Los que se alejan de la tentación
Los que luchamos en medio del mundo
La carne como aliado
LOS QUE SE ALEJAN DE LA TENTACIÓN
Repetimos a propósito que, el diablo, al tentarnos, nos quiere convencer de que, lo “auténticamente” real es solo lo que se puede tocar. Esos bienes tangibles, estarían representados por los instintos básicos, que son los que con más fuerza atraen al hombre y a los que, de forma global, se les viene llamando “la carne”.
Y aquí está “el sexo”. No en vano algunos cristianos, que desean apartarse de lo malo que hay en el mundo, hacen “voto de castidad”, como expresión de su lucha contra esa fuerza de atracción negativa.
Otros cristianos, por el contrario, hemos sido destinados por Dios a permanecer en medio de la calle, para santificar lo ordinario.
Siempre es bueno que haya personas que den testimonio de la primacía de lo espiritual, como Jesús recordó a Marta, que se afanaba en el cuidado de su casa, pero olvidó que el Señor es lo primero y andaba agobiada mientras su hermana contemplaba las palabras del Maestro.
LOS QUE LUCHAMOS EN MEDIO DEL MUNDO
Sin embargo, Jesús al encarnarse, le dio un valor divino a lo humano. Santificar lo corriente significaría tener la mente en el cielo y los pies en la tierra. Por eso para los que estamos llamados a lo ordinario, nuestro ideal es aunar el trabajo de Marta con el espíritu de María.
Es conocido que san Josemaría –al que la Iglesia ha definido como “el santo de lo ordinario”– cuidaba con esmero todo lo referente a la liturgia. Repasaba las normas que la autoridad de la Iglesia daba, para vivirlas con exquisita delicadeza. Por eso, cuando alguien quería hacerle algún regalo, si lo conocía de cerca, era fácil acertar: le encantaba todo lo que pudiera servir para agradecerle al Señor, que se hubiera quedado en la Eucaristía. Como aquella mujer que obsequió al Señor un frasco de perfume.
Quien conozca la vida de san Josemaría, sabrá de su atención a los pobres y a los enfermos, y de las iniciativas, que llevó a cabo por todo el mundo, en favor de los más necesitados, como recordó Juan Pablo II el día de su Beatificación. Todo lo hacía con el mismo espíritu de María, la hermana pequeña del amigo del Señor, pues lo que pretendía este santo moderno, era ser contemplativo, igual que aquella chica de hace más de veinte siglos.
Y cuando alguien le preguntó, en cierta ocasión, qué oratorio de los que había proyectado en Roma le ayudaba más a rezar, rápidamente dijo: –¡La calle! (Pilar Urbano, El hombre de Villa Tevere, Barcelona 1995, p.186).
Es que él era un “contemplativo itinerante”. Había recibido de Dios esa llamada: proclamar que todos los caminos de la tierra –si son honestos– pueden conducirnos a la amistad con el Señor. Por eso, ningún trabajo puede ser considerado de poca categoría, porque el Hijo de Dios, al encarnarse, ha transformado todo lo humano en divino.
LA CARNE COMO ALIADO
Y el Señor mismo, pudiendo elegir, escogió una profesión manual, tan digna como las intelectuales, o de más categoría, si se hace con más amor.
Se cumplió así que las cosas materiales pueden llegar a ser santas, porque el Verbo de Dios se hizo “carne” y puso su tienda en la tierra de los hombres.
Efectivamente, “la carne”, puede verse como un enemigo del hombre, lo mismo que “el mundo”. Pero no es solo eso.
También, siguiendo la actuación del Hijo de Dios, todo lo humano ha sido elevado. Esto quiere decir que se puede “amar al mundo”, porque ha salido de las manos de Dios. Lo mismo que la materia no es mala, como creían los maniqueos, que pensaban que solo el espíritu era creación de Dios.
Muy al contrario, los que vivimos en medio del mundo, tenemos como meta, transformar lo humano en Divino. Y llegar al Dios invisible a través de las cosas visibles. Por ejemplo, llegar a Dios a través de la amistad y del amor humano.
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