En la última cena dijo Jesús:«os digo la verdad: os conviene que me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros. En cambio, si yo me voy, os lo enviaré». (Jn 16, 7–8)
Es precisamente el Espíritu Santo el que va a guiar a los Apóstoles, haciéndoles comprender y recordar lo que tantas veces el Señor les había manifestado. Cuando llega la mañana de Pentecostés, parece que el puzzle recobra vida. Porque ya tiene todo coherencia.
No les dice cosas nuevas, sino que les abre la inteligencia.
El Espíritu Santo nos conduce haciéndonos recordar y dándonos luz especial para entender
«Os digo la verdad: os conviene que me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros». (Jn 16, 7–8).
Paráclito, que significa, llamado junto a uno. Al que se le llama junto a nosotros para que nos acompañe y nos consuele, por eso se le llama también el Consolador
Está junto a nosotros y nos acompaña y, a veces, nos consuela. Y nos consuela de no ver al Señor.
Esta promesa se cumplió ya el día de pascua:
«Recibid el Espíritu Santo» (Jn 20, 22)
Y unos días después tuvo lugar la manifestación definitiva de lo que nos había anunciado: Él nos lo enviaría.
Según la tradición religiosa de Israel Pentecostés es la fiesta de la siega. En griego toma este nombre porque se da cincuenta días después de la pascua.
Pentecostés era la fiesta de la siega, porque ya es hora de la siega, ya era la hora de de recoger el fruto.
Todo lo sembrado por Jesús se recogió empezando desde ese día.
Pero el fruto no depende de nosotros, depende de Dios que da el incremento.
Por eso hemos de decir hoy: ven oh Espíritu Santo, Ven Espíritu Santo llena los corazones de tus fieles, muéstranos qué debemos hacer para dar fruto.
Se dice que las acciones más fructíferas de la vida cristiana se dan por la cooperación de las virtudes de la prudencia y de la caridad.
Estas son las virtudes más importantes en su ámbito. En el terreno humano: la prudencia es la virtud principal; en el sobrenatural, la caridad.
A medida que crece la virtud de la caridad, es decir, «el amor que ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo». (Rom 5, 5)
A medida que crece esa virtud, se van desarrollando en nuestro interior todos los demás dones.
Con el aumento de la caridad recibimos la virtud de la prudencia, la ayuda del don de consejo.
Es precisamente el Amor de Dios que se derramó hoy especialmente para toda la Iglesia.
Pues la caridad hace posible que nuestra mente se abra y que sea dirigida por el Epíritu Santo, para saber conducirnos a nosotros mismos y dirigir almas.
Esto es lo que hicieron los Apóstoles: una vez que recibieron el Espíritu Santo se pusieron a predicar y las gentes les preguntaban «qué debemos hacer». Y los Apóstoles se lo dijeron.
–Ven Espíritu Santo llena los corazones de tus fieles, danos el don de consejo para hacer apostolado.
Si tuviéramos que definir al hombre prudente, diríamos que el hombre prudente es el hombre bueno. Lo sabemos bien, en el apostolado la cualidad más importante es el aprecio.
Desde el sagrario el Señor nos mira a cada uno. Y lo hace como nuestras madres, con un aprecio infinito. Desde esta ventana, el mundo se ve pequeño, pero se ve con mucho cariño.
Desde Dios la mirada que nos dirige es una mirada de aprecio, Él nos quiere, nos aprecia.
Si no existe el aprecio el saber valorar a los demás, no se podría sacar toda la riqueza interior que puede llegar a tener el corazón humano. Lo tiene, lo tenemos en potencia y el aprecio hace que demos fruto.
Es curioso que el primer Papa que ni era levita, ni pertenecía al rango sacerdotal judío, ni estaba versado en la Escritura Santo, que era un pescador. Es como si en el último cónclave hubieran elegido a un albañil, o como si en vez del Papa Ratzinger, hubieran elegido a un dependiente de comercio.
Pues el Señor eligió entre los millones de personas que poblaban la tierra a un pescador.
El Señor eligió a un habitante de la Palestina de hace dos mil años para dirigir su Iglesia, y no sólo eso, sino también el resto de los apóstoles eran por el estilo.
Pero los miraba con tanto afecto, que fue capaz de sacar de Pedro y los demás, lo que ninguno de nosotros no hubiera sacado: el primer Papa, los doce Apóstoles, las columnas de la Iglesia.
Esto es algo, original e incluso desconcertante. Como lo es la caridad. El hombre prudente, el que es bueno, es comprensivo como lo es Nuestro Señor porque conoce y valora.
La comprensión es eso, conocer y valorar, es hacerse cargo de.
Esta es la cualidad que le pedimos hoy a Dios. La misma que el Señor entregó a los Apóstoles y que entregó a nuestro fundador. Esta cualidad que se exterioriza en el alma cuando su Amor nos llena, que hizo en Pentecostés que los apóstoles fueran transformados (siendo los mismos). Cuando se aprecia a una persona, se tiene el don de consejo. Cuando un alma está llena del amor de Dios se descubren valores que el mismo interesado no ve, que no sabe que tiene.
El apóstol es un descubridor de talentos, de valores ocultos, pero no para uno mismo sino para los interesados. Esto es lo que hizo Nuestro Señor, lo que hizo nuestro Padre y es lo que nosotros tenemos que aportar ahora en este momento de nuestra vida que estamos aquí.
La confianza es el inicio del aprecio que nosotros sentimos por los demás y que tiene el Señor por nosotros. Él confiaba en sus doce amigos y en todos, incluso en Judas que le traicionó. La desconfianza, lo que señala es que la amistad ternimó o que no empezó.
–Danos Espíritu Santo la confianza en los demás, porque sin confianza no es posible el Amor –Espíritu de Verdad, que confiemos en la verdad de los demás para poderles ayudar.
La verdad es la base de la convivencia humana. Sin ella el hombre no es capaz ni de estar en su casa, porque la verdad crea el clima del habitat humano.
–Espíritu de Amor, haz que huyamos de la tiranía del yo.
Porque el tirano es el que no escucha la realidad de los demás. Tiene su idea, pero no escucha la realidad de los demás porque no los ama y no los entiende por eso nunca acierta
Cuando hay desconfianza se transmite una corriente negativa que crea una muralla invisible de desafecto.
Si se desconfía no es posible una relación fluida con nadie, porque decapita toda relación humana, toda amistad. Cuando los demás son vistos como medios para conseguir fines no se les quiere por sí mismos. Vemos que el Señor no nos utiliza, nos quiere por nosotros mismos, uno a uno como nuestras madres. Las madres no nos ven como instrumentos. Nos quieren por lo que somos, nos conocen con nuestros defectos con nuestros lunares. Nos conoce con nuestro buen o mal carácter y siempre veían algo más de nosotros
Y así es Dios.
La caridad completa la prudencia. Así los Once actuaron según el querer de Dios, la caridad completa la prudencia.
Estas dos virtudes forman un todo armónico, ambas virtudes se necesitan.
Si uno no tiene la caridad te cargas la verdadera prudencia. Sin cariño, sin caridad aparece una prudencia que es falsa, que es falta de exigencia.
Con respecto a los dones del Espíritu Santo, la mente humana tiene que estar movida por el Paráclito, un Dios familiar que está junto a uno. El que Consuela. El que da consejo: por el que la mente humana se conduce por el Espíritu Santo y conduce a otros. Cuánto necesitamos esto para acertar, para hacer lo que Dios quiere.
Santo Tomás, relaciona esto con una bienaventuranza: «Bienaventurados lo misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia» (Mt 5, 7). El prudente es el hombre justo, el hombre templado, el hombre bueno, el misericordioso, el que se apiada, comprende, carga con la miseria ajena.
El que tiene como fin de su vida la caridad, el Amor y busca el bien, ese es el misericordioso. Por eso el prudente antes de serlo ha de decidir hacer primero el bien, el verdadero Bien.
Si uno no busca el Bien mayor no puede ser prudente. El bien parcial alejado de la caridad es un bien mentiroso, porque están alejados de la verdad: engañan timan al que lo elige, entierran el corazón humano en una pequeña carce. El hombre así, se esclaviza.
En Pentecostés, el cenáculo dejó de ser un lugar cerrado, pasó a ser un lugar abierto. La caridad hizo que los apóstoles dejaran de buscar sólo su bien pequeñito (la comodidad, la seguridad…), La caridad hizo que se abrieran y buscaran el bien de Dios, de los demás que es la salvación de las almas.
María nuestra madre estuvo en Pentecostés, ella pide con sus oraciones el don del Espíritu Santo, que ya recibió el día de la Encarnación. Ahora en el cenáculo, su nueva misión de Madre se realiza allí mismo porque nace el Cuerpo místico de Cristo que es su Iglesia. La efusión del Espíritu Santo lleva a María a ejercer desde hoy la maternidad espiritual de un modo especial.
No sabemos con exactitud como vivió Ella tras Penecostés. Pero sin duda, con su caridad y con su prudencia supo ayudar a los primeros discípulos de su Hijo.
-Madre, como a esos primeros, acompáñanos también ahora.
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