El Gran Poder
Su
Gran Poder, su omnipotencia, lo demuestra Jesús al humillarse de
esa forma. En el Madero es donde se puede ver de verdad que Dios es amor (1 Jn
4, 8).
Pero
eso no ocurrió una vez, y ya está. Jesús ha perpetuado este acto de entrega mediante la
institución de la Eucaristía.
Su Gran
Poder, su omnipotencia, lo demuestra Jesús al humillarse de esa forma. En el
Madero es donde se puede ver de verdad Dios es amor (1 Jn 4, 8).
Pero eso no
ocurrió una vez, y ya está. Jesús ha perpetuado este acto de entrega
mediante la institución de la Eucaristía.
Esto es la
Misa: el amor de Dios que llega extremo de aniquilarse por nosotros: la kénosis
que llaman los teólogos.
Qué importante
es la Misa para nuestra vida corriente. Es el momento más importante de nuestro
día. Lo sabemos por experiencia: cuando una persona asiste un día y otro día,
un mes y después otro mes, se da el cambio.
De forma
silenciosa el Señor va transformando el alma de las personas que se le acercan
tan de cerca.
Eso es lo
que nos ocurrió a muchos de nosotros. Cuando pasaron los meses y miramos para
atrás nos dimos cuenta del cambio tan grande.
Los
sacerdotes hemos visto conversiones en gente que ha empezado a asistir
regularmente. Se da el cambiazo, por eso es el momento más importante de la
formación.
Eucaristía
y Amor
Solo a
partir de la Eucaristía se entiende el mandamiento que Jesús hace de que nos
amemos. Precisamente al instituir ese Sacramento formula su mandato.
El Señor nos manda que amemos, y esto parece una
cosa extraña: ¿se puede mandar eso?
Benedicto
XVI aclara que Dios puede mandarnos que nos queramos porque antes nos ha dado
ese Amor.
Por eso, en
la Última Cena, en el momento en el que Jesús anticipa su entrega, es también
cuando se nos manda el amor.
Y luego envía
a sus discípulos a que vayan y den fruto de Amor de Dios y al próximo.
Precisamente
se llama Santa Misa dice el Catecismo "porque la liturgia en la que se
realiza el misterio de la salvación se termina con el envío de los
fieles (“missio”) a fin de que cumplan la voluntad de Dios en su vida
cotidiana" (n.1332).
Los Santos —por
ejemplo Teresa de Calcuta— han adquirido su capacidad de amar al prójimo gracias
a su encuentro con el Señor en la Eucaristía.
Como
contrasta todo esto con la imagen que dan –no los santos– sino algunos buenos
cristianos:
La Misa es
larga, dices, y añado yo: porque tu amor es corto (Camino,
n. 529).
La Misa,
como todas las cosas en la que participamos los hombres, podemos convertirla
en una rutina: puede formar parte de
nuestra rutina diaria.
Y aunque haya
rutinas buenas, también es verdad que no es sólo una cosa que hacemos
nosotros.
Así como
para una persona joven la Misa es una fuente de conversión rápida, para la
gente mayor existe un problema: somos humanos y
el ser humano se acostumbra a todo.
El ser
humano se acostumbra a vivir con poquísima comida en un campo de concentración.
Y se acostumbra no sólo a lo malo. También a lo
bueno: puede vivir en un palacio y parecerle lo más normal del mundo.
Uno puede
vivir cerca de una estación o cerca de un aeropuerto, y se acostumbra, y no
impedirle dormir el ruido que hacen los trenes o los aviones. Porque el ser humano tiene esa capacidad
acomodaticia.
Por eso
podemos acostumbrarnos a lo más importante de nuestra vida y de nuestro día.
Podíamos
hablar de cosas maravillosas sobre la Santa Misa… Porque en verdad la Santa
Misa es lo más grande que nosotros podemos hacer en este vida.
Tiene más valor que todos los santos juntos,
incluida la Santísima Virgen. Quizá hemos asistido hoy a este prodigio y sin
embargo, aquí estamos.
El ser
humano tiene una capacidad increíble para acostumbrarse a todo. Hacer
costumbre: eso es una cosa positiva si se trata de construir hábitos buenos.
Pero también
la costumbre puede quitarle importancia a las cosas, simplemente porque las
repetimos. La costumbre nos acostumbra.
Le decimos
ahora al Señor: –Que no me acostumbre jamás a tratarte
La Misa es
un rito, pero es mucho más. El Papa nos habla de la “mística” de la Eucaristía:
la base de este sacramento es el abajarse de Dios hacia nosotros.
Es lo que
nos convierte en el mismo Cristo, lo que nos hace ser uno, por la común-unión.
La
gran Obra de Dios
Como decía
el Sto. Cura de Ars: "todas las buenas obras juntas no pueden
compararse con el sacrificio de la Misa, pues son obras de hombres, mientras
que la Santa Misa es obra de Dios"
(cfr. Bernat Nodet, El cura de Ars,
Pensamientos, Bilbao: Ed. Desclée de Brouwer, 2000, p.107).
Si en
nuestra vida queremos luchar contra las tentaciones hemos de contar con este
medio que Dios nos ha dado. Nuestra batalla sin
la Eucaristía está condenada al fracaso.
Por el
contrario el "príncipe de este mundo" que odia la santidad, nos
tienta mediante la riqueza, el poder y el orgullo.
Y lo hace para convencernos de que confiemos en
nuestros propios medios, y no en los de Dios.
(cfr
IVEREIGH, Austen. El gran reformador, Barcelona: Ediciones B, 2015).
Precisamente
la santa Misa es obra de Dios, así lo entendió San Josemaría, que celebrar la
Misa era un trabajo que le rendía, pero que le era muy grato. Por eso escribió:
Es tanto el
Amor de Dios por sus criaturas, y habría de ser tanta nuestra correspondencia
que, al decir la Santa Misa, deberían pararse los relojes. FORJA 436.
A esa
actitud de amor de los santos se contrapone nuestra rutina y nuestra
acostumbramiento, en definitiva nuestra tibieza.
El Santo
Cura de Ars, que tantos sacerdotes confesó, aseguraba que la tibieza en el
sacerdocio se deba a no dar importancia a las distracciones durante la Santa
Misa.
Las
distracciones, que no deben asustarnos, sino corregirlas sin perder la paz: somos niños débiles delante de Dios.
San José,
modelo de persona atenta, siempre con el alma a la escucha de la
voluntad de Dios.
Ahora le
decimos una oración que se aconsejaba que los sacerdotes, para que la hiciesen
antes de la Misa, como preparación. Y el motivo es evidente, como se verá al
final. Dice más o menos así, me he permitido traducirla a mi manera:
–¡Qué hombre tan afortunado!
Porque tuviste la suerte de ver y escuchar a Dios en tu misma casa.
Aquel a quien gente importante ha querido ver pero no ha podido; ni
tampoco han conocido su timbre de voz.
Y Tú, José, también lo has llevado en brazos, le has dado infinidad de
besos. Le enseñaste a trabajar. Incluso le has oido muchísimas veces llamarte
papá.
Y terminamos diciéndole: José, ayúdanos
para que también nosotros tratemos con mucho cariño a Jesús.
Hay gente que piensa en la Comunión como si fuese un premio que se da a los buenos. Y
por eso si ven que uno comulga y tiene debilidades se extrañan.
Pero la Comunión no es un premio sino una ayuda de Dios. Por eso si
nos portamos mal tenemos que ir a que el Señor nos cambie.
Sabemos que con pecados mortales
no debemos recibir al Señor, porque sería una
barbaridad
Pero con faltas y pecados veniales sí podemos recibir la Comunión, porque el Señor se ha quedado para ayudarnos.
La Virgen se daba cuenta
perfectamente de lo que era la Eucaristía: que Jesús se había quedado.
Por eso cada vez que comulgase estaría coloradita, guapísima.
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