martes, 5 de agosto de 2008

AFÁN APOSTÓLICO

Dios es Amor, Deus cáritas est, nos dice San Juan. En pocas palabras no se puede decir más. Así es Dios.

Lo que sucede es que, al tratarse del Ser más elevado, sería imposible verlo si no se hubiera encarnado.

Por eso a Dios lo contemplamos en Jesús. Y el Amor de Dios se encarna en Él: en este hombre maravilloso.

Vamos a pedirle, al inicio de nuestra oración, que nos de su luz para que entendamos como tenemos que imitarle.

Danos tu luz y tu verdad.

Quizá nos vienen a la cabeza aquellas palabras suyas: –A vosotros os he llamado amigos.

Este es el nombre que Dios nos da. La definición que nosotros hacemos de Dios es que es Amor. La hizo el Apóstol Juan. Y el Señor nos llama a nosotros, nos define como amigos. Eso somos los hombres para Dios.

Jesús, Dios hecho hombre, manifiesta su Amor teniendo amigos. Así nos hace ver que si el hombre quiere parecerse a Dios, tiene que concretar la caridad en la amistad.

La amistad es lo que el hombre tiene que desarrollar para parecerse a Dios.
Pues el Señor quiere tener muchos amigos, porque Él es Amor.

Precisamente a los santos se les llama amigos de Dios. No sólo sus hijos. Hijos suyos somos todos, pero puede ser que no seamos amigos.

Todos lo hombres somos hermanos de Jesús, pero no todo el mundo tienen un trato de amistad con Él.

Para que haya amistad tiene que haber correspondencia entre las dos personas. Entre un hermano y otro hermano, entre un padre y un hijo, no se da por hecho de que tengan amistad. La cuestión biológica tira mucho. La sangre es fuerte, pero la amistad no puede darse por supuesto.

Incluso en el terreno espiritual: por el hecho de nuestra adscripción a la Iglesia, no por eso somos amigos de Dios.

El último Concilio nos habla de que todos los cristianos debemos aspirar a la santidad. Y para ser santos la primera virtud que tenemos que cultivar es la caridad.

Y en este sentido, la Iglesia, en la fiesta de San Josemaría, dice que fue elegido por Dios «para proclamar la llamada universal a la santidad y al apostolado».

Porque no es sólo que debemos salvarnos nosotros, sino que hemos de pensar en la felicidad de los demás.

Y es que el apostolado es una manifestación de la caridad.

San Josemaría escribió: «El principal apostolado que los cristianos hemos de realizar en el mundo, el mejor testimonio de fe, es contribuir a que dentro de la Iglesia se respire el clima de la auténtica caridad (...)

Universalidad de la caridad significa, por eso, universalidad del apostolado
» (Amigos de Dios, n 226, 1)

Cuando incorporemos en nuestra vida esta verdad, que el apostolado es igual a la caridad, entonces el apostolado dejará de ser una cosa que se realiza de vez en cuando.

Porque el apostolado cristiano no es un ejercicio de captación. Sino una forma de concretar el amor que tenemos a los demás.

En el Evangelio se nos cuenta el espíritu de iniciativa de algunos judíos vibrantes. Aquellos, aunque no eran cristianos, no obstante eran muy celosos: no les importaba viajar lo que fuese por conseguir la adscripción de una persona.

Es muy admirable ese celo, y por eso se cita. Sin embargo, la motivación de toda esa actividad no estaba bien enfocada, no era una cosa recta. Lo que buscaban era la gloria humana de su pueblo.

Aquellos hombres eran activos, porque la vanidad es muy sacrificada. Pero su labor no estaba centrada en la caridad, sino en el amor propio. Querían hacer discípulos para ellos mismos.

Por eso el Señor les dice «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que vais dando vueltas por mar y tierra para hacer un solo prosélito y, en cuanto lo conseguís... puntos suspensivos (Mt 23,15).

El Señor no les recrimina que se muevan, sino que lo hagan por un motivo poco recto. Lo que les importaba era apuntarse un tanto; una vez que lo habían conseguido lo que pasara después les daba igual.

Uno de estos hombres fue San Pablo. Y cuando se convirtió, el proselitismo de este fariseo, hijo de fariseo, organizó una autentica revolución.

El proselitismo de San Pablo, era un apostolado basado en el amor de Dios. Pablo deseaba ardientemente que todos los que se encontraba en su camino, también fuesen amigos del Señor.

El fuego de su caridad le urgía a llegar hasta el extremo del mundo. No sólo quería convertir a su pueblo, sino a los gentiles.

Quería convertir a los magistrados que le juzgaban. Y una vez condenado, convirtió no sólo a los presos, y al carcelero, sino también a la familia del carcelero.

Su actividad no se resumía en Vanitas nostra urget nos, sino en que la Caridad de Cristo nos mueve. Porque Jesús quiere pasar la eternidad rodeado de amigos. Y como decía San Josemaría: La caridad exige que se viva la amistad.( Forja n 565):

En un cristiano, en un hijo de Dios, amistad y caridad forman una sola cosa: luz divina que da calor.

Por eso nuestro apostolado debe ser un apostolado de amistad. No un apostolado de propaganda, ni de invitación a reuniones.

La amistad es la base de la labor. Si hay caridad, hay amigos, y si hay amigos será fácil llevarlos al Señor.

Hablando de la amistad decía un periodista el año pasado: «La amistad es una de las columnas vertebrales sobre la que se sostiene el mundo y sobre la que se construye la vida de las personas» (La Opinión de Málaga, 28 de julio de 2007, p. 23).

Y sigue diciendo el periodista: «Es importante tener amigos, pero quizá sea más importante saber cuidarlos y conservarlos.

Por eso es tan hermoso y profundo aquel viejo proverbio: recorre frecuentemente el camino que lleva al huerto del amigo, de lo contrario crecerá la hierba y no podrás encontrarlo fácilmente».

Por eso San Josemaría identifica la caridad con la amistad. Dice: En un cristiano, en un hijo de Dios, amistad y caridad forman una sola cosa luz divina que da calor (Forja, n. 565).

Y en la base de la amistad está la «confidencia». No puede haber amistad sin trato confiado.

Lo dice el Señor: «os he llamado amigos, porque todo lo que oí de mi Padre os lo he dado a conocer» (Jn 15,14).

Precisamente el Señor a sus amigos les da a conocer su intimidad. Si no hubiera habido esa comunicación, la amistad sería una cosa de nombre. Porque en la base de la amistad está el trato personal. La amistad no es grupal. Y si queremos llegar a mucha gente tiene que ser uno a uno.

Hemos de imitar al Señor en su dedicación personal por cada uno de nosotros. Jesús trataba a personas concretas. Quiere a gente con nombres y apellidos, que tienen una historia, unos gustos, una situación familiar concreta...

Cada día nos encontramos con mucha personas individuales. Empezando por los que viven y trabajan con nosotros.

Vamos a pedirle ayuda al Espíritu Santo, como hicimos al principio de la meditación, para que nos ayude a hacer las cosas bien:

Quema con el fuego de tu amor. Para que aprendamos y enseñemos el apostolado de amistad y confidencia.

Pensamos en la Virgen. Su apostolado, como el nuestro, no es un apostolado de masas. María lo que hizo es tratar personalmente a sus amigas.

Por el número de mujeres que había en la cruz, se puede decir que acercó a Jesús, a muchas: primas, parientes lejanas, madres de los Apóstoles... a todas las trató de tú a tú.

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