viernes, 9 de noviembre de 2018

8. EL ÉXITO


III. TENTACIÓN CONTRA LA ESPERANZA



Luego, el diablo lo llevó a la Ciudad Santa y lo puso sobre el pináculo del Templo.
Y le dijo: Si eres Hijo de Dios, arrójate abajo. Pues escrito está: Dará órdenes acerca de ti a sus ángeles, para que  te lleven en sus manos, no sea que tropiece tu pie contra alguna piedra.
Y le respondió Jesús: Escrito está también: No tentarás al Señor tu Dios (Mt 4, 5-7).

La concupiscencia de los ojos (1Jn 2, 16), el deseo de éxito, o todo lo que se puede comprar con el dinero: poner nuestra esperanza en las cosas de la tierra.


Ocupar el sitio de Dios 
Someter a Dios a un examen
Confiar en Dios o en nosotros mismos



OCUPAR EL SITIO DE DIOS


El corazón humano en esta tierra tiene unas ganas enormes de triunfar. San Juan llama a este deseo concupiscencia de los ojos, como si el hombre quisiera deslumbrarse por los focos del éxito.

Si le preguntas a las niñas, muchas te dirán que quieren ser famosas, y los niños, jugadores de un gran equipo de fútbol, que la camiseta con su nombre y número la lleve mucha gente en todo el planeta.

Las chicas quisieran tener una estrella en una avenida de Hollywood como las grandes actrices, y ellos desearían triunfar en una sola operación de bolsa, forrarse, y tener de novia a una supermodelo.

Los adultos, dependiendo, desean que les toque la lotería, o ganar unas oposiciones, disfrutar de una buena jubilación, tener una buena calidad de vida. Podíamos decir que es la aspiración del éxito a la medida de un pequeño burgués.

El diablo sabe de esa ansia que tiene el hombre por triunfar y lo quiere utilizar para conseguir su objetivo. Lo que busca con las tentaciones es que nosotros queramos ocupar el sitio de Dios. Eso es lo que el enemigo quiso: hacerse el amo.

Nos tienta para que nosotros nos parezcamos a él, seamos de su bando. Ocupar la silla de Dios. En la segunda tentación de Satanás a Jesús, se observa que lo que pretende el enemigo es, que el Mesías desee ocupar el sitio de Dios. Porque bien sabe el demonio que el hombre tiene muy arraigado el deseo de triunfar. Por eso el profesor John Dewey, uno de los más afamados filósofos que ha tenido los Estados Unidos, decía que el impulso más profundo de la naturaleza humana es “el deseo de ser importante” (cit. en la famosa obra de Dale Car- negie, Cómo ganar amigos e influir en las personas, edición de 1981, cap. 2).

Y ya que el ser humano tiene muy arraigado ese deseo de triunfar, lo que busca el demonio es que en vez de servir a Dios, nos “sirvamos de Dios” para conseguir todo. Como si Dios fuese un anillo de poder. Quiere el enemigo de nuestra alma que tomemos a Dios como un instrumento al servicio de nuestros fines. Así rebajamos a nuestro creador, tratándolo como un sirviente: algunas veces Dios sería tratado como un Servidor importante, pero no dejaría de ser un Criado al que utilizamos para nuestros fines.

En la segunda tentación, el diablo, que es bastante listo, no va de frente. Y viendo que Jesús es una persona virtuosa, utiliza la misma palabra de Dios, pero desvirtuándola.

Lo que busca es que el hombre desconfíe de Dios. Y para que el hombre pierda la esperanza en Dios tiene que empezar con una premisa. Lo que busca es que pongamos a prueba a Dios. ¿Dios te quiere o no te quiere? ¿Dios falla o no falla? ¿Dios está contigo o no está contigo? Venga, comprueba si Dios es fiable.

Pero Satanás no es tan burdo, lo que nos insinuará es:
–Seguro que Dios te hará triunfar. Humanamente, seguro que si estás con Dios te irá siempre bien. Incluso si te arrojaras desde un quinto piso Dios es tan bueno contigo que te salvaría.

Pero el demonio no es tonto y sabe que Dios respeta la ley de la gravedad, y si uno se tira de un quinto piso, el tortazo sería morrocotudo. Así, uno no se fía, ni de su padre. Para ser ángel tiene muy mala idea.

Algunos cristianos se sienten sin esperanza, porque después de años no consiguen tener éxito en los planes que se habían hecho.

Otros dejan de confiar en Dios porque en su familia ha sucedido una desgracia. Y puede que desde el fallecimiento de uno de sus parientes dejen de tener relación con Dios, porque no le perdonan que se los haya llevado de su lado.

Otros no entienden cómo les puede ir mal la situación profesional, con lo eficaz que podría ser su vida si tuviera un trabajo mejor.

Todas estas personas tienen en común una cosa: piensan que Dios les ha defraudado. Y algunos más descreídos pueden llegar a plantearse la existencia de un Dios que no debe ser ni tan bueno ni tan poderoso cuando no hace nada por ayudarles.

Uno puede preguntarse por qué ocurre eso. Por qué hay gente que con el tiempo ha perdido la esperanza. Ya no confía en Dios como al principio. Las cosas no salen como había previsto en su juventud. Sin duda, han caído en las redes de Satanás.

El éxito humano, el dinero y nuestro ego son cosas buenas. Lo que hace el diablo, es intentar anteponerlas a Dios. Primero soy yo que Dios, primero mi “realización personal” que Dios, primero el dinero y después Dios.

SOMETER A DIOS A UN EXAMEN

En la segunda tentación que nos narra el Evangelio, el demonio lleva a Jesús a un lugar sagrado, nada menos que al templo. Y desde allí le dice que se tire porque es bueno confiar en Dios, que sin duda le librará de una muerte segura.

La tentación de Satanás es bastante inteligente. Jesús, era un hombre que confiaba en su Padre Dios, luego la tentación tiene que ir por ahí. El anzuelo tiene siempre que llevar una cosa buena para ser picado. A algunas personas el demonio les tienta con el dinero, a otros con el éxito humano, y a otros con el éxito espiritual. Cosas todas buenas.

La idea siempre es la misma, que el hombre se estrelle por haber confiado en Dios. A ver si Dios falla al hombre. Y si vemos que nos falla desconfiaremos de Él. Para que no te fíes ni de tu padre...

Para que se estrelle y desconfíe de Dios, el hombre tiene que empezar sometiendo a Dios a una prueba. El comienzo de la falta de fe es que yo me coloco por encima de Dios para hacerle un examen. Me pongo en el lugar de Dios y le digo que Él tiene que hacer algo.

Pero Jesús no dialoga con la tentación, ni se traga el anzuelo. En cambio, mucha gente buena se viene abajo cuando la vida profesional no marcha, cuando tiene un problema familiar.

Satanás quiere que el hombre someta a Dios a una prueba, porque eso ya es empezar a desconfiar, y si las cosas no salen al gusto del hombre, entonces se confirmará la sospecha que el demonio introdujo. Y al ver que Dios le falla, el hombre pondrá todas sus esperanzas en las cosas de la tierra.

Tírate, que Dios te librará. El hecho de tirarse es ya una locura, un suicidio. Y eso, fue precisamente lo que el demonio insinuó a Jesús. Y era esa una prueba límite porque veía que el Señor era una persona importante. Quería que pusiera a prueba a Dios en una cosa grande.

Con nosotros las pruebas son a otro nivel. Nos podría decir:
–Confía en que Dios te aprobará sin estudiar. Confía que siempre tendrás éxito en la vida. Si Dios te quiere, todo tiene que irte bien.

Lo hace para que piquemos el anzuelo. Y cuando la cosa salga mal nos insinuaría: –Pierde la esperanza en Dios: cuando las cosas te salen mal, eso es porque Dios no te quiere.

A otros menos espirituales dice: Ves que rezando no salen las cosas, es porque quizá Dios no exista. Y si Dios quizá no existe entonces tú en la práctica vete a por las cosas materiales.


CONFIAR EN DIOS O EN NOSOTROS MISMOS

Está claro, en nuestra vida hay dos caminos: confiar en Dios, que puede considerarse un riesgo porque no se le ve, o buscar la seguridad en las cosas humanas, que siempre se pueden tocar. En este caso el dinero es la representación de lo tangible. Como Dios no es visible, existe la tentación de buscar apasionadamente lo que reluce. Esa actitud que –hemos repetido– san Juan llama concupiscencia de los ojos.

Pues, algunas de esas personas que buscan el éxito en primer lugar, teóricamente no se declaran ateos, sino agnósticos, como diciendo que a lo mejor Dios existe, pero no se puede demostrar experimentalmente, por eso piensan que más realista es poner la esperanza en el dinero.


John Henry Newman, de familia de banqueros, conversaba en una ocasión con un importante hombre de negocios de la City de Londres, que ya había tomado su opción en la vida de amar al dinero sobre todas las cosas, por eso era un hombre que presumía de sus riquezas y se mostraba partidario del agnosticismo. Si uno no está seguro de la existencia de Dios hay que agarrarse a las riquezas materiales.

En un momento de la conversación Newman escribió en un papel la palabra Dios y sacó de su bolsillo una moneda. La puso sobre la palabra, tapándola, y preguntó:

–¿Ve lo que he escrito?
–No. Solo veo una moneda
–Efectivamente, porque el dinero le ciega, e impide que vea a Dios.

Según nos cuenta Newman, el banquero había tomado la decisión de buscar en primer lugar las cosas tangibles y eso le impedía ver lo importante. Lo mismo que aquel chico ingenuo –del que nos habla el Evangelio– que pidió a su padre el dinero de la herencia. Efectivamente, Jesús contaba la historia de un hijo pródigo que abandona la casa de su padre para gastar su fortuna divirtiéndose con extranjeras, viviendo lujuriosamente en un país lejano (cfr. Lc 15, 11-32).

La tentación de Satanás se repite desde el inicio diciendo algo así: Tu padre no quiere tu felicidad, búscala por tu cuenta.

Es como si nos dijera: –Sal a ver mundo... y llénate los ojos de las cosas bellas que hay. Porque Satanás nos sugiere que nos estamos perdiendo cosas que nuestro Padre no quiere enseñarnos.

Esta tentación se repite una y otra vez de distinta forma. El enemigo quiere que desconfiemos de Dios. Es como si di- jera: –Tu Padre no es posible que se haga cargo de lo que tú sientes. Él vive en su mundo, tú en el tuyo, móntatelo por tu cuenta.

Se vuelve a repetir la insinuación de la Serpiente antigua, que quiere que sospechemos de Dios y que deseemos ser dioses sin contar con Él. Como ocurrió en la primera tentación de la historia de los hombres (cfr. Gn 3, 1-20)

En un primer término, haciéndonos creer que la comunicación con Dios no es posible, como paso previo para que perdamos la confianza en Él. Y efectivamente es difícil encontrarnos con Dios si lo tapamos con nuestras ambiciones, a las que hemos convertido en ídolos.

En realidad, muchas veces hemos ocultado a Dios con nuestra preocupación por el dinero o por el éxito. Pero Él emplea siempre medios para que le podamos reconocer. Él nos habla si nosotros queremos escucharle. No es una casualidad que la Biblia sea el libro más editado de la historia universal. Dios se empeña en ser reconocido por los hombres que tienen buena voluntad.


El diablo lo llevó a la Ciudad Santa y lo puso sobre el pináculo del Templo.

Y le dijo: Si eres Hijo de Dios, arrójate abajo. Pues escrito está: Dará órdenes acerca de ti a sus ángeles, para que  te lleven en sus manos, no sea que tropiece tu pie contra alguna piedra (Mt 4, 5-6).

Y la respuesta de Jesús es tajante. No dialogó. Es un dardo al centro de la tentación. El Señor dice algo así como:
–No quiero colocarme en el lugar que corresponde a mi Padre; no quiero ponerle en un compromiso; no quiero someterle a una prueba. Está escrito: no tentarás al Señor tu Dios.

Aunque lo que te ocurra parezca una cosa trágica: Dios, de los males saca bienes. Confía en él como un hijo pequeño confía en su padre.

El enemigo intenta que los amigos de Dios fracasen en sus buenos proyectos. El Señor permite nuestros fracasos, para dar luego un giro inesperado: del mal saca bien.

El fracaso humano más estrepitoso de Jesús, su muerte en una cruz, ha sido lo que le ha llevado a su gloria más grande. Nadie como él ha influido tanto en la historia de la humanidad. También nuestros fracasos pueden significar avances enormes. Los grandes personajes de la historia fracasaron muchas veces, y a algunos el triunfo les vino después de muertos: eso le sucedió a Isabel I de Castilla o al mismísimo Ximénez de Cisneros, que aunque murieron con la sensación de que su obra había fracasado, no fue así, sino muy al contrario. Porque la estela de esos dos buenos gobernantes trascendió  a su tiempo y dio fruto más tarde. Dios no pierde batallas, si esperamos en Él.

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