Con frecuencia el pueblo elegido por Dios tenía debilidades, y el Señor le pedía que se convirtiera porque así salvaría su vida (cfr. Primera lectura de la Misa: Ez 1, 25-28).
Los buenos israelitas le daban gracias al Señor porque siempre tenía misericordia de ellos y les enseñaba el camino correcto.
«El Señor es bueno y es recto, decimos con el salmo, enseña el camino a los pecadores; hace caminar a los humildes con rectitud» (Salmo responsorial: 24). Su misericordia es eterna.
San Pablo, que era judío, habla a los cristianos para que tengan los mismos sentimientos de Jesús: «Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús» (cfr. Segunda lectura: Flp 2, 1-11).
Y los sentimientos del corazón del Señor son de humildad: se sometió al querer de Dios Padre, haciéndose obediente hasta la muerte. Porque la obediencia es prueba de la humildad.
En nuestro caso, si queremos convertirnos y tener los sentimientos del Señor, hemos de hacer caso a Dios para volver al buen camino.
–Que te escuche y te haga caso, Señor.
Somos humanos y habitualmente nos molesta hacer la voluntad de otro. Y muchas veces lo que más nos molesta no es hacer una cosa concreta, sino que nos la mande alguien.
El Señor, que esto lo sabe, nos puso un ejemplo: «Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: –Hijo, ve hoy a trabajar en la viña. Él le contestó: –No quiero» (Mt 21, 28-32: Evangelio de la Misa).
Como estamos inclinados al orgullo, hacemos más a gusto lo que no nos manda nadie. Y si tenemos que obedecer, nuestra primera reacción puede ser de rebeldía.
Pero, podemos rectificar tal y como nos dice el Evangelio. Hablando Jesús del hijo que se negó al principio a obedecer, sigue contando que «después recapacitó y fue». A Dios le agrada que recapacitemos.
–Señor ayúdanos a recapacitar, y a rectificar después.
Hay una escena típica. La hija que está tumbada en el sofá, repanchingada, viendo durante horas la televisión.
La madre que no da abasto: recoge los juguetes de la pequeña, saca la lavadora, coge el teléfono, abre la puerta, etc, mientras la mayor sigue tirada en el sofá como si fuera un cojín, ni se mueve.
La madre que se para, la mira y le dice: –no me ayudas nada. Estoy agotada y tú lo único que haces es ver la tele ¿no te da vergüenza?
Y la otra que contesta: –¡Hija, mamá, estoy agotada del colegio. Hoy en Educación física hemos corrido 15 minutos seguidos…!
Pero, como las niñas de mi colegio son buenas, muchas cuentan que, cuando están en la cama, con la luz apagada y escuchando solo el silencio, recapacitan un poco y siempre le dan la razón a su madre.
Lo malo, decía una, es que lo único que hago es recapacitar y ver la tele...
La conversión no puede darse sin la obediencia, que es una virtud que nos asemeja al Hijo de Dios hecho hombre.
El verbo obedecer no se lo inventaron las personas mayores para vivir mejor. Viene de otro verbo latino que significa oír. Obediencia procedería de audiencia.
–Señor enséñanos a oír tu voz.
Hay gente que es incapaz de escuchar nada. Nada que no sea ella misma.
Se cuenta de una escritora que iba paseando por la calle que se encuentra con una amiga. Se saludan y empiezan a hablar.
Durante más de media hora la escritora le habla de sí misma, sin parar ni un momento.
De pronto se para y le dice a su amiga: —Bueno, ya hemos hablado bastante de mí. Ahora hablemos de ti. A ver, tú ¿qué opinas de mí?...
No deja de ser un cuento un poco exagerado, pero es verdad que hay gente que no escucha, porque no para de pensar en sus cosas.
Y es que escuchar es algo que no es fácil. Y obedecer, hacer lo que te dicen, menos todavía.
Contaba un profesor que se encontró a un antiguo alumno en una cafetería. Empezaron a hablar y el profesor se quedó alucinado de que le estuviera yendo tan bien en la Universidad, porque en el colegio había sido un desastre.
Se sorprendió tanto que le preguntó dirctamente a qué se debía ese cambio.
«Oye, tienes que explicarme qué ha pasado contigo para que hayas cambiado de esa manera. Me tienes asombrado.
Esta fue su explicación: «Mira. Fue un día concreto. A lo mejor te parece un poco raro, y quizá lo sea, pero fue un día concreto, un día por la mañana. »Llevaba unas semanas fatal. Mejor dicho, unos años. Llevaba años oyendo siempre lo mismo. De mis padres, de mis profesores, de todos. Siempre lo mismo. »Todo aquello me entraba por un oído y me salía inmediatamente por el otro. »Me parecía que era el rollo de siempre, y estaba cansado de escuchar todos los días los mismos consejos. »Me habían dicho ya mil veces lo mismo, y cuando veía que me venían con esas, desconectaba y ya está. »Tenía como echada una barrera mental sobre todas esas cosas, prefería no pensar, y todos esos sabios consejos me resbalaban por completo. »Bueno, lo que te decía, fue un día concreto, me acuerdo perfectamente.. »Estaba en plena época de exámenes (...). Tenía un sueño tremendo, y estaba tentado de volverme sin más de nuevo a dormir (...). »Si me volvía a la cama, iba a ser muy difícil que aprobara, y las cosas se iban a poner más feas que de costumbre. »Me había despertado temprano, y desde ese momento no había parado de darle vueltas en la cabeza a una idea: »Oye, (…) ¿qué es esto? ¿Voy a estar toda la vida así? ¿Cincuenta o sesenta años más así? Esto no funciona. »Debí tener un momento de especial lucidez, supongo, porque vi como algo angustioso continuar el resto de mi vida con el mismo plan que llevaba hasta entonces. »Desde entonces, tengo una idea bien clara: los buenos consejos te dan oportunidades de mejorar, pero nada más. »Si no los asumes, si no te los propones seriamente, como cosa tuya, no sirven de nada, por muy buenos que sean.
«Mis ovejas escuchan mi voz», dice el Señor (Aleluya de la Misa).
Escuchar la voz de Dios es fundamental. Escucharla y también seguirla, si no de poco sirve.
Algunas personas elegidas por Dios tuvieron debilidades, como es el caso del rey David.
Y hay gente que ha tenido experiencias como las tuvo este santo rey, que también fue pecador, pero se arrepintió luego.
Escuchó lo que le dijo el Señor a través de un profeta, rectificó su conducta y salió adelante.
Otras personas en cambio querían hacer cosas buenas por Dios, pero no escucharon la voz del Señor. Este fue el caso de otro rey de Israel, Salomón se llamaba.
Empezó muy bien y terminó muy mal. Justamente porque no quiso rectificar y hacer lo que Dios le pedía. El Señor no quería sus sacrificios sino su obediencia y no la tuvo.
La Virgen ha sido la persona que ha tenido el oído más fino: a Ella le pedimos nuestra conversión.
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