sábado, 19 de septiembre de 2020

LA PROPINA


Hace unos años leí un libro titulado «El español y los siete pecados capitales». Y decía que –en aquella época–, el pecado más común de los españoles era la envidia. 

Pienso que eso no será verdad, porque la envidia es muy mala. La envidia consiste en entristecerse por el bien que tienen los demás. Hace falta ser muy rastreros para no alegrarse de que los otros reciban cosas buenas. 

En el Evangelio, san Mateo nos cuenta una de las parábolas del Señor en la que Jesús habla de unos que protestan contra Dios porque es generoso con otros. Se enfadan porque Dios a otros les da más de lo que en realidad le correspondería. Está claro que el Señor a todos nos dará el jornal después de haber trabajado en esta vida. El Señor por colaborar con Él nos dará la vida eterna. Como se la dio a San Pablo, que tanto había trabajado en la viña del Señor. San Pablo llegó a decir que para él morir era una suerte. Pero que si para los cristianos era bueno que se quedase el aceptaba estar todo el tiempo que hiciera falta. San Pablo trabajo mucho en la expansión de la Iglesia. Años y años extendiendo el Evangelio. Sin embargo no todo el mundo ha hecho lo mismo. 

Ha habido santos a los que el Señor llamado a última hora, como al buen ladrón, que se convirtió en menos de un día. Estuvo poquísimo tiempo siguiendo al Señor: unos ciento ochenta minutos, aproximadamente. Y también es santo. 

El primero canonizado por la Iglesia, por El Cabeza de la Iglesia, por es el mismo Jesús, que fue quien le dijo: «hoy estarás conmigo en el Paraíso». Dimas que era el último se adelantó al mismísimo san Pedro, que debía ser de los primeros. Ya Jesús lo había dicho: –Mucho últimos serán primeros.

Y al explicación de todo esto nos la da Sagrada Escritura en el libro de Isaías: lo que quiere el Señor, lo que busca es que el malvado abandone su camino. La lógica de Dios es la del perdón. Y a nosotros perdonar determinadas cosas nos cuesta mucho. Ya se ve que los caminos de Dios son distintos a los nuestros. 

Nosotros algunas veces somos egoístas y envidiosos. El Señor siempre es un padre bueno. En la Jornada Mundial de la Juventud de Madrid llamaba la atención los doscientos confesonarios situados en el Parque del Retiro, junto a la imagen del Ángel Caído. Allí junto a una de las pocas imágenes en dedicadas a Satanás la gente salía contentísima de los confesonarios. Es paradójica esa coincidencia: el monumento al que introdujo el pecado junto a la llamada Fiesta del Perdón. 

Por eso repetimos en el salmo que el Señor es misericordioso y está cerca de los que le invocan. El Señor es bueno con todos. No como nosotros, que a veces con algunas personas no nos portamos bien, porque nos desagradan. 

Y Jesús nos pide que seamos perfectos a la manera de nuestro Padre celestial. «Sed misericordioso como celestial es misericordioso». Dios carga con nuestra miseria. Es lo contrario a la envidia. No solo no se entristece con el bien que tienen los demás, sino que goza haciendo regalos a todo el mundo, incluso a los que son malos. 

Al hablar de algún monarca se dice que es «su graciosa majestad». Y no es que la reina de Inglaterra sea especialmente divertida, sino porque algunas cosas las concede, gratuitamente, graciosamente. Al no tener obligación de hacerlo: lo realiza movida por su generosidad. 

El Evangelio nos habla de un señor que da una propina generosa a algunos que trabajan para él (Mt 20,1-16). Pero los compañeros que no han recibido la gratificación se quejan de que sólo los que ganan menos han recibido un plus. Les parece injusto porque aquellos no han trabajado a jornada completa y acaban recibiendo lo mismo. 

Quizá muchos de nosotros hubiéramos dicho lo mismo que esos trabajadores del campo que protestaban. Y por eso el profeta Isaías dice que Dios tiene otra forma de pensar distinta a la nuestra (Primera lectura de la Misa: Is 55,6- 9): «mis planes no son vuestros planes». 

El caso es que Dios no da porque tenga obligación, sino porque le da la gana. En definitiva es porque nos quiere. Amar es regalar, tienen como lema algunos grandes almacenes. Y ojalá que nos regalaran algo cuando vamos, en vez de tener que pagar. 

Pero el Señor no nos incita a regalar, para sacar negocio. Nos invita a pensar en los demás. Así actuaron los santos (cfr. Segunda lectura: Flp.1,20c-24.27a). Nos imaginamos a la Virgen siempre dando, sin esperar nada: Ella si que es graciosa.

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