martes, 5 de agosto de 2025

XII. LOS LOBOS



Según nos cuenta el evangelio de san Mateo (7, 15), decía Jesús en su predicación: «Cuidado con los profetas falsos; se acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces». 


PROFETAS FALSOS 

Esto es así porque, a veces las apariencias engañan. La buena educación, o simplemente la hipocresía, hace que uno actúe disimulando lo que  piensa. Jesús nos previene de que tengamos cuidado con «los profetas falsos», personas que pretenden hablarnos en nombre de Dios, aunque en realidad buscan su propio provecho:  material  o  el  de  su ego. Sin duda hay lobos con piel de oveja y también mansos corderos con abrigo de lobo. 



Es difícil conocer a una persona. Nuestro Señor nos da la solución para acertar: «Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se cosechan uvas de las zarzas o higos de los cardos? Así, todo árbol sano da frutos buenos; pero el árbol dañado da frutos malos. Un árbol sano no puede dar frutos malos, ni un árbol dañado dar frutos buenos. El árbol que no da fruto bueno se tala y se echa al fuego. Es decir, que por sus frutos los conoceréis» (Mt 7, 16-19). 


Las palabras pueden ser dulces e incluso halagadoras, pero nos hemos de fiar sobre todo de las acciones. 


Aunque pecadores somos todos, un hombre bueno no puede actuar mal habitualmente. 


Y también es verdad que hasta el más depravado hará alguna cosa buena de vez en cuando. Sin embargo lo normal es que el lobo se coma a las ovejas, y que estas sean mansas.


Lo importante es que el aprendiz de santo comience por ser una buena persona, no por el hecho de rezar oraciones y cumplir preceptos un fariseo se hace bueno. 


Aunque si no realizase esas prácticas, quizá sería peor. Pero si un seguidor de Jesús no se caracteriza por actuar bien con sus allegados, eso quiere decir que le falta lo fundamental, el amor. Como es lógico tendrá toda su vida para cambiar y dar el verdadero fruto, no el de la apariencia. 


Por eso Jesús no dice que seamos jueces de esas personas, sino que miremos los resultados de su actuación, pues «un árbol sano no puede dar frutos malos, ni un árbol dañado dar frutos buenos» (Mt 7, 18).



REZAR Y HACER

Y sigue diciendo Jesús: «No todo el que me dice “Señor, Señor” entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Aquel día muchos dirán: “Señor, Señor, ¿no hemos profetizado en tu nombre y en tu nombre hemos echado demonios, y no hemos hecho en tu nombre muchos milagros?”. Entonces yo les declararé: “Nunca os he conocido. Alejaos de mí, los que obráis la iniquidad”» (Mt 7, 21-23). 


Un hombre que actúa mal quizá puede utilizar  de  tapadera  su vida de piedad, como la historia reciente nos enseña de algún espía corrupto, que no solo engañó a su país sino a su propia familia. Para muchos era un hombre de fiar porque era religioso. La verdad se sabría más tarde, pues al final todo se sabe, y ese pobre hombre, condenado a cadena perpetua, terminó suicidándose en la cárcel.


No hay que llegar a esos extremos de doble vida, porque la nuestra no será nada espectacular: todos las pequeñas estructuras corruptas que tengamos no podemos rociarlas con agua bendita. Habrá que desarraigarlas. Lo nuestro es que lo que recemos transforme nuestra vida, no que tape nuestra mala vida.


Si un automóvil tiene un motor prodigioso pero no marcha, habrá que preguntarse por la transmisión. Si nuestra oración no da fruto es que algo falla. Ciertamente no habrá que dejar la oración; tampoco tranquilizarse con ella, como si las prácticas religiosas fuesen un opiáceo tranquilizador. Debemos preguntarnos por los frutos de nuestra oración y de nuestra piedad. Por si nos hacen más intransigentes con los otros o más humanos. Porque Jesús no nos reconocerá como suyos si no hacemos su voluntad por mucho que le hayamos dicho: Señor, Señor (cf.Mt 7, 21-23). Ciertamente nuestro trato con Dios no debería ser un trato solo afectivo sino efectivo. Porque de lo contrario nuestro edificio espiritual estaría edificado sobre arena.



EDIFICAR SOBRE ROCA

Nuestro Señor termina diciendo: «El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca» (Mt 25). 


Uno puede edificar su edificio espiritual sobre el sentimiento, la racionalidad, los valores o las virtudes. Todo eso puede convertirse en elementos de construcción.


Caerá la lluvia, se desbordaran los ríos, soplaran los vientos y romperán contra la casa y se derrumbará, porque no estuvo edificada sobre roca, sino sobre arena (cf. M 7, 24-27).


Nuestra Roca es Cristo, esta es la voluntad de Dios: que escuchemos a su Hijo, que es su Palabra, y no tiene otra. Porque la fe cristiana consiste  en  aceptar  a  una  persona,  no  a un sistema de valores. Todavía recuerdo lo que una persona me dijo en una ocasión: –He observado que en su predicación usted habla mucho de Jesucristo. 


La verdad que me quedé un poco desconcertado con esta apreciación. Pero me ayudó, porque lo que quería decirme es que no hablaba de una serie de temas: la fraternidad, el espíritu de trabajo, la alegría, la castidad… Sino que más bien hablaba de Jesús. Y entonces me dije a mí mismo: vas por buen camino. Porque la fe cristiana consiste en aceptar a una Persona, no a un sistema de valores. 


Nuestra Roca es Cristo. Ni los valores que predicó ni las obras de Jesús son importantes en cuanto tales, sino que son importantes porque proceden de su Persona. Puede ser que otros hombre hayan dicho cosas muy similares, e incluso hayan hecho hazañas igual de portentosas como Jesús predijo. Aunque ellos no son nuestro modelo.Y edificar sobre las enseñanzas de un hombre o seguir ese ejemplo sería como edificar sobre arena


Si esos hechos no provinieran de Jesús, no serían transcendentes, porque solo sería de un puro hombre, pero no de Dios encarnado, que quiere hablarnos.


Además no estamos ante una Persona que solamente pronuncia su palabra; sino que él se identifica con su palabra, no es como los falsos pastores, que una cosa es lo que dicen y otra lo que hacen.


Más tarde o más temprano los que edifican su edificio espiritual sobre las instituciones humanas se derrumbarán. 


Porque los cristianos no creemos por la Curia vaticana o por alguna otra estructura eclesial, por muy perfecta que sea. 


Nuestra Roca es Cristo, cabeza de la Iglesia, formada por clérigos, pero sobre todo por santos, muchos de ellos laicos, padres de familia, que nos han transmitido la fe que ellos recibieron: en nuestra familia cristiana aprendimos a llamar a Dios con el nombre de Padre, como nos enseñó Jesús. Porque para nosotros la Roca es él. Si le seguimos nunca nos sentiremos defraudados, por mucha Dana espiritual que nos sobrevenga.


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MATEO 7


15Cuidado con los profetas falsos; se acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces. 16Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se cosechan uvas de las zarzas o higos de los cardos? 17Así, todo árbol sano da frutos buenos; pero el árbol dañado da frutos malos. 18Un árbol sano no puede dar frutos malos, ni un árbol dañado dar frutos buenos. 19El árbol que no da fruto bueno se tala y se echa al fuego. 20Es decir, que por sus frutos los conoceréis. 21No todo el que me dice “Señor, Señor” entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. 22Aquel día muchos dirán: “Señor, Señor, ¿no hemos profetizado en tu nombre y en tu nombre hemos echado demonios, y no hemos hecho en tu nombre muchos milagros?”. 23Entonces yo les declararé: “Nunca os he conocido. Alejaos de mí, los que obráis la iniquidad”. 24El que escucha estas 

palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. 25Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca. 26El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena. 27Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y rompieron contra la casa, y se derrumbó. Y su ruina fue grande».

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