La vida eterna se ha comparado muchas veces a un banquete.
Esto me recuerda lo que me contaron de un niño gallego que tiene siempre un apetito devorador. Le viene de familia. El padre de Pepe –que así se llama este chico– le dijo un día a su hijo, en una de las ocasiones que lo llevó a un hotel: –Mañana desayunaremos de bufet. –¿Y qué es eso del bufet? Le respondió el niño.
Esa pregunta es parecida a la que nosotros podemos hacer: –¿Y qué será la vida eterna? Pues el Señor la compara con un banquete, porque la satisfacción que da la buena mesa todo el mundo la entiende.
Cada vez se valoran más los buenos cocineros. Es una imagen muy gráfica. Un banquete es algo agradable. Allí se reúnen las amistades y en torno a una mesa se celebran las fiestas familiares: cumpleaños, aniversarios, cenas de Navidad, etc.
Cuando vas a un banquete disfrutas de la comida y de la compañía. Pues el Cielo es algo así. Es un disfrute continuo en compañía de otra gente agradable.
Hay una película que se titula El festín de Babette y que nos sirve para explicar esto. Cuenta la historia de una brillante cocinera francesa que se llama Babette. Exiliada de París, va a parar a un pueblecito de Dinamarca. La acogen como empleada del hogar dos hermanas mayores y solteras.
La película da un giro brusco cuando de golpe y porrazo a Babette le toca la lotería. Ella, con todo ese dinero, lo que hace es gastárselo en montar un superbanquete para las amistades de las dos hermanas.
Más que una comida, aquello es un festín. Hace traer auténticas exquisiteces de la cocina francesa, y pone un empeño también grande en el servicio. Todo esto hará que aquella velada sea inolvidable para los que tienen oportunidad de asistir.
Cuando ves el anuncio de la película, la verdad es que te entra por los ojos. Es una mesa llena de platos suculentos, de salsas de colores vivos, dulces de todos los tamaños y figuras, vinos oscuros y con cuerpo, etc. Todo en bandejas elegantes, cubiertos limpísimos, y un mantel que hace como fondo de algo que te parece irreal pero que es verdad porque lo podrías tocar y comer.
Ver aquello te hace feliz y, comerlo, ni te digo. Lo mejor de la película es el final. Una vez que ha terminado todo, una de las hermanas le dice: –Pero Babette, ahora eres pobre. Y ella contesta, mirándole fijamente a los ojos: –Un artista nunca es pobre.
La riqueza de un artista es poner a disposición de los demás su arte y su buen hacer. Así hará Dios para los que vayamos al Cielo (porque yo pienso ir a esa cena). Pondrá a nuestra disposición todo su arte. Aquello va a ser increíble.
Y para ganarnos la felicidad del Cielo el Señor nos concede un tiempo de prueba en esta tierra. Lo importante en este mundo no es que uno sea inteligente, guapo, rico, etc.
Lo importante es que aprovechemos bien esas cualidades para ganarnos un puesto en ese festín de Babette.
El Señor, en el Evangelio (de la Misa: Jn 14, 1-6), nos dice que la felicidad que disfrutarán los que vayan al Paraíso será variada. Es como si nuestro Padre Dios hubiera preparado un bufet para nosotros, con la posibilidad de elegir lo que más nos guste.
No se si recordarás la escena de otra película en la que la protagonista es una madre que saca a sus hijos adelante a base de ganar concursos de poesía y narración. Pues, hay un premio que le toca que consiste en poder meter todo lo que quiera en un carro de la compra en un determinado tiempo.
Ella, compinchada con los del supermercado, que le tienen mucho aprecio, preparan el carro de la compra para que quepan muchas cosas. Y le ponen como unas planchas que sobresalen hacia arriba, y así lo hacen más alto y cabe más. Le dan la salida, empieza a correr el tiempo y ella va corriendo, casi derrapando, cogiendo todo lo bueno: caviar ruso, carne cara que nunca han comido, salsas raras…
La escena siguiente es la familia alrededor de la mesa de la cocina disfrutando de todos los tesoros que han conseguido y chupándose los dedos.
Aquí en esta tierra todo el mundo busca la felicidad. Esto es lo que tenemos en común todos lo hombres. Porque nuestra voluntad tiene un apetito devorador, igual que el de Pepe, el chico del principio, para las comidas.
Los cristianos sabemos cuál es la forma de alcanzar la felicidad. El refrán dice que todos los caminos llevan a Roma. Pero en esto no se cumple el dicho. Indudablemente el alcohol, el sexo, las drogas dan una cierta felicidad, por eso hay gente que paga.
Pero la felicidad que proporcionan esas cosas es pequeña, y muchas veces dejan el corazón lleno de amargura.
En la Antigua Roma, los emperadores montaban fiestas por todo lo alto. Algunas incluso en balsas flotantes en un lago. Allí comían y bebían en abundancia hasta que se emborrachaban y terminaba aquello que mejor es no pensarlo. Hay banquetes y banquetes. Unos dan la felicidad y otros no.
Hay felicidades que te hacen feliz y otras te amargan la vida terrena y la eterna. Contaba un conocido que vivió en Finlandia que, en aquellos países, hay gente que no trata mucho a Dios.
Y muchos se dejan llevar por los placeres de esta vida. Y decía este conocido que es llamativo la cantidad de suicidios que hay.
Algunos aprovechaban el trayecto que hace un barco para cruzar el mar Báltico para tirarse al mar y morir ahogados. Y era tanta la cantidad de personas que lo hacían, que los barcos tuvieron que poner redes a los lados para que no siguiera tirándose gente por ahí, acabando con una vida que no les llenaba en absoluto.
Para llegar a la felicidad plena sólo hay un camino: Jesucristo. Lo importante cuando uno se muere es si ha aprovechado su vida en la tierra para llegar a la meta.
Cuando el padre de Pepe le explicó lo que era un bufet, el niño esperó unos segundos y, con los ojos muy abiertos, preguntó: –¿Y cuanto tiempo tenemos? –Madre nuestra: tú que estuviste en el banquete de Caná, haz que lleguemos al bufet del Cielo.
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