martes, 6 de noviembre de 2018

7. EL ESCUDO ESTELAR


Guardar el corazón
No entrar en la atmósfera 
Caridad, castidad, humildad

GUARDAR EL CORAZÓN

Precisamente la virtud de la castidad es la que nos lleva a custodiar nuestro corazón. No es solo cuestión de fuerza de voluntad, o de contenerse de realizar algo malo. Es cuestión de Amor (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2331).

La castidad sin Amor de Dios se convertiría en decencia, sim-ple continencia o abstención. Así es que no se la puede definir “en negativo”, pues es una virtud que lleva a integrar, porque “la sexualidad abraza todos los aspectos de la persona hu mana” (Ibidem, n. 2332).

Y por eso, los problemas de lujuria, contrarios a esta virtud, no solo atañen a una parte de nuestro ser, sino que son signos de un desequilibrio interior.

La persona lujuriosa suele polarizarse en un aspecto, suele estar obsesionada y por el contrario la persona casta tiene la sexualidad integrada, dándole prioridad a lo más importante: el amor.

Y esta es una tarea que no puede darse por terminada. No es sensato pensar –de forma más o menos consciente– yo ya tengo esa virtud. Siempre es posible crecer en el Amor de Dios. No somos ángeles que tomamos una opción y ya está.

Somos hombres, seres con una inteligencia limitada, y nuestras acciones se desarrollan en el tiempo, donde hay posibilidad de dar marcha atrás, o de reafirmarse en el amor. Aumentar o estancarse, que es lo mismo que ir enfriándose poco a poco.

Por eso hay que custodiar el corazón, purificarlo constantemente. Y la custodia del corazón, se concreta en infinidad de detalles cada día.

La prudencia evita que surjan unos lazos de afectos que nosotros no podemos controlar. Porque aparecen de forma espontánea y son ciegos, en cierta forma.

Es conveniente, en ciertos casos, evitar que se dé un ámbito de confianza, incompatible con nuestra entrega a Dios, o a otra persona.

Por eso, en ocasiones, la prudencia nos llevará a evitar estar a solas, en lugares privados, con personas de otro sexo, en oficinas, coche, etc.

No es que seamos raros, porque no queramos relacionarnos con ciertas personas que nos atraen; es que por Dios o por un hombre hay que tener la valentía de “ser cobardes”: huir de la tentación. Y eso es ya vencerla...

El creerse fuertes –más tarde o más temprano– lleva a ser derrotados. Aunque, en un primer momento o los primeros días no ocurra nada. Pero ya sería, en cierta forma, un riesgo malicioso.

NO ENTRAR EN LA ATMÓSFERA

Porque los que estamos “comprometidos”, a través del matrimonio o con Dios, podemos tener amistades con personas de otro sexo, pero no pasar a una “esfera” impropia de nuestro estado.

Uno no debe entrar en esa “atmósfera”, que solo debe traspasar la persona con la que nos hemos comprometido, pero no otras. Evidentemente debemos relacionarnos con los del otro sexo, pero sin dejarnos atrapar por una intimidad inapropiada.

En muchos casos la guarda del corazón consiste en no pasar a la órbita de ciertos afectos.

La prudencia consiste en gravitar en una prudente amistad. Y por el contrario, si la distancia se acortara, y se entrase en la atmósfera “física íntima” de otra persona, sería peligroso, porque “allí” hay una “fuerza de atracción”, que es muy difícil de parar, y cada vez se hace mayor...

Los físicos me entenderán, porque ya lo dice la primera ley de Newton, la atracción es inversamente proporcional al cuadrado de las distancias.

Y todos hemos experimentado que la atracción que se siente con una persona de otro sexo, es en parte espiritual, pero también es pasional. ¿Y qué significa que es pasional? Que en cierta forma es ciega.

Por supuesto que debemos de ser educados y amables, pero con prudencia. Porque todos tendemos a la vanidad, a llamar la atención, a que se fijen en nosotros. Por ejemplo, mirar a los ojos (puertas del alma) y sostener la mirada: crea un nexo muy fuerte.

Y todo lo que nos lleva a entregar nuestra intimidad a quien no debemos, hace daño. Precisamente por eso, no se puede dar pie en que se fijen de forma especial en nosotros, si estamos ya comprometidos con una mujer, con un hombre, o con Dios...

Por eso es conveniente vigilar, fácilmente se puede dar lugar a un intercambio de afectos, que están destinados a otra persona.

Pero si sucede, no debemos plantearnos resistir solos. Lo prudente es abrir nuestro corazón a la persona que pueda ayudarnos. A un amigo experimentado con criterio cristiano, al sacerdote con el que habitualmente hablamos, podemos decirle con franqueza: –Me pasa esto... Y contar todo con pelos y señales.

Podemos hacer nuestra la oración de san Josemaría: Aparta, Señor, de lo que me aparte de ti.

Y luego tomar una serie de medidas... Pero podría ocurrir que con esas medidas no se venza el asunto. Entonces hay que pasar a la segunda fase: más distancia.

Si se ve que aquella atracción ha ido tomando cuerpo, hemos de estar decididos a poner tierra por medio, “en favor del amor” con el que nos comprometimos para siempre.

Además en el caso de que haya una afinidad de espíritu con otra persona el atractivo se ve aumentado.

Lo claro es que nosotros  estamos hechos a imagen De Dios, y Él es una relación de Amor. Por eso también nosotros, hechos a su imagen, tenemos la posibilidad de crear  vínculos de amor con la gente que nos rodea. A esto se une que Dios nos ha hecho varón y mujer, como dice la Sagrada Escritura (cfr. Gn 5, 1-2).

La sexualidad hace referencia a la afectividad, a esa capacidad que Dios nos ha dado de amar y procrear.

Es bueno que siempre hablemos de la castidad sea de forma positiva, pues ordena nuestro interior y nos a lleva a la paz.

Entre otras cosas es una virtud que conduce, que educa las pasiones, para que cumplamos con nuestro fin.

Y por eso el que no fuese capaz de controlarse a sí mismo, es difícil que sea capaz de liderar la vida de los demás, como han dicho los filósofos clásicos.

CARIDAD, CASTIDAD, HUMILDAD

Para el cristiano la castidad es una escuela de donación: dominio de sí para darse a Dios y a los demás. La castidad está enfocada como protección de la Caridad, pues nos ayuda a amar bien.

Y también nos ayuda a amar más porque hace que nuestro horizonte se dilate.

No puede sofocar nuestra afectividad porque nos haría envarados, gente rara, poco humanos. Y Dios no quiere estatuas de piedra.

Como le fue dicho a Ezequiel: Arrancaré de su cuerpo un corazón de piedra y le daré un corazón de carne (11, 19). Pues, podemos decir en nuestra oración: –Quítame mi corazón de piedra y dame un corazón de carne.

Desde luego, el Señor quiere que la lucha nos haga crecer en humildad y dependencia de Él, aún con riesgo de ofenderle.

Al entrar en la atmósfera de los afectos, hay como una concatenación que se sucede: de pensamientos, emociones, deseos, actos.

A los pensamientos es fácil llegar por las imágenes; y a las imágenes por los sentidos externos, sobre todo por la vista. Y cuando uno “olfatea”, como un sabueso, todo lo que le rodea, dejando que los ojos anden sueltos, no es extraño que los sentidos estén muy despiertos, pero el alma dormida. Y eso dificulta la intimidad con Dios.

A lo mejor no se trata de ofensas graves, pero dificultan la intimidad.

Hemos dicho que a los pensamientos suceden las emociones. Rechazarlos antes de darnos cuenta y no dejar que surja la pasión: pues con la pasión es difícil controlar la voluntad.

Con la pasión llega una cierta ceguera. Hay como una incapacidad de razonar: ya no oímos a la inteligencia que dice: esto no está bien.

Sin embargo lo más peligroso es un clima interior de sensualidad. Que se crea con pinceladas, pequeñas concesiones, e incluso pecados veniales, que dan como un sabor sensual a nuestra vida y, que sabemos, nos llevan a la tibieza de la caridad.

San Josemaría, al referirse a los enemigos del hombre, dice que son unos aventureros que intentan robarnos lo más grande. Le roban a Dios el Amor que Dios ha depositado en nosotros, lo roban para vendérselo a una criatura. Con tal de que no sea de Dios, todo vale (cfr. Camino, 708).

San Mateo, al hablar de estos tiempos, cita unas palabras de nuestro Señor: al desbordarse la iniquidad, se enfriará el amor de muchos.

Pero también es cierto que en tiempos difíciles siempre han sido unos pocos los que han dado la luz al mundo. Y para eso nos ha elegido el Señor, somos portadores de un fuego sagrado. O si se quiere, somos portadores de un anillo que el Señor de las Tinieblas desea poseer.

No es un problema solo de la actualidad, el diablo sabe que somos criaturas espirituales pero unidos a la materia, y nos tienta por el instinto básico, porque es quizá la pasión más fuerte, como lo testimonia la experiencia y los ataques del enemigo.

Para vencer en nuestra lucha. Se me ocurre que como la castidad es un regalo de Dios, convendría que se la pidiésemos a Él. He conocido a un santo que lo hacía después de la consagración de la Misa (cfr Javier Echevarría, Memoria del Beato Josemaría, Madrid 2002, p. 229).

Nuestro Señor busca humildad, porque es la tierra donde crece el amor. Y por eso suele castigar la oculta soberbia, el orgullo escondido, con lujuria manifiesta, con faltas de “castidad” que son patentes.

Acudamos a san José y a la Santísima Virgen para que nos concedan “esa” humildad de la carne.

viernes, 2 de noviembre de 2018

6. LOS ENGAÑOS DE SATÁN

Llamarle amor al sexo 
Tratar al sexo como juego 
Sexo sin amor 

LLAMARLE AMOR AL SEXO

Como escribió san Juan: Dios es amor. Los cristianos podemos decir que hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene (1Jn 4, 16). Así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida: nosotros hemos elegido el Amor de Dios.

También los ángeles decidieron libremente. Y ahora nos toca a nosotros tomar partido. Pero al ser hombres, nuestra decisión se hace realidad en el tiempo.

En la vida realizamos una opción fundamental, que no es solo fruto de un momento, sino que se va haciendo realidad cada día, y que se concreta en una entrega del alma y también del cuerpo.

Por eso, nuestra decisión en el terreno de la materia, no solo puede consistir en cumplir el “sexomandamiento. Aunque haya gente focalizada mentalmente en ese monotema, y no sepan hablar más que de “eso”. Y llenen de contenido sensual las redes sociales, porque saben que el instinto básico y sus más de 50 sombras dan dinero.

Nuestra respuesta no puede concretarse en el “no”. Es mucho más, una respuesta “afirmativa” a la elección que el Señor nos ha hecho, y nos sigue haciendo: nuestra meta es responder al Amor.

Somos rebeldes, personas que no quieren que la carne se convierta en “carroña”. Nos oponemos a que una parte de nuestro ser sea utilizada en contra de nuestra persona. Nada ni nadie puede tratarnos como objeto de mercado. Porque lo más sagrado que tenemos, el “fuego de los dioses”, el Amor, es lo que el enemigo intenta robarnos.

Pero los hombres no podemos amar solamente con el espíritu, sino que necesitamos la complementariedad del cuerpo. Y también es cierto que el hombre que ama de verdad, no solo ama con su cuerpo, sino sobre todo con el espíritu. 

Por el contrario, el demonio intenta enarbolar la bandera del amor, porque eso vende. Y además sabe de amor porque está enamorado, pero de sí mismo.

El engaño de Satán, consiste en que confundamos el amor con el sexo, porque él sabe que esa parte de nuestro ser material, estaba pensada por el Creador para estar unida al espíritu.

Por eso, es fácil hacer creer al hombre, que la satisfacción que da la complementariedad proviene solo del sexo. Y como en toda tentación, el demonio quiere debilitar el alma, haciendo que busquemos el sexo antes que el amor. 

TRATAR AL SEXO COMO JUEGO

Y como en toda guerra, la propaganda enemiga quiere hacernos ver que la “castidad” nos hace esclavos: como si estuviéramos “reprimidos”.

Algo de verdad tiene esa mentira a medias. Efectivamente, la castidad nos tiene apresados, atados, “esposados”... Pero de una forma que el “Señor de las tinieblas” no puede entender, porque no conoce el Amor, solo tiene amor propio. 

Por eso, él solo “busca poseer”. Satanás no entiende que estemos contentos “entregándonos”, “siendo poseídos”. Como si el demonio nos insinuara: –“No sois libres, estáis atrapados, conquistados”... y se calla lo de enamorados.

E incluso, también puede convenirle al demonio hacernos pensar lo contrario: que son realidades tan separadas que no tienen nada que ver una con la otra. Para eso, nos hace buscar el sexo de forma independiente del amor o incluso en solitario. Porque sabe que eso nos hace egoístas. 

Por eso hay quienes piensan que el sexo y sus deleites es un puro juego. Los años de la revolución hippie, coincidieron con una época del cine que en España se llamó “destape”. Y en aquellos años se puso de moda una película con el título de “Juegos prohibidos”. que llevaba como banda sonora el “Romance anónimo”. 

Eran tiempos en los que algunos se preguntaban: ¿por qué no dar rienda suelta a los instintos, cuando son naturales? ¿Por qué prohibir ese juego tan romántico? 

En aquel entonces, en muchos casos, los enamoramientos eran de celuloide, no pasaban de la imaginación, del ámbito de uno mismo. Y decían: ¿A quién le puede hacer daño lo que yo piense, si no hago mal a nadie? ¿Qué mal puede tener un juego solitario

Evidentemente en muchas legislaciones el consumo de droga, si es para uso personal, no está penado por ley. Lo que no quiere decir que no cause daño a la persona que fuma la yerba.

La pregunta es: ¿el sexo es una droga? La respuesta no puede ser más clara: no puede ser mala una realidad creada por el Amor de Dios. 

El sexo no es ninguna droga, lo que es perjudicial para el hombre es ponerlo en primer lugar. El sexo no es lo primero: ha sido creado para la complementariedad, para entregarse. El sexo nos hace daño cuando se convierte en un juego egoísta.

SEXO SIN AMOR

Y como está pensado para la entrega a otra persona, es también por eso, cuando la felicidad que proporciona es inmensa, porque la satisfacción material, solamente, no llena. 

Y cuando se realiza de forma egoísta algo no funciona. Incluso si eso se diera dentro del matrimonio, pues en ese caso el amor propio se multiplicaría, por tratarse de dos. Sucede, por ejemplo, cuando las relaciones maritales no están abiertas a la vida, pues entonces se vuelven egoístas. Al realizarlas, sin tener en cuenta ningún compromiso con otro posible ser, fruto de la entrega de ambos, así se le cierra las puertas al amor. E incluso esas relaciones se podrían banalizar, tomándolas como funciones fisiológicas más o menos liberadoras del estrés.

El sexo es un regalo de Dios, que satisface realmente cuando no es fruto de mercadería, sino cuando hay entrega mutua. Y aunque se diese en el ámbito de la vida conyugal si aquella relación solo es para el ocio y disfrute, poniendo todo tipo de controles para que no se de una nueva vida, más tarde o más temprano uno se preguntaría, si hay algún tipo de donación en ese ámbito íntimo, o es simplemente una pasión que se aplaca. 

Pero ¿qué clase de amor hay cuando el sexo es simple sexo?

Por eso, repetimos, que durante años, el enemigo ha querido disfrazarlo de amor. Satanás, buscaba que se identificara amor con sexo. Pero ya no es posible, ahora quiere que pensemos que es un juego intrascendente, que nada tiene que ver con el amor o con la vida.

lunes, 29 de octubre de 2018

5. LA CARNE


Los que se alejan de la tentación 
Los que luchamos en medio del mundo 
La carne como aliado


LOS QUE SE ALEJAN DE LA TENTACIÓN
 

Repetimos a propósito que, el diablo, al tentarnos, nos quiere convencer de que, lo “auténticamente” real es solo lo que se puede tocar. Esos bienes tangibles, estarían representados por los instintos básicos, que son los que con más fuerza atraen al hombre y a los que, de forma global, se les viene llamando “la carne”.

Y aquí está “el sexo”. No en vano algunos cristianos, que desean apartarse de lo malo que hay en el mundo, hacen “voto de castidad”, como expresión de su lucha contra esa fuerza de atracción negativa.

Otros cristianos, por el contrario, hemos sido destinados por Dios a permanecer en medio de la calle, para santificar lo ordinario. 

Siempre es bueno que haya personas que den testimonio de la primacía de lo espiritual, como Jesús recordó a Marta, que se afanaba en el cuidado de su casa, pero olvidó que el Señor es lo primero y andaba agobiada mientras su hermana contemplaba las palabras del Maestro.

LOS QUE LUCHAMOS EN MEDIO DEL MUNDO

Sin embargo, Jesús al encarnarse, le dio un valor divino a lo humano. Santificar lo corriente significaría tener la mente en el cielo y los pies en la tierra. Por eso para los que estamos llamados a lo ordinario, nuestro ideal es aunar el trabajo de Marta con el espíritu de María. 

Es conocido que san Josemaría –al que la Iglesia ha definido como “el santo de lo ordinario”– cuidaba con esmero todo lo referente a la liturgia. Repasaba las normas que la autoridad de la Iglesia daba, para vivirlas con exquisita delicadeza. Por eso, cuando alguien quería hacerle algún regalo, si lo conocía de cerca, era fácil acertar: le encantaba todo lo que pudiera servir para agradecerle al Señor, que se hubiera quedado en la Eucaristía. Como aquella mujer que obsequió al Señor un frasco de perfume.

Quien conozca la vida de san Josemaría, sabrá de su atención a los pobres y a los enfermos, y de las iniciativas, que llevó a cabo por todo el mundo, en favor de los más necesitados, como recordó Juan Pablo II el día de su Beatificación. Todo lo hacía con el mismo espíritu de María, la hermana pequeña del amigo del Señor, pues lo que pretendía este santo moderno, era ser contemplativo, igual que aquella chica de hace más de veinte siglos.

Y cuando alguien le preguntó, en cierta ocasión, qué oratorio de los que había proyectado en Roma le ayudaba más a rezar, rápidamente dijo: –¡La calle! (Pilar Urbano, El hombre de Villa Tevere, Barcelona 1995, p.186).

Es que él era un “contemplativo itinerante”. Había recibido de Dios esa llamada: proclamar que todos los caminos de la tierra –si son honestos– pueden conducirnos a la amistad con el Señor. Por eso, ningún trabajo puede ser considerado de poca categoría, porque el Hijo de Dios, al encarnarse, ha transformado todo lo humano en divino. 

LA CARNE COMO ALIADO

Y el Señor mismo, pudiendo elegir, escogió una profesión manual, tan digna como las intelectuales, o de más categoría, si se hace con más amor.

Se cumplió así que las cosas materiales pueden llegar a ser santas, porque el Verbo de Dios se hizo “carne” y puso su tienda en la tierra de los hombres. 

Efectivamente, “la carne”, puede verse como un enemigo del hombre, lo mismo que “el mundo”. Pero no es solo eso. 

También, siguiendo la actuación del Hijo de Dios, todo lo humano ha sido elevado. Esto quiere decir que se puede “amar al mundo”, porque ha salido de las manos de Dios. Lo mismo que la materia no es mala, como creían los maniqueos, que pensaban que solo el espíritu era creación de Dios.

Muy al contrario, los que vivimos en medio del mundo, tenemos como meta, transformar lo humano en Divino. Y llegar al Dios invisible a través de las cosas visibles. Por ejemplo, llegar a Dios a través de la amistad y del amor humano.

jueves, 25 de octubre de 2018

4. EL SOL

II. TENTACIÓN CONTRA LA FE


Después de haber ayunado cuarenta días con cuarenta noches, sintió hambre.

Y acercándose el tentador le dijo: Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes.
Él respondió: Escrito está: No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que procede de la boca de Dios (Mt 4,2-4).


La concupiscencia de la carne (1Jn 2,16) o el deseo de cen- trarse en los instintos básicos: el alimento y el sexo.



La Palabra de Dios es La Luz
La Palabra de Dios que alimenta al hombre 
El grano de trigo que muere. 




LA PALABRA DE DIOS ES LA LUZ

Dice el salmo 118 (119): Tu palabra es lámpara para mis pasos. Y así es, la luz de la fe guía nuestro caminar en la tierra. Es como una linterna que nos permite caminar por un valle lleno de oscuridad, sin que tropecemos. Y en muchas ocasiones esas luces las recibimos a través de la meditación de la Sagrada Escritura; especialmente con la lectura reposada del Evangelio donde se nos narra la vida de la Palabra de Dios, que se ha hecho hombre, para que sigamos sus pasos.

En la primera tentación vemos como el diablo, de forma sibilina, pretende oscurecer esa luz, que nos permite ver las cosas como Dios las ve. Quiere el demonio que tropecemos en nuestra vida, porque sin la fe andamos desorientados. Satanás pretende llevarnos por otro camino, que él nos presenta como un atajo, pero que en realidad conduce al abismo del pecado.

Efectivamente, si nos falta la luz de la fe, el hombre da cabida en su alma a las insinuaciones de Satanás y desconfía de la voz de Dios, que parece poco realista.

El pecado significa una ruptura interior porque desoímos a nuestro Padre, para seguir las indicaciones de ese extraño, que incomprensiblemente, se muestra muy interesado en nuestra felicidad, pero en realidad busca engañarnos.

Porque el demonio nos ve débiles y trata de sembrar la sospecha, sugiriendo que nuestros intereses son distintos a los de Dios, y que por eso, lo práctico es ir primero a lo nuestro.

Conviene repetir que, con el pecado el hombre no escucha la voz de Dios, sino que cambia el orden de sus intereses, los desordena, a la hora de establecer qué es lo primero en la vida.

Por eso Satanás pretende que Jesús no haga la voluntad de Dios, sino que busque en primer lugar satisfacer un instinto. Y se encuentra con que el Señor le corta diciendo que no solo está el alimento corporal, hay otro alimento, que también proviene de Dios.

LA PALABRA DE DIOS QUE ALIMENTA AL HOMBRE

La palabra de Dios, la Eucaristía y la fe tienen mucha relación. La Iglesia habla del alimento de la Palabra y del alimento de la Eucaristía como de las dos mesas que se celebran en el Sacrificio del Altar, que llamamos Santa Misa.

Con la primera tentación el demonio quiere que Jesús fije su mirada en primer lugar en las cosas de la tierra; y que utilice todo su poder para alcanzarlas.

Pero la fe nos indica que no solo las cosas materiales tienen importancia, también hay realidades que no se ven; también esas proceden de Dios: No solo de pan vive el hombre.

Ya lo hemos dicho, al demonio le interesa debilitar nuestra visión sobrenatural, por eso va a por la fe, porque las heridas contra la fe son profundas ya que destruyen la raíz. Aunque pudiera haber algún fruto, perdida la fe, el alma se secará tarde o temprano por falta de savia.

Y precisamente el alimento de nuestra alma es la fe en Dios, la confianza en Cristo, que se ha hecho Pan, para alimentarnos espiritualmente.

La respuesta de Jesús en las tentaciones, se completa con otros pasajes de la vida del Señor relacionados con el pan. Uno es el de la multiplicación de ese alimento para saciar el hambre de los miles de personas que le habían seguido: ¿por qué hace ese milagro si anteriormente había rechazado ese hecho como una tentación?

Indudablemente, habían cambiado las circunstancias. El milagro no se hacía en beneficio de Jesús, sino de esas personas que dejaron todo para escuchar la palabra de Dios.

Ya se ve que Jesús no es ajeno a las necesidades materiales de los hombres, pero las sitúa en el contexto adecuado y les concede la prioridad que se les debe dar.

EL GRANO DE TRIGO QUE MUERE

En la primera tentación el demonio quiere focalizar nuestra mirada en el pan material. Pero, Jesús, con su vida nos habla de otro Pan bajado del cielo. Él mismo es el grano de trigo que tiene que morir para convertirse en alimento. Así es como describe su vida terrena.

En la vida de Jesús el hecho prodigioso de la multiplicación de los panes podría considerarse como un anticipo simbólico de la Última Cena (cfr. Joseph Ratzinger, Ibídem, p. 57 ). En ella se instituye la Eucaristía y se inicia así el milagro permanente de Jesús como pan, como Él ya había anunciado.

Será el grano de trigo que muriendo daría mucho fruto (cfr. Jn 12, 24), porque la institución de la Eucaristía anticipa la muerte de Jesús en la cruz. A partir de aquel momento Jesús se hizo pan y la multiplicación de ese Pan durará hasta el fin de los tiempos.

De este modo se entiende lo que Jesús dice al tentador, con palabras tomadas del Antiguo Testamento (cfr. Dt 8, 3): No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios (Mt 4, 4). Efectivamente, el hombre no solo vive del pan material, sino del otro Pan, que es la Palabra de Dios. Jesús es precisamente esa Palabra que sale de la boca de Dios, el Pan de vida que ha bajado del cielo.

Satanás no se dio cuenta de esto, su orgullo le cegó para entender la humildad de Dios, que es capaz de hacerse pan material, para que los hombres puedan compartir su divinidad, pero ni siquiera lo sospechaba. Además pensaría que Jesús citaba la Escritura como él lo hacía, de forma interesada, forzando su sentido en beneficio propio, y se equivocó: porque todo lo que Jesús hacía fue hecho por amor y en verdad.

En este mundo hemos de reconocer que no solo vivimos de pan material. Y si a Dios se le diera una importancia secundaria, entonces se fracasaría hasta en aquello que los hombres consideran más importante. Si el hombre pensase en transformar las piedras en pan sin contar con Dios, entonces hasta el mismo pan, que ya se tuviese, se acabaría endureciendo como una piedra.

Me contaba un teniente de navío de la Armada Española – cuando él hacía las prácticas en el buque insignia Juan Sebastián Elcano– que cuando alguien por accidente cae por la borda, los alumnos están entrenados para rescatarle tirándose al mar. Y cierto día el capellán celebraba la Santa Misa en cubierta, y después de la consagración, una ráfaga de aire se llevó la Sagrada Forma, que cayó al mar. Hubo un momento de sorpresa, y enseguida el sacerdote gritó:
–“¡Hombre al agua!”. Inmediatamente unos guardiamarinas se lanzaron y pudieron recuperar la Sagrada Forma para continuar la Misa. Se ve que no solo el Capellán tenía fe, sino también los aspirantes a oficiales.

Y es que el Grano de trigo que muere es el Misterio de nuestra fe. Por eso el Enemigo, en la actualidad, no quiere que nos acerquemos a la Comunión, porque sabe que por la Eucaristía nos llega todo lo bueno. Vemos las cosas con la visión de Dios. Y dejamos de mirar las cosas necesarias de esta vida con una visión simplemente humana.

lunes, 22 de octubre de 2018

3. LAS TENTACIONES




El núcleo de toda tentación
Sexo, dinero y poder
Fe, esperanza y caridad



EL NÚCLEO DE TODA TENTACIÓN

Es muy humano ser tentado. Nuestro paso por esta tierra tiene mucho de tiempo de prueba. Todos los hombres han pasado por esta experiencia, así que no tiene nada de extraño que el mismo Jesús sufriese tentaciones, porque es un hombre auténtico, semejante a nosotros, que incluso nos enseña a ser mejores humanos. Por eso, el comportamiento de Jesús frente a las tentaciones nos enseña cómo debemos superarlas.

Jesús ora antes y durante la tentación. Porque el ser humano necesita esta ayuda de Dios, como el comer. Para que no entren en nuestro corazón las malas yerbas que intenta sembrar el diablo. La auténtica oración es el mejor insecticida que Dios nos da para evitar que arraigue esa cizaña. Como perfecto hombre, Jesús nos enseña a utilizar la oración mental y el ayuno (oración del cuerpo) como protección contra nuestro enemigo.

Para vencer esas sugestiones del maligno hace falta un clima de oración. Y también de mortificación, de abstenerse de cosas lícitas. Si lo entendemos así, el ayuno (oración del cuerpo) es otra manera de orar.

Elevamos nuestra alma al dirigirnos a Dios con nuestra mente, porque somos seres espirituales. Pero al ser hombres también podemos orar con nuestros sentidos. Entendido de este modo el ayuno de Jesús –y el nuestro– es también otra manera de orar.

Precisamente hacer penitencia es como decirle al Señor con hechos: –Te ofrezco esta privación porque Tú estás en mi vida por encima de esta satisfacción. Te quiero a ti más que a la comida, que a la bebida...

De esta forma, la oración del hombre se realiza con el alma y con el cuerpo. Y es un momento privilegiado de unión con nuestro Padre Dios. Nuestro enemigo lo sabe por eso no es de extrañar que acuda en esos momentos para estorbamos, como hizo con Jesús.

En cierta ocasión, leí un libro escrito por una autora italiana que imaginaba la escena de las tentaciones de Jesús. Ahora no podría citar ese relato con exactitud. Recuerdo que me sirvió para hacerme una idea de lo que podría haber sucedido. De forma más o menos novelada, la historia decía así:

Jesús está muy delgado y pálido con los codos apoyados en las rodillas. Medita. De vez en cuando, levanta la mirada y la dirige a su alrededor y mira al sol... De vez en cuando cierra los ojos...

Veo aproximarse a Satanás. Parece un beduino. En la cabeza, el turbante que le cubre parte de la cara, pero pueden verse sus labios delgados y sus ojos negrísimos y hundidos, llenos de destellos magnéticos.

Dos pupilas que te leen en el fondo del corazón, pero en las que no lees nada.

Lo opuesto a los ojos de Jesús, también muy fascinantes, que te lee en el corazón, pero en los que tú lees también que en su Corazón hay amor hacia ti.

Los ojos de Jesús son una caricia para el alma. Los de Satanás son como un doble puñal que te perfora y quema.

Se acerca a Jesús: –¿Estás solo?
Jesús le mira y no responde.
–¿Cómo es que estás aquí? ¿Te has perdido?
Jesús vuelve a mirarle y calla... aprieta las manos en muda oración.
–¡Ah, entonces eres Tú! ¡Hace mucho que te busco! Te vengo observando. Desde el momento en que fuiste bautizado...”

Hasta aquí lo imaginado. Lo que sí sabemos de cierto por que nos lo cuenta san Marcos (cfr. 1, 13) es que Jesús en aquel momento vivía entre fieras salvajes.

En este caso las fieras salvajes –que representan la rebelión de la creación– se convierten en amigas como lo eran en el Paraíso (cfr. Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, Ibidem, p. 51).

Es la paz que Isaías anuncia para los tiempos del Mesías: Ha-bitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabrito (11, 6). Con la victoria final sobre el pecado la creación volverá a ser un lugar de paz. Porque nuestro cielo, también será un lugar material.

Por eso no es muy aventurado pensar que el movimiento ecológico tiene raíces cristianas. Dios es el autor del mundo, Él nos ha puesto para que lo amemos y cuidemos.

Muchos santos han dado testimonio del amor por los animales, la naturaleza y todo el mundo material: san Francisco, san Ignacio, san Josemaría, san Juan Pablo II, entre otros. Nada más hay que leer la primera encíclica del Papa Francisco para darse cuenta de la importancia que los cristianos le damos a este tema.

En la naturaleza, o en su desorden, también puede verse la mano del hombre, y por tanto del pecado, que es precisamente la transgresión del orden querido por el Autor de la naturaleza, el causante de todo el daño realizado en el mundo (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n.400).

Si tuviéramos que definir el pecado, podríamos hacerlo como una “desconfianza” con respecto a Dios, que lleva al ser humano a abusar de la libertad que recibió de su mismo Creador (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, nn.397 y 387).

En definitiva, que el hombre se prefiere a sí mismo y rompe su vínculo con Dios y con lo que Él ha creado (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 386 y 398).

La Iglesia dice en su Catecismo:
El hombre tentado por el diablo, dejó morir en su corazón la confianza hacia su creador y, abusando de su libertad, des-obedeció al mandamiento de Dios. En esto consistió el primer pecado del hombre. En adelante, todo pecado será una desobediencia a Dios y una falta de confianza en su bondad (Ibidem, n. 397).

En el caso de las tentaciones de Jesús, san Mateo y san Lucas hablan de tres pruebas, en las que se va a reflejar su lucha interior por cumplir la misión encomendada por su Padre.

Y aparece con toda claridad el núcleo de toda tentación: apartar a Dios de nuestra vida, ponerlo en un plano inferior; así pasa a ser algo secundario, o incluso superfluo y molesto, en comparación con todo lo que parece más urgente (cfr. Ibidem, n. 385 ss).

La tentación consiste en querer poner orden en nuestro mundo por nosotros mismos, sin Dios, contando únicamente con nuestras capacidades, en reconocer como verdaderas solo las realidades humanas y materiales, y dejar a Dios de lado, como si Él solo existiese en un mundo ideal.

Como dice la Iglesia: “Por la seducción del diablo [el hombre] quiso ser ´como Dios´, pero ´sin Dios´, antes que Dios y ´no según Dios´ ” (Catecismo de la Iglesia Católica, n398).

Es propio de la tentación adoptar una buena apariencia: el diablo no nos incita directamente a hacer el mal, porque se notarían demasiado sus intenciones.

Finge mostrarnos lo mejor: sugiere abandonar “el idealismo” y emplear nuestras fuerzas en mejorar el mundo, que es lo que tenemos a mano.

Según el relato del que antes hablábamos, Satanás al ver a Jesús en oración le dice:
“–¿Llamas al Eterno? Está lejos. Ahora estás en la tierra, entre los hombres. Y sobre los hombres reino yo. Pero quiero ayudarte, porque eres bueno y has venido a sacrificarte por nada.

Los hombres te odiarán por tu bondad. No entienden más que de oro, comida y sensualidad. Sacrificio, dolor, obediencia, son para ellos palabras muertas. Vámonos. No merece la pena sufrir por ellos. Los conozco más que Tú. 

Satanás se ha sentado frente a Jesús, le escudriña con su mirada tremenda y sonríe con su boca de serpiente. Jesús sigue callado y ora mentalmente. El demonio sigue hablando...”.

SEXO, DINERO Y PODER

La tentación se presenta siempre vestida de realismo. El diablo conoce bien los intereses del hombre, y cuáles son sus puntos débiles. Nos dice lo que queremos oír. Nos insinúa que lo verdaderamente real es lo que se puede tocar. Y va a proponer en primer lugar a los bienes tangibles representados por las fuerzas de los instintos básicos que más atraen al hombre, que sintéticamente podemos llamar “pan o sexo”; además, el deseo de éxito humano, de todo lo que se puede comprar, que podemos sintetizarlo en el “dinero”, a lo que se añade el deseo de “poder”.

Y aquí están “el sexo”, “el dinero” y “el poder”, como podríamos resumir lo que san Juan nombra como “la concupiscencia de la carne”, “la concupiscencia de los ojos”, y “la soberbia de la vida”.

No en vano los religiosos hacen los votos de castidad, pobreza y obediencia. Expresión sintética de su lucha contra todo lo malo que hay en el mundo, que el catecismo significaba como “la carne”, “el mundo”, y la desobediencia introducida por “el demonio”.

FE, ESPERANZA Y CARIDAD

La tentación va a lo fundamental, a que dudemos de Dios. ¿Es real? ¿Nuestro Señor es tan bueno como se dice, o debemos nosotros mismos decidir lo que es bueno? En la tentación, las cosas de Dios aparecen como poco realistas, formando parte de un mundo secundario, que no nos hace falta para la vida corriente.

San Mateo va a narrar las tentaciones de menos a más, como si el tentador fuese primero a lo más básico, y luego fuese poniendo el listón más alto cada vez, al comprobar que se supera la prueba anterior. Al tratarse de un orden más lógico seguiremos lo que escribe este evangelista.

Y como veremos, los dardos del enemigo van a ir en primer lugar a la fe, después a la esperanza y en último lugar al amor a Dios.

En la primera tentación el diablo parece querer atacar la fe. Ahí pincha en duro. Al querer que el Señor desordene su criterio, buscando en primer lugar satisfacer su instinto básico, se encuentra con que Jesús le corta en seco, diciéndole que no solo hay un alimento corporal, sino que hay otro que proviene de Dios.

Con lo soberbio que es, Satanás no se da cuenta de que Jesús le habla de Él mismo, que es la “Palabra eterna de Dios, que se hará alimento” para el hombre en la Eucaristía. Jesús se rebajará hasta hacerse materia. La Iglesia llama a este Sacramento el Misterio de nuestra fe.

Jesús es la Verdad y siempre habla en verdad, aunque sea con el mismo demonio. Y Satanás, padre de la mentira, incluso utilizando la Sagrada Escritura, dice medias verdades, para engañar y para que el ser humano fije su mirada de forma prioritaria en las cosas de la tierra.

No es que las cosas materiales sean malas, pero lo que él busca es que las pongamos en primer lugar, y que la cosas de Dios queden relegadas a un puesto inferior. No olvidemos que el pecado es siempre un desorden.

La fe, nos indica que no solo las cosas materiales tienen importancia, que también la tienen las que no se ven. La luz divina hace que descubramos que hay realidades que proceden de Dios pero que no son materiales. Incluso, esas cosas espirituales, son más importantes para el hombre que las que se pueden tocar. Así, la fe nos descubre un mundo nuevo donde lo material y lo espiritual se complementan sin luchar entre sí.

Por eso, el demonio va a por la fe, porque ella es la raíz. Y si logra herirla, el árbol espiritual terminará secándose, porque por ahí le llega la savia.

Para que perdamos la fe en Dios, el enemigo va a nuestro punto más débil, la materia: ataca en primer lugar nuestros instintos básicos, que son los pies de barro que poseemos.

Si superamos esa tentación contra la fe, entonces va a por la esperanza. La fe nos hace descubrir a Dios y sus bienes.Y lo que busca Satán es que las “cosas de arriba” nos parezcan imposibles de alcanzar. Quiere que perdamos la esperanza. Para eso desvía nuestra mirada de lo que Dios nos ha prometido, y pretende que nos centremos en los bienes de la tierra: el dinero, la gloria humana, el éxito.

Y si el diablo observa que nuestra esperanza está anclada fuertemente en Dios, entonces la tentación siguiente es más espiritual. El demonio está lleno de soberbia y busca el poder, e intenta que confundamos el servicio con el mando, y para eso nos tienta, para que aspiremos a puestos altos.

Lo que intenta es quitarnos la caridad y para eso busca llenarnos de egoísmo: nos pide centrar nuestra mirada en nosotros, hacer nuestra voluntad, no obedecer a Dios, como él mismo hizo.

Satanás odia a Dios, quiere ocupar su puesto, busca quitarnos el Amor (la Caridad), y para eso empieza por abajo, intentando quitar la confianza en el Señor (la Esperanza), introduciendo la sospecha (que hace que perdamos la Fe).

Esto es lo que hizo con los primeros hombres. También lo intentó con Jesús (pues no estaba seguro de que fuese Dios, como afirman los Padres).


Y precisamente querrá hacer la misma jugada con nosotros. Es lo que vamos a desarrollar a continuación.

































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