De nuevo lo llevó el diablo a un monte muy alto, y le mostró todos los reinos del mundo y su gloria, y le dijo: Todas estas cosas te daré si postrándote me adoras.
Entonces le respondió Jesús: Apártate Satanás, pues escrito está: Al Señor tu Dios adorarás y a Él solo darás culto.
Entonces lo dejó el diablo, y los ángeles vinieron y le servían (Mt 4, 1-11).
La soberbia de la vida se transforma en poder; mientras que el amor se convierte en servicio.
En el Reino del Amor no ha de ser así: el que quiera ser grande tiene que ser el servidor de todos (cfr. Mt 20, 26-27).
La semilla de Dios
La yerba de Satán
El retorno del Rey
LA SEMILLA DE DIOS
Satanás es un pobrecito que no sabe amar. Pero el caso es que el amor es una semilla de Dios y al ser el diablo una criatura, en su interior también tiene el amor, no puede ser de otra forma, él tiene amor pero amor propio. El amor se lo refiere a sí mismo.
Si nos dijeran cuál es la esencia del amor, en qué consiste, seguramente los filósofos dirían que el amor es esencialmente un regalo. Amar es regalar, como decía la publicidad de unos grandes almacenes. El que ama regala porque el amor consiste en eso.
En principio no hay interés en los regalos que hacemos. No se regala para que nos regalen a nosotros, eso sería comercio. Yo te doy para que tú me des.
Como saben los teólogos, Dios es Amor: un Padre que da todo a su Hijo. Todo, absolutamente todo, y se queda sin nada. Evidentemente, menos su Personalidad de Padre, eso no se lo puede entregar. Pero todo su Ser de Dios lo entrega a su Hijo.
Y el Hijo recibe todo ese regalo, y se lo devuelve dándolo absolutamente todo, y solo se queda con su Persona de Hijo. Y esa entrega de ambos es tan grande que es Dios mismo, que no es Padre ni Hijo, sino el Amor de ambos y como tiene Personalidad distinta le llamamos Espíritu Santo.
El hombre, hecho a semejanza de Dios, está creado para amar y, sin embargo, por el pecado introducido por Satanás, nace con esa inclinación a amarse a sí mismo antes que a los demás. Incluso se nota en los niños que les sale espontáneamente el egoísmo: quieren todo para ellos, y no les sale, de forma natural, decir gracias.
Por esa razón el ser humano tiene que ser educado en la generosidad, porque por el pecado original, lo natural en él es el egoísmo, el amor propio.
LA YERBA DE SATÁN
Desde muy pequeños nos viene ya la tentación de mandar. Nos convertimos en mandones desde la infancia.
Queremos que se haga nuestra voluntad en los juegos, que nos compren lo que nos apetece y en el momento. E incluso cuando rezamos se nos viene la tentación de pedir: Señor, que se haga nuestra voluntad y no la tuya.
Nuestra codicia nos lleva a desear contentarnos en primer lugar a nosotros, sin importarnos desobedecer, para hacer nuestro gusto.
Todo lo que intenta el Demonio es que desobedezcamos a Dios, porque por su voluntad nos llega todo lo bueno.
La misión que tenemos que realizar aquí en la tierra la realizamos siguiendo los consejos de nuestro Padre Dios, que quiere nuestra felicidad. Que seamos dichosos como Él es.
Satanás consiguió que Adán desobedeciera porque, al ser el primero de la estirpe de los hombres, todos los demás seres humanos procederían de un padre desobediente y heredarían
su misma condición; Dios había concedido al hombre el poder de dar la vida a sus semejantes, que nacerían a su imagen.
Pero, al mismo tiempo que el primer hombre desobedeció, Dios le prometió un Redentor que lo liberaría de la esclavitud a la que se vio sometido por Satanás (cfr. Gn, 3, 15). Y el egoísmo fue una de las secuelas de ese primer pecado. Así es el reino del Demonio, es un reino donde el Amor de Dios da paso a la esclavitud que produce el amor propio desorbitado.
Precisamente la misión de Jesús era devolver al hombre a su estado original. Y por supuesto, Satán, como es tan egoísta, no esperaba que la solución de Dios pasará por Su entrega total, porque el enemigo tiene mucha experiencia, pero no posee el verdadero Amor.
Como dicen algunos Padres, Satán no tenía la certeza de que Jesús fuese Dios; por eso –pensando que solo era Hombre– intentó por todos los medios desviarlo de su misión, y cuando no pudo, intrigó para eliminarlo. Sin sospechar que, precisamente, la aceptación de la muerte por parte de Jesús iba a
ser el acto de obediencia que reconciliaría al hombre con su Creador.
El Mesías era el heredero del Rey David, por eso algunos evangelistas incorporan las genealogías en su escritos, para demostrar que Jesús, provenía de la familia real, por línea
directa (cfr. Mt 1, 17; Lc 3, 23-38).
Todos esperaban que su mandato fuese tan próspero como el de su antepasado e incluso más (cfr. Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, La infancia de Jesús, p. 37 ss).
Pero en tiempos de Jesús el reino de Israel había caído en manos extranjeras, Herodes no era judío sino idumeo. (cfr. Ibidem, p. 38) y como sabemos buscó al Niño para matarlo, al enterarse de que había nacido en Belén (Mt 2, 13).
Y Jesús aparecerá en su vida pública, dispuesto a cumplir las promesas que Dios había hecho a su Pueblo.
EL RETORNO DEL REY
Satanás quería desviar al Mesías de su misión. Que pusiese su interés particular por delante de Dios. Como también sucede en la política: hay personas que, por encima de los intereses generales, ponen su realización personal.
Para algunos lo fundamental es llegar al poder. Pretenden, sin duda, servir a los demás, pero su objetivo es mandar. Y para llegar a esa meta vale todo, porque lo importante es llegar al gobierno. Y una vez instalados allí –piensan– podrán hacer el bien. Satanás se dio cuenta de que Jesús es el Mesías, el heredero de David, llamado para reinar.
Sabía el demonio que Jesús es una persona inteligente, que no solo conocía las Escrituras sino que además las practicaba, porque vivía virtuosamente.
Para Satanás ha llegado ya el momento de quitarse la careta, y lo hace en la tercera tentación. Le va a insinuar que con el poder llegará muy lejos: y le muestra lo majestuoso que es.
Ya el diablo tentó al primer Adán con la codicia, que es la raíz de todos los males (1 Tm 6, 10)... Y el deseo de poder es lo peor de la codicia. Ahora, ante Jesús, su tentación se presenta como nueva pero suena a vieja.
Es como si Satanás le dijera a Jesús: –Toma de la fruta del poder, es apetitosa, se puede hacer mucho bien con ella. No solo conocerás a los hombres, sino que llevarás a cabo grandes empresas. Tú estás llamado a gobernar, dominarás la tierra. Pero para eso tienes que postrarte ante mí. Yo soy aquí
el que mando. Tienes que dejarte llevar por mí.
El diablo no solo le promete su ayuda para gobernar Israel, sino todos los reinos de la tierra.
El monte es un lugar de oración y Satán lleva allí a Jesús para hacerle su propuesta. El demonio pretende ponerse en lugar de Dios y lo imita hasta en esas cosas externas: lo traslada al lugar donde tradicionalmente en Israel se solía hablar con Yahveh.
Jesús es el heredero del Rey auténtico de Israel. Y la virtud peculiar de un gobernante es la prudencia que lleva al hombre a actuar de forma justa, como afirman los clásicos; lo mismo que decir, de forma “adecuada a la realidad”.
El que manda ha de tener en cuenta la verdad. Pero lo que de verdad ha de presidir las decisiones de un gobernante es el bien. Por eso el amor es la finalidad de todas las decisiones de un hombre prudente.
Todo se ha de hacer por amor. Pero también con amor, porque las formas son muy importantes. No solo el fin ha de ser bueno también los medios que se emplean.
En la liturgia de la Misa hay una oración en la que se dice que los cristianos debemos hacer las cosas por Cristo, y con Él. Que es como decir que hemos de hacer las cosas por Amor y con Amor. Porque Jesús es Dios y lo que caracteriza a Dios, su esencia, es ser Amor. Por eso es lógico que se nos recuerde que hagamos las cosas con Amor... Con Él, y no solo por Él.
Pero en esa oración se dice que también debemos hacer las cosas en Cristo. Porque el cristiano tiene que ser el mismo Cristo: hacer las cosas en Él, porque no somos hijos de Dios por nuestra cuenta, sino en cuanto conectados a Él, que es el Hijo con mayúsculas.
Todo ha de realizarse por Él, con Él y en Él. Todo se ha de realizar en Verdad, pero también por Amor, con Amor, y uniéndonos al Amor de Dios.
Por eso el gobierno en la Iglesia no se ha de ver en clave de poder. Indudablemente la virtud del gobernante es la prudencia, que no es solo una cuestión teórica, sino muy práctica.
La verdad no está solo para ser conocida, sino para ser llevada a la práctica. No conviene que seamos unos intelectuales que solo se quedan prendados por la belleza de la sabiduría. El esplendor de la verdad no debe paralizarnos, sino que nos debe llevar a actuar. Nos gusta conocer las cosas de Dios. Pero lo importante es llevarlas a la práctica.
Cuando vivía en Roma, me encontré escritas, en una vidriera, unas palabras que san Pablo escribe a los efesios (4, 15). La frase, centrada en un ventanal, decía: Veritatem facientes in Caritate. Que podríamos traducir como: llevando a la práctica la Verdad por medio del Amor. Y al pasar los años, he pensado que la cita de esa carta del Apóstol podría resumir la forma de gobernar en la Iglesia.
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