Sexo, dinero y
poder
Es muy humano
ser tentado. Nuestro paso por esta tierra tiene mucho de tiempo de prueba.
Todos los hombres han pasado por esta experiencia, así que no tiene nada
de extraño que el mismo Jesús sufriese tentaciones, porque es un hombre
auténtico, semejante a nosotros, que incluso nos enseña a ser mejores
humanos. Por eso, el comportamiento de Jesús frente a las tentaciones nos
enseña cómo debemos superarlas.
Jesús ora
antes y durante la tentación. Porque el ser humano necesita esta ayuda de
Dios, como el comer. Para que no entren en nuestro corazón las malas
yerbas que intenta sembrar el diablo. La auténtica oración es el mejor
insecticida que Dios nos da para evitar que arraigue esa cizaña. Como
perfecto hombre, Jesús nos enseña a utilizar la oración mental y el
ayuno (oración del cuerpo) como protección contra nuestro enemigo.
Para vencer
esas sugestiones del maligno hace falta un clima de oración. Y también de
mortificación, de abstenerse de cosas lícitas. Si lo entendemos así, el ayuno (oración del cuerpo)
es otra manera de orar.
Elevamos
nuestra alma al dirigirnos a Dios con nuestra mente, porque somos seres
espirituales. Pero al ser hombres también podemos orar con nuestros sentidos.
Entendido de este modo el ayuno de Jesús –y el nuestro– es también otra manera
de orar.
Precisamente hacer penitencia es como
decirle al Señor con hechos: –Te ofrezco esta privación porque Tú
estás en mi vida por encima de
esta satisfacción. Te quiero a ti más que a la comida, que a la bebida...
De esta forma,
la oración del hombre se realiza con el alma y con el cuerpo. Y es un momento
privilegiado de unión con nuestro Padre Dios. Nuestro enemigo lo sabe por eso
no es de extrañar que acuda en esos momentos para estorbamos, como hizo con
Jesús.
En cierta
ocasión, leí un libro escrito por una autora italiana que imaginaba la escena
de las tentaciones de Jesús. Ahora no podría citar ese relato con exactitud.
Recuerdo que me sirvió para hacerme una idea de lo que podría haber sucedido.
De forma más o menos novelada, la historia decía así:
“Jesús está muy delgado y pálido con
los codos apoyados en las rodillas.
Medita. De vez en cuando, levanta la mirada y la dirige a su alrededor y mira
al sol... De vez en cuando cierra los ojos...
Veo
aproximarse a Satanás. Parece un beduino. En la cabeza, el turbante que le
cubre parte de la cara, pero pueden verse sus labios delgados y sus ojos
negrísimos y hundidos, llenos de destellos magnéticos.
Dos pupilas
que te leen en el fondo del corazón, pero en las que no lees nada.
Lo opuesto a
los ojos de Jesús, también muy fascinantes, que te lee en el corazón, pero en
los que tú lees también que en su Corazón hay amor hacia ti.
Los ojos de
Jesús son una caricia para el alma. Los de Satanás son como un doble puñal que
te perfora y quema.
Se acerca a Jesús:
–¿Estás solo?
Jesús le mira
y no responde.
–¿Cómo es que
estás aquí? ¿Te has perdido?
Jesús vuelve a
mirarle y calla... aprieta las manos en muda oración.
–¡Ah, entonces
eres Tú! ¡Hace mucho que te busco! Te vengo observando. Desde el momento en que
fuiste bautizado...”
Hasta aquí lo imaginado. Lo que sí sabemos
de cierto por que nos lo cuenta san Marcos (cfr. 1, 13) es que Jesús en aquel momento vivía entre
fieras salvajes.
En este caso las fieras salvajes –que
representan la rebelión de la creación– se convierten en amigas como lo eran en
el Paraíso (cfr. Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, Ibidem, p. 51).
Es la paz que Isaías anuncia para los
tiempos del Mesías: Ha-bitará el lobo con el cordero, la pantera se
tumbará con el cabrito (11, 6). Con la victoria final sobre el pecado la creación volverá a ser un lugar de paz.
Porque nuestro cielo, también será un lugar material.
Por eso no es
muy aventurado pensar que el movimiento ecológico tiene raíces cristianas. Dios
es el autor del mundo, Él nos ha puesto para que lo amemos y cuidemos.
Muchos santos
han dado testimonio del amor por los animales, la naturaleza y todo el mundo
material: san Francisco, san Ignacio, san Josemaría, san Juan Pablo II, entre
otros. Nada más hay que leer la primera encíclica del Papa Francisco para darse
cuenta de la importancia que los cristianos le damos a este tema.
En la naturaleza, o en su desorden,
también puede verse la mano del hombre, y por tanto del pecado, que es
precisamente la transgresión del orden querido por el Autor de la naturaleza,
el causante de todo el daño realizado en el mundo (cfr. Catecismo de
la Iglesia Católica, n.400).
Si tuviéramos que definir el pecado,
podríamos hacerlo como una “desconfianza” con respecto a Dios, que lleva al ser humano a abusar de
la libertad que recibió de su mismo Creador (cfr. Catecismo de la
Iglesia Católica, nn.397 y 387).
En definitiva, que el hombre se prefiere a
sí mismo y rompe su vínculo con Dios y con lo que Él ha creado (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 386 y 398).
La Iglesia
dice en su Catecismo:
“El hombre tentado por el diablo, dejó
morir en su corazón la confianza
hacia su creador y, abusando de su libertad, des-obedeció al mandamiento
de Dios. En esto consistió el primer pecado del hombre. En adelante, todo
pecado será una desobediencia a Dios y una falta de confianza en su bondad” (Ibidem, n. 397).
En el caso de
las tentaciones de Jesús, san Mateo y san Lucas hablan de tres pruebas, en las
que se va a reflejar su lucha interior por cumplir la misión encomendada por su
Padre.
Y aparece con toda claridad el núcleo de
toda tentación: apartar a Dios de nuestra vida, ponerlo en un plano inferior;
así pasa a ser algo secundario, o incluso superfluo y molesto, en comparación
con todo lo que parece más urgente (cfr. Ibidem, n. 385 ss).
La tentación
consiste en querer poner orden en nuestro mundo por nosotros mismos, sin Dios,
contando únicamente con nuestras capacidades, en reconocer como verdaderas solo
las realidades humanas y materiales, y dejar a Dios de lado, como si Él solo
existiese en un mundo ideal.
Como dice la Iglesia: “Por la
seducción del diablo [el hombre] quiso ser ´como Dios´, pero ´sin Dios´, antes
que Dios y ´no según Dios´ ” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 398).
Es propio de
la tentación adoptar una buena apariencia: el diablo no nos incita directamente
a hacer el mal, porque se notarían demasiado sus intenciones.
Finge
mostrarnos lo mejor: sugiere abandonar “el idealismo” y emplear nuestras
fuerzas en mejorar el mundo, que es lo que tenemos a mano.
Según el relato del que antes hablábamos,
Satanás al ver a Jesús en oración le dice:
“–¿Llamas al Eterno? Está lejos. Ahora
estás en la tierra, entre los
hombres. Y sobre los hombres reino yo. Pero quiero ayudarte, porque eres bueno
y has venido a sacrificarte por nada.
–Los hombres te odiarán por tu bondad.
No entienden más que de oro,
comida y sensualidad. Sacrificio, dolor, obediencia, son para ellos palabras
muertas. Vámonos. No merece la pena sufrir por ellos. Los conozco más que
Tú.
Satanás se ha sentado frente a Jesús, le
escudriña con su mirada tremenda y sonríe con su boca de serpiente. Jesús
sigue callado y ora mentalmente. El demonio sigue hablando...”.
SEXO, DINERO Y
PODER
La tentación
se presenta siempre vestida de realismo. El diablo conoce bien los intereses
del hombre, y cuáles son sus puntos débiles. Nos dice lo que queremos oír. Nos
insinúa que lo verdaderamente real es lo que se puede tocar. Y va a proponer en
primer lugar a los bienes tangibles representados por las fuerzas de los
instintos básicos que más atraen al hombre, que sintéticamente podemos llamar
“pan o sexo”; además, el deseo de éxito humano, de todo lo que se puede
comprar, que podemos sintetizarlo en el “dinero”, a lo que se añade el deseo de
“poder”.
Y aquí están “el sexo”, “el dinero” y “el poder”, como podríamos resumir lo que san Juan
nombra como “la concupiscencia de la carne”, “la concupiscencia de los ojos”, y “la soberbia de la vida”.
No en vano los religiosos hacen los votos
de castidad, pobreza y obediencia. Expresión sintética de su lucha contra todo
lo malo que hay en el mundo, que el catecismo significaba como “la carne”, “el mundo”, y la desobediencia introducida por “el demonio”.
FE, ESPERANZA Y
CARIDAD
La tentación va a lo fundamental, a que
dudemos de Dios. ¿Es real? ¿Nuestro Señor es tan bueno como se dice, o debemos
nosotros mismos decidir lo que es bueno? En la tentación, las cosas de Dios
aparecen como poco realistas, formando parte de un mundo secundario, que
no nos hace falta para la vida corriente.
San Mateo va a
narrar las tentaciones de menos a más, como si el tentador fuese primero a lo
más básico, y luego fuese poniendo el listón más alto cada vez, al comprobar
que se supera la prueba anterior. Al tratarse de un orden más lógico seguiremos
lo que escribe este evangelista.
Y como
veremos, los dardos del enemigo van a ir en primer lugar a la fe, después a la
esperanza y en último lugar al amor a Dios.
En la primera
tentación el diablo parece querer atacar la fe. Ahí pincha en duro. Al querer
que el Señor desordene su criterio, buscando en primer lugar satisfacer su
instinto básico, se encuentra con que Jesús le corta en seco, diciéndole que no
solo hay un alimento corporal, sino que hay otro que proviene de Dios.
Con lo
soberbio que es, Satanás no se da cuenta de que Jesús le habla de Él mismo, que
es la “Palabra eterna de Dios, que se hará alimento” para el hombre en la
Eucaristía. Jesús se rebajará hasta hacerse materia. La Iglesia llama a este
Sacramento el Misterio de nuestra fe.
Jesús es la Verdad y siempre habla en
verdad, aunque sea con el mismo demonio. Y Satanás, padre de la mentira,
incluso utilizando la Sagrada Escritura, dice medias verdades, para engañar
y para que el ser humano fije su mirada de forma prioritaria en las cosas de la
tierra.
No es que las
cosas materiales sean malas, pero lo que él busca es que las pongamos en primer
lugar, y que la cosas de Dios queden relegadas a un puesto inferior. No
olvidemos que el pecado es siempre un desorden.
La fe, nos
indica que no solo las cosas materiales tienen importancia, que también la
tienen las que no se ven. La luz divina hace que descubramos que hay realidades
que proceden de Dios pero que no son materiales. Incluso, esas cosas
espirituales, son más importantes para el hombre que las que se pueden tocar.
Así, la fe nos descubre un mundo nuevo donde lo material y lo espiritual se
complementan sin luchar entre sí.
Por eso, el
demonio va a por la fe, porque ella es la raíz. Y si logra herirla, el árbol
espiritual terminará secándose, porque por ahí le llega la savia.
Para que
perdamos la fe en Dios, el enemigo va a nuestro punto más débil, la materia:
ataca en primer lugar nuestros instintos básicos, que son los pies de barro que
poseemos.
Si superamos esa tentación contra la fe,
entonces va a por la esperanza. La fe nos hace descubrir a Dios y sus bienes.Y
lo que busca Satán es que las “cosas de arriba” nos parezcan imposibles de
alcanzar. Quiere que perdamos la esperanza. Para eso desvía nuestra mirada de
lo que Dios nos ha prometido, y pretende que nos centremos en los bienes
de la tierra: el dinero, la gloria humana, el éxito.
Y si el diablo
observa que nuestra esperanza está anclada fuertemente en Dios, entonces la
tentación siguiente es más espiritual. El demonio está lleno de soberbia y
busca el poder, e intenta que confundamos el servicio con el mando, y para eso
nos tienta, para que aspiremos a puestos altos.
Lo que intenta
es quitarnos la caridad y para eso busca llenarnos de egoísmo: nos pide centrar
nuestra mirada en nosotros, hacer nuestra voluntad, no obedecer a Dios, como él
mismo hizo.
Satanás odia a
Dios, quiere ocupar su puesto, busca quitarnos el Amor (la Caridad), y para eso
empieza por abajo, intentando quitar la confianza en el Señor (la Esperanza),
introduciendo la sospecha (que hace que perdamos la Fe).
Esto es lo que
hizo con los primeros hombres. También lo intentó con Jesús (pues no estaba
seguro de que fuese Dios, como afirman los Padres).
Y precisamente
querrá hacer la misma jugada con nosotros. Es lo que vamos a desarrollar a
continuación.
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