La justicia de Dios es misericordia
Jesús es ungido por el Espíritu
POR FIN UN NUEVO PROFETA
Conocer la vida del Señor nos ayuda a conocer la nuestra,
pues muchas cosas de la vida de Jesús se repiten. En nuestra
existencia terrena –como en la del Señor– las cosas no ocurren
por que sí, están pensadas por la Providencia.
Nuestro paso por la tierra depende en gran medida de la historia
que hace siglos ocurrió en Palestina. Si meditáramos
los misterios del Señor, encontraríamos luz para nuestra vida
corriente.
Un día, los habitantes de Nazaret vieron como Jesús abandonó
el pueblo, y se dirigía hacia Judea. Luego se supo que
fue en busca de Juan el Bautista. Iba a empezar una nueva
etapa en su vida.
También nos sucederá a nosotros que, después de largos años
trabajando donde ya estábamos hechos a esa tarea, el Señor
quiere que pasemos página. Lo anterior formará parte de
nuestro pasado.
María recordaba que el primer viaje del Señor en esta tierra
fue también en busca de Juan. En aquel entonces la Virgen,
embarazada, llevaba a Jesús en su interior, y el Bautista, que
tampoco había nacido, saltó de gozo dentro de Isabel, su madre,
al notar la presencia del Señor en el vientre de María.
Pero había pasado el tiempo, y Juan ya era famoso. La gente
se decía que por fin Dios había enviado un nuevo profeta.
En ese momento, con la predicación del Bautista, se hacen
realidad las antiguas esperanzas: se anuncia algo grande.
Ahora con Juan, muchedumbres iban a ser bautizadas por él,
que predicaba la conversión mediante ese signo, el lavado.
Había que reconocer los propios pecados, y llevar en adelante
una nueva vida. El bautismo de Juan simboliza la limpieza de
la suciedad de la vida pasada y, de esta forma, prepararse para
la llegada del Enviado de Dios. El bautismo era un reconocimiento
de los propios pecados, y el propósito de poner fin a
la vida anterior.
La Virgen sabía perfectamente que su Hijo no necesitaba de
penitencia, y sin embargo Él fue también a ser bautizado por
Juan. Pero el Bautista se negaba a hacerlo, porque sabía que
en Jesús no había pecado.
Después, María conoció las palabras del Señor cuando Juan
se resistía a bautizarle: Cumplamos toda justicia (Mt 3, 15),
dijo Jesús.
LA JUSTICIA DE DIOS ES MISERICORDIA
¿Pero de qué clase de “justicia” se trataba? Algunas veces,
cristianos con formación no saben responder bien a esta pregunta.
Es que había un plan, un bautismo de sangre, que debía cumplir
el Señor para salvar a los hombres. Y ese plan se va a ir
desvelando al comienzo de la vida pública con los misterios,
que en el rosario, la Iglesia llama de luz.
Tanto Jesús como Juan aceptan el plan previsto por la Trinidad.
Y aunque Juan en un principio se desconcierta y no
quiere bautizar al Señor, movido por las palabras de Jesús,
accede a ello.
Porque aquello podría parecer contradictorio, al no conocer
perfectamente la lógica de Dios. Algunos, al pensar en Él, lo
ven exigente y justo. Y otros, con una visión contrapuesta,
lo consideran un padrazo amable. Pero Dios es uno, Dios es
amor: su justicia tiene que ver mucho con la misericordia.
Por supuesto que los pecados de los hombres habían de ser
sanados. ¿Pero cómo?
Después de la Resurrección todo se entendería perfectamente.
Y como dice el Papa Benedicto, Jesús no había cargado en la
Cruz con “sus” pecados, sino con las culpas de los demás
hombres (cfr. Jesús de Nazaret, primera parte, Madrid 2011,
p. 40). Y esta era la voluntad de la Trinidad.
La justicia, la santidad que tenía que realizar tanto Jesús como
Juan el Bautista, consistía en unirse con la voluntad del Padre.
Porque la vida de Jesús, no tuvo otro objetivo que el plan
misericordioso de Dios, para la salvación de la humanidad.
Su nombre significaba “Yahveh salva”.
Por eso, al comenzar su vida pública, Jesús empieza a pedir
perdón a su Padre en nombre de toda la Humanidad, y lo
hace yendo a recibir el bautismo de penitencia.
La vida del Señor, no se entiende sin esta relación con el pedir
perdón. Por eso si algunos negasen la existencia del pecado
no encontrarían explicación al sacrificio de Jesús en la cruz,
que Él aceptó desde el principio y, por tanto, no encontrarían
sentido a toda la vida del Señor.
Precisamente la tarjeta de presentación que empleó Juan, al
mostrar a Jesús a los que le seguían, era llamarle el que quita
el pecado del mundo. Juan, cuando presenta a Jesús, dice:
Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo
(Jn 1, 29).
Jesús es el Cordero que moriría por Pascua. Esa fiesta judía
se celebraba cada año, como recordatorio de la liberación del
pueblo hebreo de su esclavitud en Egipto.
Yahveh les había dicho que cogieran un cordero que se inmolaba,
sobre las tres de la tarde; y por la noche lo comían
con verduras amargas mojadas en vinagre, para recordar la
tristeza de la esclavitud.
Juan acertó, la sangre de Jesús –el Cordero pascual– iba a ser
la que lavaría los pecados del mundo.
Jesús, en una ocasión preguntó a dos, que también habían
sido discípulos del Bautista: ¿Podéis beber el cáliz que yo
he de beber, y ser bautizados con el bautismo con el que
yo he de ser bautizado? (Mc 10, 38). El Señor se refería a
su muerte en la cruz como un bautismo de sangre con el que
nos iba a salvar.
Resulta todo muy coherente. Lo que Jesús vino a hacer, lo
representa ya desde el inicio de su vida pública. Como diciendo:
–He venido a esto. La justicia de mi Padre es misericordia
para vosotros. Y vengo a realizarlo Yo.
–“Por ahora” se hará la justicia de mi Padre mediante el
agua; más adelante, al final de mi vida, se hará con mi sangre.
Jesús, nos está dando luz sobre el misterio. Por eso es una
pena que muy pocos mediten los pasos del Señor. El bautismo
de Jesús en el Jordán, fue la anticipación de la muerte del Señor
en la cruz, y también la anticipación de su resurrección.
María, la mejor de los discípulos de Jesús, también querría
ser “bautizada” con Él, y “beber su cáliz”. Ella, estuvo junto
a la cruz de su Hijo, colaborando en la redención: sufrió también
por los pecados de la humanidad, aunque personalmente
no tenía ninguno.
Por eso Dios Padre reservaría a la Virgen el puesto a la derecha
de Jesús, en su Gloria, porque había estado en ese sitio
también cuando Jesús “reinaba” desde el madero (cfr. Mc 10,
41).
Nosotros tenemos pecados: agradecemos a Jesús, y a su Madre,
que hayan padecido en nuestro lugar. Queremos que
nuestro agradecimiento se convierta en imitación.
Al considerar el bautismo del Señor recordaremos que en esta
vida debemos padecer por los demás, siguiendo las huellas
de nuestro Maestro. Para eso somos cristianos, para decirle a
Jesús: –Con tu ayuda “podemos”.
Podemos “beber” lo malos tragos, las injusticias que nos hagan;
podemos responder bien por mal; podemos rezar por los
que nos persiguen y calumnian; podemos llevar la cruz de
cada día junto a Jesús, “detrás de Jesús”, siguiendo su ejemplo.
Y si bebemos su cáliz, y “somos bautizados” entonces nos
pondrá en los primeros puestos.
No a la derecha, que está reservado para su Madre, ni tampoco
a la izquierda, que es el sitio que –sin duda– ocupará
san José.
Pero estaremos en lugares destacados en la medida que hayamos
salvado almas para Cristo. En esta vida, sufrir hemos de sufrir, hemos de pasar por “este bautismo”, pero no olvidemos
que por la cruz llegamos a la luz.
También nosotros podemos no entender los planes de Dios,
que parece que quiere humillarse ante el mundo. Quizá nos
escandalizamos de las humillaciones que recibe la Iglesia de
Cristo. Quizá nos desconcierta que los buenos ocupen el lugar
de los pecadores. Por favor, meditemos el Bautismo del
Señor. Todo eso forma parte de un plan. Los mejores miembros
de la Iglesia de Cristo llevarán los pecados de sus hermanos.
Así se salvarán.
“Por el momento hemos de actuar con toda justicia” y aceptar
su voluntad, llena de sabiduría y misericordia. Ya vendrá,
después, la resurrección.
Como dijo el pensador inglés: “La cristiandad ha pasado
por una serie de revoluciones, en cada una de las cuales ha
muerto pero para resucitar; porque su Dios sabe cómo salir
del sepulcro” (cit. por Joseph PEARCE, G. K. Chesterton.
Sabiduría e inocencia, Barcelona 1997, p. 400). Porque Jesús
al salir del agua del Jordán estaba significando su resurrección
del sepulcro.
Y después de ser bautizado por Juan, en ese momento Jesús
es ungido (cfr. Joseph Ratzinger-Benedicto, Ibidem, p. 49).
JESÚS ES UNGIDO POR EL ESPÍRITU
Cuando Jesús sale del agua (cfr. Mc 1, 10-11), se oyen las
palabras de satisfacción de Dios Padre, que ante la obediencia
de Jesús exclama: Tú eres mi Hijo, el amado, en ti me he
complacido.
Y una paloma reposa sobre Él. Es en este momento en el que
como Hombre recibe la “unción” reservada a los sacerdotes, a
los reyes y a los profetas en Israel (cfr. Joseph Ratzinger-Benedicto
XVI, Ibidem, pp. 49-50).
Pero Jesús no es ungido con aceite, sino con el Espíritu Santo,
que en ese momento aparece en forma de una criatura pacífica.
Jesús recibe la unción del Espíritu Santo en el momento
del Bautismo; por eso es el Ungido, el Cristo, que habían esperado
las personas piadosas de Israel.
En la vida del Señor, el Bautismo es un momento de especial
trascendencia. El cielo se rasga para manifestar la personalidad
del Hijo de Dios. En el Bautismo aparece toda la Trinidad
desvelando el misterio más grande de nuestra fe.
También nuestro bautismo tiene mucha importancia. Entramos
a formar parte de la vida íntima de la Trinidad. Por medio
de Jesucristo, de su pasión, muerte y resurrección, Dios
Padre ha querido identificarnos como hijos suyos.
En el rito romano, después del bautismo, tiene lugar la unción
con el sagrado Crisma, en el que el celebrante hace referencia a que, mediante el bautismo, hemos recibido una nueva vida,
y como miembros de Cristo recibimos esa unción, como Jesús,
que es sacerdote, profeta y rey.
Somos humanos como Jesús, y gracias a los méritos obtenidos
por Él, hemos sido elevados a su misma categoría divina.
En la sangre de Cristo somos lavados y ungidos, con el Espíritu
Santo, y adoptados por el Padre, que nos reconoce como
hijos suyos.
Tendría yo unos ocho años cuando mi madre me comunicó
que yo era adoptado. Dicen que lo conveniente es irlo diciendo
poco a poco. Pero recuerdo que, antes de recibir la Primera
Comunión, mi madre me lo dijo. Me reveló que aunque
ella y mi padre me habían estado cuidando hasta esa fecha,
no eran mis verdaderos padres. Ellos eran solo mis padres
biológicos, porque en realidad mi Padre era Dios. Yo me llevé
una gran sorpresa, y fue una satisfacción, que el mismo Dios
quisiera adoptarme. Precisamente es el bautismo la ceremonia
de nuestra adopción.
Jesús, al recibir el bautismo junto con la unción del Espíritu
Santo, asume la dignidad de Rey y de sacerdote en Israel.
Desde aquel momento, se le asigna una misión peculiar como
Mesías, el Ungido de Dios. (cfr. Joseph Ratzinger-Benedicto
XVI, Ibidem, p. 49).
Para sorpresa nuestra, la primera “disposición del Espíritu
Santo lo lleva al desierto para ser tentado por el diablo (Mt,
4, 1)” (cfr. Ibidem, p. 50).
Jesús tiene que superar allí una gran prueba. Y para prepararse,
reza. Es precisamente en el recogimiento de la oración
donde recibe las armas para luchar interiormente y ser capaz
de no desviarse de su misión.
Jesús tiene que reinar, pero no a través del poder, sino por
medio de la humillación de la cruz. Y como Sacerdote debía
realizar el sacrifico en su propio cuerpo. Jesús ora y se mortifica
para aceptar su camino de Rey crucificado. Satanás le
presentará las glorias de los triunfos humanos, pero Él las
rechaza. Porque le desviarían de su misión: salvar a los hombres,
con su bautismo de sangre y con su resurrección.
Al ver tantos fracasos en la vida de los buenos cristianos podemos
rebelarnos, sentir que son los fieles a Jesucristo los
que tendrían que tomar el poder, y ser premiados en esta
vida. Pero la mayoría de las veces no es así. No hay que intranquilizarse
si la verdad sale mal parada algunas veces, porque
Dios de los males saca bienes. Y el fracaso de los Santos
no es la última palabra.
Tenemos que ser bautizados con la misma sangre de Cristo,
beber de su cáliz. Ya vendrá la resurrección de las almas. Pero
no el poder y la gloria humana. Esto lo iría entendiendo poco
a poco la Virgen. Según se iban desarrollando los misterios de
su Hijo, Ella iba meditando, como siempre.
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