sábado, 10 de noviembre de 2007

PLAN DE VIDA: NORMAS Y COSTUMBRES

Nadie que quiera conseguir el éxito en una empresa actúa a lo loco.

También nosotros que no somos unos inconscientes tenemos que seguir un plan para alcanzar las santidad. Pero no es un plan teórico, sino un «plan de vida».

Tenemos los medios para ser santos. «Para llegar al cielo se necesita una poca de gracia y otra cosita».

La gracia nos viene del Señor: poco a poco nos la envía, la que vamos necesitando, porque Él no quiere que tengamos despensa.

Y a veces la gracia nos llega en el último momento: no hay que inquietarse, pues no tenemos gracia de Dios para el día 8, sino para ahora mismo...

«Para llegar al cielo se necesita una poca de gracia y otra cosita».

«La cosita», que es «una escalera larga»: con un peldaño y otro peldaño.

Estos peldaños son las normas de piedad. Llegamos a Dios a través de ellas: son el «conducto».

En las batallas decían los generales experimentados del siglo XIX, que no hay que dar muchas ordenes. Hay que dar una orden..., e irla repitiendo con distintos tonos.

Nosotros tenemos una batalla, o una guerra interior que ganar, y San Josemaría nos sigue dando una «orden»: «Las normas son lo primero».

Esta «orden» se puede expresar de distintas formas: primero Dios, el remedio de los remedios es la piedad, si no somos contemplativos no perseveraremos...


Pero en definitiva el amor de Dios depende de estas normas. Aunque también nuestro cariño al Señor se puede expresar también mediante la unidad de vida en otros aspectos.

La batalla de la santidad la ganaremos hoy a la hora de acostarnos, si rezamos bien las tres avemarías. O a la hora del Ángelus. No digamos ya a la hora de la santa Misa.

–Señor, ilumina mi entendimiento para que me de cuenta, de la importancia de la norma que estoy realizando en este momento, que es la «oración mental».

Aunque te duermas, y quizá la hagas sin ganas, es lo mismo «procura» hacerla lo mejor posible, y lo más importante es «querer agradar al Señor».

Hemos hablado de la vida de fe, necesaria para que el Señor haga maravillas: ¿dónde la vamos a conseguir, dónde se vende eso, sino es cuando leemos el Evangelio...? Si ganamos esa batalla el Señor nos impulsará a otra batalla, y después a otra...

Así la fe va creciendo, y el amor va madurando, aunque a veces sea menos sentimental:


«Padre, no sé qué pasa, me encuentro cansado y frio; mi piedad, antes tan segura y llana, me parece una comedia»

Eso es lo que le dijeron en una ocasión a San Josemaría. Y a los que atravesaban esta situación de aridez los animaba.

Esta situación es una buena cosa cara a Dios: porque no podemos buscarnos a nosotros mismos. Vamos sólo a agradar a Dios.

No vamos a la oración porque nos divierta, ni hacemos la lectura por interés cultural. Lo hacemos por amor, y en este caso un amor desinteresado, que no busca nada a cambio, un amor limpio que no quiere hacer trapicheos con de Dios.

Pero eso hay que demostrarlo, y lo demostramos «cuando parece que el Señor no da nada a cambio» porque no «sentimos» nada.

–Señor yo aquí no estoy por mi gusto, sino por agradarte.

El enemigo sabe bien lo que pierde cuando rezamos un avemaría, no digo yo cincuenta.

Pero si rezamos con «calidad», habrá cantidad... El que reza bien, reza más. Por eso no vayamos a rezar bien el rosario, vamos a proponernos rezar bien un avemaría. Pequeñas metas que son asequibles.

Terminamos hablando de la Virgen. Para Ella se inventaron muchas normas de piedad. Un ángel fue el que pronunció el Avemaría por primera vez, pero nosotros lo hemos hecho más que san Gabriel. Y la escalera larga que es la devoción a la Virgen nos llevará al cielo





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