

Tenemos miles de oportunidades durante el día para irnos al Cielo. Por eso es muy bueno que tengas una lista de cosas para ofrecérselas a Dios. Por eso también, cuando el Señor te envíe algo que te cueste: la incomprensión, la enfermedad (una simple y molesta gripe), si te sale mal un examen a pesar de haber estudiado mucho…

Todo eso: aprovéchalo. Cuando venga dile: –¡Gracias Dios mío por esto que me mandas! Ese el sentido del sufrimiento.

Por eso te decía que tengas algunas cosas fijas de las que te puedas examinar, cuatro o cinco no más: en las comidas, tomar un poco menos de lo que te gusta y un poco más de lo que no te gusta; levantarte puntual, en el momento; hacer bien tu trabajo…

Terminamos nuestra oración dirigiéndonos a Dios: –Señor escucha nuestra oración y dales el descanso eterno, sácalas del purgatorio… y mira también nuestras mortificaciones, que haremos oir ellas.

La Virgen sufre con los que sufren porque son sus hijos. Aunque el niño llore, una madre no deja de frotarlo en la bañera para tenerlo limpio. Eso es el purgatorio.

Vamos a facilitárselo ofreciendo pequeños sacrificios y rezando por los difuntos para que el Señor enjugue las lágrimas de sus ojos.
Ignacio Fornés y Estanis Mazzuchelli

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